viernes, 29 de febrero de 2008

Palestina-Israel

Reescribir la historia

por Noam Chomsky (*)

El principio fundamental es que "nosotros somos buenos" -"nosotros" entendido como el Estado al que uno sirve-, y lo que "nosotros" hacemos está dedicado a los principios más elevados, aunque se cometan errores en la práctica. En una ilustración típica, según la versión retrospectiva de la izquierda liberal extremista, la guerra de Vietnam comenzó con "esfuerzos fallidos por hacer el bien", pero ya en 1969 se había vuelto un "desastre" (Anthony Lewis): en 1969, después de que el mundo empresarial se había vuelto contra la guerra por ser muy costosa y 70 por ciento del público la consideraba "esencialmente mala e inmoral", no un "error"; en 1969, siete años después del comienzo del ataque de Kennedy contra Vietnam del Sur, dos años después de que el más respetado especialista e historiador militar de Vietnam, Bertrand Fall, advirtió que "Vietnam, como entidad cultural e histórica, está amenazada de extinción... (pues) el campo muere literalmente bajo los golpes de la mayor maquinaria militar jamás lanzada sobre un área de este tamaño"; en 1969, la época de algunas de las operaciones de terrorismo de Estado más despiadadas, de uno de los mayores crímenes del siglo XX, del cual las lanchas rápidas del sur profundo, ya devastado por los bombardeos de saturación, la guerra química y los asesinatos en masa, fueron la menor de las atrocidades cometidas. Pero la historia modificada prevalece. Expertos y serios panelistas evalúan las razones de la "obsesión estadunidense por Vietnam" durante las elecciones de 2004, cuando la guerra de Vietnam ni siquiera se mencionó: la de verdad, claro está, no la imagen reconstruida para la historia.

El principio fundamental tiene corolarios. El primero es que los clientes son en esencia buenos, aunque menos que "nosotros". En la medida en que se moldeen a las exigencias de Washington, aplican un "sano pragmatismo". Otro es que los enemigos son muy malos; hasta dónde lo son depende de la intensidad con que "nosotros" los estemos atacando o planeemos hacerlo. Su estatus puede cambiar con mucha rapidez, de conformidad con estos lineamientos. Por consiguiente el gobierno actual y sus mentores inmediatos apreciaban mucho a Saddam Hussein y lo ayudaban cuando nada más gaseaba kurdos, torturaba disidentes y aplastaba una rebelión chiíta que pudo haberlo derrocado en 1991, por su contribución a la "estabilidad" -palabra en clave con que nos referimos a "nuestra" dominación- y su utilidad a los exportadores estadunidenses, según se declaraba con franqueza. Pero esos mismos crímenes se volvieron la prueba de su maldad absoluta cuando llegó el momento apropiado para que "nosotros", portando con orgullo el estandarte de Dios, invadiéramos Irak e instaláramos lo que será llamado "democracia" si obedece órdenes y contribuye a la "estabilidad".

Los principios son simples, y fáciles de recordar para hacer carrera en círculos respetables. La notable consistencia en su aplicación se ha documentado con amplitud. Lo anterior es de esperarse en estados totalitarios y dictaduras militares, pero es un fenómeno mucho más instructivo en sociedades libres, donde uno no puede con seriedad alegar el miedo como circunstancia atenuante.

La muerte de Arafat ofrece otro de una inmensa lista de estudios de caso. Me limitaré al New York Times (NYT), el periódico más importante del mundo, y al Boston Globe, que tal vez más que otros es el periódico local de la elite educada liberal.

El artículo de opinión de la primera plana del NYT (12 de noviembre) comienza presentando a Arafat como "a un tiempo el símbolo de la esperanza palestina de un

Estado independiente viable y el principal obstáculo a su realización". Explica en seguida que jamás fue capaz de alcanzar las alturas del presidente egipcio Anuar Sadat, quien "recuperó el Sinaí mediante un tratado de paz con Israel" porque tuvo la capacidad de "apelar a los israelíes y referirse a sus temores y esperanzas" (cita de Shlomo Avineri, filósofo israelí y ex funcionario del gobierno, en la nota de seguimiento del 13 de noviembre).

Uno puede pensar en obstáculos más graves a la realización de un Estado palestino, pero están excluidos de los principios rectores, como lo está la verdad sobre Sadat, que por lo menos Avineri sin duda conoce.

Recordemos algunos por nuestra cuenta. Desde que el tema de los derechos nacionales palestinos a un Estado formal llegaron a la agenda de la diplomacia, a mediados del decenio de 1970, "el primer obstáculo a su realización" ha sido, de manera inequívoca, el gobierno estadunidense, y el NYT tiene buenos merecimientos para reclamar el segundo lugar de la lista. Eso ha sido evidente desde enero de 1976, cuando Siria presentó una resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU en que se pedía una solución de dos estados. La propuesta incorporaba la redacción crucial de la resolución 242 del organismo mundial, que según consenso es el documento básico. Concedía a Israel los derechos de cualquier Estado en el sistema internacional, al lado de un Estado palestino en los territorios conquistados por Tel Aviv en 1967. La resolución, que contaba con el respaldo de los principales estados árabes, fue vetada por Washington.

La OLP condenó "la tiranía del veto". Hubo algunas abstenciones por minucias técnicas. En ese tiempo un acuerdo de dos estados en esos términos había obtenido amplio respaldo internacional, bloqueado sólo por Estados Unidos (y rechazado por Israel).

Así continuaron las cosas, no sólo en el Consejo de Seguridad, sino también en la Asamblea General, que aprobó resoluciones similares, por lo regular con votaciones por el estilo de 150-2 (a veces Estados Unidos escogía algún estado cliente). Washington bloqueó también iniciativas similares de estados europeos y árabes.

Entre tanto, el NYT rehusó -ésa es la palabra exacta- publicar el hecho de que durante el decenio de 1980 Arafat convocaba a negociaciones que Israel rechazaba. La principal corriente periodística israelí encabezaba sus notas con el rechazo de Shimon Peres a los llamados de Arafat a negociaciones directas, sobre la base de su doctrina de que la OLP de Arafat "no puede ser parte en las negociaciones". Y poco después el corresponsal del NYT en Jerusalén, Thomas Friedman, ganador del Premio Pulitzer, quien sin duda podía leer la prensa en hebreo, escribía artículos en los que lamentaba la intranquilidad de las fuerzas policiales israelíes por "la ausencia de cualquier parte negociadora", en tanto Peres deploraba la falta de "un movimiento de paz entre el pueblo árabe (como el) que tenemos entre los judíos", y explicaba de nuevo que la OLP no participaría en las negociaciones "en tanto permanezca como organización de pistoleros y se niegue a negociar". Todo esto luego de una oferta más de Arafat para negociar sobre la cual el NYT rehusó informar, y casi tres años después del rechazo del gobierno israelí a la oferta de Arafat de una negociación que condujera a un reconocimiento mutuo. A Peres, entre tanto, se le describe como adscrito al "sano pragmatismo", por virtud de los principios rectores.

Las cosas cambiaron en realidad en el decenio de 1990, cuando el gobierno de Clinton declaró "obsoletas y anacrónicas" todas las resoluciones de la ONU y elaboró su propia política de rechazo. Washington sigue solo en su bloqueo a un acuerdo diplomático. Un importante ejemplo reciente fue la presentación de los acuerdos de Ginebra en diciembre de 2002, apoyados por el usual consenso internacional, con la excepción de costumbre: "De manera conspicua, Estados Unidos no estaba entre los gobiernos que enviaron un mensaje de respaldo", informó el NYT en una crónica desdeñosa (2 de diciembre, 2002).

Se trata sólo de un pequeño fragmento de un historial diplomático que es tan consistente, y tan dramáticamente claro, que es imposible dejar de notarlo, a menos que uno se aferre a la historia creada por quienes son dueños de ella.

Vayamos a un segundo ejemplo: la apelación de Anuar Sadat a los israelíes, con la cual ganó el Sinaí en 1979, era una lección para el malvado Arafat. Recurriendo a una inaceptable interpretación de la historia, Sadat ofreció en febrero de 1971 un tratado integral de paz a Israel, de conformidad con la política oficial estadunidense de entonces -en especial el retiro de Israel del Sinaí-, sin apenas un gesto dirigido a los derechos palestinos. Jordania vino después con ofertas similares. Israel reconoció que podía tener paz total, pero el gobierno laborista de Golda Meir optó por rechazar las ofertas en aras de la expansión, en principio hacia el noreste del Sinaí, donde Israel empujaba a miles de beduinos hacia el desierto y destruía sus pueblos, mezquitas, cementerios y hogares con el fin de fundar la ciudad totalmente judía de Yamit.

La pregunta crucial, como siempre, era cómo reaccionaría Estados Unidos. Kissinger se impuso en un debate interno y Washington adoptó su política de "estancamiento": cero negociaciones, sólo fuerza. Continuó rechazando -o, lo que es más preciso, ignorando- los esfuerzos de Sadat por llevar adelante un curso diplomático, y respaldando la política de rechazo y expansión de Israel. Esa postura condujo a la guerra de 1973, en la que hubo una apretada victoria para Israel, y tal vez para el mundo: Estados Unidos lanzó una alerta nuclear.

Para entonces hasta Kissinger entendía que no se podía tratar a Egipto como desahuciado, y comenzó su "diplomacia de transbordador", que condujo a las reuniones de Campo David, en las cuales Israel y Estados Unidos aceptaron la oferta de Sadat de 1971, pero ahora en términos mucho más severos, desde el punto de vista estadunidense-israelí. Para entonces el consenso internacional había venido a reconocer los derechos nacionales palestinos y, en consecuencia, Sadat llamó a fundar un Estado palestino, anatema para Estados Unidos e Israel.

En la historia oficial ajustada por sus propietarios, y repetida por los artículos de opinión en los medios, estos sucesos son un "triunfo diplomático" de Estados Unidos y una prueba de que, si tan sólo los árabes fueran capaces de unirse a "nosotros" en preferir la paz y la diplomacia, podrían lograr sus metas.

En la historia real, el triunfo fue una catástrofe, y los hechos demostraron que Estados Unidos sólo estaba dispuesto a acceder a la violencia. El rechazo estadunidense de la diplomacia condujo a una guerra terrible y sumamente peligrosa y a muchos años de sufrimiento, cuyos amargos efectos persisten hasta hoy.

En sus memorias, el general Shlomo Gazit, comandante militar de los territorios ocupados de 1967 a 1974, observa que al negarse a considerar propuestas presentadas por el ejército y la inteligencia para instaurar alguna forma de autogobierno en los territorios, o incluso limitada actividad política, y al insistir en "sustanciales cambios fronterizos", el gobierno laborista apoyado por Washington carga con una significativa responsabilidad por el posterior surgimiento del movimiento fanático de colonización Gush Emunim, y por la resistencia palestina que se desarrolló muchos años después en la primera intifada, después de años de brutalidad y terrorismo de Estado, y el constante despojo de valiosas tierras y recursos palestinos.

El extenso obituario de Arafat que escribe la especialista del Times en Medio Oriente, Judith Miller (11 de noviembre), sigue el mismo tenor del artículo de primera plana. Según su versión, "hasta 1988 (Arafat) rechazó en repetidas ocasiones reconocer a Israel, insistiendo en la lucha armada y las campañas de terror. Optó por la diplomacia sólo después de su respaldo al presidente Saddam Hussein durante la guerra del golfo Pérsico de 1991". Miller presenta una versión precisa de la historia oficial. En la historia real Arafat ofreció en repetidas ocasiones negociaciones conducentes al reconocimiento mutuo, en tanto Israel -en particular los mansos "pragmáticos"- rehusó de plano, con el respaldo de Washington. En 1989, la coalición gobernante israelí (Shamir-Peres) se aseguró el consenso político sobre su plan de paz. El primer principio era que no podía haber "un Estado palestino adicional" entre Jordania e Israel, puesto que Palestina ya era "un Estado palestino". El segundo era que el destino de los territorios se fijaría "de acuerdo con los lineamientos básicos del gobierno (israelí)". El plan fue aceptado sin calificación por Estados Unidos, y se convirtió en el "plan Baker" (diciembre de 1989). Totalmente al contrario de lo relatado por Miller y de la historia oficial, sólo después de la guerra del Golfo Washington estuvo dispuesto a considerar negociaciones, reconociendo que estaba ahora en posición de imponer su solución en forma unilateral.

Estados Unidos convocó a la conferencia de Madrid (con participación de Rusia como hoja de parra). En efecto, ésta condujo a negociaciones con una auténtica delegación palestina, encabezada por Haidar Abdul Shafi, honesto nacionalista que es probablemente el líder más respetado en los territorios ocupados. Pero las pláticas se estancaron porque Abdul Shafi rechazó la insistencia israelí, apoyada por Washington, en continuar adosándose partes valiosas de los territorios con programas de asentamiento e infraestructura, todos ilegales, según reconoció incluso la justicia estadunidense, única disidente en el reciente veredicto de la Corte Mundial que condenó el muro con que Tel Aviv ha dividido Cisjordania. Los "palestinos de Túnez", encabezados por Arafat, soslayaron a los negociadores palestinos y realizaron un trato separado, los "acuerdos de Oslo", celebrado con grandes fanfarrias en la Casa Blanca en septiembre de 2003.

Desde el principio fue evidente que se trataba de una rendición. La sola Declaración de Principios señalaba que el resultado final tendría que basarse exclusivamente en la resolución 242 de la ONU (1967), excluyendo el tema central de la diplomacia desde mediados del decenio de 1970: los derechos nacionales palestinos y un acuerdo de dos estados. La 242 define el resultado final porque nada dice de los derechos palestinos, excluye las resoluciones de la ONU que reconocen los derechos de los palestinos junto con los de Israel, de acuerdo con el consenso internacional que ha sido bloqueado por Estados Unidos desde que tomó forma, a mediados del decenio de 1970. La redacción de los acuerdos dejaba en claro que había un mandato para continuar los programas de asentamientos israelíes, cosa que los gobernantes de Tel Aviv (Yitzhak Rabin y Shimon Peres) no se afanaron en ocultar. Por esa razón, Abdul Shafi se negó incluso a asistir a las ceremonias.

El papel de Arafat sería servir de policía de Israel en los territorios, como Rabin dejó en claro. Mientras cumpliese esa tarea, sería un "pragmático" a quien Estados Unidos e Israel apoyarían sin prestar atención a la corrupción, la violencia y la represión. Sólo después de que ya no pudo mantener bajo control a la población, mientras Israel se adueñaba de más y más de sus tierras y recursos, se volvió un archivillano que obstruía el camino hacia la paz: la acostumbrada transición.

Así continuaron las cosas durante el decenio de 1990. En 1998 los objetivos de las palomas israelíes fueron explicados en un estudio académico de Shlomo ben-Ami, quien pronto llegaría a ser el principal negociador de Barak en Campo David: el "proceso de paz de Oslo" conduciría a una "permanente dependencia neocolonial" de los territorios ocupados, con alguna forma de autonomía local.

Entre tanto, la colonización e integración de los territorios siguió adelante con firmeza, con pleno apoyo estadunidense. Alcanzó su punto más alto en el año final del gobierno de Clinton (y de Barak) y minó así las esperanzas de un arreglo diplomático.

Volviendo a Miller, ella se apega a la versión oficial de que "en noviembre de 1998, después de considerable presión estadunidense, la OLP aceptó la resolución de Naciones Unidas que demandaba el reconocimiento de Israel y la renuncia al terrorismo". La historia verdadera es que hacia noviembre de 1988 Washington era objeto de escarnio internacional por su negativa a "ver" que Arafat demandaba un acuerdo diplomático. El gobierno de Reagan accedió de mala gana a reconocer verdad tan obvia, y tuvo que recurrir a otros medios para obstruir la democracia. Entró en negociaciones de bajo nivel con la OLP, pero, como aseguró el primer ministro Rabin a la organización Paz Ahora en 1989, eran insignificantes, y tenían el único fin de dar más tiempo a Israel para ejercer "dura presión militar y económica", así que "al final se romperán" y se tendrían que aceptar los términos israelíes.

Miller prosigue la narración en la misma vena, la cual conduce a la denuncia típica: en Campo David, Arafat "se retiró" de la magnánima oferta de paz de Clinton-Barak, e incluso después se negó a secundar a Barak en aceptar los "parámetros" fijados por Clinton en diciembre de 2000, lo cual es prueba concluyente de que insiste en la violencia, deprimente noticia a la cual los estados amantes de la paz, Estados Unidos e Israel, deben hacer frente de algún modo.

Volviendo a la historia real, las propuestas de Campo David dividían Cisjordania en cantones virtualmente separados, y de ninguna forma podían ser aceptadas por ningún líder palestino. Eso era evidente con sólo mirar los mapas que se podían encontrar con facilidad, pero no en el NYT ni al parecer en ningún lugar de la corriente periodística dominante, tal vez por esa razón.

Luego del colapso de esas negociaciones, Clinton reconoció que las reservas de Arafat eran sensatas, según demostraron los famosos "parámetros", los cuales, aunque vagos, se acercaban mucho más a un posible acuerdo, lo cual iba contra la historia oficial, pero se trataba de lógica simple, y ésta es inaceptable como historia. Clinton dio su propia versión de los "parámetros" en una conferencia ante el Foro de Política Israelí realizado el 7 de enero de 2001: "Tanto el primer ministro Barak como el presidente Arafat han aceptado ahora estos parámetros como base de esfuerzos posteriores. Los dos han expresado algunas reservas".

Uno puede aprender esto de fuentes tan oscuras como la prestigiada revista internacional Security (otoño de 2003), publicada por Harvard y el MIT, junto con la conclusión de que "el recuento palestino de las pláticas de paz de 2000-01 es significativamente más preciso que el israelí", es decir, el de Estados Unidos y el NYT.

Después de eso, las negociaciones palestino-israelíes de alto nivel procedieron a considerar los parámetros de Clinton como "la base para esfuerzos posteriores", y

dejaron sus "reservas" para reuniones que se realizaron en Taba en enero siguiente. Dichas pláticas produjeron un acuerdo tentativo, que atendía algunas de las preocupaciones palestinas, lo cual una vez más contrarió la historia oficial.

Persistieron problemas, pero los acuerdos de Taba avanzaron mucho más hacia un posible acuerdo que cualquier cosa que las haya precedido. Las negociaciones fueron suspendidas por Barak, así que su posible resultado se ignora. Un informe detallado del enviado estadunidense Miguel Moratinos fue aceptado como preciso por ambas partes, y se le dio amplia difusión en Israel. Pero dudo que alguna vez haya sido mencionado aquí por la prensa dominante.

La versión de estos sucesos que da Miller en el NYT se basa en un libro muy elogiado de Dennis Ross, enviado de Clinton a Medio Oriente y negociador. Como todo periodista debería saber, cualquier fuente semejante es sumamente sospechosa, aunque sea por sus orígenes. E incluso una lectura por encima bastaría para demostrar que el relato de Ross es del todo indigno de confianza. Sus 800 páginas constan sobre todo de adulación hacia Clinton (y a sus propios esfuerzos), basadas en casi ningún dato verificable, más bien en "citas" de lo que asegura haber dicho y oído de los participantes, identificados por nombre de pila si son "buenos chicos". Apenas si se encuentra una palabra sobre lo que todo el tiempo había sido el meollo de la cuestión, de hecho desde 1971: los programas de asentamientos y desarrollo de infraestructura que se llevaban a cabo en los territorios ocupados, confiando en el apoyo económico, militar y diplomático de Estados Unidos, con el rápido agregado de Clinton.

Ross resolvió para sí el problema de Taba de manera muy simple: acabando su libro en el momento en que iban a comenzar las pláticas (lo cual le permite omitir la evaluación de Clinton, que fue citada con fidelidad unos días después). Así pudo evitar la probabilidad de que sus conclusiones primarias fueran refutadas al instante.

A Abdul Shafi se le menciona una vez, como de paso, en el libro de Ross. Naturalmente, pasa por alto la percepción de su amigo Shlomo ben-Ami sobre el proceso de Oslo, así como todos los elementos significativos de los acuerdos provisionales y de Campo David. No hay referencia a la negativa terminante de sus héroes, Rabin y Peres -más bien, "Yitzhak" y "Shimon"- a considerar siquiera un Estado palestino. De hecho, la primera alusión a esa posibilidad en Israel aparece durante el gobierno del "chico malo", el ultraderechista Benjamin Netanyahu. Su ministro de Información, al preguntársele sobre un Estado palestino, respondió que los palestinos podían llamar "Estado" a los cantones que les dejaron si así lo deseaban, o cualquier otro nombre que se les ocurriera, como "pollo frito".

Esto es sólo para empezar. El punto de vista de Ross es tan carente de apoyo independiente y tan radicalmente selectivo, que uno tiene que tragarse con un pesado grano de sal todo lo que afirma, desde los detalles específicos que con tanta meticulosidad consigna a la letra (tal vez con una grabadora oculta) hasta las conclusiones muy generales presentadas en forma muy doctoral, pero sin evidencia creíble.

Es de interés señalar que ésta es una reseña hecha como si ese libro fuera un recuento autorizado. En general, el libro vale casi nada, excepto para dar las percepciones de uno de los lados. Es difícil imaginar que un periodista no se dé cuenta de eso.

No carece de valor, en cambio, cierta evidencia crucial que escapa a la percepción. Por ejemplo, la evaluación de la inteligencia israelí durante esos años: entre ellos Amos Malka, cabeza de la inteligencia militar; el general Ami Ayalon, que dirigió los Servicios de Seguridad General (Shin Bet); Matti Steinberg, consejero especial del director del Shin Bet sobre asuntos palestinos, y el coronel Ephraim Lavie, responsable oficial de la división de investigación en la arena palestina. Según la forma en que Malka presenta el consenso, "la presunción era que Arafat prefiere un proceso diplomático, que hará todo lo que pueda para llevarlo a término, y que sólo si llega a un callejón sin salida adoptará un camino de violencia. Pero esta violencia estaría dirigida a sacarlo del callejón, movilizar presión internacional y ganar ese kilómetro extra".

Malka asegura también que estas evaluaciones de alto nivel fueron falsificadas en la forma en que se transmitieron a la dirigencia política y a otros interesados. Los reporteros estadunidenses podrían descubrirlas sin problemas en fuentes de fácil acceso, en inglés.

De poco sirve continuar con la versión de Miller o la de Ross. Acudamos al Boston Globe, en el extremo liberal. Sus editores (12 de noviembre) se adhieren al mismo principio fundamental del NYT (tal vez casi universal, sería interesante buscar excepciones). Estos editores sí reconocen que el fracaso en lograr el Estado palestino "no puede atribuirse sólo a Arafat. Los dirigentes israelíes... tuvieron su parte..." Impensable mencionar el papel decisivo de Estados Unidos.

El Globe también presentó un artículo de opinión en primera plana el 11 de noviembre. En su primer párrafo nos enteramos de que Arafat era "uno de un grupo icónico de carismáticos líderes autoritarios -desde Mao Zedong en China hasta Fidel Castro en Cuba o Saddam Hussein en Irak-, surgidos de los movimientos anticoloniales que se extendieron por el globo después de la Segunda Guerra Mundial".

Esta afirmación es interesante desde varios puntos de vista. El vínculo revela, una vez más, el obligatorio odio visceral hacia Castro. Ha habido pretextos cambiantes conforme varían las circunstancias, pero no información para cuestionar las conclusiones de la inteligencia estadunidense en los primeros días de los ataques terroristas y la guerra económica de Washington contra Cuba: el problema básico es su "exitoso desafío" a las políticas estadunidenses, que se remontan a la doctrina Monroe.

Sin embargo, existe un elemento de verdad en el retrato de Arafat que ofrece el artículo del Globe, como podría haberlo en una nota de primera plana durante las imperiales ceremonias fúnebres del semidivino Reagan, que lo describiera como uno de un grupo icónico de asesinos en masa -de Hitler a Idi Amin o Peres-, que mataban con displicencia y con el fuerte apoyo de los medios y los intelectuales. Los que no entiendan la analogía tendrán que aprender algo de historia.

Continuando con el informe del Globe, al hacer un recuento de los crímenes de Arafat, nos dice que ganó control del sur de Líbano y "lo utilizó para lanzar una corriente de ataques contra Israel, el cual respondió invadiendo Líbano (en junio de 1982). El propósito declarado de Tel Aviv era sacar a los palestinos de la zona fronteriza, pero, bajo el mando del entonces general y ministro de la Defensa Sharon, sus fuerzas prosiguieron hasta Beirut, donde permitió a los aliados milicianos cristianos perpetrar una notoria masacre de palestinos en el campo de refugiados de Sabra y Chatilla y enviar a Arafat y a la dirigencia palestina al exilio en Túnez.

Volviendo a la historia inaceptable, durante el año previo a la invasión israelí la OLP se adhirió a un acuerdo de paz promovido por Washington, mientras Israel lanzaba muchos ataques asesinos en el sur de Líbano, en un esfuerzo por provocar alguna reacción palestina que pudiera servir de pretexto para la invasión planeada. Cuando ninguna se materializó, inventaron un pretexto e invadieron, matando quizá a 20 mil palestinos y libaneses, gracias a los vetos de Washington a las resoluciones del Consejo de Seguridad que llamaban al cese del fuego y la retirada. La masacre de Sabra y Chatilla fue una nota al pie de página. El objetivo que con toda claridad expresaban los más altos funcionarios políticos y militares, y los académicos y analistas israelíes, era poner fin a las iniciativas cada vez más irritantes de Arafat para un acuerdo diplomático y asegurar el control de Tel Aviv sobre los territorios ocupados.

En todo el comentario sobre la muerte de Arafat aparecen similares distorsiones de hechos bien documentados, y han sido tan convencionales durante muchos años en los medios estadunidenses, que apenas se puede culpar a los reporteros por repetirlas, auque bastaría una mínima investigación para revelar la verdad.

También son instructivos ciertos elementos menores de los comentarios. Así, el artículo del Times nos dice que los probables sucesores de Arafat -los "moderados" preferidos por Washington- tienen algunos problemas: carecen de "credibilidad en la calle", frase convencional para describir la opinión pública en el mundo árabe, como cuando se nos informa de la "calle árabe". Si una figura política occidental tiene poco apoyo público, no decimos que le falta "credibilidad en la calle", y no hay reportes sobre la "calle" británica o estadunidense. La frase se reserva para las órdenes menores, irreflexivamente: no son personas, sino criaturas que habitan las "calles". Podemos agregar también que el líder político más popular en la "calle palestina", Marwan Barghouti, fue prudentemente encerrado por Israel, en forma permanente. Y que George Bush demostró su pasión por la democracia al secundar a su amigo Sharon -el "hombre de paz"- en llevar a la virtual prisión al único líder democráticamente electo del mundo árabe mientras respaldaba a Mahmoud Abbas, quien, según reconocía Washington, "carece de credibilidad en la calle". Todo esto podría decirnos algo sobre lo que la prensa liberal llama la "visión mesiánica" de Bush de llevar la democracia a Medio Oriente, si tan sólo los hechos y la lógica tuvieran alguna importancia.

El NYT publicó un artículo importante sobre la muerte de Arafat, escrito por el historiador Benny Morris. El ensayo merece estrecho análisis, pero aquí lo dejaré de lado, para conservar sólo su primer comentario, que captura el tono: Arafat, dice Morris, es un engañador que hablaba de paz y de poner fin a la ocupación, pero en realidad quería "redimir Palestina". Esto demuestra la irremediable naturaleza salvaje de Arafat.

En tal afirmación Morris revela su desprecio no sólo por Arafat (que es tan profundo), sino también por los lectores del NYT. En apariencia supone que no se darán cuenta de que toma de la ideología sionista esa frase terrible. El principio esencial de ésta durante más de un siglo ha sido "redimir la Tierra", principio que está detrás de lo que Morris reconoce como el concepto central del movimiento sionista: "transferir" a la población indígena, es decir, expulsarla, a fin de "redimir la Tierra" para sus verdaderos dueños. No parece haber necesidad de expresar las conclusiones.

Morris es identificado como académico israelí, autor del reciente libro The Birth of the Palestinian Refugee Problem Revisited (Nueva ojeada al nacimiento del problema de los refugiados palestinos). Es cierto. También ha realizado el trabajo más extenso en los archivos israelíes, mostrando con considerable detalle el salvajismo de las operaciones israelíes de 1948-49, que condujeron a la "transferencia" de la vasta mayoría de la población de lo que llegó a ser Israel, incluida la porción del Estado palestino designado por la ONU que Israel arrebató, dividiéndola más o menos en partes iguales con su socio jordano.

Morris critica las atrocidades y la "limpieza étnica" (en términos más precisos, "purificación étnica")... porque no fue lo bastante lejos. El gran error de Ben-Gurion, siente Morris, tal vez "fatal", fue no haber "limpiado el país entero: toda la Tierra de Israel, hasta el río Jordán".

En justicia hacia Israel, la postura de Morris en la materia ha sido severamente condenada. En Israel. En Estados Unidos, en cambio, es la elección apropiada para elaborar el comentario principal sobre su odiado enemigo.

(*) Avram Noam Chomsky (nacido el 7 de diciembre de 1928 en Filadelfia, Estados Unidos) es un profesor judío emérito de Lingüística en el MIT y una de las figuras más destacadas de la lingüística del siglo XX. Creó la gramática generativa, disciplina que situó la sintaxis en el centro de la investigación lingüística y con la que cambió por completo la perspectiva, los programas y métodos de investigación en el estudio del lenguaje, actividad que elevó definitivamente a la categoría de ciencia moderna. Su lingüística es una teoría de la adquisición individual del lenguaje y una explicación de las estructuras y principios más profundos del lenguaje. Postuló el innatismo y la autonomía de la gramática (sobre los otros sistemas cognitivos), así como la existencia de un «órgano del lenguaje» y de una gramática universal. Se opuso con dureza al empirismo filosófico y científico y al funcionalismo, en favor del racionalismo cartesiano. Todas estas ideas chocaban frontalmente con las sostenidas tradicionalmente por las ciencias humanas, lo que concitó adhesiones y críticas apasionadas, que le embarcaron en numerosas controversias, sin parangón en la historia científica de los últimos tiempos, lo que le ha acabado convirtiendo en uno de los autores más citados y también más respetados.

También es fundamental su contribución al establecimiento del ámbito de las ciencias cognitivas a partir de su, para algunos, crítica demoledora del conductismo de Skinner y de las gramáticas de estados finitos, que puso en tela de juicio el método basado en el comportamiento del estudio de la mente y el lenguaje que dominaba en los años cincuenta. Su enfoque naturalista en el estudio del lenguaje también ha influenciado la filosofía del lenguaje y de la mente (ver a Harman y a Fodor). También se le considera creador de la jerarquía de Chomsky, una clasificación de lenguajes formales de gran importancia en teoría de la computación.

Paradójicamente, pese a su enorme contribución a la ciencia del siglo XX, fuera del ámbito académico es mucho más conocido por su activismo político y sus duras críticas a la política exterior de EE.UU. y de otros países, como el Estado de Israel. Chomsky, que desvincula completamente su actividad científica de su activismo político, se describe a sí mismo como socialista libertario y simpatizante del anarcosindicalismo (es miembro del sindicato IWW). Es considerado una figura muy influyente de la izquierda radical estadounidense, especialmente en Europa, donde sus conferencias, artículos y ensayos políticos se reimprimen constantemente.

Fuente en inglés: http://www.rodelu.net/chomsky/chomsky63.html
Fuente en castellano: http://aithne.net Traducción: Jorge Anaya

La tiranía de la televisión

La tiranía de la televisión. Connivencia entre los medios de comunicación y el poder.

por Ignacio Ramonet (*)

Muchas gracias. Buenas tardes. En primer lugar, quiero disculparme por el retraso. Como saben, es debido a que se ha retrasado el vuelo y después hemos encontrado atascos en el camino de Barcelona a Sabadell. En segundo lugar, quiero agradecerle a la Lliga dels Drets dels Pobles y al Ayuntamiento de Sabadell de haber tenido la amabilidad de invitarme a participar en este de reflexiones. Tercero, decir que para mí es un placer regresar a Sabadell porque entre los libros que ha citado la presidenta hay uno de ellos que, en realidad, es un seminario que hice en esta ciudad durante toda una semana. El compendio de todas estas conferencias dio lugar a este libro que es el único mío publicado en catalán.

Hoy en día es indispensable y necesario –y se ha vuelto una exigencia casi social- el hecho de interrogarse sobre la articulación entre información, comunicación y poder. ¿En qué medida es posible una articulación? ¿Cómo funcionan estos dos conceptos, la información y el poder? ¿Cómo están articulados hoy? Sobre todo cuando decimos hoy, estamos hablando de un período que se caracteriza esencialmente por lo que llamamos globalización liberal. La globalización es la característica dominante de nuestro tiempo, como en otras épocas hubo fenómenos históricos importantes. Entre 1939 y 1945 lo más importante del mundo fue la II Guerra Mundial (de la cual este año se celebra el 60 aniversario de su final). Actualmente, lo más importante es la globalización liberal.

En el marco de esta globalización, ¿qué papel juega la información y, más ampliamente, la comunicación, en el seno de la cual interviene este medio del cual hablamos hoy –la televisión-, pero que hoy día ya está dejando de ser el medio dominante en la medida en que habría que articularlo con internet? No cabe duda de que, hoy en día, hay una serie de indicios que nos muestran que, en las sociedades democráticas, los medios de comunicación no están funcionando. Y no están funcionando hasta tal punto que la sociedad, los países democráticos están reclamando que funcionen mejor.

Algunos teóricos indican que, en la actualidad, uno de los problemas principales que tiene la democracia es el mal funcionamiento de los medios de comunicación y de información. Durante mucho tiempo se pensó que los medios eran una forma de hacer avanzar la democracia. Se pensó que los medios de comunicación (la prensa escrita, la radio, la televisión) permitían precisamente una expresión de lo que podríamos calificar de característica principal de la democracia, que es la libertad de expresión (o la libertad de opinión). Esta libertad, cuanto más se expresaba en los medios de comunicación, más significaba que estábamos en un sistema que admitía esa libertad sin trabas. Nos estamos dando cuenta ahora que el mal funcionamiento de los medios indica que algo no funciona en la democracia. Es decir, primero porque se plantea una cuestión sencilla que es ¿a quien pertenecen los medios? Después plantea otras: ¿tienen los dueños de los medios los mismos intereses que los ciudadanos de una sociedad democrática? ¿O tienen unos intereses particulares? Cuando los medios que pertenecen a tales dueños defienden tal o cual valor, tal o cual idea, ¿será ello beneficioso para el conjunto de la sociedad o para los dueños de los medios?

En estos últimos tiempos se han producido una serie de disfunciones mediáticas que indican que los medios son, hoy por hoy, “el problema” de la democracia. También tiene otros problemas como la persistencia de las desigualdades que, evidentemente, constituye la prueba de que no todo el mundo es igual y de que no todos los votos son los mismos y de que hay demasiados excluidos en nuestras sociedades. Los medios, como institución, han defraudado y están defraudando a los ciudadanos y tienen un comportamiento que no corresponde a lo que son y sienten los ciudadanos y a los propios intereses de los ciudadanos.

Podemos tomar, por ejemplo, lo que ocurrido en Estados Unidos en vísperas de la guerra de Irak. Esta guerra se decide porque el gobierno de Estados Unidos, apoyándose en una serie de informes, algunos de ellos procurados por servicios de inteligencia europeos (mayormente británicos, pero no sólo ellos, también italianos), afirma que el régimen de Saddam Hussein posee armas de destrucción masiva. Era una afirmación que, en principio, tenía la fuerza de intimidación de ser expresada por el presidente de los EUA, por el vicepresidente (Dick Cheney) y por el ministro de Defensa (Donald Rumsfeld). La opinión pública internacional podía partir del principio que semejantes autoridades a escala internacional no podían avanzar una idea falsa, que algo de verdad habría en esto. Recuerden cuál era la tesis principal para argumentar la necesidad de hacer esa guerra. Decían que el régimen de Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva (químicas, biológicas) y que estaba a punto de dotarse de armas nucleares y, por consiguiente, constituía un peligro no sólo para la región sino para la seguridad de los Estados Unidos. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, ese Estado podía poner esas armas de destrucción masiva en manos de algunos grupos capaces de golpear a Estados Unidos.

El segundo argumento para hacer la guerra es que estaba establecido que había una relación entre el régimen de Saddam Hussein y los autores del atentado del 11 de septiembre. Decían que, en definitiva, Saddam Hussein era el autor indirecto de los atentados en razón de sus relaciones con la organización Al-Qaeda.

Cuando el gobierno de los EUA afirma eso, ¿cuál es el comportamiento de los medios de comunicación? ¿Cuál es el comportamiento de la prensa seria norteamericana, de la televisión y de las emisiones más serias de la CBS como Sixty minutes, que tienen una credibilidad importante? Esos medios de comunicación ¿se interrogan sobre esas afirmaciones, investigan sobre la realidad de esas informaciones? Periódicos tan serios y con fama mundial como el New York Times o el Washington Post (en particular el Washington Post había sacado a la luz el Watergate y podíamos como ciudadanos serios y críticos hacerle confianza), no sólo confirmaron lo que decía el gobierno de los Estados Unidos sino que publicaron una serie de artículos confirmando que los argumentos y afirmaciones del gobierno eran más que ciertos.

Pero hoy sabemos que esas armas nunca existieron. Hoy sabemos que nunca hubo relaciones entre el régimen de Saddam Hussein y Al-Qaeda. Hoy sabemos que esa guerra se hizo en nombre de argumentos falsos que convencieron a la opinión pública norteamericana porque todos los medios lo repitieron. Y en el momento de empezar la guerra, el 20 de marzo de 2003, entre el 65 y el 70 por ciento de la opinión pública norteamericana apoya a su gobierno en su decisión de invadir aunque no tenga la autorización de Naciones Unidas, aunque decida llevar a cabo una aventura militar fuera de la legalidad internacional. Esta adhesión de la opinión pública es consecuencia del apoyo de los medios de comunicación y esos medios de comunicación se equivocaron masivamente. Los medios de comunicación no jugaron el papel que nosotros tenemos el derecho de esperar: que nos digan la verdad, que nos den elementos que nos permitan juzgar. ¿Lo que dice el gobierno es cierto o es falso? Nosotros tenemos que confiar en los medios de comunicación para recoger elementos que nos permitan juzgar. Si los propios medios de comunicación se alinean con una posición que se va a revelar errónea por parte de este gobierno, evidentemente no tenemos elementos de juicio.

Eso sin tener en cuenta lo que sucedió después, al iniciarse la guerra, como el asunto de la soldado Lynch, como todas las mentiras que se ha ido diciendo sobre lo que está sucediendo allí.

Podríamos poner otro ejemplo de fracaso, de desastre mediático. Este es uno de los más que se han producido en los últimos años, pero podríamos hablar del 11 de marzo aquí en España, donde vemos como un presidente del gobierno llama directamente a los responsables de los principales medios para afirmar que él sabe quien ha cometido este atentado y para que estos medios reproduzcan quien ha cometido este atentado en la versión del presidente del gobierno. Cuando su propio ministro del interior –en los medios dominantes- está también dando una versión que se va a revelar falsa de esos atentados. Unos atentados que traumatizan a la sociedad española, de la misma manera que los atentados del 11 de septiembre traumatizaron a la sociedad norteamericana. Vemos que pocos medios consiguen resistirse a este tipo de manipulación. Pocos medios serios resisten al argumento de autoridad de que el presidente del gobierno diga, según él, quién es el autor de atentado. Por eso, en los primeros días, muchos medios de comunicación van a afirmar que es ETA el autor del atentado cuando ya hay indicios de que no puede ser y de que se trata de un atentado de carácter islamista radical, más o menos ligado a Al-Qaeda.

En toda esta historia, vemos como un gobierno trata de imponer lo que llamaríamos una “verdad oficial”, lo que antes, en los países autoritarios, se llamaba la “verdad oficial”. Existe la “verdad oficial” y la “verdad real”.

Lo sucedido en España el 11 de marzo aporta una segunda lección. La primera es que aquí, como en otras partes, los medios de comunicación están ligados al poder o a intereses económicos muy ligados al poder y no tienen suficiente distancia crítica. Pero hay una segunda lección que podemos sacar de la experiencia española –que es bastante inaugural a escala internacional y que, en cierta medida, corresponde a que hay un sentimiento en las sociedades democráticas de que los medios no funcionan y de que eso es un problema-. Frente a esa verdad oficial que los grandes canales públicos -expresión del gobierno- van a repetir sobre la versión oficial de los atentados del 11 de marzo, la sociedad empieza a reaccionar con un sentimiento crítico y empieza a autoinformarse, con una especie de guerrilla mediática frente a los cañonazos mediáticos dominantes de los grandes medios. Con instrumentos muy ligeros (mensajes a través de los teléfonos móviles, el correo electrónico), la gente empieza a avisarse de que hay otros medios que están dando otra versión sobre ese crimen y, por consiguiente, se produce lo que podríamos llamar la primera insurrección mediática en una sociedad moderna. En esta insurrección, una parte importante de la sociedad no acepta la versión oficial y, alertándose a sí misma, propone buscar la verdad de otra manera y de encontrarla y además eso se va a traducir en una sanción electoral contra un equipo político que trataba de imponer una versión que no se correspondía con la realidad. Esta situación que se da en España es muy particular, porque encontramos tres ingredientes que no siempre coinciden y que tienen que ver con el tiempo. El tiempo del acontecimiento (11 de marzo), el tiempo mediático (toda la cobertura que se va a hacer instantáneamente) y el tiempo electoral (que hace que simultáneamente se produce el acontecimiento, el eco mediático y la sociedad que interviene muy rápidamente).

La tercera lección, que demuestra que algo no funciona en los medios, es lo que ha pasado en Francia con el referéndum. ¿Qué ha ocurrido en Francia, desde el punto de vista mediático, con el referéndum? Desde este punto de vista, todos los grandes medios de comunicación franceses (televisiones, radio, periódicos) estuvieron machacando durante meses que si no se votaba que sí, sería una catástrofe. Estuvieron aterrorizando a los ciudadanos, en nombre del interés superior que, según los editorialistas y los periodistas, era lo que necesitaba el país. Todo el establishment político, los grandes partidos y los grandes dirigentes, con la ayuda de todos los grandes dirigentes europeos, que vinieron a repetirle a la gente que debían votar sí. Teóricamente, en un referéndum se puede votar de dos maneras: sí o no. Y hasta puede uno abstenerse. Pero ahí se difundió la idea de que sólo se podía votar sí. ¿Y qué hizo la gente? El 60 por ciento votó que no. ¿Qué demuestra eso? Pues que la gente no sigue lo que le dicen los medios. Los medios no tienen tanta influencia en la sociedad como a veces creemos nosotros mismos que somos críticos. En Francia, si la sociedad hubiese votado en proporción a lo que los medios dominantes dijeron o al tiempo en sí que se dio durante la campaña, se hubiera obtenido un 80 por ciento a favor del sí y el 20 por ciento a favor del no. Hoy en día, en nuestras sociedades, cada vez hay más desconfianza en relación con los medios. Algo no está funcionando en los medios de comunicación. Y esto, evidentemente, es importante porque durante mucho tiempo, en nuestras sociedades, a los medios de comunicación se les llamó “el cuarto poder”. Se decía que el cuarto poder podía propiciar el perfeccionamiento del funcionamiento democrático.

La expresión del cuarto poder se inventó en Francia, aunque luego la van a usar los norteamericanos en relación con la prensa. Pero se inventa en Francia, en un momento particular, cuando se produce en Caso Dreyfuss. Alfred Dreyfuss era un oficial del ejército francés, en tiempos de la Tercera República, al cual se acusó de ser espía a favor de Alemania. A ese hombre se le encontró un documento comprometedor, fue juzgado, degradado y retirado del Ejército y se le condenó a cadena perpetua en un penal en Cayenne, en la Guyana francesa. A ello se le dio una enorme publicidad y Francia se dividió en dos ante este caso. Unos decían que Dreyfuss era víctima de una injusticia y los hostiles decían que había encontrado su merecido. En este debate surgió un elemento muy importante, que fue la intervención de un gran escritor muy popular e implicado socialmente, que se llamaba Émile Zola. Él escribe en toda la primera plana de un periódico muy importante un artículo titulado “J’accuse”, en el que demuestra que Dreyfuss no ha sido condenado por una cuestión de espionaje que nunca se demostró (cuando se le volvió a juzgar se pudo comprobar), sino que se le había juzgado únicamente porque era judío. El ejército, vieja institución francesa, no soportaba que los judíos pudieran progresar y era una manifestación del antisemitismo moderno. El caso se pudo revisar, Dreyfuss regresó y se le restablecieron sus derechos.

Ahí surgió, por una parte, la figura del intelectual (Zola) en el sentido en que lo entendemos ahora. Y surge el cuarto poder. Esto es importante entenderlo: el cuarto poder sólo tiene significado en un marco democrático. En un marco dictatorial no puede haber cuarto poder porque todo lo determina la dictadura. No hay prensa libre. Hay una prensa tolerada, más o menos domesticada o servil, pero no hay prensa libre y no puede haber cuarto poder. Todo está funcionando mal. El cuarto poder tiene sentido en un marco democrático por la razón siguiente: un régimen puede ser democrático y, sin embargo, puede cometer injusticias. No es una contradicción. En el siglo XXI, nosotros consideramos que la democracia es el régimen menos imperfecto, pero aunque es así, puede tener imperfecciones. Y pueden ser imperfecciones graves.

Una democracia funciona sobre el principio de los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial. El poder legislativo es el poder de la asamblea en el que representantes del pueblo soberano hacen las leyes. En una democracia, se pueden hacer leyes inicuas, leyes que podrían calificarse de criminales. Por ejemplo, en Estados Unidos es la democracia moderna más vieja tuvo durante siglos leyes democráticas que permitían la esclavitud o que permitían la discriminación racial. En muchos estados existía un apartheid legal hasta finales de los años sesenta. No hace tanto tiempo. Recientemente han podido ver el caso de un hombre del Ku-Klux-Klan que fue juzgado por un crimen admitido sin que fuese condenado. En un país democrático puede haber leyes criminales. En Francia e Inglaterra –países de tradición democrática- también ha habido leyes que han permitido la colonización, leyes que consideraban a unos pueblos inferiores a otros, cosas que hoy en día nos escandalizan. De la misma manera, en muchos países, el ejecutivo puede llevar a cabo acciones contra tal o cual minoría o sector de la población que pueden ser escandalosas, aunque sea un ejecutivo democrático. El poder judicial, cuando es realmente independiente del poder político, también puede cometer injusticias. Todo el mundo sabe que se puede condenar a inocentes o se puede declarar inocente a alguien culpable, como este hombre del Ku-Klux-Klan que fue juzgado inocente cuando había participado en el asesinato de tres defensores de los derechos cívicos.

Si estamos en democracia y si los poderes tradicionales se equivocan, ¿quién los puede corregir? Si estamos en dictadura, podemos decir: “¡Ah! ¡Si estuviéramos en democracia, esto no ocurriría!”. Pero estando ya en democracia, no hay un régimen que sea más democrático que el democrático. Entonces, quien lo puede corregir es la prensa. Es quien puede decir: esta ley es inicua, esta persona es inocente, etcétera. ¿Y quién lo puede demostrar? Los medios de comunicación. De ahí surge la idea del cuarto poder. Pero, ¿qué es lo que estamos viendo hoy? Durante mucho tiempo hemos creído en el cuarto poder y hemos creído que una democracia se perfecciona con un cuarto poder que defiende un cierto número de valores. No sólo ligados a la democracia, sino también valores ligados a la ética, a una concepción del vivir en común. Por consiguiente podríamos pensar que esta concepción cívica del periodismo o de la información permitía corregir y ayudaba a perfeccionar la democracia. Pero, ¿qué he dicho al principio de esta charla? Que en el caso de la guerra en Irak, la prensa estadounidense no nos dijo que lo que decía el señor Bush era falso. La prensa no advirtió: “¡Cuidado, que nos están llevando a una guerra sin razón!”. Saddam Hussein era un dictador. ¿Pero es que en esa región sólo había un dictador? Hay una dictadura en Arabia Saudí, en Egipto, en Jordania, etcétera. En muchos países hay dictaduras. ¿Por qué hacer la guerra en ese país y en ese momento? Porque tenía armas de destrucción masiva, decían. Pero luego se vio que no las tenían. ¿Por qué la prensa no nos dijo que no las tenían? No jugó su papel de “cuarto poder”.

Actualmente, estamos viendo que la prensa no funciona con el mismo diapasón que la sociedad y que, por otra parte, no refleja forzosamente los intereses de los ciudadanos. ¿Por qué razón el cuarto poder está fracasando? Una de las razones tiene que ver con la globalización, con este fenómeno que yo describía al principio. ¿Qué es la globalización? Esencialmente, es una dinámica económica. Podríamos resumirlo diciendo que es la segunda revolución capitalista. Un fenómeno en el que el poder político está supeditado al poder económico, a escala internacional. La política no ha perdido el poder pero, hoy en día, tiene que negociar con fuerzas económicas globales, mundiales y también con instituciones económicas (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial de Comercio...) que fijan reglas que todos los gobiernos deben obedecer. Por consiguiente, el poder económico está por encima del poder político. En el seno del poder económico está el poder financiero que es más importante que el propio poder económico de tipo industrial tradicional. Eso quiere decir que los actores de la globalización no son los estados, que hasta ahora habían sido los actores de la dinámica política. ¿Quiénes son los actores importantes en el seno de la globalización? Pues son los grandes grupos económicos, las grandes empresas mundiales o los grandes fondos monetarios, que son los que están en el área del sector financiero. Y entre los grupos empresariales dominantes están los grupos mediáticos que, evidentemente, hoy día son actores centrales de la globalización. ¿Y qué forma e intereses tienen estos grupos? Ya no tienen la característica que pudieron tener en otro momento. Por ejemplo, cuando tratamos de explicar la relación entre la información y el poder (en los institutos, en la facultad de periodismo), hay una película que sirve de modelo y que tiene como fondo central esta articulación entre el poder de la prensa y el poder político. Se trata de Ciudadano Kane, una película que Orson Welles filmó en 1941. Ciudadano Kane cuenta la historia de un señor muy rico, que posee una serie de periódicos y que con ellos quiere manipular las elecciones –hasta él mismo se presenta a ellas- y vemos a su amante que canta y a la cual él quiere transformarla en la Callas de su época. Es una película bastante genial, por otra parte. Es decir, que con el poder de la prensa se puede hacer lo que se quiere en un país. Eso era lo que podía suceder en 1941, aunque tampoco tanto. Como saben ustedes, el modelo de Welles para su Ciudadano Kane fue el magnate de la prensa William Randolph Hearst. Era el dueño de muchos periódicos al final del siglo XIX y fue el que provocó la entrada en guerra de los Estados Unidos contra España en la Guerra de Cuba. Hearst mandó a uno de sus periodistas que era dibujante para que hiciera ilustraciones sobre la barbarie española en Cuba. Este señor se estuvo paseando por La Habana y no veía nada. Le mandó un telegrama a Hearst diciéndole: “Aquí no veo nada y voy a regresar” y Hearst contestó: “Usted quédese y mándeme ilustraciones, que yo le mando la guerra”. Y efectivamente, la presión sobre el presidente William McKinley hizo que se desencadenara la guerra. Pero este es un universo de finales del siglo XIX. Hoy en día, alguien que poseyese algunos medios de prensa escrita en un sólo país (como era el caso de Ciudadano Kane) no sería un gran grupo mediático.

¿Qué es un gran grupo mediático ahora? Es el que ha aprovechado la revolución digital. El hecho de que la comunicación sea prensa escrita, radio o televisión, funciona con la misma tecnología: la digital. Antes de la revolución digital, las máquinas de comunicar estaban especializadas. Es decir que sólo servían o bien para el texto, o para el sonido o para la imagen. Por ejemplo, yo les estoy hablando a través de un micrófono (un aparato que se inventó a finales de los años veinte) y por aquí sólo puede entrar sonido, no se puede ni una imagen ni un texto. Antes, los periodistas trabajaban con máquinas de escribir, porque sólo servían para eso: para escribir. No se podía meter un sonido. Los teléfonos de baquelita de antes sólo servían para el sonido. Es decir, las máquinas estaban especializadas y las industrias también: eran de texto, de sonido o de la imagen. Mientras que hoy, cualquier máquina de comunicar posee los tres. En cualquier teléfono hay una pantalla donde hay imagen, sonido, texto. En el ordenador hay imagen, sonido, texto: puedo escuchar discos, puedo ver vídeos, puedo ver películas. Todo está junto. Lo que hace que, hoy en día, en la industria mediática puedan cohabitar tres esferas que antes estaban muy separadas: la de la información (prensa escrita, radio, televisión e Internet), la de la publicidad (propaganda, mercadeo, etcétera) y toda la cultura de masas (cine, televisión, edición, tiras cómicas, música…). Estas tres áreas están ahora concentradas y una gran empresa mediática hace de todo y lo utiliza todo. Hoy en día, el equivalente de Ciudadano Kane sería Rupert Murdoch, el patrón de News Corporation, que posee decenas de canales de televisión de todo tipo, en todos los continentes; que posee decenas de periódicos en todos los continentes; que posee decenas de radios, editoriales, productoras de televisión y de cine.

Lo que hay que entender es que la comunicación (la transmisión de mensajes) es una materia prima estratégica. Las grandes industrias son industrias de la información. De igual manera que, a finales del siglo XIX, las grandes industrias eran del carbón y del acero y que, en los años cincuenta, las grandes industrias eran las del automóvil, hoy las grandes industrias son las de la información y la comunicación. Es un sector estratégico de la economía. Por consiguiente, vemos como los actores de este sector estratégico (los de la telefonía, la informática, la electricidad) están viniendo al sector de la comunicación. Antes, los periódicos (de hecho, la información en general) pertenecían a pequeñas empresas familiares (aunque eso sigue existiendo, pero cada día más amenazados si no se integran en grupos). Ahora vemos que, a escala planetaria, la dinámica dominante es la aparición de grandes grupos que, evidentemente, tienen una estrategia muy ligada a los intereses de la globalización y son muy favorables a esa concepción neoliberal de la economía. Este tipo de funcionamiento económico hace que hoy, en la información, encontremos los mismos criterios que en otra parte: profesiones muy precarizadas, una productividad muy exigente con respecto a los periodistas, una proletarización muy acelerada de la profesión periodística. Vemos como la industria de la producción de información está sometida a criterios que aparecen en otros sectores de la economía. ¿Cuál es la consecuencia? Muchos periodistas no tienen ni el tiempo, ni los medios, ni la tranquilidad de espíritu para poder hacer las encuestas necesarias. Además, en estos grandes grupos mediáticos, hemos visto llegar industriales de otros sectores y con otras intenciones. Antes se ha mencionado a dos grupos mediáticos franceses: Dassault (que fabrica los aviones militares Mirage) y Lagardère (que fabrica los misiles franceses Matra). Dos industriales del armamento capitanean los dos grupos mediáticos más importantes de Francia. En televisión, el grupo mediático más importante en Francia es Bouygues, propietario de la cadena de televisión TF1. Es un empresario de la construcción en obra pública. No procede del sector de la información.

Se invierte aquí desde sectores muy diferentes por esa razón que he dicho antes: que la información, en el sentido amplio de la palabra, es una industria estratégica que tiene una rentabilidad en muchos aspectos (económica, ideológica y política).

Hablando de rentabilidad política, tomemos en ejemplo de Italia. En este país hay una persona que empieza a hacer fortuna en la construcción, haciendo edificios en las nuevas barriadas de las ciudades industriales del norte de Europa. Este señor se llama Silvio Berlusconi y consigue una fortuna importante. En estas barriadas, él vende los pisos pero se reserva dos cosas: los supermercados y los canales de televisión locales por cable. Esto hace que todas las personas que viven en esas barriadas sólo pueden consumir en los supermercados del señor Berlusconi y también, evidentemente, van a estar interesados por la televisión por cable que él les vende, a bajo precio, en el momento en que la RAI está empezando a perder el monopolio. Así empieza Berlusconi a constituir su fortuna y a construir su imperio mediático (teniendo, además, la primera empresa de publicidad del país). Berlusconi se transforma en la primera fortuna de Italia y una de las primeras fortunas de Europa. Con ello adquiere un poder mediático considerable. Tiene cadenas de televisión, de radio, periódicos, editoriales (como Mondadori) y, una vez que tiene el poder económico y el mediático, ¿qué hace? Se presenta a las elecciones y las gana. Berlusconi es la demostración de que, hoy en día, el poder mediático está articulado con el poder económico y que esa articulación permite la adquisición del poder político.

En el Líbano, hace unas semanas asesinaron a Rafik Hariri, que había sido primer ministro del país. ¿Cómo llegó Hariri a primer ministro? Con la reconstrucción del Líbano adquirió una fortuna colosal, con esta fortuna adquirió el primer grupo mediático del Líbano y con todo ello fue elegido democráticamente primer ministro del país.

Actualmente, aunque todavía existen medios de resistencia -que aún mantienen una exigencia cívica- y a pesar de que en el seno del periodismo hay muchos profesionales muy conscientes de esta derivación, la tendencia dominante es que los medios están cada vez más bajo la influencia de unos grupos y que éstos están obedeciendo a una lógica que es la de la rentabilidad y la de la articulación con los poderes dominantes. Sobre la cuestión del comercio de la información quisiera decir una cosa que, aunque a veces se intuye, no se expresa concretamente. ¿En qué consiste el negocio de la información? Todos pensamos que el negocio de la información consiste en vender información a la gente. Yo vendo una información y usted paga por adquirirla. Evidentemente, eso no funciona así. Hoy en día, el comercio de la información funciona de la siguiente manera: yo no vendo información a la gente, sino que yo vendo gente a los anunciantes. Y como vendo gente a los anunciantes, necesito que la gente sea el mayor número posible. Lo cual quiere decir que la información que yo voy a dar a la gente va a ser muy fácil, muy sencilla, muy digerible, muy sensacionalista, muy espectacular. Porque cuanto más sencilla, primitiva y maniquea sea esta información, más gente la podrá consumir. Cuanto más espectacular y sensacional sea, más gente estará interesada en ella. Eso es lo que hace Rupert Murdoch en Inglaterra. Entonces, cuando haya mucha gente pendiente de mi información, lo que no debo hacer es crear obstáculos entre la información y la gente. Ni obstáculos de conocimiento ni de saber ni de dinero. Por eso, actualmente, la información se regala: han aparecido los periódicos gratuitos. Aún quedan algunos periódicos que resisten y que son gratuitos de otra manera, pero todo el mundo sabe que existen Metro, 20 minutos, etcétera. Además, en la radio y en la televisión, la información es gratuita. Evidentemente, lo que está tratando de hacer esta información es que haya, sin el mínimo obstáculo posible, el mayor número de gente pendiente de ella, para poder “vender” esta gente a los anunciantes. Lo que venden los dueños de los medios es a nosotros. Nosotros somos lo que es vendido y cuando consumimos la información, en ese momento, nos están vendiendo. Este tipo de relación es extremadamente perversa porque si yo, que soy el patrón de una empresa periodística, voy a dar esta información gratuitamente (porque mi objetivo es que haya el máximo de gente), ustedes entienden que si voy a regalar esta información no voy a gastar mucho dinero para producirla. ¿Para qué me voy a gastar millones produciendo esta información? Voy a tratar de producirla al menor coste posible porque la voy a regalar, y eso no tiene valor. Lo que tiene que tener es algunos ingredientes, de todo tipo, que tengan seducción, para que el número de gente atraída por esa información sea el mayor. De esa manera, vemos como, poco a poco, la información se está degradando y cada vez es más difícil encontrar un medio (de prensa escrita, de radio, de televisión…) que sea suficientemente exigente para decirle a tres o cuatro periodistas (como en la época del Watergate): “Pónganse ustedes a investigar, que nosotros costeamos su investigación, cueste lo que cueste y dure lo que dure”. Eso ya no lo hace nadie porque eso tiene un coste demasiado elevado y, además, esta información prácticamente se va a regalar.

Nosotros, la sociedad, estamos recibiendo una especie de escoria –que pretende ser información- pero que en la mayoría de los casos no es más que una información muy barata. No todos los medios actúan igual. Afortunadamente, en todos los países hay algunos medios que son más exigentes y periodistas muy competentes, pero la tendencia general es esa. Sin embargo, en estos momentos, no podemos afirmar que la prensa de pago resistirá a la prensa gratuita, con esta perversión que les he señalado y que es que la prensa gratuita no va a poder ofrecer información de calidad. Estamos en una situación paradójica. Hoy en día disponemos de mecanismos tecnológicos extremadamente sofisticados. Nunca ha habido tanta posibilidad tecnológica para informar de manera satisfactoria (disponemos de satélites, de capacidad de captar toda clase de información rápidamente, con teléfonos que hacen fotografías y filman y eso se puede enviar a gran velocidad mediante un ordenador…). Por consiguiente, tenemos una tecnología extremadamente sofisticada y perfeccionada y con un número de fuentes de información que se ha multiplicado, lo cual demuestra que la libertad de expresión es total. Hay sobreabundancia de información y, sin embargo, constatamos que la información no funciona. Disponemos de una maquinaria muy sofisticada, de una variedad muy grande, pero, en realidad, los medios no están cumpliendo. Cuando se produce algo serio, o no lo ven, o no lo saben, o lo explican mal. Por ejemplo, sobre la ocupación de Irak, ¿cuál fue la información más importante? Que había torturas en la cárcel de Abu Grahib, cosa gravísima, no sólo por las torturas sino porque el país que practicaba esas torturas, nos había dicho que una de las razones de la intervención en Irak era eliminar un gobierno dictatorial que practicaba la tortura. Evidentemente, hay una contradicción. Si se va a establecer un régimen que respeta los derechos humanos practicando la tortura, hay una “pequeña” contradicción. Pero, esas imágenes de Abu Grahib, ¿las sacaron los periodistas? Había miles de ellos en Irak. Pues no. Fueron los propios soldados. O sea, que ante las mismas barbas de miles de periodistas se estaba practicando la tortura desde hacía más de un año y no lo sabían. Toda esta maquinaria tan sofisticada, no funciona y cada vez que ocurre un gran acontecimiento nos damos cuenta de ello.

De ahí viene nuestra insatisfacción como ciudadanos, de que está ocurriendo con la información, lo que ha ocurrido con la alimentación. No tiene nada que ver, pero, curiosamente, se parece. En materia de alimentación -durante mucho tiempo- en nuestras sociedades ricas, opulentas y democráticas, dominó la penuria, la escasez. En épocas difíciles hubo racionamiento. Y, de repente, a partir de los años sesenta, entramos en una sociedad de consumo (con la revolución agraria, etcétera) en que la alimentación se hizo abundante. Y ahora, globalmente, en los países desarrollados no podemos decir que la gente se muera de hambre (puede haber casos, pero no es la tónica dominante). Hay hambre en el mundo, pero no en los países desarrollados. Hemos pasado de una época en la que había hambre, en que la gente enfermaba (tuberculosis, anemias…) porque no se comía suficientemente, a una sociedad en la cual la alimentación es sobreabundante. Pero, ¿qué ocurre con esta alimentación sobreabundante? Ocurre que está contaminada, está llena de pesticidas, de aditivos. Por consumir esta alimentación tenemos otra clase de enfermedades: obesidad, problemas cardiovasculares, cáncer, etcétera. Sin olvidar la enfermedad de las vacas locas o la fiebre aviar, etcétera. O sea, que esta alimentación tan abundante nos está matando. ¿Y qué es lo que estamos reclamando ahora con respecto a la alimentación? Estamos reclamando un cambio en la manera de alimentarnos. Muchas personas están dispuestas a pagar un poquito más para tener una alimentación sin pesticidas o que la carne que comen no proceda de vacas locas. Queremos una alimentación orgánicos y cuando los compramos, vemos si contienen OGM (Organismos Genéticamente Modificados) y no queremos, prestamos cada vez más atención a lo que comemos porque sabemos que el problema no es comer o no comer. El dilema es: comer con garantías de que esa comida no nos va a hacer daño o comer sin esas garantías.

Con la información está sucediendo lo mismo. En España, hemos pasado de una dictadura sin información (o con una información bajo estricto control), a esta situación actual (que es característica de todas las sociedades democráticas) que es la sobreabundancia de información. Nos damos cuenta de que disponemos de mucha información, pero que está contaminada, con muchas mentiras, con muchos silencios y cosas que se ocultan. Una información que, en realidad, nos está desinformando y no nos está ayudando a entender lo que sucede. Me doy cuenta de que dispongo de una información que no sólo no me ayuda sino que, a veces, me engaña. Entonces, ¿qué es lo que estamos reclamando, sin saberlo? Pues estamos reclamando una información orgánica. Quiero tener la posibilidad de ir a un quiosco, igual que voy a una tienda de productos orgánicos, y decir: “Quiero un periódico orgánico, sin mentiras, sin engaños, que diga la verdad, etcétera”. Por ahora no puedo hacerlo, porque no existe. Pero, en realidad, eso es lo que estamos reclamando, porque cada uno de nosotros sabe que de la calidad de la información depende la calidad de la democracia, y eso es de capital importancia y por ello que estamos tan preocupados.

Muchas gracias por su atención.

(*) Ignacio Ramonet, (Redondela, Pontevedra (Galicia), 5 de mayo de 1943) es un intelectual español residente en Francia. Es doctor en Semiología e Historia de la cultura por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) (Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales, Paris) y catedrático de Teoría de la comunicación en la Universidad Denis-Diderot (Paris-VII).

Especialista en geopolítica y estrategia internacional y consultor de la ONU, actualmente imparte clases en la Sorbona de París. Desde 1999 dirige la publicación mensual Le Monde Diplomatique y la bimensual Manière de voir.

Es cofundador de la Organización No Gubernamental Media Watch Global (Observatorio Internacional de los Medios de Comunicación) de la que es presidente.

Un editorial escrito en Le Monde Diplomatique durante 1997 dio lugar a la creación de ATTAC, cuya labor se dedicó originalmente a la defensa de la tasa Tobin. En la actualidad se dedica a la defensa de una gran variedad de causas de la izquierda política y tiene como presidente de honor a Ignacio Ramonet. Fue también uno de los promotores del Foro Social Mundial de Porto Alegre.

Transcripción de la conferencia realizada el 28 de junio del 2005 en el Casal Pere Quart de Sabadell, en el marco del ciclo “Televisió, política i poder ”, organizado por el Ayuntamiento de Sabadell y la Lliga dels Drets dels Pobles.

Fuente: www.dretsdelspobles.org

El rescate de la utopía, por Leonardo Boff


Leonardo Boff es teólogo, filósofo y escritor.

En el desamparo en que se encuentra la humanidad actual se hace urgente rescatar el sentido libertador de la utopía. En verdad, vivimos en el ojo de una crisis de civilización de proporciones planetarias. Toda crisis ofrece oportunidades de transformación y riesgos de fracaso. En la crisis, se mezclan miedo y esperanza, especialmente ahora que estamos ya dentro del proceso de calentamiento planetario. Necesitamos esperanza, la cual se expresa en el lenguaje de las utopías. Éstas, por su naturaleza, nunca van a realizarse totalmente, pero nos mantienen caminando. Bien dijo el irlandés Oscar Wilde: «Un mapa del mundo que no incluya la utopía no es digno de ser observado, pues ignora el único territorio en el que la humanidad siempre atraca, partiendo enseguida hacia otra tierra aún mejor». En Brasil, el poeta Mário Quintana observó acertadamente: «Si las cosas son inalcanzables… ¡oye! / No es motivo para no quererlas / ¡Qué tristes los caminos si no fuera / la mágica presencia de las estrellas!».

La utopía no se opone a la realidad, mas bien pertenece a ella, porque ésta no está hecha solamente de aquello que es, sino de lo que todavía es potencial y que un día puede ser. La utopía nace de este trasfondo de virtualidades presentes en la historia y en cada persona. El filósofo Ernst Bloch acuñó la expresión principio-esperanza. Por principio-esperanza, que es más que la virtud de la esperanza, él entiende el inagotable potencial de la existencia humana y de la historia, que permite decir no a cualquier realidad concreta, a las limitaciones espacio-temporales, a los modelos políticos y a las barreras que cercenan el vivir, el saber, el querer y el amar.

El ser humano dice no porque primero dijo sí: sí a la vida, al sentido, a los sueños y a la plenitud ansiada. Aunque de manera realista no entrevea la plenitud total en el horizonte de las concretizaciones históricas, no por eso deja de anhelarla con una esperanza que jamás se apaga. Job, casi a las puertas de la muerte, podía gritar a Dios: «aunque me mates, aun así espero en Ti». El paraíso terrenal narrado en Génesis 2-3 es un texto de esperanza. No se trata del relato de un pasado perdido que añoramos, es más bien una promesa, una esperanza de futuro hacia cuyo encuentro caminamos. Como comentaba Bloch: «el verdadero Génesis no está al principio sino al final». Sólo al término del proceso evolutivo serán verdaderas las palabras de las Escrituras: «Y vio Dios que todo era bueno». Mientras evolucionamos no todo es bueno, sólo es perfectible.

Lo esencial del Cristianismo no reside en afirmar la encarnación de Dios −otras religiones también lo hicieron−, sino en afirmar que la utopía (aquello que no tiene lugar) se volvió eutopía (un lugar bueno). Hubo alguien en cuya muerte no sólo fue vencida la muerte, lo que todavía sería todavía poco, sino en quien irrumpieron interior y exteriormente todas las virtualidades escondidas en el ser humano. Jesús es el «novísimo Adán», en expresión de san Pablo, el homo absconditus ahora revelado. Pero él es sólo el primero entre muchos hermanos y hermanas; nosotros le seguiremos, completa san Pablo.

Anunciar tal esperanza en el actual contexto sombrío del mundo no es irrelevante. Transforma la eventual tragedia de la Tierra y de la Humanidad, debida a amenazas sociales y ecológicas, en una crisis purificadora. Vamos a hacer una travesía peligrosa, pero la vida estará garantizada y el Planeta todavía se regenerará.

Los grupos portadores de sentido, las religiones y las Iglesias cristianas deben proclamar desde lo alto de los tejados semejante esperanza. La hierba no creció sobre la sepultura de Jesús. A partir de la crisis del viernes de la crucifixión, la vida triunfó. Por eso la tragedia no puede tener la última palabra. La tiene la vida, en su esplendor solar.


Fuente: Koinonia

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jueves, 28 de febrero de 2008

Los 25000 Alicantinos


El alcalde de Alicante, Luis Díaz Alperi, del PP, ha condicionado la retirada del título de "hijo predilecto" y de la medalla de oro de la ciudad a Francisco Franco a que el PSPV-PSOE consiga reunir las firmas de más de 25.000 vecinos a favor de esta propuesta.

El alcalde lanzó el reto antes de que su grupo votara, ayer viernes, en contra de una moción de la portavoz municipal socialista, Etelvina Andreu, para que el Ayuntamiento aplique la ley de la Memoria Histórica y anule esas distinciones concedidas durante el régimen franquista, concretamente la de "hijo predilecto" en 1940 y la medalla de oro en 1966.

Según Alperi "La propuesta socialista no tiene nada que ver con lo que piensan los alicantinos, que no están preocupados por este asunto."

Andreu recordó que el nombre de Franco, que también tiene el título de alcalde honorario perpetuo", no debería asociarse a otros hijos predilectos de la ciudad que, en su opinión, sí merecen la distinción.

En la réplica, el alcalde ha calificó la iniciativa de "oportunista" y electoralista, y la enmarcó dentro del objetivo de "tensionar y dramatizar" que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, "proclama y que no tiene nada que ver con lo que piensan los alicantinos", de quienes ha opinado que "no están preocupados" por este asunto.

Añadió que, en la democracia, los socialistas gobernaron durante 16 años, bajo los mandatos de José Luis Lasaleta y Ángel Luna, sin que se les ocurriera retirar el título a Franco.

Tras asegurar que en la Transición él mantuvo "reuniones clandestinas para traer la libertad y la Democracia a España", Díaz Alperi propuso a los socialistas a que en dos años reúnan las 25.000 firmas y se ha comprometido a convocar un pleno municipal "ese mismo día" para aprobar la retirada de los títulos.

ES MOMENTO YA DE QUE TODOS LOS ALICANTINOS LIBERALES CON INDEPENDENCIA DE SU PERTENENCIA O NO A PARTIDOS POLÍTICOS Ó SINDICATOS DEJEMOS CLARO QUÉ ES LO QUE QUEREMOS.
Si quieres ser uno de esos alicantinos que está a favor de eliminar estos "Honores" pincha en este enlace: http://www.los25000alicantinos.org/php/adhesion.php

Puedes ponerte en contacto conmigo en info@los25000alicantinos.org

FRANCISCO FRANCO BAHAMONDE
23-08-1939 Hijo Adoptivo de la Provincia de Alicante Diputación Provincial de Alicante
13-01-1944 Hijo Adoptivo de la Provincia de Alicante Diputación Provincial de Alicante
01-04-1940 Hijo Adoptivo de Alicante Ayuntamiento de Alicante
27-09-1964 Alcalde Honorario Perpetuo Ayuntamiento de Alicante
27-7-1966 Medalla de Oro de la Ciudad de Alicante Ayuntamiento de Alicante

OTROS
30-06-1939 17 División del Ejército de Ocupación - Medalla de Oro de la Ciudad Ayuntamiento de Alicante
27-11-1939 Eduardo Lorenzo Barrera
Cónsul de la República Argentina en Alicante - Medalla de Oro de la Ciudad de Alicante Ayuntamiento de Alicante
27-11-1939 Mario Casari
Comandante del contratorpedero argentino "Tucuman" - Medalla de Oro de la Ciudad de Alicante
Ayuntamiento de Alicante
30-12-1939 Miguel A. Ferrera
Comandante del crucero argentino “25 de Mayo" - Medalla de Oro de la Ciudad de Alicante Ayuntamiento de Alicante
30-12-1939 Baron Von Knobloch
Cónsul de Alemania en Alicante - Medalla de Oro de la Ciudad Ayuntamiento de Alicante
30-12-1939 Sr. Carls
Vicealmirante de la Marina de Guerra de Alemania Ayuntamiento de Alicante
9-6-1941 Centuria de Falange Española Tradicionalista y
de las JONS "Ramón Laguna" - Medalla de Oro de la Ciudad de Alicante Ayuntamiento de Alicante
27-01-1960
Sección Femenina de F.E.T. y de las J.O.N.S. - Medalla de Oro de la Provincia Diputación Provincial de Alicante
27-11-1965
Carmen Polo de Franco - ALMENDRO EN FLOR Diputación Provincial de Alicante

Bibliografía: "Honores concedidos por Alicante y su provincia" - Vicente Ramos - Ed. CAPA - 1972

Derecha civilizada

ALFONSO J. VÁZQUEZ
- Madrid - 28/02/2008-Cartas al Director.El País

Delante de la Universidad de Múnich ante la que repartieron propaganda contra el Gobierno nazi, unas piedras en el suelo reproducen los facsímiles de los papeles repartidos; nadie se opone a este recordatorio, memoria histórica de los dos hermanos Scholl, que pagaron con su vida esta defensa de la libertad de opinión. Ni la derecha que apoyó a Hitler -que ganó en las elecciones- ni la Iglesia católica alemana, que permaneció muda, se opusieron nunca. Y reconocieron públicamente su error.
La derecha española acabó, tras una guerra, con la democracia republicana; la Iglesia católica la bendijo y paseó bajo palio al dictador en los cuarenta años siguientes. No reconocieron su error. Ni soportan el amor que anima a los hijos de sus víctimas a recuperar los cadáveres de familiares asesinados como perros ni se sabe dónde. A ese deseo pacífico lo llaman provocación. Se comentaba en EL PAÍS de hace unos días que sólo en España se habla de derecha civilizada; en el resto del mundo se habla sólo de derecha. La explicación es sencilla: la derecha del resto del mundo es civilizada; la de aquí sigue siendo montaraz. Cualquier intento de civilizarla -Pimentel o Gallardón- provoca que sus autores sean barridos del mapa político. La derecha será lo que siempre fue.