El concepto de nación es el totem que unos pocos han levantado para que el resto de la tribu bailemos alrededor mientras ellos tocan los tambores. A veces los tambores ordenan ir a la guerra para “defender la nación”. A veces ordenan acelerar la maquinaria productiva para “levantar la nación”. A veces ordenan apretarse el cinturón para “salvar la nación”. La defensa de la nación es la excusa perfecta que usan los propietarios de las grandes fortunas para que otros, por lo general aquellos que sólo tienen la vida, vayan al matadero con la cabeza caliente de ideales vácuos.
No soy nacionalista y cualquier nacionalismo, ya sea andaluz, vasco, catalán o español, me deja frío como una pescaílla. He nacido en Utrera, pero podía haber nacido igual en Pernambuco. No siento ningún orgullo especial por haber nacido en Utrera porque no siento que ser utrerano sea básicamente distinto que ser de Los Molares, del Palmar de Troya o de Los Palacios. He vivido en Sevilla, en Paris, en Madrid, en Valencia y aún no sé, ni me importa, dónde serán esparcidas mis cenizas cuando muera y sea incinerado. En todas partes me siento como en mi casa cuando encuentro gente de corazón con la que compartir el pan y el vino. Y al mismo tiempo, siento que no soy de ningún sitio.
En todas partes he visto seres humanos que nacen, viven, aman, sufren y mueren. Todos necesitamos comer y protegernos del frío y del calor. Todos queremos experimentar alegría y felicidad y todos huimos del dolor y del sufrimiento.
El concepto de nación no es real, es decir, es mentira. Es un trozo de papel, un pasaporte. La Humanidad no está dividida en naciones. Ningún astronauta americano ha podido ver sobre el territorio de los EEUU el rótulo: “Esta es la nación de los Estados Unidos de América”. Las aves migratorias no encuentran fronteras políticas en su deambular por el cielo sin límites. Sólo los seres humanos, afectados por una locura contagiosa, hemos cuadriculado el Planeta y creado las fronteras. Nos creemos libres pero los gansos salvajes lo son más que nosotros ya que no necesitan pasaporte para volar del Norte al Sur y viceversa, cuando quieran y como quieran.
La imigración no es un problema. Es un derecho inalineable de los seres humanos.
Continuemos soñando el sueño de “libertad, igualdad, fraternidad” e invitemos a soñar a todos los seres humanos.
miércoles, 27 de febrero de 2008
La Nación
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