Muchos son los que en Occidente tienen una visión del budismo que no se corresponde con la realidad. Se piensa aquí que el budismo es una religión que da la espalda al mundo cotidiano para concentrarse exclusivamente en la vida contemplativa o en prácticas internas sin relación con la vida diaria y con los problemas de la gente común. Es una visión “mística”.
Es cierto que durante muchos siglos el budismo ha sido una religión eminentemente monástica. La práctica de la meditación, el estudio de los sutras, los ritos religiosos han estado reservados a los monjes en todas las tradiciones y en todos los países budistas asiáticos. La función de los laicos venía marcada por la práctica de los cinco preceptos, por las donaciones y la devoción a la sangha (orden) monástica y poco más. Aunque la tradición de las escrituras habla de cuatro tipos de practicantes budistas (monjes, monjas, laicos, laicas) el ideal de vida ha sido tradicionalmente el monástico. La vida del monje que vive en un monasterio separado del mundo, entre monjes o monjas del mismo sexo, sin la presión de la subsistencia diaria, es muy diferente de la vida de los laicos que deben luchar cada día con innumerables dificultades relativas a la familia, al trabajo, a la situación social y política, etc.
No sé cómo es la situación en los demás países budistas asiáticos, pero en Japón, la población moderna ha perdido la confianza en la clase monástica budista y se ha producido una profunda fractura entre ambas. Los monjes budistas han dejado de ser un referente moral y espiritual para la mayoría de los japoneses.
En Myanmar, por el contrario, los monjes budistas siguen siendo un referente y un apoyo inestimable para la población, no sólo a nivel espiritual, sino como estamos viendo estos días también a nivel social y político. Los monjes birmanos han salido de los monasterios y se han manchado los pies con el barro de las calles en una manifestación de compromiso social sin precedente en Occidente. A algunos les ha costado la vida y a otros muchos la libertad.
No obstante, el concepto mismo de “compromiso social”, tal y como lo entendemos en Occidente, es ajeno a la tradición budista asiática tradicional. Compromiso social quiere decir compromiso de luchar por los derechos sociales de los individuos. Y la noción de derechos individuales tiene su origen en la Revolución Francesa y en su Declaración Universal de los Derechos Humanos, que marca el fin de un feudalismo de facto y el comienzo de la modernidad en Europa y en el mundo. Desgraciadamente, la mayoría de los países budistas asiáticos no han tenido todavía algo parecido a la Revolución Francesa y, aunque la Declaración de los Derechos Humanos es actualmente de validez universal, la mayor parte de los países budistas asiáticos siguen viviendo de hecho en una estructura social casi feudal. Las sanghas (órdenes monásticas budistas) orientales mismas siguen funcionando también como estructuras feudales.
La llegada del budismo a Occidente está dando lugar a una nueva forma de vivir la espiritualidad budista. Aunque las enseñanzas y las prácticas transmitidas a Occidente por los maestros orientales sean las mismas que ellos recibieron en el seno de su sociedad, nosotros no podemos negar nuestra propia historia e idiosincrasia y naturalmente expresamos nuestra vivencia espiritual de una forma nueva, acorde a la sociedad en la que vivimos.
El desarrollo de las democracias occidentales ha venido acompañado por una gran sensibilidad social, por un sentido de respeto a la diferencia, a la igualdad entre seres humanos, entre hombres y mujeres, de solidaridad. La compasión budista se está viendo enriquecida en Occidente por la caridad cristiana, como praxis no como principio ideológico. No en vano, muchos de los actuales líderes budistas occidentales y muchos miles de practicantes, hemos recibido una educación cristiana, o procedemos de colectivos que lucharon por la democracia, por los derechos civiles, etc, de forma que nuestra práctica budista es indisociable de nuestra sensibilidad social.
Además, en Occidente, la mayoría de los practicantes budistas somos laicos. Muchos viven en familia, trabajan en medio de la sociedad, es decir, están en contacto con la realidad cotidiana. Esto constituye una característica del budismo occidental y hace que los practicantes occidentales, bien informados y sensibles a las injusticias y a todas las formas de sufrimientos generadas por un sistema social, político y económico injusto, estén liderando el surgimiento de lo que podríamos llamar un “budismo comprometido”.
Desde mi punto de vista, para que este compromiso social del budismo occidental pueda emerger con todas sus potencialidades es necesario previamente purgar las tradiciones budistas que estamos recibiendo de los componentes feudales que se han ido adhiriendo a la esencia de la enseñanza y de la práctica budistas. Por ejemplo, ¿cómo podríamos comprometernos socialmente con la igualdad de derechos de hombres y mujeres mientras que las tradiciones budistas que seguimos continúan practicando una discriminación secular entre unos y otros?
El voto más profundo de cualquier budista es el de liberarse a sí mismo del dolor y del sufrimiento, al mismo tiempo que liberar también a todos los seres vivientes. El dolor y el sufrimiento tienen diversas causas y aparecen a distintos niveles. El voto de un budista no es otro que el de trabajar por el bien de los demás al mismo tiempo que por el propio bien. Como se recita a diario en la tradición zen:
"Por numerosos que sean los seres, hago el voto de liberarlos a todos del dolor.
Por numerosas que sean las oscuridades, hago el voto de iluminarlas todas”.
La práctica budista es una economía de la felicidad. El compromiso social budista surge naturalmente de voto de liberar de todos los seres del dolor y de las causas del dolor. Por ello, a lo largo de este siglo, hemos visto monjes y laicos budistas luchando por la paz, por la justicia social y económica, por la libertad política y los derechos de los hombres y de las mujeres.
Tengo una gran confianza en que el budismo occidental, hijo de la Revolución Francesa, de la democracia, de los Derechos Universales del Hombre y de la profunda y riquísima sabiduría oriental encontrará la vía que fundirá armoniosamente lo interior con lo exterior, lo íntimo con lo social, lo espiritual con lo material, la meditación y la política.
Como dijo Ken Wilber en cierta ocasión: “Llegará el día en el que los bodisatvas entrarán en política”. Y, en su aserción primigenia, “política” se refiere a los asuntos de la polis, a los asuntos de la vida social en la que está inserta nuestra práctica espiritual.
Dokushô Villalba
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