jueves, 28 de febrero de 2008

África


Ese negro que se te acerca para venderte algo bueno, bonito y barato cuando tú estás tomándote una cerveza y un cazón en adobo una mañana de domingo con tus amigos es, como tú, hijo de hombre y de mujer, un ser humano.

Seguramente es padre de hijos como los tuyos. En su corazón siente como sientes tú. La diferencia contigo es que, mientras tú puedes tomarte una cerveza con cazón en adobo en tu propio pueblo, cerca de los tuyos, él ha tenido que separarse de sus seres queridos, cruzar un continente y un mar para conseguir las migajas de tu plato con las que alimentar a los suyos.

En otro tiempo, la estirpe de ese negro fornido fue la cuna original de la Humanidad. Hace millones de años, los primeros seres humanos surgieron en África. No eran blancos sino negros a rabiar. Se dispersaron y se extendieron por todo el globo terráqueo y, poco a poco, siglo a siglo, sus descendientes fueron adaptando el color y la consistencia de su piel a las distintas circunstancias climáticas.

Hace sólo unos siglos, los descendientes blancos de estos negrazos primigenios, especialmente los europeos, invadieron África y dejaron la cuna de la humanidad sembrada con las semillas de su civilización: saqueos de las riquezas naturales y culturales autóctonas, esclavitud, descomposición de sus culturas indígenas, enfermedades contagiosas, disgregación territorial. El resultado de todo ello es hoy un África que se desangra y se rompe entre la inalcanzable modernidad y riqueza del mundo occidental y su pasado cultural destrozado e igualmente inalcanzable.

Cuando el próximo domingo un negrazo te mire desde el fondo de sus ojos negros, no vuelvas la cara a tu propia historia. No olvides que tu riqueza procede de su pobreza. Mira sus ojos desde el fondo de los tuyos y prométete que el lunes irás al Ayuntamiento a pedirle a la corporación que dedique el 0'7 % del presupuesto municipal a proyectos de solidaridad con África. No es mucho, pero es algo. Al menos es una buena manera de devolverle algo bueno, bonito y barato por todo lo que les hemos robado.

Dokushô Villalba

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