martes, 30 de junio de 2009

El golpe de Estado en Honduras

El golpe de Honduras y la crisis
Guillermo Almeyra

30/06/09

Es un golpe de los dueños de los medios de información, de los jueces clasistas y corruptos, de los políticos al servicio de los terratenientes, y su pretexto es ridículo.

El capitalismo busca recomponerse y expandirse utilizando la crisis actual. Destruye miles de millones de capitales (la mayor parte ficticios) y millares de bancos y empresas para concentrar el capital. Y lanza a la desocupación y la miseria a centenares de millones de trabajadores, aprovechando para imponerles por ese medio la rebaja de sus salarios, la pérdida de sus defensas sindicales, la prolongación de las jornadas de trabajo, la anulación de las leyes sociales para mantener un trabajo siempre en peligro, siempre peor. A la extracción de plusvalía relativa, aumentando la productividad con salarios prácticamente congelados, une la de plusvalía absoluta, aumentando la jornada laboral, extrayendo de la familia obrera el trabajo gratis de sus componentes con tal de obtener entre todos lo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo.

Tal política, en los países industrializados, exige la complicidad de las direcciones sindicales burocratizadas que venden los derechos de sus afiliados, y exige medidas represivas contra las tendencias de clase en el mundo laboral y contra los inmigrantes e indocumentados que forman buena parte de la clase trabajadora, para que ésta se divida, debilite y desorganice.

En los países menos industrializados, en cambio, donde el grueso del capital se basa en una amalgama entre una oligarquía terrateniente de visión feudal y las empresas transnacionales y se apoya en el racismo de las clases acomodadas urbanas (blancas y mestizas) contra las rurales y urbanas pobres (indígenas, negros o mestizos pobres), para mantener el margen de ganancia hay que reducir la parte de los ingresos de los trabajadores, y esa tarea sólo se puede hacer impidiendo su resistencia con un poder dictatorial. Los intentos de golpe de Estado de quienes controlan la justicia, el Congreso, los medios de información y las fuerzas armadas están y estarán, pues, en el orden del día.

En el 2002 se realizó el intento de la oligarquía venezolana, respaldada por Bush y por el gobierno español, y con el apoyo de las clases medias acomodadas de las ciudades, de derribar al presidente Hugo Chávez. La movilización popular dividió política y socialmente a las fuerzas armadas y el golpe fracasó. El año pasado, los sojeros y ganaderos de Santa Cruz, en Bolivia, intentaron un golpe contra Evo Morales que fracasó por la movilización campesinas hacia esa ciudad y la pronta reacción de los gobiernos de la Unasur. Recientemente, la salvaje burguesía guatemalteca creyó oportuno un golpe de Estado contra el presidente tímidamente reformista Álvaro Colom, al que había espiado y vigilado desde el primer momento. La movilización campesina e indígena creó una situación fluida, donde siempre es posible otro zarpazo gorila con el apoyo unas clases medias temerosas de que el ascenso social de los sectores populares pueda hacerles perder sus magros privilegios. Ahora se produjo el golpe contra el presidente Manuel Zelaya, que llevó Honduras a la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA). Es un golpe de los dueños de los medios de información, de los jueces clasistas y corruptos, de los políticos al servicio de los terratenientes, y su pretexto es ridículo.

En efecto, nadie obliga a participar en una consulta que tampoco es vinculante y, si en el futuro se preguntase eventualmente si los electores desean reformar la Constitución, bastaría con responder no (y ganar la elección) para mantener la Carta Magna actual. El ejército, en cambio, secuestró de madrugada y expulsó del país al presidente y a varios ministros, golpeó a embajadores de países del ALBA, el Congreso falsificó posteriormente una carta de renuncia de Zelaya y, sobre esa base, 20 horas después de haberlo echado con las bayonetas, lo destituyó y nombró un usurpador de la presidencia como presidente interino.

La OEA, la ONU, los países centroamericanos y el propio presidente de Estados Unidos declararon de inmediato que sólo reconocían a Zelaya. Como en el caso de Bolivia, los presidentes del grupo ALBA pero también otros mucho más moderados (Lula, Tabaré Vázquez, Cristina Fernández de Kirchner, Michelle Bachelet, Oscar Arias), temen una vuelta a los años 1970, a los golpes de Estado y las dictaduras porque en todos los países la derecha quiere defender sus enormes márgenes de ganancia amenazados por la crisis y por las reivindicaciones de los trabajadores. El propio Obama no puede hacer lo que habría hecho George W. Bush (apoyar a los gorilas) porque perdería así el apoyo de los hispanos y los trabajadores en Estados Unidos y el de los demócratas de todo el mundo junto con los frutos recientes de su campaña personal de apertura hacia América Latina.

No se puede hablar, pues, de un nuevo golpe “de la embajada gringa”, ni del “primer golpe de Obama”, aunque buena parte de las transnacionales estadounidenses y de sus representantes en el establishment de Estados Unidos (Otto Reich, Negroponte y Cía) puedan estar detrás de los golpistas. Lo que es evidente es que no basta el repudio de los gobiernos para derrotar a éstos y que es necesario aplastarlos de modo ejemplar antes de que su ejemplo siente un precedente, ya que el capitalismo no puede recuperarse manteniendo los mismos márgenes de democracia y las conquistas sociales que le fueron arrancados por los trabajadores en la segunda postguerra.

Guillermo Almeyra es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.

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30 junio 2009

lunes, 8 de junio de 2009

Mata a Buda, Mata el Budismo

Por Sam Harris

«Mata a Buda» decía el viejo adagio Zen. «Mata el Budismo» sugiere Sam Harris, quien argumenta que la filosofía y las prácticas sugeridas por el Budismo beneficiarían a mucha más gente si no fuesen presentadas como una religión.

Se dice que el maestro Budista nacido el siglo IX de nuestra era, Lin Chi, dijo en una ocasión «si te encuentras con Buda en tu camino, mátalo». Como muchas de las enseñanzas Zen, esto no parece ni de lejos una sugerencia amable. Pero contiene un punto valioso: Convertir a Buda en un fetiche religioso es perder gran parte de la esencia de sus enseñanzas. Al considerar qué puede ofrecer el Budismo en este siglo XXI, propongo que nos tomemos la provocación de Lin Chi muy seriamente. Como estudiantes de Buda, deberíamos quizá ignorar el Budismo.

No pretendo sugerir que el Budismo no tiene nada que ofrecerle al mundo. Desde luego es posible argumentar que la tradición Budista, considerada como un todo, representa la más rica fuente de sabiduría contemplativa que cualquier civilización ha producido. En un mundo durante tanto tiempo mediatizado por una lucha fratricida entre religiones basadas en un Dios en el cielo, la ascendencia de la sabiduría Budista debería ser bienvenida como un indudable avance. Pero esto no va a ocurrir. No hay razón para pensar que el Budismo va a competir con éxito con la incansable evangelización que Cristianismo e Islam llevan a cabo. Pero tampoco debería intentarlo.

La sabiduría de Buda se encuentra hoy en día atrapada por la religión Budista. Incluso en Occidente, donde científicos y contemplativos Budistas colaboran en el estudio de los efectos de la meditación en el cerebro, el Budismo sigue siendo un asunto meramente parroquial. Mientras que podría ser justo decir —tal y como muchos practicantes del Budismo alegan— que el Budismo no es en sí mismo una religión, muchos Budistas a lo largo del mundo lo practican como tal, en la misma forma ingenua y supersticiosa en la que todas las religiones son practicadas. No hace falta decir que cualquier no-Budista sí ve al Budismo como una religión y, lo que es peor, están convencidos de que es la religión equivocada.

Hablar sobre Budismo inevitablemente sirve para impartir una falsa visión de las enseñanzas de Buda. Así que, mientras nuestro discurso se defina como Budista, nos aseguramos de que la sabiduría de Buda no pueda hacer nada para ayudar al desarrollo de la civilización en el siglo veintiuno.

Peor aún, la continua identificación de los seguidores de Buda con el Budismo le da un apoyo tácito a la división religiosa en el mundo. En este punto de nuestra historia, esto resulta tanto moralmente como intelectualmente indefendible. Especialmente entre los más afluentes y mejor educados occidentales, sobre los que recae la mayor responsabilidad por la difusión de este tipo de ideas.

Es cierto que muchos representantes del Budismo, en particular el Dalai Lama, trabajan constantemente para enriquecer su punto de vista sobre el mundo a través del diálogo con la ciencia moderna. Pero el hecho de que el Dalai Lama se reúna habitualmente con científicos occidentales para discutir sobre la naturaleza de la mente humana, no quiere decir que el Budismo, o el Budismo Tibetano, o los propios puntos de vista del Dalai Lama, no estén contaminados por el dogmatismo religioso. De hecho, hay ideas en el Budismo tan increibles como para reducir el digma Cristiano del nacimiento de Jesús de una virgen plausible en comparación. A nadie le sirven unas nociones tan arcanas para darle una explicación evolutiva a la naturaleza de la mente humana. Entre Budistas Occidentales, están algunos educados en nuestras escuelas que aparentemente creen realmente que el Gurú Rinpoche nació del vientre de una flor de loto. No es el tipo de desarrollo espiritual que nuestra civilización ha estado anhelando durante siglos.

El hecho es que una persona pueda abrazar las enseñanzas de Buda e incluso convertirse en un convencido contemplativo Budista —de alguna forma, un Buda— sin creer en nada basándose en evidencias insuficientes. Algo que no puede necesariamente decirse de otras religiones basadas en la fe. El Budismo se parece a la ciencia de alguna forma. Uno parte de la hipótesis de que empleando su capacidad de atención de la forma prescrita —la meditación— y comprometiéndose o evitando ciertos comportamientos —la ética— obtendrá el resultado anhelado —sabiduría y bienestar psicológico—. Este espíritu empírico anima a los Budistas de una forma incomparable. Por esto, la metodología Budista, desprovista de banalidades religiosas, podría ser uno de nuestros mejores recursos para desarrollar un entendimiento científico de la subjetividad humana.

Doctrinas religiosas han balcanizado nuestro mundo en separadas comunidades morales, y estas divisiones han resultado ser una fuente continua de derramamientos de sangre. De hecho, la religión sigue siendo la misma fuente de violencia hoy en día que lo ha sido en el pasado. Conflictos recientes en Palestina —Judíos contra Musulmanes—, los Balcanes —Ortodoxos serbios contra Católicos croatas, Ortodoxos serbios contra Musulmanes bosnios y albanos—, Irlanda del Norte —Protestantes contra Católicos—, Cachemira —Musulmanes contra Hindúes—, Sudán —Musulmanes contra Cristianos y Animistas—, Nigeria —Musulmanes contra Cristianos—, Etiopía y Eritrea —Musulmanes contra Cristianos—, Sri Lanka —Budistas contra Hindúes—, Indonesia —Musulmanes contra Cristianos—, Iran e Irak —Chiítas contra Sunníes— y el Cáucaso —Ortodoxos rusos contra Musulmanes chechenos, Musulmanes azerbayanos contra armenios Católicos y Ortodoxos— son buenos ejemplos. Se trata de lugares en los que la religión es causa explícita de literalmente millones de muertes durante las pasadas décadas.

¿Por qué la religión es una fuente de violencia tan poderosa? No hay probablemente otra esfera de discurso donde los seres humanos articulen sus diferencias entre ellos de forma tan intensa, o interpreten dichas diferencias en forma de recompensas o castigos. La religión es un ámbito de discurso en el que el pensamiento nosotros/ellos tiene un significado trascendente. Si realmente crees que referirte a Dios utilizando el nombre correcto te supondrá la diferencia entre la felicidad eterna y el tormento, es hasta cierto punto razonable que estés dispuesto a tratar a los herejes y a los no-creyentes de una forma incorrecta. Así, las consecuencias de la diferencia religiosa llegan mucho más lejos que las nacidas del tribalismo, el racismo o la política.


La religión es también el único ámbito del discurso humano en el que la gente está sistemáticamente protegida de la obligación de mostrar evidencias en defensa de creencias mantenidas fuertemente. Aún así, estas creencias determinan por lo que vivir, por lo que morir y, en demasiadas ocasiones, por lo que matar.
Se trata de un problema por que, cuando la apuesta es elevada, el ser humano tiene la elección sencilla entre conversación y violencia. O, a nivel de sociedad, entre la conversación y la guerra. Nada como un anhelo fundamental de ser razonable y de que nuestras creencias sobre el mundo puedan ser revisadas utilizando nuevas evidencias y nuevos argumentos para garantizar que podamos seguir hablando los unos con los otros. La certidumbre sin evidencias de forma necesaria nos divide y nos deshumaniza.

Así que uno de los mayores desafíos de la civilización en este siglo veintiuno es que por fin los seres humanos aprendan a hablar sobre sus elecciones personales más profundas, sobre ética, sobre experiencia espiritual y sobre lo inevitable del sufrimiento humano, de una forma que no sea radicalmente irracional. Y nada se opone a este proyecto de una forma más poderosa que el respeto que le concedemos a la fe religiosa. Mientras que no hay garantías de que dos personas racionales estén siempre de acuerdo, sí las hay de que a dos personas irracionales les separen sus dogmas.

Me parece improbable que podamos superar las divisiones actuales simplemente multiplicando ocasiones para el diálogo entre creencias. El juego de la civilización no puede ser la mutua tolerancia entre irracionalidades patentes. Aunque todas las partes del discurso ecuménico y religioso estén de acuerdo en tratar con amabilidad los temas donde sus puntos de vista sobre el mundo irremediablemente colisionan, esos temas seguirán siendo por siempre fuentes de intolerancia entre sus correligionarios. La corrección política simplemente no garantiza una base duradera para la cooperación humana. Para que las guerras por religión nos resulten tan incomprensibles como ya nos resultan la esclavitud o el canibalismo, sólo hay que desprenderse del dogma religioso.

Lo que el mundo necesita en este momento son medios de convencer a los humanos de que el conjunto de las especies sobre el planeta son su comunidad moral. Para esto es necesaria una forma no sectaria de hablar sobre el conjunto de experiencias y aspiraciones humanas. Necesitamos un discurso sobre la ética y la espiritualidad que no se vea limitado por el dogma y los prejuicios culturales, tal y como el discurso científico lleva siglos siendo. Lo que necesitamos, de hecho, es una ciencia contemplativa, una aproximación moderna a la cuestión de buscar el alcance real del bienestar psicológico. Y no vamos a desarrollar dicha ciencia inventándonos un Budismo Americano, un Budismo Occidental, o un Budismo Comprometido.

Si la metodología Budista —preceptos éticos, meditación— nos descubre verdades sobre la mente y los fenómenos del mundo —verdades como el vacío, la autocontemplación y la impermanencia—, estas verdades no son patrimonio del Budismo. Sin duda, cualquier practicante mínimamente serio de la meditación se dará cuenta de esto, mientras que muchos Budistas no lo hacen. Consecuentemente, incluso si una persona es plenamente conocedora de las técnicas meditativas descritas en la literatura Budista, identificarle como un Budista sólo servirá para confundir a otros.

Hay una razón por la que no hablamos de física Cristiana o de álgebra Musulmana, a pesar de que los Cristianos inventaron la física que conocemos y los Musulmanes inventaron el álgebra. Hoy en día, cualquiera que le diese importancia al origen Cristiano de la física o a las raíces Musulmanas del álgebra inmediatamente sería considerado un ignorante sobre dichas disciplinas. De la misma forma, una vez que le demos una explicación científica a los fenómenos contemplativos, dicha explicación trascenderá cualquier asociación religiosa. Cuando esta revolución conceptual tenga lugar, hablar de meditación Budista será equivalente a no haber asimilado los cambios en nuestro entendimiento de la mente humana.

Aún no está definido claramente qué es ser humano, dado que cualquier faceta de nuestra cultura o incluso de nuestra biología sigue abierta a la innovación y a un nuevo entendimiento. No sabemos cómo seremos dentro de mil años —o simplemente si seremos, dado lo absurdamente letal de muchas de nuestras creencias— pero sean cuales sean los cambios que nos esperan, hay algo que probablemente no va a cambiar; la diferencia entre sufrimiento y felicidad va a seguir siendo lo más importante para nosotros. Querremos así entender todos los procesos —bioquímicos, éticos, políticos, económicos, espirituales, etc.— que suponen dicha diferencia. Estamos lejos de tener un entendimiento definitivo de dichos procesos, pero sí sabemos lo suficiente para desprendernos de muchos malentendidos decisivos. De hecho ya sabemos lo suficiente para afirmar que el Dios de Abraham no es sólo indigno de la inmensidad del Universo. Es incluso indigno del hombre.

Hay mucho aún por descubrir sobre la naturaleza de la mente humana. En particular falta mucho por aprender sobre cómo convertir un instrumento que sirve para la codicia, el odio y la desilusión en una fuente de sabiduría y compasión. Los estudiosos de Buda están en una mejor posición para este nuevo entendimiento. Pero la religión Budista se les opone.

Fuente: Artículo de Sam Harris publicado en Shambhala Sun (pdf), versión en español obtenida en: La media hostia.