Zen en la plaza del mercado
por Alfonso Colodrón (*) "Ante lo incondicionado, lo condicionado danza.
¡Tú y yo somos uno!', claman las trompetas.
El Maestro llega y se inclina ante el discípulo.
Ésta es la mayor de las maravillas".
Poemas místicos de Rumi.
Tomo prestado el título para este artículo del libro de imprescindible lectura, del maestro zen Dokushô Villalba. La editorial Aguilar tuvo que lanzar una segunda edición a las dos semanas de editarse, ya que la primera edición de 6.000 ejemplares se agotó rápidamente.
Es éste un hecho sorprendente por tres razones: no es habitual este tipo de hechos en un país en que se lee menos que en cualquiera de los países de la Unión europea, si exceptuamos Rumanía y la Bélgica valona. En segundo lugar, se trata de un libro de espiritualidad bien anclada en la realidad del siglo XXI, y no de una novela de ficción histórica, tan de moda en los últimos años, ni de un bestseller prefabricado. Por último, y esto me parece enormemente positivo, no se trata de un maestro japonés, tibetano, indio, chino ni americano, sino bien español, y sevillano por más señas, aunque con una amplia formación en París, con el maestro Deshimaru y en diversos monasterios Zen de Japón. Parece estimulante ir rompiendo esa especie de maldición de que “nadie es profeta en su tierra”.
Pero no es necesario ser profeta para ser un buen guía espiritual. Lo que ocurre es que hoy abundan los guías y maestros autoproclamados, que siendo tuertos, y a veces ciegos, conducen a otros ciegos hacia esoterismos alejados de la realidad, ombliguismos egóicos o la simple mercadotecnia del materialismo espiritual. Ken Wilber, un raro renacentista del siglo XXI, expone en su libro Después del Edén. Una visión transpersonal del desarrollo humano, los criterios esenciales para reconocer a un buen guía. La autenticidad y la legitimidad son dos de los requisitos básicos de garantía. La coherencia entre lo que dice y lo que vive en su vida personal, por un lado, y el seguimiento de una línea de transmisión, dentro de una tradición determinada son garantías ineludibles para confiar en alguien que, por la posición que ocupa de proyección de los deseos de trascendencia, ejerce un enorme ascendente sobre discípulos y seguidores.
En 1987, Dokushô Villalba recibió la transmisión del Dharma, o reconocimiento como maestro zen, de su segundo maestro, Soden Narita Roshi, abad del monasterio Todenji y la autorización de la Escuela Soto Zen japonesa para fundar centros y dirigir una comunidad de practicantes zen. El templo Luz Serena, en medio de las montañas valencianas, acoge desde 1989 personas que se inician en la meditación zen o que practican regularmente. Y “meditación en zazen consiste en sentarse y sentirse”, “apaciguar la compulsión por la actividad, por el logro, por el éxito” y “tomar conciencia de sí mismo… para mantener la sobriedad y permanecer en contacto con el ser real que somos”.
Actualmente se está produciendo un renacimiento de la espiritualidad no ortodoxa y las antiguas Tradiciones. A pesar de ello, la sociedad occidental sigue mostrándose generalmente recelosa hacia todo lo relacionado con lo psíquico y lo espiritual. Tal vez, como resultado del lugar predominante que ha tomado la ciencia desde el siglo pasado: se desacredita todo lo que no pueda ser explicado dentro de su visión ideológica y de sus métodos "objetivos". El materialismo científico ha destruido la visión del mundo como una totalidad, produciendo lo que Morris Berman llamó el "desencantamiento" de nuestra vida en el universo, una especie de "enfermedad del alma".
Dokushô Villalba explica muy bien las causas de este “desencantamiento”, desde la óptica budista y los principios de la psicología existencial: la pura ignorancia de saber que no tenemos una identidad separada o la negación de este hecho y el aferramiento a un yo ilusorio, separado, que es la causa original de la infeliciad. Pero lo más agradablemente sorprendente de Zen en la plaza del mercado, es cómo el autor nos va llevando con un lenguaje claro y sencillo, con los datos precisos, pero evitando el exceso de información, de la historia de de Buda, del budismo zen y de su llegada a Occidente, de sus principios esenciales y del paso a paso de cómo se practica la meditación en zazen y cuáles son sus beneficios, a una crítica desnuda y contundente de las leyes que rigen el mercado y la influencia de estas leyes interiorizadas en la inmensa mayoría de la población mundial. Desvela con toda claridad cuáles son las causas y los efectos del sistema en el que nos hallamos inmersos y de su carácter insano e intrínsecamente perverso.
Aquí podrían muchos preguntarse, por qué un guía espiritual desciende al terreno de la política y de la política económica que sigue afianzándose desde hace un siglo. Pues sencillamente, porque “cualquier experiencia religiosa o espiritual individual verdadera tiene necesariamente una repercusión colectiva, por el hecho de que las experiencias espirituales internas se convierten en una nueva forma de vivir la vida cotidiana”. Y hoy día, cualquier despertar, cualquier iluminación es un hecho revolucionario, porque supone salir del ensimismamiento y de la ilusión de que la felicidad se alcanza produciendo y consumiendo lo que dicta el mercado. Con Daniel Miller, estamos de acuerdo en que “hoy día, no es la transformación de la conciencia del proletariado lo que va a liberar al mundo, sino la conciencia del consumidor”. Un consumidor masificado, pero aislado, que persigue la felicidad centrándose en su vida privada atiborrada de artilugios, y que huye de la política, porque considera que es cosa de los políticos, de los que suele desconfiar porque piensa que son todos corruptos o, cuando menos, sólo están interesados en conseguir y mantener el poder.
Esta actitud no es nueva bajo el sol. Ya en el siglo IV antes de Cristo, los taoístas consideraban que el equilibrio interior y la felicidad exigían el alejamiento de las actividades políticas. En aquella época de intrigas y corrupciones, el gran filósofo Lung-shu sostenía que padecía la "extraña enfermedad de no preocuparse por las leyes, ni interesarse por la toma del poder, la caída del gobierno ni los políticos". Actualmente, esa "extraña enfermedad" parece haberse convertido en una epidemia.
Nada es, todo cambia
El nacimiento de la ciudad-Estado, 4.000 años a. De C., supuso la aparición de un megasistema que dotaba de una organización compleja a las sociedades primitivas. Para afianzarlo, tuvieron que perfeccionar los principios que rigen todos los organismos pluricelulares: la jerarquía y la especialización del trabajo. De los gobernantes hereditarios y los mercenarios a sueldo del pasado hemos llegado en el siglo XXI a los políticos elegidos y a los ejércitos profesionales, y muchos piensan que se ha llegado con ello al mejor de los mundos.
Se trata, sin embargo, de un minúsculo salto evolutivo que afortunadamente no será el último, ya que los seres humanos somos una compleja "máquina" viva sobre la tierra, un fenómeno relativamente reciente a escala biológica, y nuestro cerebro sigue evolucionando; aún no hemos tenido tiempo de elaborar la forma superior de organización inscrita en nuestro potencial. A fin y al cabo, como afirmó Edgar Morin, la correlación cerebro-sociedad es algo continuo y fundamental, puesto que, en última instancia, la sociedad no es sino una interconexión organizadora de sistemas nerviosos centrales.
Por desgracia, esta conexión no parece hoy día ser muy fluida. Los actuales sistemas políticos están basados en principios que han quedando obsoletos: los desafíos son cada vez más planetarios y los cambios económicos y sociales de las últimas décadas se desarrollan a ritmo de liebre, mientras que las ideas y las soluciones políticas surgen a paso de tortuga. La disfunciones sociales se agrandan hasta convertirse en auténticas enfermedades sociales, que tienen una estrecha relación con los "males del alma" que muy bien diagnostica Claudio Naranjo en Males del mundo, males del alma: autoritarismo, mercantilismo, inercia, represión, violencia y explotación, dependencia, apatía social, corrupción y superficialidad..
Una sociedad sana necesita individuos sanos.
A muchos buscadores espirituales, se les tacha de mirarse el ombligo por primar lo individual sobre lo social. Pero muchos de ellos vienen de vuelta del campo de la actividad política. Sin embargo, transformación individual y transformación social van forzosamente de la mano. Si damos un pez a un hambriento y no le enseñamos a pescar ni le proporcionamos la caña, será dependiente continuamente de nuestra "limosna". Pero si únicamente le proporcionamos los aparejos y clases de pesca, tal vez no tenga la fuerza de empuñarlos ni de aprender las lecciones, simplemente porque no ha comido. Si esperamos a que todos los individuos que componen una sociedad sanen, es decir, se iluminen saliendo de la ilusión de tener una identidad separada, un yo con ansias de permanencia, serán necesarias demasiadas generaciones para ver los resultados. Si posponemos la transformación individual a que la sociedad sane, es decir, sea más libre, igualitaria y fraternal (objetivos de la Revolución francesa no cumplidos desde hace más de dos siglos)-, perderemos nuestras energías en pos de un ideal desconectado de la realidad.
Ya va siendo hora de aceptar que el núcleo del sufrimiento individual se halla la actitud de aferrarse a una identidad limitada, pues la frontera entre el "yo" y los demás está en el origen del miedo, la frontera entre el pasado y el futuro es la causa de la ansiedad y la frontera entre el sujeto y el objeto estimula los deseos, generando un ciclo inacabable de insatisfacciones renovadas.
Mientras las personas se centran en su realización personal, el Estado contemporáneo se convierte, en un super-yo colectivo que, al ocupar el vacío producido por la dimisión del poder personal, genera sus propios intereses siguiendo su propia lógica. Pero la internacionalización de la economía y la concentración de los procesos de producción y consumo revelan que tiene los pies de barro. En las últimas décadas, el afianzamiento de las empresas multinacionales, cuya actividad salta fácilmente las fronteras estatales, o la proliferación de las mafias internacionales, suponen un claro reto al monopolio del poder por parte del Estado. Las fronteras exteriores sufren asaltos, derrumbes e intentos de afianzamiento, mientras que las fronteras internas se consolidan en una sociedad consumista e insolidaria.
Paradójicamente, las mismas causas que habrían de producir ciudadanos del mundo suscitan sentimientos de angustia y soledad; ante la globalización económica y de costumbres, muchos grupos sociales se repliegan hacia la secta, la etnia o los nacionalismos radicales. Cuando lo hacen con miedo y de forma irracional, surgen como champiñones los fundamentalismos políticos y religiosos, pues parece más fácil identificarse con pequeños grupos que con grandes tragedias o proyectos; tal vez sea esto un vestigio de nuestra procedencia de la tribu prehistórica. Desgraciadamente, toda fragmentación narcisista produce fenómenos colaterales como la xenofobia, la insolidaridad y el caos.
Los nacionalismos radicales se revelan hoy día como síntomas de grandes crisis y no como afloramientos de destinos colectivos. Ante la indiferencia política siempre se puede aventar el peligro de un enemigo que aglutina los miedos y consolida momentáneamente la unidad de los pueblos y de los Estados. Históricamente, los bárbaros desempeñaron este papel para el Imperio romano y los mongoles para China. Mucho más recientemente, "Occidente" se definía frente a "la amenaza comunista" del Este. Una vez acabada la guerra fría, se agita el islamismo integrista, o la invasión de los emigrantes del Sur. Tal vez llegue un día, en que no haya que magnificar al enemigo externo. Entonces, éste se convertirá en un simple vecino cuyas diferencias podremos integrar para cooperar en armonía.
Si la sensación de peligro siempre ha sido un elemento federador, quizá el mito de la amenaza extraterrestre fomentada por la ciencia ficción podría tener el efecto no deliberado de colaborar al sentimiento de unidad. O tal vez bastase una toma de conciencia más realista de la inmediatez del cambio climático y de la irreversibilidad de los efectos de la destrucción masiva de los bosques tropicales. Desde la visión de una Humanidad global, esas son cuestiones que nos afectan a todos por igual, tengamos el pasaporte que tengamos, lo mismo que el rápido agotamiento de los recursos, la explosión demográfica, el empobrecimiento de grandes masas de la población mundial, el agujero de ozono, el avance de la desertización, o la peligrosidad de los residuos nucleares.
La política como servicio
Todo esto nos llevaría a replantear la esencia de la política desde otra perspectiva. Su línea divisoria ya no se hallaría entre los intereses públicos y los privados, sino entre lo personal y lo transpersonal, lo estatal y lo trans-estatal. Hemos llegado a tal situación de globalización de los problemas y de sus posibles soluciones que lo que interesa a Occidente es lo mismo que lo que interesa a Oriente, lo que interesa al Norte es en esencia lo mismo que lo que interesa al Sur, lo que interesa a las ballenas es lo mismo que lo que interesa al ser humano: la supervivencia, la interrelación y la sinergia.
La genuina actividad política puede ser un intento de sobrepasar las limitaciones individuales, de trascender la muerte, de dejar tras sí una pequeña huella. Pero la motivación para emprender una acción política puede ser simplemente la visión de la miseria ajena, la empatía ante la proliferación de catástrofes naturales, la indignación ante la extensión de la pobreza , o simplemente el deseo de hacer mejoras en el propio pueblo en el que se ha nacido o en el barrio en el que se vive. Para volver a ser el "animal político" del que hablaba Aristóteles, no es necesario presentarse como candidato a unas elecciones. Basta con tomar en mano las riendas de la totalidad de nuestra vida, parte de la cual se desarrolla en colectividad. Participar en la política real requiere un esfuerzo de imaginación, creer que es posible cambiar las cosas y que no estamos regidos por fuerzas ocultas e incontrolables. Los poderes políticos que tanto criticamos se alimentan sencillamente del abandono de parcelas de poder por parte de una gran masa de ciudadanos absentistas. Recientemente y presionados por condiciones extremas, la toma de calles y plazas por cientos de miles de personas -una especie de ejercicio directo de la política-, contribuyó a producir inmediatos cambios de gobiernos en Argentina, Bolivia o Ucrania, por no poner sino los casos más conocidos.
Cuando consideramos este tipo de opciones, la política deja de ser el patrimonio exclusivo de los políticos. Pasa a convertirse entonces en un conjunto de actividades éticas al servicio de la comunidad. Su objetivo: transformar el mundo en que vivimos, como coetáneos de un mismo siglo y miembros de una misma humanidad.
Desde esta perspectiva, me parece enormemente coherente, y muy valiente, que un maestro zen contemporáneo, no sólo pida votar en sus charlas y conferencias, sino que desvele su opción política y pida públicamente unirse a ella. La acción política puede consistir en echar a los mercaderes del templo. Lo cual nunca estuvo reñido con “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
(*) Alfonso Colodrón se licenció en Derecho en Madrid( Universidad Complutense) y en Ciencias Sociales del Trabajo en París (Universidad de la Sorbona). Ha traducido cerca de un centenar de obras, sobretodo de filosofía perenne y psicología transpersonal. Es miembro titular de la Asociación Española de Terapia Gestalt, terapia que ejerce profesionalmente en sesiones individuales y de grupo. Cuando no está escuchando o hablando, cuida flores, planta árboles, alimenta a los pájaros y contempla las nubes.
alfonso@interser.e.telefonica.net
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