Quisiera uno no ser más que un hijo del momento y entregarse sin miedo alguno, dejando el hueco para que lo sagrado sople a través de este humilde sí que somos, y suene a verdad, a belleza, a bienaventuranza, propios del gran Sí que lo contiene todo.
"El ser humano se me acerca con su voluntad, y cuando se me acerca lo amo, y cuando lo amo soy su oído por el que oye, su ojo por el que ve, su mano con la que maneja y su pie con el que camina". Hadiz qudsi.
Dice un maestro sufí que la presencia de los santos sostiene el mundo y dice también un amigo párroco que la santidad es un estado de unión con lo real que puede actualizarse en nuestros días. La Sabiduría perenne engarza como un hilo de plata a todas las tradiciones, y las trasciende en sus variadas formas, adecuadas a tiempos y espacios y nos recuerda nuestra santidad, nuestra capacidad infinita de contener en nuestro corazón al Creador y a lo creado.
“El cielo y la tierra no pueden contenerme, pero el corazón de mi servidor creyente Me contiene” dice el Corán.
Son tiempos de alta velocidad, que apenas nos dejan tiempo para parar y ser; la liturgia cotidiana de atender cada pequeño acontecer como único y sagrado se ha perdido en estos tiempos modernos de progreso a ninguna parte. Dice un amigo que en el límite de lo físico se abre la puerta a lo trascendente. Recuperemos esa actitud, sinceremos la práctica que hayamos escogido para llegar a reconocer quienes somos, prioricemos con la inteligencia y el corazón lo que realmente hemos venido a realizar a este mundo, sumémonos a ese ejercito de sabios y santos, a veces oculto y silencioso para el mundo, pero de una sonoridad en lo invisible que santifica la existencia de todos los demás seres.
“Id, id, id juntos, más allá del más allá, hasta la consumación ultima” dice el Sutra de
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