jueves, 5 de diciembre de 2013

La ignorada y ocultada discriminación contra los ancianos

Por Vicenç Navarro (*)
España es el país, de los muchos en los que he vivido en mi vida –Suecia, Gran Bretaña, EEUU y España-, donde hay más discriminación en contra de los ancianos, y donde hay menos conciencia generalizada de la existencia de dicha discriminación. Está ocurriendo con los ancianos una situación semejante a la que ha venido ocurriendo con la discriminación de las mujeres, discriminación que continúa existiendo pero que, por fin, se admite que existe. Con los ancianos existe, pero todavía no se percibe o reconoce como discriminación.
Como ocurre en el caso de la mujer, tal discriminación permanecía oculta bajo el caparazón de la caballerosidad, en que  siempre se prestaba especial atención en la cultura latina a las mujeres. Se las dejaba pasar abriéndoles la puerta, y los caballeros se quitaban el sombrero para saludarlas. Las buenas maneras caballerescas eran siempre indicador del supuesto trato diferencial y deferencial hacia la mujer, en teoría, el centro de atención, atención caballeresca detrás de la cual existía y continúa existiendo una brutal discriminación.
Algo semejante ocurre con los ancianos, a los que se trata, en teoría, con gran amabilidad. En realidad, el término ampliamente utilizado para definir a los ancianos es el de abuelos, que da la impresión de estima y cordialidad. Llamar a una persona anciana desconocida con el nombre de abuelo es, sin embargo, un término ofensivo y condescendiente en extremo cuando es utilizado por personas que no tienen ningún parentesco con el anciano. Cuando mi nieto me llama abuelo me gusta. Cuando una persona desconocida en la calle me llama abuelo, me molesta. Siempre recordaré a mi padre, una persona muy representativa de la generación de republicanos que perdieron la guerra, que siempre mantuvo su gran dignidad y el orgullo de su pasado, que cuando alguien desconocido le llamaba abuelo, le contestaba “Mire usted, yo no soy su abuelo ni deseo serlo. Llámeme Sr. o Don Vicente”. Esto es lo que me pasa a mí y a millones de ancianos en este país. Y ya no digamos cuando se refieren a los ancianos como viejos, lo cual todavía se utiliza ampliamente como insulto, como puede el lector atestiguar leyendo algunos comentarios hostiles a mis artículos que aparecen en los diarios digitales en los que publico.
Es fácil ver la discriminación hacia los ancianos diariamente. Pequeños detalles saltan aquí y allá. Y como ocurre con todas las discriminaciones, los que discriminan, en su gran mayoría, ni se dan cuenta de ello, pues reproducen una cultura que es altamente discriminatoria. En realidad, los ancianos raramente aparecen en los medios de mayor difusión en los países latinos. Siempre recordaré que una de las cosas que me impresionó más favorablemente cuando viví en Suecia (siendo yo joven) fue ver que la periodista que daba las noticias en la televisión pública de mayor difusión era una mujer de avanzada edad. Nunca lo había visto ni lo he visto en España. En los países latinos, en general, los presentadores son jóvenes, y si son mujeres (reflejando el machismo de la sociedad) tienen que llevar un escote muy amplio. Y raramente se ven películas o programas de televisión que se centren en personajes ancianos. Los ancianos están ya marginados, esperando que se vayan, y algunos incluso les empujarían para que lo hicieran lo antes posible. Como dijo un ministro de Economía y Finanzas del gobierno japonés, “el deber patriótico de los viejos es que se mueran cuando les corresponda” (es decir, lo más pronto posible). Muchos economistas neoliberales lo piensan, pero no lo dicen.
¿Lucha de generaciones o lucha de clases?
Esta manera de ver a los ancianos ha alcanzado su expresión máxima en la discusión sobre las pensiones, que se ha caracterizado precisamente por esta discriminación. Se presenta constantemente la imagen de que la sociedad no podrá pagar las pensiones, pues hay demasiados ancianos y muy pocos jóvenes. Esta aseveración ha alcanzado el nivel de dogma. No se aclara por qué, si la sociedad es cada vez más rica, no puede pagar las pensiones de aquellos que han creado la riqueza. En todos los países de la OCDE, el PIB per capita ha crecido más rápidamente que el porcentaje de la población anciana o el alargamiento de la esperanza de vida. Ello no es obstáculo para que los establishments financiero, económico, político y mediático españoles estén, cada vez más, subrayando que la sociedad se gasta demasiado en los ancianos y muy poco en los jóvenes. La última versión es la del Profesor Antón Costas que, en su columna semanal en El País, indicó este pasado domingo (01.12.13) que España se gasta demasiado en pensiones y muy poco en jóvenes. En otras palabras, el mensaje que se transmite es que los ancianos viven mejor a costa de que los jóvenes vivan peor. La explotación de clase ha sido, así, sustituida por la explotación de unos grupos etarios –los ancianos- sobre otros –los jóvenes-.
Los datos muestran, sin embargo, la falta de credibilidad de esta postura. España se gasta mucho menos en pensiones de vejez (6,9% del PIB) que el promedio de la UE-15 (el grupo de países de la UE de semejante nivel de desarrollo económico al español, 9,7% del PIB) y menos de lo que se tendría que gastar por el nivel de desarrollo que tiene. Y, mira por dónde, todos los países que se gastan poco en los ancianos se gastan también poco en los jóvenes. El gasto de educación en España (que beneficia sobre todos a los más jóvenes) es también de los más bajos de la UE-15 (4,97% del PIB versus 6,14% en la UE-15). El problema no es, pues, que se gaste poco en los jóvenes porque se gasta demasiado en los ancianos, sino que el Estado se gasta muy poco, tanto en las transferencias públicas (como las pensiones) como en los servicios públicos (como educación) del Estado del Bienestar. Y ello como resultado de que el Estado recauda menos ingresos de lo que debería recaudar por el nivel de riqueza que tiene (los ingresos al Estado representan sólo un 31% del PIB. El promedio en la UE-15 es un 44%). España es el país que tiene un Estado más pobre, y ello a pesar de que su PIB per cápita (que mide la riqueza del país) es ya casi el promedio de la UE-15, el grupo de países más ricos de la Unión Europea.
La causa de que el Estado (incluyendo sus comunidades autónomas) ingrese tan poco no es porque la gente que trabaja, la mayoría de la población adulta, no pague impuestos. En realidad, la gente que está en nómina ya paga cantidades y porcentajes semejantes al resto de la UE-15. El problema no es la mayoría, sino la minoría de gente súper rica (que deriva sus ingresos del capital) y rica, que apenas pagan impuestos. Las grandes fortunas, las grandes empresas y la banca pagan mucho, mucho menos de lo que usted y yo pagamos. Y ahí está el problema. Es lo que se llamaba antes “la lucha de clases”, que aquella minoría súper rica y rica (el 10% de la población) gana diariamente, término que ya no se utiliza en los medios de información (que aquella minoría controla) por considerarse un término anticuado, sustituido ahora por un término y concepto más “moderno”, la lucha de generaciones. ¿Lo entiende? Ni que decir tiene, este artículo no se aprobaría para su publicación en ninguno de los medios de mayor difusión, mostrando la falta de credibilidad democrática que tienen los mayores medios de información en nuestro país. Ruego al lector que lo distribuya lo más ampliamente posible.
(*) Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University

¿Aprueba usted el proyecto de Constitución?

por Luis García Montero


Esa fue la pregunta que se nos propuso con claridad envidiable a los españoles el 6 de diciembre de 1978. Menos claridad había en mi estado de ánimo cuando me acerqué a la urna para votar no en contra de la decisión del partido con el que yo me identificaba. Pero es que no podía votar una Constitución que legitimase como forma democrática la monarquía impuesta por el dictador Francisco Franco. Suponía una traición a la vez para mi razón y mis sentimientos. Quería ser heredero de otra historia.

 años después tengo conciencia de que mi rechazo a la Monarquía era algo más que una impertinencia juvenil. Su presencia en la Constitución significaba que en la realidad española había una parte cerrada a la soberanía popular, una esfera al margen de los ciudadanos y de la política. Miguel de Unamuno se cansó de repetir que entregarle a un rey “el mando supremo de las fuerzas armadas” supone la renuncia del pueblo a ser dueño de su destino y de su poder. Este pensamiento, escrito en tiempos de Alfonso XIII, sirve también para el reino de su nieto.
Y no estoy pensando en la posible reforma de la Constitución para solventar las carencias territoriales. Miren ustedes por donde, en esta semana constitucional y en este reino en crisis, no me parece un asunto prioritario. Lo que sí me parece más grave es constatar que la realidad política española no cumple ni las pretensiones ni los derechos sociales declarados en la Constitución de 1978.
La monarquía, repito, simbolizó la separación entre la España real y la España oficial. En la Constitución de 1978 entraron muchas de las reivindicaciones del movimiento obrero y estudiantil, logradas gracias a una larga lucha contra la dictadura. Se dio valor constitucional a la esperanza de un Estado social y democrático, responsable de promover la libertad y la igualdad de sus ciudadanos. El problema fue que la España real se dejó en manos de la oligarquía económica del franquismo, perpetuada gracias al control político de la Transición. Eso acabó por convertir la España oficial de la Constitución en una gran mentira.
Empecemos por las pretensiones y pongamos como ejemplo la división de poderes: “La Constitución pretende dotar de independencia al Poder Judicial”. ¿Hay alguien decente que se atreva a mantener que la carrera judicial está al margen de los intereses políticos de los partidos mayoritarios? Es sólo un ejemplo. Y paso de las pretensiones a los derechos.
Artículo 35:  “Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo”.
Artículo 40:  “Los poderes públicos promoverán las condiciones favorables para el progreso social y para una distribución de la renta regional y personal más equitativa”.
Artículo 47:  “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho”.
Hacen falta pocos comentarios. Nuestra vida cotidiana denuncia el incumplimiento de la Constitución por parte de los Gobiernos sucesivos del PSOE y el PP que han trabajado al servicio de las élites económicas, acabando con los derechos laborales, facilitando el desempleo, el crecimiento de la desigualdad social, y aprobando leyes para que los bancos convirtiesen España en una gran laboratorio de especulación inmobiliaria sin asumir ningún riesgo. Cuando sus negocios salieron mal, se pagó sus deudas con dinero público y se maltrató a los ciudadanos con los desahucios de una ley hipotecaria de carácter sangriento. ¿Tiene algo que ver la realidad española con la distribución equitativa de la renta? En los últimos años, el trabajo basura ha hecho que tener un empleo no signifique vivir fuera de los índices de la pobreza y la marginalidad.
La reforma exprés pactada en agosto de 2011 entre el PSOE y el PP para convertir el control del déficit en un valor Constitucional supuso el certificado de muerte de la voluntad social y democrática de 1978. La oligarquía dio por cancelados los logros de la clase obrera en su lucha por la democracia y santificó la libertad de explotación como valor constitucional prioritario.
¿Qué celebramos el 6 de Diciembre? Un texto muerto, asesinado por la oligarquía. Por eso el único cambio que me parece ahora prioritario es el que permita una reivindicación simbólica de la independencia política. En España, con nuestra historia y nuestra realidad, el ideal republicano supone hoy reclamar la soberanía popular, salvar las leyes del control de las élites financieras, romper la lógica de una Transición malversada. Fuera de ese marco republicano, cualquier declaración social es pura hipocresía. Y los ciudadanos, como la Constitución, merecen fundarse en la sinceridad.


jueves, 14 de febrero de 2013

Los males de la Iglesia Católica, según Hans Küng



Ahora que el Papa ha renunciado, avanzamos en primicia una parte del prólogo de Hans Küng de su libro ¿Tiene salvación la Iglesia? que la editorial Trotta publicará en abril (1). Un ensayo en el cual el teólogo y ex colega de la universidad de Tubinga de Benedicto XVI pone el dedo en la llaga de los males de la Iglesia católica, sus raíces y las posibles respuestas.

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Hans Küng es uno de los teólogos más sólidos y creativos del cristianismo y una de las figuras más relevantes del catolicismo mundial de la segunda mitad del siglo XX y de los primeros años del siglo XXI, al tiempo que una de las mentes más lúcidas en el estudio interdisciplinar de las religiones. Ha sido guiado intelectualmente -y ha sido protagonista de- algunos de los acontecimientos religiosos más significativos de los últimos cincuenta años, como el concilio Vaticano II y los Parlamentos Mundiales de las Religiones.
Es la conciencia crítica de la Iglesia católica, de sus instituciones y dirigentes, sobre todo cuando se desvían del proyecto originario de Jesús de Nazaret y se muestran insensibles a los desafíos de nuestro tiempo. Desde su tesis doctoral sobre el teólogo evangélico compatriota suyo Karl Barth viene defendiendo la reconciliación de las iglesias, sin caer en la uniformidad y evitando las rupturas, siempre dolorosas. Elabora una teología de las religiones, respetuosa del pluralismo y defensora del diálogo interreligioso e intercultural. Está comprometido en la construcción de una ética mundial que cambie el rumbo de la globalización neoliberal y tenga como prioridades la no violencia activa, el trabajo por la paz, la lucha por la justicia, la defensa de la naturaleza y el compromiso por la igualdad, no crónica, a través de la no violencia activa.
Su relación con Ratzinger viene de lejos y ha pasado por diferentes momentos: ambos fueron asesores del concilio Vaticano II y colegas en la Universidad de Tubinga. Luego se distanciaron ideológicamente, en su concepción de la Iglesia y de la presencia de esta en la sociedad, en la manera de entender y de ejercer el poder  y en la forma de hacer teología desde la libertad de investigación y el pensamiento crítico ((Küng) o desde la sumisión al magisterio eclesiástico (Ratzinger).
En el libro ¿Tiene salvación la Iglesia? pone el dedo en la llaga de los males de la Iglesia católica hoy, sus raíces y las posibles respuestas, como hiciera Rosmini siglo y medio antes en Las cinco llagas de la Santa Iglesia. Küng apunta como una de las causas del mal que padece la Iglesia al sistema romano de dominación, vigente desde la Edad Media, consolidado en el siglo XX y vigente todavía hoy, cuya eliminación defiende, al tiempo que propone una reforma de la Iglesia cristiana en profundidad, en sintonía con el movimiento de Jesús de Nazaret y en la dirección marcada por el concilio Vaticano, que debe ser leído y aplicado creativamente en el nuevo escenario político y religioso internacional y local.  
El siguiente es el pasaje del prólogo de ¿Tiene salvación la Iglesia? (Trotta), de Hans Küng:
El mal que padece la Iglesia.

Juan José Tamayo (1)

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Desde los más diversos flancos se me ha solicitado y animado una y otra vez, de palabra y por escrito, a
 posicionarme con claridad respecto al presente y el futuro de la Iglesia católica. Así, finalmente me he
decidido a redactar, en vez de columnas y artículos de opinión sueltos, un escrito recapitulador que exponga y fundamente lo que se manifiesta como mi acreditada percepción de la esencia de la crisis: la Iglesia católica, esta gran comunidad de fe, se encuentra gravemente enferma: padece bajo el sistema de dominación romano que, contra toda resistencia, se consolidó durante el siglo XX y perdura hasta la fecha.

Este sistema de dominación se caracteriza, como habrá que mostrar en lo que sigue, por el monopolio del poder y la verdad, por el juridicismo, el clericalismo, la aversión a la sexualidad y la misoginia, así como por el empleo espiritual-antiespiritual de la violencia. No es el único, pero sí el principal responsable de los tres grandes cismas del cristianismo: el primero, entre la Iglesia de Occidente y la de Oriente en el siglo XI; el segundo, en la Iglesia de Occidente entre la Iglesia católica y la protestante en el siglo XVI; y el tercero, en los siglos XVIII y XIX entre el catolicismo romano y el mundo ilustrado moderno.

Pero de inmediato he de señalar que soy un teólogo ecuménico y bajo ningún concepto estoy obsesionado con los papas. En mi obra El cristianismo: esencia e historia (1994) he analizado y expuesto
a lo largo de más de mil páginas los diversos periodos, paradigmas y confesiones de la historia del cristianismo; y a la luz de todo ello, guste más o menos, resulta imposible negar que el papado es el elemento central del paradigma católico-romano. Un ministerio petrino, tal y como se desarrolló a partir de los orígenes, era y sigue siendo para muchos cristianos una institución con sentido. Pero del siglo XI en adelante ese ministerio se fue transformando cada vez más en un papado monárquico-absolutista que ha dominado la historia de la Iglesia católica, llevando a las ya mencionadas tensiones ecuménicas. El poder intraeclesial del papado, creciente sin cesar a pesar de sus reiteradas derrotas políticas y culturales, representa el rasgo decisivo de la historia de la Iglesia católica. Desde entonces, los puntos neurálgicos de la Iglesia católica no son tanto los problemas de la liturgia, la teología, la piedad popular, la vida religiosa o el arte cuanto los problemas de la constitución de la Iglesia, analizados de forma demasiado poco crítica en las tradicionales historias católicas de la Iglesia. Justamente tales problemas son los que aquí tendré que tratar con especial cuidado, a causa, entre otras cosas, de su índole ecuménicamente controvertida.

JOSEPH RATZINGER, el actual papa, y yo fuimos los dos peritos oficiales más jóvenes del concilio Vaticano II (1962-1965), que trató de corregir en algunos puntos esenciales este sistema romano. Pero a resultas de la resistencia de la Curia romana, ello, por desgracia, solo se consiguió en parte. Luego, en el post-concilio, Roma ha ido revirtiendo de forma progresiva la renovación, lo que en los últimos años ha llevado a la abierta manifestación de la amenazadora enfermedad de la Iglesia católica, latente ya desde 
mucho tiempo atrás. Quien hasta ahora nunca se haya visto confrontado en serio con los hechos históricos sin duda se asustará en ocasiones de cómo han funcionado las cosas por doquier, de cuántos aspectos de las instituciones y constituciones eclesiásticas —y muy especialmente de la principal institución católico-romana, el papado— son «humanos, demasiado humanos». 

Sin embargo, esto, expresado de forma positiva, significa que tales instituciones y constituciones —también el papado, él en especial— son modificables, básicamente reformables. Así pues, el papado no tiene que ser eliminado, sino renovado en el sentido de un servicio petrino de inspiración bíblica. Lo que sí debe ser eliminado es el medieval sistema romano de dominación. Por consiguiente, mi «destrucción» crítica está al servicio de la «construcción», la reforma y la renovación, todo con la esperanza de que en el tercer milenio la Iglesia católica, contra todas las apariencias, permanezca llena de vida.

Hans Küng

(1) El libro ¿Tiene salvación la Iglesia? de Hans Küng lo publicará la editorial Trotta en abril 2013.
(2) Juan José Tamayo es director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid.

Fuente: El País, 13 Febrero 2013. http://blogs.elpais.com/papeles-perdidos/2013/02/los-males-de-la-iglesia-catolica-segun-hans-kung.html

jueves, 7 de febrero de 2013

Turismo en España


por Luis Sepúlveda

Como medio mundo sabe España es uno de los destinos turísticos preferidos, y aunque estemos en invierno el paisaje de terrazas con sangría, chorizo, procesiones, chorizo, sol, chorizo, una cloaca mediterránea, chorizo, gente simpática, chorizo, y alegría contagiosa al ritmo de palmitas se mantiene inalterable.

Y aunque las temperaturas son, según los termómetros, bajas en esta época del año, el ambiente está bastante caldeado, tal vez para que los chorizos se conserven de manera ideal. El turista notará de inmediato que España es el primer productor mundial de chorizos, y que en este rubro productivo se omite la participación del cerdo, nobles animales que no merecen ninguna comparación con la materia prima de la que están hechos los chorizos españoles.

Notoria es la variedad “Chorizo Royal” con denominación de origen en la Casa Real y cuyo gran exponente es el yerno del rey, Iñaqui Undargarín, un sujeto sin profesión conocida, salvo la de chorizo, que al amparo de la monarquía creó junto a su abnegada esposa e Infanta de España, una organización filantrópica sin fines de lucro, recibió varios millones de euros del erario público y, por esas cosas de la vida totalmente ajenas a su voluntad, aparecieron desviados a cuentas en bancos suizos y empresas inexistentes que, de pura casualidad, aparecían a nombre suyo y de la Infanta.

Estas casualidades ofuscaron bastante a los habitantes del simpático y acogedor país que ostenta los títulos de campeones mundiales de fútbol, campeones de Europa del mismo deporte, y campeones olímpicos en recortes sociales, en recortes de educación, de salud, de investigación científica y paraíso del despido libre y gratuito. Casi seis millones de españoles en paro pueden hoy dedicar su tiempo a la contemplación de las bellezas naturales, y 52 de cada cien jóvenes menores de 30 años disponen de todo el tiempo libres imaginable gracias a la política laboral de un gobierno que, dotado de una mayoría absoluta, aumenta cada día la monstruosa cifra de personas que descienden monte abajo, desde la clase media a la pobreza y de ahí a la miseria.

Hace unos pocos días, un periódico español publicó una noticia inquietante: desde hace muchos años los dirigentes del Partido Popular, heredero directo del franquismo y hoy en el gobierno, cobraban unos extras en dinero negro, y que eran repartidos generosamente por un hombre de honor a toda prueba, un genuino caballero español llamado Luis Bárcenas, ex tesorero del Partido Popular, ex senador, e imputado por una posible financiación ilegal del partido. Unos días más tarde, otro periódico publicó varias hojas de un cuaderno de contable, en las que aparecen meridianamente detallados los pagos extra a los honorables dirigentes, entre los que hay ex ministros, ex secretarios generales, y el actual presidente del gobierno, don Mariano Rajoy. Con estas noticias nació otra variedad de chorizo; el Chorizo de Mierda.

Don Mariano Rajoy, perdedor de dos elecciones, para ganar votos propuso que los extranjeros que viven en España suscribieran un contrato por el que se comprometían a respetar y seguir las costumbres españolas, pero sin indicar cuáles. No estaba claro si los marroquíes, ecuatorianos, japoneses, alemanes o británicos residentes en España debían, merced a ese contrato, sumarse con algarabía a la rancia costumbre de matar a puñaladas un toro en Tordesillas, o a lanzar cabras vivas desde algún campanario antes de entregarse con frenesí a la danza del pasodoble “suspiros de España”. Lo que sí quedó claro, es que don Mariano Rajoy es un seguidor fiel de algunas tradiciones taurinas, sobre todo le entusiasma la figura de Don Tancredo, un sujeto que, en alguna corrida, descubrió que permaneciendo quieto, muy quieto, en silencio, muy en silencio, ningún toro se fijaría en él y no sufriría el menor contratiempo.

La figura de Don Tancredo se convirtió en el estilo de gobierno de Rajoy, y para no arriesgarse a un percance en sus escasas intervenciones en el parlamento, o ante la prensa, decidió que el eufemismo era, o debía ser, una de las costumbres más caras de España.

El turista que visite este encantador país tendrá que comprar un diccionario de la Nueva Lengua Española, pues sólo así podrá entender que el acto de entregar 100 mil millones de euros a la banca privada, con cargo a los presupuestos del Estado, y que se paga reduciendo a mínimos los gastos en salud, educación, servicios sociales y todo aquello que es propio de un país civilizado, se llama “recapitalización del sistema financiero”. Al despido casi gratuito y sustentado en la perspectiva de reducción de beneficios se le llama “reforma laboral o flexibilidad del trabajo”. A la privatización de los hospitales públicos se le llama “externalización”, y se llama “reforma de la educación” al regreso de los crucifijos a las aulas, al reemplazo de la asignatura de educación para la ciudadanía por clases de religión católica. El turista que visite este simpático país, encontrará que todos los días, a todas horas, multitudes de españoles y españolas llenan las calles portando tijeras de cartón, letreros que dice “no hay pan para tanto chorizo”, lo que evidencia que este es el país de la fiesta y la alegría infinita ofrecido en los catálogos de turismo.

Y encontrará costumbres extrañas, por ejemplo, entre los miles que hurgan en los contenedores de basura buscando algo que echarse a la boca, verá algunos –pocos por ahora, pero en aumento- que se aplastan ellos mismos los dedos con las tapas de los contenedores al tiempo que declaman: yo fui uno de los gilipollas que dio mayoría absoluta a estos chorizos de mierda.

Para facilitar la comprensión del turista me permito indicar que, en ningún caso, el gobierno quiso restar legitimidad y competitividad al Chorizo de Mierda. Las aseveraciones de doña María Dolores de Cospedal, secretaria general del Partido Popular y presidenta de Castilla-La Mancha, con sus repetidos “no me consta” cuando alguien le hablaba de la irrupción pública del Chorizo de Mierda, lema que fue repetido como un mantra por toda la cúpula del Partido Popular, deben ser tomadas como una simpática frase folclórica. Sabido es que la señora Cospedal adora vestirse de lagarterana cuando asiste a las procesiones, y suele decir “no me consta” con la misma naturalidad con que dice ¡vivaspaña!, ¡ole la madre que me parió! o ¡guapa! al paso de un monigote de escayola con aspecto de mujer sufriente.

Tampoco el turista debe sentirse confundido al leer que don Mariano Rajoy, en Alemania, al ser consultado por la lista de chorizos de mierda que aparecen en el libro de contabilidad “b” de Luis Bárcenas, dijera: “nada es cierto, salvo alguna cosa”.

Dicen las lenguas viperinas que al señor Rajoy, durante su visita a Chile, se le contagió la desconcertante locuacidad de Sebastián Piñera. Puede ser, pero lo más probable es que ese “nada es cierto, salvo una cosa” obedece más bien a su afán de decir algo, sino trascendente al menos de cierto interés, alguna vez en su vida.

Y la frase ha tenido éxito. Tanto, que hasta la Conferencia Episcopal empieza a preocuparse ante el surgimiento de evangelios apócrifos, que el la parte donde dios le dice a Caín: “me han dicho que primero mataste a un pobre burro, y que empleaste una de sus quijadas para matar a tu hermano Abel”, el pérfido Caín responde: nada es cierto, salvo alguna cosa.

Hoy, cientos de miles de estudiantes salieron a las calles en una huelga masiva que paralizó el 92 % de la actividad escolar, pidiendo la derogación de la nueva ley de educación, y la dimisión del ministro del ramo. Según el gobierno, solamente el 12% del alumnado secundó la huelga. La respuesta de los estudiantes es: nada es cierto, salvo alguna cosa.

Turistas del mundo, bienvenidos a España, el país del chorizo, el país de los indultos garantizados a los defraudadores y a los policías que torturan hasta frente a las cámaras de seguridad de las comisarías, el país del no me consta, al país cabreado, tan cabreado, que está a punto de arder y no habrá bomberos que apaguen el fuego de la más justa de las iras.

6 de febrero de 2013

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