por JOSÉ R. AYASO
Operación Plomo Fundido ha sido el nombre del último episodio en el interminable conflicto de Oriente Próximo. Israel, aparentemente, ha conseguido sus objetivos militares, pero ha perdido la batalla en los medios de comunicación. La condena ha sido unánime, y para expresarla no se han ahorrado calificativos, algunos injustificados. Todo es desmesura en este trágico conflicto.
Ahora que el fuego ha cesado y el interés informativo se traslada a otros lugares, me gustaría hacer algunas puntualizaciones sobre el mal uso que se hace de ciertos términos relativos al pueblo judío, a su historia y cultura.
1. Hebreo (ibrí) es un término que, con excepción de Italia, no suele utilizarse para hacer referencia al pueblo judío. Hebreo aparece muy poco en la Biblia, fundamentalmente en el contexto de la salida de Egipto. Yahvé es el dios de los hebreos, y hebreos fueron los que salieron con Moisés de la Tierra de Esclavitud. Otros textos orientales, egipcios y mesopotámicos, mencionan a unos apiru, habiru, gentes que, independientemente de su origen étnico o religioso, tienen en común su carácter de grupo marginado: siervos o bandidos. En español lo común es usar hebreo para denominar a la lengua y su literatura. Los soldados del Ejército israelí hablan hebreo, hebreo israelí, pero no son hebreos. Israel, por tanto, no es un "Estado hebreo".
2. Judío (yehudí) es, en principio, el que pertenece a la tribu de Judá. Yehudí se suele traducir a veces como judaíta, para distinguir a los miembros de la tribu bíblica de Judá, y a los habitantes del reino del mismo nombre, de los que posteriormente se dispersaron por la Cristiandad y Dar al-Islam. La mayoría de las comunidades que actualmente existen en España pertenecen a la "Federación de comunidades judías de España", nombre que han adoptado tras corregir el galicismo "israelita" que usaron al principio.
3. Israelí (yisraelí) es el ciudadano del "Estado de Israel" (medinat Yisrael), que ocupa, de acuerdo con las fronteras reconocidas internacionalmente, una parte de la "Tierra de Israel" (Erets Yisrael), territorio que también se conoce como Palestina. Fue el emperador Adriano quien, tras sofocar la segunda revuelta judía, decidió desjudaizar oficialmente la provincia cambiando su nombre por el de Syria-Palaestina. Paradójicamente, un pueblo desaparecido hacía un milenio, los odiados filisteos que se asentaron en las dunas de Ascalón, Asdod y la hoy infeliz Gaza, terminó por dar también su nombre al territorio.
Como sucede con judío y judaíta, cuando se habla de los "hijos de Israel" del Antiguo Testamento, cuyas 12 tribus se extendían "desde Dan a Beer Sheva", no se suele utilizar israelí sino israelita. Ejército israelita sería el ejército de los míticos reyes David y Salomón, pero el ejército que ha atacado Gaza es un Ejército israelí. Poco queda de los hijos de Israel históricos: algunos grupos samaritanos que siguen viviendo en Siquén y que tras siglos de prácticas endogámicas están en grave peligro de extinción.
4. Sionista, por último, hace referencia al movimiento nacional judío que nació en Europa en el último tercio del siglo XIX. Pese a que el sionismo no es ni peor ni mejor que otros nacionalismos, goza de poca popularidad en ciertos ambientes, donde ser antisionista forma parte de las señas de identidad. En soflamas y consignas basta con llamar a Israel, despectivamente, "Estado sionista". Mala caricatura, pues Israel es una sociedad extremadamente compleja. El sionismo, además, siempre ha sido muy heterogéneo. Sionistas son Amos Oz y David Grossman. No sólo Bibi Netanyahu o los colonos, violentos y fundamentalistas, del sionismo mesiánico.
Israel y el pueblo judío no deben confundirse nunca, por muy importante que el movimiento sionista y el Estado sean para la judería internacional. Las manifestaciones que han tenido lugar en las principales ciudades españolas en contra de la política del Gobierno Olmert pueden ser calificadas de antiisraelíes o antisionistas, pero no de antijudías, en contra de lo que afirmaba un conocido periodista radiofónico. Por otra parte, representantes de Israel y de las organizaciones judías de la Diáspora suelen criticar esas manifestaciones por "antisemitas", lo que tampoco es cierto.
Recurrir al fantasma del antisemitismo es el modo más fácil de descalificar a todos los que no muestran un apoyo incondicional a la causa sionista. El antisemitismo justifica las propias acciones y les exime de responsabilidades. El sentirse solos e incomprendidos, rodeados de una marea de antisemitismo eterno e indiscriminado, da razones a la política unilateral de fuerza que tan popular es en Israel y que lo ha ido alejando de la comunidad de las naciones.
Estado de Israel, Ejército israelí (IDF o Tsahal, en sus siglas inglesa y hebrea) e israelíes, o ciudadanos judíos israelíes (para distinguirlos de los árabes israelíes y otros grupos étnicos y religiosos minoritarios) son las expresiones más correctas. Siendo precisos en las palabras podemos evitar que los errores de Israel salpiquen a la Diáspora y que lo que debe ser sólo antisionista o antiisraelí llegue a convertirse al final y de manera trágica en antijudío o antisemita.
José R. Ayaso es profesor titular de Historia de Israel y del Pueblo Judío de la Universidad de Granada.
Publicado en EL PAIS
El 22/01/2009
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