martes, 24 de febrero de 2009

"Tratamos a los palestinos como animales".

Confesiones de un soldado israelí: "Tratamos a los palestinos como animales".

Comienzan a surgir en la sociedad israelí las primeras voces contra la guerra. El domingo, una marcha en Tel Aviv para pedir el final de los bombardeos en Gaza y el Líbano. Hoy, una noticia que conmocionó a la opinión pública: el sargento Itzik Shabbat anunció que se negaba a participar en la ofensiva contra Beirut, "Lo hago para oponerme a esta locura y para romper con la ilusión de que todos estamos a favor de esta guerra innecesaria basada en mentiras", afirmó este joven reservista de 28 años que vive en Sderot, ciudad próxima a Gaza en la que suelen caer los misiles Qassam de Hamás. Se acerca la hora del regreso a Gaza. Apuro las últimas entrevistas en Jerusalén.

En un café de Jaffa Road, me encuentro con Yehuda Shaul, fundador de la ONG Breaking the Silence (Rompiendo el silencio). "Todo es una locura: la ocupación, la forma inhumana en que tratamos a los palestinos", me dice. "En Israel entras al ejército con 18 años porque quieres luchar contra el enemigo de tu país, porque quieres dejar tu marca en la historia, y haces lo que te dicen, sin pensar. Y allí todo te ayuda para que no pienses. Misiones que cumplir, órdenes que seguir". "Y no ves a los palestinos como seres humanos, los ves como animales. Entras a su casa durante la noche, los despiertas, les gritas, las mujeres allí, los hombres allí, y rompes todo. Son cosas que no harías aquí en Israel, pero las haces allí. Y, para poder hacerlo, niegas la realidad. Es la única forma. Creas entre tú y la realidad un muro de silencio".

"Te pongo otro ejemplo: si encuentras en la noche un paquete sospechoso que puede ser una bomba, llamas al primer mohamed que encuentras en la calle y le dices que lo abra. Podrías llamar a un experto que lo desactivase, tardaría diez minutos en venir, pero mejor hacer que un palestino se juegue la vida, ya que para ti es lo mismo, no lo ves como un ser humano. Yo hacía eso con mis soldados en Hebrón". "Y también en Nablus, cuando quería entrar a una casa, si pensaba que podía haber una bomba trampa, cogía al mohamed de turno y lo obligaba a que abriera la puerta. Es parte de la rutina del ejército: usar a los palestinos como escudos humanos".


"Lo mismo cuando estás en un check point, los obligas esperar mucho más de los necesario, a veces durante horas, y coges a un palestino al azar y le das una paliza, de cada quince o veinte que pasan, para que el resto tenga miedo y esté tranquilo. Sólo así, tú que estás con cuatro soldados más los dominas a ellos que son miles". "Y cuando entras a Gaza con el carro de combate y ves un coche nuevo, aunque tengas espacio en la carretera, pasas por encima. Y también disparas a los tanques de agua. Para meterles miedo, para que te respeten, porque esa es la lógica de lo que nos enseñan a los soldados israelíes".



"Además, eres joven y empiezas a disfrutar de ese poder, de que la gente haga todo lo que les digas. Es como un video juego. Estás en un check point en medio de la ruta, tienes a veinte coches esperando, y con sólo mover el dedo hacen lo que tú quieras. Juegas con ellos. Los haces avanzar, retroceder. Los vuelves locos. Tienes 18 años y te sientes poderoso". "Tres meses antes de abandonar el ejército, dirigía una unidad en Hebrón, había hecho una buena carrera, así que tenía tiempo libre.




Una mañana me miré ante el espejo y comprendí que todo aquello era un error y supe que no podría seguir adelante con mi vida si no hacía algo. Por eso, apenas salí, junto a los soldados de mi unidad, montamos una exposición con nuestras fotos, se llamaba Traer Hebrón a Tel Aviv". "Cayó como una bomba en la sociedad. Vinieron parlamentarios, periodistas. Pasaron siete mil personas.





Entonces creamos Breaking the silence, donde damos espacio para que los soldados cuenten los abusos que cometen sistemáticamente. Más de 350 lo han hecho. Ahora tenemos exposiciones y vídeos en Europa, en Israel". "Alguna gente dice que son casos aislados. Las madres dicen: mi hijo, que está ahora en el ejército es bueno, no hace estas cosas, esto sólo lo hacen los soldados beduinos o los etíopes. Pero no es cierto. Todos las hacemos, porque es la lógica de la ocupación israelí: aterrorizar a los palestinos".




"Los check points no sirven para detener a los palestinos de entrar a Israel, es para que la realidad no entre a Israel. Porque esta es una sociedad de soldados, todos pasamos por el ejército tres años cuando somos jóvenes y luego un mes al año. Y todos hacemos eso. Por eso existe el muro de silencio, de negación, porque todos somos responsables y no lo queremos admitir". "Ellos son las víctimas, nosotros los victimarios. Pero como victimarios, también pagamos un precio. Esta es una sociedad que no se anima a mirar a los ojos a la verdad, a sus propios actos. Es una sociedad, como consecuencia, moralmente enferma".

lunes, 23 de febrero de 2009

Europa del Este, a punto de estallar

por Mike Whitney (*)

22/02/09


La Europa del Este está a punto de estallar. Si lo hiciera, se llevaría por delante a buena parte de la UE. Es una situación de emergencia, pero no tiene fácil remedio. El FMI no tiene recursos bastantes para un rescate de esas dimensiones, y la recesión se propaga harto más rápidamente de lo que logran organizarse los esfuerzos de rescate. Los ministros de finanzas y los jefes de los bancos centrales van de aquí para alá, tratando de extinguir un fuego tras otro. Sólo es cuestión de tiempo el que se vean completamente rebasados por los acontecimientos. Si se consiente la quiebra de un país, el efecto dominó podría terminar tumbando a la región entera y dar pie a espectaculares alteraciones del paisaje político. El auge del fascismo ya no es descartable.

El responsable de la sección de economía del diario británico The Telegraph, Edmund Conway, lo resume así:

“Una ‘segunda oleada’ de países caerán víctimas de la crisis económica y están ya abocados a un rescate por parte del FMI, según advirtió el presidente de esta institución en la pasada cumbre romana del G-7 (…) Pero, habida cuenta de que las economías de algunos países son enanas en relación con las dimensiones cobradas por su sector bancario y por sus obligaciones financieras, se teme que podrían desplomarse, víctimas de las crisis de balanza de pagos y monetaria, como le pasó a Islandia antes de recibir el auxilio de emergencia del FMI.”

El capital extranjero huye a velocidades alarmantes; cerca de dos tercios se han ido ya en cosa de meses. La deflación se ceba en los precios de los activos, bajándolos, lo que incrementa el desempleo y agrava la carga deudora de las instituciones financieras. Ocurre por doquiera. Las economías se han vaciado, el capital, evaporado. Ucrania bordea la bancarrota. Polonia, Letonia, Lituania y Hungría han ido deslizándose, grado a grado, hasta el sumidero de la depresión. Los países que siguieron a pies juntillas la dieta económica prescrita por Washington son los que más han sufrido. Apostaron a una prosperidad fundada en un crecimiento estimulado por la deuda y las exportaciones. El sueño ha quedado estrozado. No han desarrollado sus mercados de consumo interno, y la demanda es débil. El capital es escaso, y las empresas se ven forzadas a desapalancarse para evitar la quiebra deudora. Toda la Europa del Este emite de consuno un grito de socorro. Necesitan un salvavidas del FMI; de lo contrario, sus economías se van al garete.

El periodista económico del Telegraph, Ambrose Evans-Pritchard, ha escrito una serie de artículos sobre la Europa del Este. En uno de ellos –“El fracaso en el rescate de la Europa del Este llevará a un desplome mundial”—, dice lo que sigue:

“El ministro de finanzas austriaco, Josef Pröll, hizo esfuerzos titánicos la semana pasada lograr un rescate de 150 mil millones de euros para el bloque ex-soviético. Y lo consiguió. Sus bancos prestaron 230 mil millones de euros a la región, el 70% del PIB austriaco.”

“Una tasa de morosidad del 10% significaría el colapso del sector financiero austriaco”, informaba el diario vienés Der Standard. Desgraciadamente, eso es lo que parece que va a ocurrir.

El Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD) dice que las deudas malas pasarán del 10% y aun podrían llegar al 20%.

Stephen Jen, jefe de la división de divisas de Morgan Stanley, dijo que la Europa del Este tomó prestados del resto del mundo 1,7 billones de dólares, el grueso de ellos en vencimientos a corto plazo. Tiene que devolver –o aplazar su vencimiento— 400 mil millones de dólares este año, lo que equivale a un tercio del PBI de la región. ¡Buena suerte! La ventana crediticia se cerró de golpe.

Casi todas las deudas del bloque del Este europeo tienen como acreedora a la Europa occidental, sobre todo a bancos austriacos, suecos, griegos, italianos y belgas. Además, los europeos cargan un asombroso 74% de la cartera de 4,9 billones de dólares de préstamos a los mercados emergentes. Están cinco veces más expuestos a estos últimos que los bancos norteamericanos o japoneses, y están un 50% más apalancados (según datos del FMI). [Ambrose Evand Pritchard, The Telegraph.]

Una crisis económica que está degenerando a toda velocidad en una crisis política. Ya han estallado revueltas y desórdenes en capitales de toda la Europa del Este. Haría bien el señor Geithner en prestar atención a eso. Crecen las perspectivas de subversión política. El malestar público podría bajar a las calles en cualquier momento. Los gobiernos deberían actuar rápida y resueltamente. Esos gobiernos necesitan divisas fuertes y garantías de sostén. Si no reciben ayuda, la hasta ahora contenida furia pública estallará en algo más letal.

Dice Ambrose Evans-Pritchard:

"Los bancos globales han registrado hasta ahora 2,2 billones de dólares de pérdidas, en estimaciones del FMI. Encima, los bancos de la UE están expuestos a la Europa del Este por un monto de 1,6 billones de dólares, lo que se ve cada vez más como la debacle subprime propiamente europea, y la deuda empresarial de la UE significa el 95% del PIB (sólo es del 50% en EEUU), una fuente de preocupaciones crecientes a medida que suben las tasas de morosidad.

“Es esencial que el apoyo público a través de un alivio de activos no se dé a una escala tal, que genere inquietudes de sobreendeudamiento o de problemas financieros. Lo que resulta particularmente importante en el actual contexto de crecientes déficit presupuestarios, aumentos de los niveles de la deuda pública y desafíos derivados de la emisión de obligaciones por fondos soberanos. “ (The Telegraph.)

Lo mismo ocurre, doquiera los bancos fusionaron sus ramas comercial y de inversión. La deuda se ha disparado hasta niveles insostenibles, desestabilizando al conjunto de la economía. Los bancos han estado operando como fondos hedge, ocultando sus actividades en contabilidades fuera de balance y maximizando su apalancamiento a través de instrumentos de deuda opacos. Ahora, la economía global se halla atrapada en el despeñadero de una burbuja especulativa colapsada. La Europa del Este ha sido duramente golpeada, pero no es sino el primero de los condenados a caer. Toda Europa ha sido infectada por el mismo virus originado en los EEUU. El New York Times del pasado lunes resumía de esta guisa la evolución de los acontecimientos en la Unión Europea:

“En los últimos meses del pasado año, Europa cayó más profundamente en recesión que los EEUU, de acuerdo con los datos publicados el viernes (…) La economía de los 16 países que comparten la moneda del euro cayó un 1,5% en el cuarto trimestre (lo que significa un desplome anual del 6%), de acuerdo con la oficina estadística de la UE. Eso es peor todavía que la caía del 1% en la economía de los EEUU en ese mismo período, comparado con el trimestre anterior. Los datos de hoy destruyen cualquier ilusión de que a la zona euro le vaya ligeramente mejor en este declive global”, dijo Jörg Radeke, un economista del londinense Center for Economics and Business Research. ["Europe Slump Deeper than Expected" ,New York Times.]

Los “liquidacionistas” querrían que los gobiernos se abstuvieran de inyectar fondos a las instituciones financieras y abandonar a éstas a su suerte. Es una locura darwiniana, equivalente a aguardar en la cocina de la casa la llegada de un infarto de miocardio en vez de correr al hospital para un tratamiento de urgencia. La economía global se está desacelerando al ritmo más rápido jamás registrado. Se ha evaporado ya el 40% de la riqueza global. El sistema bancario es insolvente, el desempleo se dispara, los ingresos fiscales caen, los mercados están en estado de shock, la vivienda se desploma, los déficits se disparan también y el índice de la confianza de los consumidores está en el punto más bajo de la historia. No es tiempo de ideologías a medio cocinar. La economía global está experimentando una masiva contracción sistémica que podría terminar fuera de todo control y hundirnos en otra guerra mundial. Es necesario que los dirigentes políticos entiendan la urgencia del momento y eviten la derrapada y consiguiente caída en la zanja.

(*) Mike Whitney es un analista político independiente que vive en el estado de Washington y colabora regularmente con la revista norteamericana CounterPunch.

Traducción para www.sinpermiso.info: Mínima Estrella

Decrecimiento sostenibl


Decrecimiento sostenible

Joan Martínez Alier

La crisis económica actual ha puesto a John Maynard Keynes de moda porque existe capacidad industrial en las economías occidentales que no se aprovecha. Ante el aumento del desempleo, la receta adecuada es un mayor gasto público. Así habrá dinero para cambiar de automóvil y comprar el exceso de viviendas que deprime la industria de la construcción en Estados Unidos, en Reino Unido y en España. Keynes quería que la economía saliera de la crisis de 1929. Dijo explícitamente que lo que ocurriera a largo plazo, una vez la economía se recuperara de las dificultades, no le importaba. Fueron economistas posteriores como Harrod y Domar los que convirtieron el keynesianismo en una doctrina de crecimiento económico a largo plazo. Más tarde llegaron o resucitaron los neoliberales como Hayek, quienes aseguraron que el mercado sabía mucho más que el Estado. Ahora estamos escuchando a banqueros que piden que nacionalicen sus bancos, por favor. Estamos viendo la resurrección de Keynes (o su reencarnación en Krugman y Stiglitz). Pero podemos preguntarnos, ¿un Keynes de corto plazo, para salir de la crisis, o un Keynes también de largo plazo para seguir una senda virtuosa de crecimiento económico?

Es ahí donde entra la actual crítica de la Economía Ecológica. El crecimiento económico se ha basado en la energía del carbón, el petróleo y el gas natural. Parece aconsejable un keynesianismo verde que aumente la inversión pública en conservación de energía, en instalaciones fotovoltaicas, en transporte público urbano y rehabilitación de viviendas, en agricultura orgánica. Pero no lo parece continuar en la fe del crecimiento económico. En los países ricos debe darse un ligero decrecimiento económico que sea socialmente sostenible. Debemos entrar en una transición socio-ecológica. La economía ha de decrecer en términos de materiales y de consumo energético. Existe ya un acuerdo social en Europa para que las emisiones de dióxido de carbono se recorten un 20% con respecto a las de 1990, pero lo que no se había previsto es que, de hecho, al decrecer el PIB esas emisiones ya están disminuyendo.
Pero no sólo hay razones ecológicas para el decrecimiento. Hay psicólogos que han averiguado que la felicidad no aumenta con el aumento del PIB per cápita. Mejor dicho, sí que aumenta a niveles muy bajos, pero no después.

Ahora bien, el decrecimiento económico provoca dificultades sociales que hemos de afrontar para que la propuesta antes citada pueda ser socialmente aceptada. Si la productividad del trabajo (por ejemplo, el número de automóviles que un trabajador produce al año) crece el 2% anualmente pero la economía no hace lo propio, eso llevará a un aumento del desempleo. La respuesta ha de ser doble. Los aumentos de productividad no están bien medidos. Si hay sustitución de energía humana por energía de máquinas, ¿los precios de esta energía tienen en cuenta el agotamiento de recursos, las externalidades negativas? Sabemos que no es así. Además, hay que separar el derecho a recibir una remuneración del hecho de tener empleo asalariado. Esa separación ya existe en muchos casos (niños y jóvenes, pensionistas, personas que perciben el seguro de desempleo), pero debe ampliarse más. Hay que redefinir el significado de 'empleo' -teniendo en cuenta los servicios domésticos no remunerados y el sector del voluntariado- y hay que introducir o ampliar la cobertura de la Renta de Ciudadano o Renta Básica.

Cabe plantear otra objeción. ¿Quién pagará la montaña de créditos, las hipotecas y la deuda pública si la economía no crece? La respuesta debe ser que nadie. No podemos forzar a la economía a crecer al ritmo del interés compuesto con que se acumulan las deudas. El sistema financiero debe tener reglas distintas de las actuales. En Europa y Estados Unidos lo que es nuevo no es, pues, el keynesianismo, ni tan sólo el keynesianismo verde. Lo nuevo es el movimiento social por el decrecimiento sostenible. La crisis abre expectativas para nuevas instituciones y hábitos sociales. El objetivo en los países ricos debe ser vivir de forma óptima dejando de lado el imperativo del crecimiento económico.

Joan Martínez Alier es catedrático del Departamento de Economía e Historia Económica de la Universidad Autónoma de Barcelona

Las provincias, 21 febrero 2009

domingo, 22 de febrero de 2009

Gaza. Después de la masacre.

























Gaza. Después de la masacre.

Por JUAN MIGUEL MUÑOZ

Durante 23 días, Israel convirtió Gaza en una trampa mortal para un millón y medio de palestinos. El Ejército israelí sometió a la población a un duro castigo colectivo. Murieron casi 1.400 personas. Pocos días después de terminar el asedio, vetado para los periodistas, dos reporteros captaron la destrucción, el dolor y también el orgullo de un pueblo.

Ataviado con salacot y uniforme, la antigua fotografía en blanco y negro muestra a un guardia que posa sonriente delante del cartel de Imperial Airways. Aterrizaba en aquellos tiempos del mandato británico el aeroplano Hanno en el aeropuerto de Gaza y las vías del ferrocarril cruzaban la plácida franja mediterránea. Trenes procedentes de Arabia atravesaban el territorio palestino y enlazaban, vía Damasco, con el Orient Express rumbo a Estambul y París. Corría 1935 en este pedazo de tierra codiciado durante milenios por faraones, reyes nabateos, monarcas fenicios, asirios, militares griegos, emperadores romanos y bizantinos, visires persas, cruzados, emperadores franceses, sultanes otomanos, reyes británicos, primeros ministros israelíes, presidentes egipcios… Ahora es un lugar desolador, salpicado de parajes lunares, de enormes cráteres cavados por las bombas, de cientos de edificios públicos derruidos. Y de gente deprimida –casi todos pobres, pocos ricos– que, sin embargo, se proclama dispuesta a resistir. Son orgullosos. No agacharán la cabeza, a pesar de que el territorio palestino es una ruina sometida por Israel a un asedio económico, militar y político que perdura ya tres años. Gaza regresa tras la guerra de 23 días, la más devastadora sufrida en décadas, al pasado. Pero no para que vuelvan a despegar aviones, ni zarpen barcos, ni los ferrocarriles emprendan la marcha hacia Occidente. Los adultos saben que eso difícilmente lo verán.

En Gaza se respira destrucción y se reciben lecciones de una historia reciente moteada de acontecimientos apenas conocidos fuera de sus 367 kilómetros cuadrados. Para los dirigentes israelíes, esta guerra –desatada el 27 de diciembre con un bombardeo de cuarteles en cuyas paredes aún está incrustada la carne carbonizada de los agentes, y que causó casi 1.400 muertos, la gran mayoría civiles– tuvo su origen en el lanzamiento del primer cohete Kassam en 2001. Y siguió con la evacuación de los colonos judíos y militares de Gaza, en septiembre de 2005. No existe la historia. Los gazauis, sin embargo, rememoran otro relato que arranca en 1948, año de la fundación del Estado sionista. Cuentan, porque lo vivieron, matanzas en Gaza y Cisjordania en 1953, en 1955, en 1956, en 1967, en 1982, en 2002, en 2008… La narración que se repite machacona.

Sí se acordará Mohamed Sultana, de 57 años, quien yacía a finales de enero en el hospital Shifa minutos antes de ser enviado a su casa de Beit Lahia por falta de camas en la saturada planta del centro médico. Se escuchan gemidos de pacientes. Extraño era entrar en el Shifa y no oír el grito de un niño quemado. La pierna izquierda de Mohamed termina en un muñón cicatrizado. Perdió la extremidad durante la primera Intifada, hace más de dos décadas. “Acudí durante esta guerra al hospital Al Quds y lo bombardearon. Tras la explosión me encontré en la calle. Se me infectó una herida en la pierna derecha y me amputaron a la altura de la rodilla”. Fue cojo a que le trataran. Salió sin piernas.

Estos días en Gaza se ve más gente con muletas, más mutilados de lo habitual. “Verá usted”, tercia el familiar de un paciente, “cuando no existía la OLP nos mataban; después de su fundación, también; tras los acuerdos de Oslo en 1993, lo mismo. Ahora gobierna Hamás, y siguen matándonos. Y podría desaparecer Hamás, e Israel seguiría matándonos”.

Sobre los escombros en Yabalia de una de las 4.000 viviendas demolidas por la aviación y la artillería israelíes, el propietario sesentón, Anuar Abdalá, refugiado desde 1948, afirma: “Volvemos a las tiendas de campaña. No vivíamos en ellas desde 1953, cuando la Agencia de Naciones para los Refugiados (UNRWA) empezó a construir casas. Hay ahora 10 campos como éste en Gaza. Yo he vivido 30 años en Arabia Saudí, y regresé. Vamos a reconstruir todo lo que ve. Somos como la vegetación. Creceremos de nuevo. La época de la emigración se acabó. Aprendimos bien la lección”. Testimonios como el de Ahmed Jader se prodigan en cualquier rincón de la zona oriental limítrofe con Israel. “A mí me han tirado dos veces la casa. Y en esta guerra han derribado la de mis 12 hermanos y sobrinos. Alguno de ellos ha muerto. Pero pienso seguir aquí, aunque la destruyan diez veces más”, asegura, haciendo honor a la testarudez que distingue a los vecinos de Gaza. Juran, junto a las tiendas que florecen ahora en su tierra, que no claudicarán.

El jefe de UNRWA en Gaza, el irlandés John Ging, advertía a comienzos de febrero que decenas de miles de personas del millón y medio de habitantes de la franja han quedado a la intemperie. En varias zonas del noreste de Gaza, desde las que casi se podría saludar a los granjeros de los kibutzim israelíes, apenas quedan edificios en pie. Sobre los montículos de cemento y hierro pasan las jornadas los lugareños. Tratan de recuperar la antena parabólica, ropas, enseres o documentos en medio de una polvareda insalubre… La destrucción fue sistemática. Deliberada. “Haremos que retrocedan veinte años”, amenazaron algunos ministros del Gobierno de Ehud Olmert. Cumplieron.

La virulencia de los ataques masivos ha expandido la destrucción hasta límites desconocidos en Gaza. Treinta y cinco escuelas, 16 ministerios, hospitales, cientos de cuarteles y puestos policiales, 4.000 casas o edificios de viviendas, un millar de fábricas, la Facultad de Ingeniería de la Universidad Islámica… El Parlamento es, sin duda, el más transparente del mundo. Sólo queda el esqueleto del edificio, que habrá que derribar. Un montón de mezquitas han sido arrasadas. “Mira, mira”, señala un mocoso a un alminar desmochado en el campo de refugiados de Yabalia. Es uno de los pasatiempos de los niños cuando se topan con un extranjero. Una señal para el futuro: con sus amiguitos, bien pequeños, se van deprisa para no perderse el rezo del mediodía. ¿Y por qué esa destrucción si los combatientes palestinos esperaron a los soldados enemigos en el interior de las ciudades? Eyad Abu Hujeir, director de una ONG que promueve los derechos humanos, alberga pocas dudas: “El mensaje es muy claro. Quieren que la zona entre la frontera y las primeras viviendas de palestinos sea lo más extensa posible”. El Gobierno israelí exige para la tregua con Hamás un espacio libre en las inmediaciones de la frontera. No será sencillo.

Rohme Rohme es un fornido campesino que sabe leer y escribir. Poco más. “Ésta es una zona abierta donde no lucharon los milicianos. Es sencillo: Israel no quiere que vivamos aquí. Por eso querían aniquilarnos o expulsarnos hacia el oeste. De mi casa y la de mis seis hermanos, nada queda. En febrero del año pasado ya fue derribada una parte, pero ahora la han tirado abajo por completo. Los tanques también han arrasado mi campo de olivos y naranjos. Mire las huellas. Mi familia no es de Al Fatah ni de Hamás. Pero eso da igual. No nos iremos. ¿Adónde? Nos costará 60.000 euros levantar otra casa, es probable que la destrocen de nuevo, y la volveremos a reconstruir”, explica Rohme, que apunta con el dedo cada edificio aplanado a su alrededor: una fábrica de hormigón y de ladrillos, la de mármol, naves industriales, un almacén de chatarra –donde aún reposa el puente de mando del Chindallae, el pequeño barco que utilizaba Yasir Arafat, también bombardeado hace años–, la mezquita… En el hospital Al Wafa, también geriátrico, hubo suerte: sólo tiene un boquete de dos metros y docenas de impactos de proyectiles de menor calibre.

Al sur de Gaza, en Juzaa, al este de Jan Yunis, también a pocos cientos de metros de la frontera israelí, montones de viviendas fueron arrasadas. Los plásticos de los invernaderos, desplomados, y sobre la tierra no se deja de pisar tomates aún verdes. Las tuberías subterráneas para el riego emergen y se funden con las torretas eléctricas derribadas. En la vecina Beni Suahila, la clínica de fisioterapia es un amasijo de hierros y cemento. El recuento de destrozos llenaría páginas. A evaluar los daños se dedican los cientos de cooperantes que conducen sus vehículos hacia los barrios del este de la ciudad de Gaza (Zeitun y Sheyaieh), hacia Atrata (al norte de la franja), a Juzaa, a Mughraga (en el centro)… En la sureña Rafah, los túneles que conectan Gaza con Egipto, cordón umbilical para el contrabando de alimentos, ordenadores, vacas, queso, armamento y todo lo imaginable, fueron martilleados sin pausa. Los hombres que trabajan en los túneles enseñan los restos de misiles, algunos sin explotar. Ni uno disiente: “Pueden bombardearlos una y otra vez, y los volveremos a excavar. Es nuestro único medio de vida”, dice Abu Antar, que busca la boca de uno de los túneles en un enorme socavón. El jefe de la aviación israelí, Ido Nehustan, coincidió con el pronóstico: “Podemos bombardear hoy y los reconstruirán mañana”.

Reconstruir es ahora la palabra clave. Una tarea cifrada en 1.600 millones de euros que no está exenta de turbios manejos políticos. La aversión a la Autoridad Palestina y a su presidente, Mahmud Abbas, se torna desprecio en Gaza. Nidal es el nombre ficticio de un acaudalado empresario. “Nunca seré de Hamás. Es más, pertenecía a Al Fatah, pero abandoné”, explica como presentación. “No van a permitir a Hamás que lleve a cabo la reconstrucción. Eso está pactado entre Israel, Abbas y Egipto”. Emad al Baz, director del Registro de Empresas del Ministerio de Economía, esboza el panorama. “Hay 3.000 empresas en Gaza, y todas se paralizaron durante la guerra”, comenta en su despacho. “Tenemos unas 1.200 fábricas, la gran mayoría cerca de la frontera. El 80% han sido destruidas. Israel quería acabar con nuestra economía, y de paso que la gente se rebelara para derrocar al Gobierno. Nos amenazan con más bombardeos, pero nada peor nos pueden hacer ya. Aquí no hay temor a la muerte, y eso también tiene su valor”, dice el alto funcionario.

Si el odio a Israel se palpa, la indignación respecto a los países occidentales y varios de sus aliados árabes –Egipto y Jordania se llevan la palma– brota sin preguntar. Tres semanas después del alto el fuego –aunque los ataques aéreos a Gaza continuaron y el lanzamiento de algunos cohetes, también–, ni siquiera la ayuda humanitaria llegaba en la cantidad necesaria para aliviar el desastre. UNRWA, cuyos almacenes en su sede central de Gaza fueron totalmente calcinados, asegura que sólo recibe la mitad de lo necesario; el enviado de la Unión Europea, Marc Otte, apremia a Israel para que permita un flujo cuantioso a un territorio que calificó como “el infierno”. Los palestinos están hastiados de escuchar esta cantinela que tildan de hipócrita. “Necesitaremos al menos dos o tres años para reconstruir lo devastado, y eso suponiendo que las fronteras permanezcan abiertas. Todo son promesas de países extranjeros. Pero sabemos por experiencia que luego se incumplen. Los fondos que sí llegan son los que recaudamos de empresarios y asociaciones del mundo árabe y musulmán”, explica Al Baz, que se ufana de la resistencia ofrecida por las milicias y de que el Gobierno siga en pie.

Podrá Hamás negociar, practicar concesiones, pero no renunciará a la victoria que le otorgaron las urnas en 2006 y que le aupó al Gobierno tras una participación electoral a la que Israel dio el visto bueno. Pocos aventuraron el triunfo islamista, que propició el bloqueo que nunca dejó de agravarse. Durante la guerra, el Ejecutivo israelí prohibió incluso la entrada de periodistas extranjeros y diplomáticos en Gaza. Egipto se sumó a la censura. Sólo una vez concluida, pudo cruzarse por el paso egipcio de Rafah. Ya en el lado palestino, el pasaporte es estampado, por primera vez en varios años, con el sello palestino. Tramitaron el documento funcionarios del Gobierno islamista. No harán dejación de funciones. Nunca en los tres últimos años se han visto tantas banderas verdes ondeando. “Vamos a salir de la profundidad del bloqueo”, reza una pancarta firmada por Hamás colocada en una de las principales avenidas de la capital. Las enseñas del movimiento islamista cuelgan de miles de farolas. Porque para eso sirven las farolas, siempre apagadas. Hamás dice así a los ciudadanos de Gaza, partidarios y detractores: “Aquí estamos”. En las carreteras próximas a la frontera, ahora sin asfalto, también penden de los postes: un mensaje para Israel.

La desesperación se mezcla con un orgullo y una dignidad nunca ajenos a las arraigadas creencias religiosas. No se verán en medio de semejante miseria manos extendidas pidiendo limosna, un fenómeno impropio de Gaza, donde las redes eléctricas, de desagües y los sistemas de suministro de agua no son dignos de tal nombre. A lo sumo, los chavales, con frecuencia descalzos, casi siempre sucios, venden paquetes de chicles por un par de shekels (40 céntimos de euro). Una estampa habitual: hombres sentados en sillas de plástico a las puertas de sus casas o talleres. Carece de sentido contabilizar a los desempleados. Sería más sencillo contar las personas que trabajan. Hay gazauis que emigrarían, aunque sólo fuera hasta que capeara un temporal que amenaza siempre con nuevas réplicas. Aunque también, en plena contienda, cientos de personas cruzaron el paso de Rafah, entre Gaza y Egipto, para vivir la tragedia con sus familiares.

Hajed Abu Awad, de 24 años, vive en Bait Lahia, en una casa muy amplia y luminosa. “Iba a estudiar un máster en sanidad pública en la Universidad de Estocolmo. Tenía una beca para comenzar a mediados del año pasado y me dieron un visado para hacer una entrevista. Pero el Gobierno israelí me prohibió la salida”. Todo joven es sospechoso. “Podría haber cruzado por los túneles de Rafah, pero me habrían detenido en el aeropuerto de El Cairo. ¿Sabe? En los túneles no estampan los pasaportes”, sonríe. El visado expiró y el semestre de estudios ha terminado. Trabaja por unos 400 euros al mes en un hospital. “Estoy deprimido”, asegura Hajed. “La gente ha perdido la ambición por conseguir la paz y no piensa en el mañana. No hay esperanza en el futuro, no se puede ser optimista porque la situación no va a mejorar pronto. Vivimos al día. Pero nunca abandonaría Gaza. Sólo marcharía para estudiar, porque aquí, sin guerras, se podría vivir muy bien”.

En Gaza a menudo se adivina la filiación política de los hombres –entre las mujeres, de atuendo uniforme, es imposible– nada más ver su vestimenta, su peinado, su presencia, sus modos o su barba. Hajed no se amolda al patrón del fiel seguidor de Hamás. No lo es. “Creo”, asegura, “que si Hamás hubiera podido romper el bloqueo sin cohetes, lo habría intentado. Pero no se lo permitieron. El asedio comenzó inmediatamente después de vencer en las elecciones. ¿Qué podían hacer? Nos cercan, nos matan y nos exigen que nos quedemos quietos. No tenían alternativa”.

Ni había escapatoria de la ratonera durante una guerra de la que los civiles no pudieron huir. Los pobres, naturalmente, se llevaron el palo más duro. Pero nadie ha estado libre del cerco que ha convertido a Gaza en un gueto donde las colas para comprar gas o recibir alimentos de UNRWA son a menudo muy largas. Rashad Abed Rabbo es una de las víctimas del castigo colectivo israelí. A la luz de las velas tras el consabido apagón, o, mejor dicho, tras disfrutar de un par de horas de corriente, explica los avatares de un empresario próspero –sus dos hijos estudian en un colegio privado que cuesta 2.000 euros al año, una fortuna en la franja– que observa impotente el hundimiento irremisible de su negocio. “Me iba muy bien. Importaba productos desde Rusia y Turquía y los vendía también en Israel. Desde que Hamás ganó las elecciones no puedo importar casi nada. Tenemos prohibido comprar 270 artículos: herramientas de construcción, productos de limpieza, coches, recambios de automóviles, hierro, aluminio, cables, componentes eléctricos… Hasta vasos. Tengo contenedores de vasos en el puerto israelí de Ashdod bloqueados desde hace tres años. Los consideran artículos de lujo. Es ridículo. Ahora compro a empresas israelíes que antes eran mis clientes”.

Rashad disponía de cinco furgonetas y 21 empleados. Hoy, cinco trabajadores y un vehículo. Sus ventas se han desplomado el 80%. Puede adquirir (a empresas israelíes, claro está) 22 productos que no pueden ir empaquetados. Sólo un par de veces al mes y un máximo de 30 toneladas, como el resto de los 400 comerciantes registrados. “El material debe verse a simple vista para su inspección: latas de conserva, papel higiénico, azúcar, leche, harina…”. No es este comerciante uno de esos milicianos imbuidos en el deber de una misión sagrada y prestos a afrontar la muerte. Nada de convertirse en un shahid (mártir). Admite ser un privilegiado en su entorno calamitoso. Y echa pestes de Israel, de la Autoridad Palestina y de Hamás. “Es un triángulo perverso. Israel, Hamás y la Autoridad Palestina manejan tres raquetas. Y nosotros, la gente, somos la pelota. En Gaza hay gran capacidad para soportar estas situaciones, y sabemos que habrá otro partido de tenis. No sé cuándo, pero lo jugarán”.

La guerra dejará una profunda marca en los gazauis. El psicólogo Fadel Abu Hein explica unas estadísticas reveladoras: el 62% de la población estuvo expuesta a las bombas de la aviación israelí y el 74% aguardaba la muerte en cualquier momento. Dormir era una odisea; los niños pequeños, que se negaban a acostarse separados de sus padres, se orinaban en la cama; la carencia de alimentos, agua y medicinas afectó a porcentajes enormes de los gazauis; la ansiedad se disparó; el 90% de los niños la padece… Pero lo más grave son los efectos venideros. “Las heridas físicas”, explica Abu Hein, “pueden curarse, pero los daños psicológicos duran para siempre. Muchos niños vieron cómo sus casas eran demolidas con sus familiares dentro”.

“En la primera Intifada, en 1987, el ministro de Defensa, Isaac Rabin, dijo que había que romper los brazos y piernas de los jóvenes manifestantes. Esa generación es la que ahora lanza cohetes y la que se convirtió en suicidas. Esta guerra ha forjado un ejército que tratará de destruir a Israel. No habrá espacio para la paz en sus mentes. Verá, los judíos sufrieron enormemente durante el Holocausto, y por ello todavía se sienten inseguros y son así de agresivos. Lo mismo sucederá con nuestros niños. Han visto cómo sacaban a sus padres de los escombros. ¿Qué futuro van a tener?”.

Almaza Samuni es una niña de 13 años con un porvenir más que sombrío. Es superviviente de una familia diezmada. Veintinueve muertos. En el barrio de Zeitun, en el este de la ciudad de Gaza, Almaza se sentaba al sol de finales de enero con su padre, Ibrahim, y alguno de sus hermanos heridos leves. Gallinas y pollos despanzurrados se mezclan entre los escombros, los parapetos de arena, y en los surcos dibujados por los tanques y blindados. Ibrahim –45 años, aunque aparenta muchos más– vio fallecer a su esposa y a cuatro de sus 10 hijos. Almaza dice: “He visto morir a mis hermanos. Uno salió a recoger leña y lo mataron. Nadie hace nada por nosotros. Así es nuestra vida”. Los cultivos de verduras de Ibrahim son un revoltijo. “No somos de Hamás. Aquí no había combatientes. No encontraron a nadie y mataron por venganza”.

Sólo en 2008, antes de la guerra, murieron 455 personas en Cisjordania y Gaza. Y recuerdan a los 10.000 encarcelados en Israel. Hablan del Guantánamo israelí. Porque el Ejército mantenía recluidas a finales del año pasado a 548 personas sin cargos. Lo llaman detención administrativa. Algunos han permanecido más de cuatro años entre rejas. Sin juicio. Dos adolescentes de Belén llevan ya varios meses presas. La expansión de las colonias judías, el expolio de tierras de propiedad privada y las detenciones de jóvenes en Cisjordania son parte de la vida cotidiana. “Para un occidental que no ha padecido la ocupación”, lamenta Hajed, el aspirante a becario en una Suecia que no le acogerá, “es muy difícil entender todo esto”.

Fuente: El País, 22, febrero 2009.
http://www.elpais.com/articulo/portada/Gaza/Despues/masacre/elpepusoceps/20090222elpepspor_7/Tes

viernes, 20 de febrero de 2009

Entrevista a Claudio Naranjo

EL HOMBRE DE HOY SIGUE SIENDO UN ESCLAVO

A sus 76 años, el psiquiatra chileno Claudio Naranjo es considerado como uno de los maestros contemporáneos en vida. Profesor de una docena de prestigiosas universidades de todo el mundo y doctor honoris causa por la italiana de Udine, es autor entre otros ensayos, de Carácter y neurosis y Cambiar la educación para cambiar el mundo. También es el fundador del programa (SAT), orientado a promover el autoconocimiento y el desarrollo personal, integrando herramientas y disciplinas occidentales y orientales. Naranjo ha sido invitado recientemente por Esade para reflexionar sobre cómo impulsar una formación más humanista como respuesta a la deshumanización de las empresas y de la sociedad.

Pregunta. ¿Cómo es posible que se deshumanicen los seres humanos?
Respuesta. Cada ser humano cuenta con dos fuerzas antagónicas en su interior. Uno es el falso yo, más conocido como ego o personalidad, relacionado con la ignorancia, la inconsciencia, el egocentrismo, la insatisfacción y el miedo. El otro es el verdadero yo, nuestra verdadera esencia y que está conectado con la sabiduría, la consciencia, el bienestar y el amor incondicional. Cualquier persona que no esté en contacto con su esencia está en vías de deshumanizarse, pues poco a poco va olvidando y marginando sus verdaderos valores, lo que repercute en su forma de pensar, vivir y relacionarse con los demás.

Pregunta. ¿Cómo se sabe que una persona vive identificada con su ego?
Respuesta. Es fácil: en primer lugar porque a pesar de hacer y tener de todo siente un vacío en su interior, como si le faltara algo esencial para vivir en paz. De tanto dolor acumulado, finalmente de desconecta de su verdadera humanidad. Desde el ego, las personas actúan movidas por el miedo y la necesidad de supervivencia física y emocional. Su objetivo es conseguir que la realidad se adapte a sus deseos ,necesidades y expectativas egoístas, lo que les lleva a vivir una vida marcada por el sinsentido, el malestar y la necesidad constante de evasión y narcotización de sí mismos.

Pregunta. ¿Por qué prevalece la deshumanización de las empresas y de la sociedad?
Respuesta. Porque llevamos muchas décadas condicionando a los seres humanos con falsas creencias sobre quiénes son y cuál es su relación con el mundo. Debido a la ignorancia ha prevalecido el ego, desde el que se ha construido una sociedad, competitiva, agresiva, avariciosa, superficial, insatisfecha, vacía y ambiciosa, que a su vez sigue condicionando a las nuevas generaciones para preservar el establishment.

Pregunta. ¿A qué se refiere?
Respuesta. El mundo se ha convertido en un negocio en manos de las grandes corporaciones. Debido al sistema monetario, todas las instituciones funcionan bajo un mismo principio creador "Su propia supervivencia". Tanto los gobiernos como las entidades financieras, las empresas y las instituciones religiosas que tanto influencia tienen en la sociedad, están orientadas a optimizar sus recursos para tener el mayor lucro posible. El bienestar de la humanidad y del medio ambiente les trae sin cuidado porque no es rentable.

Pregunta ¿De ahí la dificultad de tener verdaderos lideres humanistas….
Respuesta. Exacto, a la maquinaria del sistema monetario sólo le interesa que las cosas sigan como están, incluyendo los 40 conflictos armados existentes hoy y que tanto dinero generan a la industria armamentística mundial, Por eso, líderes como los hermanos Kennedy, Gandhi, Luther King y tantos otros fueron asesinados, Los que tienen el poder tan sólo están interesados en continuar teniéndolo, y para eso necesitan seguir esclavizando a los pueblos por medio de la deuda y los intereses bancarios que impiden que la humanidad salga de este círculo vicioso.

Pregunta. ¿ y cuál es su propuesta ?
Respuesta. Un cambio radical en le proceso de formación humano. Ahora prevalece el condicionamiento egoico, que provoca que el hombre siga siendo un esclavo. En cambio, una educación basada en nuestra verdadera naturaleza potencia el desarrollo de nuestra conciencia, lo que nos libera de las falsas creencias acumuladas por el ego y que tanto limitan nuestra existencia. La crisis económica tan sólo pone de manifiesto nuestra crisis de conciencia. Es un indicador de que algo está funcionando muy mal.

Pregunta ¿Usted suele hablar de "la búsqueda de la verdad"…
Respuesta. Todos los grandes sabios de la humanidad, como Buda, Lao Tse, Jesucristo o Sócrates, han dicho lo mismo: el sentido de la vida es aprender a trascender nuestro egoísmo y egocentrismo para que podamos ver a los demás y al medio ambiente que nos rodea como parte de nosotros mismos. No existe la fragmentación, sólo la unidad: todos somos uno. Buscar la verdad implica cuestionar el condicionamiento sociocultural recibido para recuperar el contacto con nuestra verdadera naturaleza. No es ningún síntoma de inteligencia adaptarse a una sociedad como la actual, profundamente enferma. El líder que las empresas necesitan para mejorar la realidad debe ser, ante todo, un hombre consciente, libre y sabio.

Publicado en el diario el País, sección de Economía, el domingo 15 de febrero del 2009.

domingo, 1 de febrero de 2009

Planeta Tierra, nuestro hogar común

LAS SECUELAS DE LA GUERRA




















Psiquiatría del horror


El doctor Sehwail ayuda desde hace veinte años a palestinos torturados en prisiones israelíes.

Los ojos vendados. Una oscura celda que parece una tumba. La palestina Sawson Dawod permaneció dos años encerrada en una cárcel israelí cuando tenía 14. Sus recuerdos están hechos de golpes, grilletes y botas de soldados.

Su historia no es única. El doctor Mahmud Sehwail, fundador y director del Centro de Tratamiento y Rehabilitación para Víctimas de la Tortura (TRC) de Ramallah, se enfrenta cada año a miles de casos como el de Sawson. "Más del 40% de los hombres palestinos ha sido detenido al menos una vez, y el 70% de los niños presencia violencia o la padece. El daño psicológico sufrido por la población palestina es muy grande. Es una población traumatizada en masa", explica Sehwail, que mantiene en pie el centro desde 1997 a pesar de las dificultades económicas a las que se enfrenta.

Sawson, la chica palestina, continúa con su relato: "Me insultaron y golpearon. Tras una huelga de hambre, un enfermero que tenía que atenderme también me golpeó. Me interrogaron esposada, con grilletes en los pies y los ojos vendados. Había varios interrogadores, y el interrogatorio se alargó durante horas. Permanecí 20 días incomunicada, sin abogado, sin derecho a llamadas y sin atención médica, en una húmeda y oscura celda. Nadie podía oír mis gritos". Todavía no sabe cuáles eran los cargos que había contra ella. Lo único que había hecho, según cuenta, es echar a correr al oír disparos en un control militar en Hebrón. "En la cárcel conocí a personas que habían sufrido abusos sexuales y veía cómo mujeres embarazadas daban a luz esposadas. Algunas murieron en el parto".

"Las auténticas armas de destrucción masiva son las que avivan los conflictos, la pobreza y los abusos contra los derechos humanos en todo el mundo", ha escrito Irene Khan, secretaria general de Amnistía Internacional. Torturar a una persona es infligirle un sufrimiento físico y/o psicológico -intenso y continuado- para castigarla, obtener información o intimidarla. Cuando quienes torturan son personas al servicio de un Estado, la tortura toma carácter político.

Estamos en Ramallah, donde el doctor Sehwail creó el TRC tras haber estudiado psiquiatría en la Universidad de Zaragoza y hacer el posgrado. Ahora cuenta con sucursales en Gaza, Nablus y Jenin. Sehwail dirige, desde hace más de 20 años, un equipo formado por psicólogos, psiquiatras, asistentes sociales y voluntarios que intentan enfrentarse a los problemas mentales originados por la ocupación, la violencia, los bombardeos y las torturas en las cárceles. "Quienes torturan en las comisarías y cárceles palestinas -torturadores palestinos- son personas que fueron torturadas. El torturado se puede convertir en torturador", comenta el creador del TRC.

Según explica un profesor de historia de la Universidad de Belén, "hay unos 11.000 palestinos en cárceles israelíes; no se conocen los nombres de muchos ni sus causas, pero sabemos que no pocos han sufrido el sabaj (colgar al interrogado, desnudo, con los brazos a la espalda o sobre la cabeza)".

El doctor Sehwail suele tener muchas dificultades para entrar en las prisiones, pero continúa intentándolo y, a veces, lo consigue. Aunque su trabajo no sólo está dirigido a las personas torturadas en cárceles. "Hay un programa continuo para niños. Millares de menores palestinos han visto morir a sus amigos, presencian los bombardeos". Los niños palestinos tienen armas de juguete; basta dirigirse con una cámara de fotos a un grupo de críos para que posen con sus pistolas. Imagino que los niños -que juegan en calles empapeladas con las fotos de mártires- crecen rodeados de odio, en un ambiente propicio para que se conviertan en personas muy agresivas, tal vez en hombres y mujeres dispuestos a inmolarse. "Yo he conocido a las familias de suicidas", dice Mahmud Sehwail, "y en muchos casos no hay motivo religioso ni político. La frustración y la desesperación son las verdaderas causas del suicidio. Hace unos años me invitaron a un programa de radio. Un hombre llamó diciendo que sus hijos presenciaron cómo un soldado israelí mató a su madre. El hombre pidió ayuda psicológica. Un mes más tarde supimos que aquel hombre se había volado a sí mismo en Israel, matando a varias personas. No pudo manejar sus problemas".

Sehwail no es optimista; reclama ayuda internacional. "La ocupación, el empobrecimiento de los palestinos, las humillaciones y la violencia deben terminar, y hay que derribar el muro que nos ha encerrado en una cárcel. Sin esto no habrá paz jamás. Y creo que conseguir la paz no es una responsabilidad local, es una responsabilidad internacional". Hace suyas las palabras de Gandhi: "Me opongo a la violencia porque cuando parece causar el bien se trata sólo de algo temporal, el mal que causa es permanente". -

PALOMA AZNAR
Publicado en el suplemento Domingo de EL PAÍS del 1 de febrero de 2009