sábado, 1 de marzo de 2008

Padrinos de guerra

Exxon-Mobil, proveedor oficial del Imperio.

por Arthur Lepic (*)

John D. Rockefeller creó el primer trust petrolero vertical: la Standard Oil. Mediante métodos poco ortodoxos arruinó a sus competidores estadounidenses y organizó la evasión fiscal de sus ingresos. Más tarde, aliándose a sus rivales BP y Shell, constituyó un cártel para dominar el mercado mundial. Financió como nadie la aventura militar nazi con la esperanza de apoderarse de los recursos de la URSS. Convertida en Exxon-Mobil, su compañía es actualmente la primera del mundo y subvenciona los think tanks [Centros de investigación, de propaganda y divulgación de ideas, generalmente de carácter político] neoliberales y las campañas electorales de los Bush.







La ONG ecologista Greenpeace transformó el conocido eslogan de la Exxo: «¡Ponga un tigre en su motor!», en «Ponga un tigre en el tanque»

Exxon-Mobil, también conocida fuera de Estados Unidos bajo la marca «Esso», es la primera compañía petrolera a nivel mundial (por encima de British Petroleum y Shell) con actividades de exploración, producción, aprovisionamiento, transporte y venta de petróleo y de gas natural así como de sus derivados en cerca de 200 países y territorios.

Mantiene reservas de 22,000 millones de barriles de petróleo en productos equivalentes (incluyendo las arenas bituminosas) y muestra un resultado neto de 14,500 millones de dólares en el año 2003. A título comparativo, el PIB de un país como Malí fue, ese mismo año, de unos 10,000 millones de dólares [1].

La historia de Exxon, que es además la decana de las grandes compañías mundiales, está estrechamente ligada a la evolución del liberalismo económico desde el final del siglo XIX ya que su fundador, John D. Rockefeller I, fue el primero que explotó todo el potencial desarrollando el principio del trust [2].

Controlando todas las etapas, de la extracción hasta la comercialización pasando por el transporte, mediante una participación mayoritaria secreta en una multitud de sociedades intermedias, logró dominar primeramente el mercado del petróleo norteamericano antes de atacar a sus rivales en el plano mundial.

John D. Rockefeller y el gigante que creó se han convertido en símbolos del poder económico que ciertas multinacionales ejercen pasando sobre la autoridad de los Estados.






John D. Rockefeller

La saga de los Rockefeller

John D. Rockefeller nació en una granja del estado de New York en 1839, de un padre aventurero, médico no diplomado que vendía preparados medicinales «milagrosos» a base de opio y estafaba a sus propios hijos para inculcarles el sentido de los negocios, y una madre bautista muy devota que educó a sus hijos en el rigor y la austeridad, al extremo de amarrarlos a un poste para castigarlos por alguna desobediencia. John comenzó su carrera en Cleveland, Ohio, como contador.

Fascinado por las hazañas de los primeros pioneros del petróleo, compró -a los 26 años- una refinería en asociación con dos hermanos ingleses, de los cuales se deshizo rápidamente comprando la participación de ambos.

John D. Rockefeller comprendió que la única manera de dominar el mercado tenía que ver más con el proceso de elaboración del crudo y su distribución que con la extracción. Concentró su estrategia en el ferrocarril en momentos en que la red ferroviaria destinada al transporte del petróleo desde los yacimientos hasta Cleveland auguraba la dependencia de los pequeños productores en relación con los transportistas.

Obtuvo así el mayor provecho de los sistemas de rebaja y no dudó en utilizar a sus antiguos competidores que acababa de comprar como espías entre los competidores que quedaban. Fue así que logró constituir en 1870 la sociedad por acciones Standard Oil Company, con capital de 1 millón de dólares, del cual poseía el 27% [3]. Una batalla estalló pronto entre el cártel de productores y el de los transportistas, con la Standard Oil en primera fila.

En aquella época, el crudo se transportaba en plataformas y en barriles abiertos que permitían la evaporación de la parte más volátil y preciosa de la carga. Lo que llegaba al punto de destino era un residuo espeso que había perdido la mayor parte de su valor.

Después de haber comprado en secreto la sociedad de transporte ferroviario Union Tanker Car Company así como la patente de los vagones-cisterna metálicos y herméticos que se usan aún en nuestros días, John D. Rockefeller alquilaba esos medios a sus competidores para que pudieran transportar el crudo que producían hasta las refinerías.

Cuando esos mismos nuevos productores desarrollaban su infraestructura con vistas a aumentar la producción, la Union Tanker rompía unilateralmente los contratos de alquiler de las plataformas de transporte, provocándoles así enormes pérdidas a causa de las importantes inversiones que habían realizado y llevándolos a la quiebra. La Standard Oil de Rockfeller aparecía entonces para comprarlos a precios irrisorios, obteniendo a la vez generalmente las vías férreas vecinas.

Aplicó la misma estratagema durante años mientras no se supo que el mismo Rockefeller era también el propietario de la Union Tanker. Si bien los métodos agresivos que permitieron a Rockefeller controlar el 90% del mercado energético estadounidense en 1910 están ampliamente documentados, y dieron inclusive lugar a las modernas leyes antitrust, actualmente siguen sin ser mencionados en los manuales de historia.

En 1911, el gobierno estadounidense apunta al monopolio de la Standard Oil y exige que esta sea desmembrada. La Standard Oil se divide entonces en varias compañías pequeñas -cuyas denominaciones incluyen siempre las iniciales «S.O.» como SOHIO en Ohio, SOCONY en New York y, por supuesto, Esso que se convertirá más tarde en Exxon-, lo cual no tuvo ningún efecto real sobre el monopolio que Rockefeller mantuvo de hecho.

Sin embargo, se prometió a sí mismo vengarse del Estado todopoderoso que él detestaba. Para hacerlo invirtió gran parte de su fortuna en la creación de 12 bancos gigantescos que se convirtieron en la Reserva Federal cuando el Congreso decidió, en 1913, recurrir a ellos para recolectar los impuestos.

En lo adelante, los intereses acumulados cada año por la Reserva Federal, antes de que esta última revertiera al gobierno el monto de los impuestos recogidos, iban a parar un buen momento a las cajas de la dinastía Rockefeller.

Otras dos compañías jugaban entonces un papel a escala mundial: la British-Persian Petroleum Company, que explotaba principalmente los yacimientos del Irán actual, y la Shell, basada en las ex-colonias holandesas de Indonesia y del sudeste asiático [4].

En lugar de agotarse en luchas entre sí que hubieran ocasionado inestabilidad en los precios, las tres rivales se pusieron de acuerdo sobre un precio mundial y el reparto de las grandes zonas petrolíferas. Para ello tenían que eliminar o controlar a todos los pequeños productores locales o nacionales. La Primera Guerra Mundial les dio la posibilidad de hacerlo.

El papel de incitador que jugó la Standard Oil en la entrada de Estados Unidos en la guerra, lo cual daría al país el derecho de intervenir en el reparto de las antiguas colonias durante el Tratado de Versalles, permanece poco documentado aunque es innegable.

Lo que sí es seguro es que, al retirarse de la guerra en 1917 y construir un modelo económico diferente, el Imperio Ruso -convertido en Unión Soviética- escapó a la codicia del cártel. Esto sucedió en el preciso momento en que se generalizaba la utilización del petróleo, gracias a la aparición del motor de explosión, lo cual provocó un crecimiento desmesurado de la demanda.

Las «tres hermanas» decidieron entonces, con el impulso de John D. Rockefeller, financiar los partidos fascista de Italia y nazi de Alemania para que declaran la guerra a la URSS, derrocaran a los bolcheviques y reabrieran el acceso al petróleo.

En 1934 alrededor del 85% de los productos petroleros transformados en Alemania eran importados. Lo único que permitió a Hitler preparar su impresionante máquina de guerra fue la producción de carburante sintético a partir de los importantes yacimientos alemanes de carbón.

El necesario proceso de hidrogenación fue desarrollado y financiado por la Standard Oil en asociación con I.G. Farben, que producía también las armas químicas utilizadas en combate y que fabricaría más tarde los gases letales para los campos de exterminio.

Un informe del agregado comercial de la embajada estadounidense en Berlín enviado al Departamento de Estado en enero de 1933 señalaba con alarma que «en dos años, Alemania producirá a partir del carbón suficiente aceite y gasolina para una larga guerra. La Standard Oil de New York aportó varios millones de dólares para ayudarla».

Paralelamente, el acuerdo existente entre la Standard Oil y la I.G. Farben -que garantizaba a la parte alemana el control absoluto del caucho sintético- frenó significativamente el esfuerzo de guerra estadounidense. Por otro lado, los directores de la Standard Oil of New Jersey, entre ellos William Farish [5], contribuían a través de sus filiales alemanas a engrosar la fortuna personal de Heinrich Himmler y pertenecieron a su círculo de amigos hasta 1944.

Esta colaboración con la Alemania nazi no fue de conocimiento público en todo el tiempo que duró la guerra, ni siquiera cuando esa rama de la Standard Oil fue acusada de traición a causa de su asociación anterior a la guerra con I.G. Farben [6]. Las transacciones financieras entre las filiales de la Standard Oil e I.G. Farben se realizaron mediante un sistema bancario establecido por Prescott Bush [7].

Aunque los nazis fracasaron en cuanto a la recuperación de los yacimientos rusos, la guerra del Pacífico permitió a la Standard Oil hacerse del control de numerosos yacimientos de la región, que era anteriormente un coto de la Shell.

En Estados Unidos, las estrategias desleales de la Standard Oil y los repetidos problemas con el aparato estatal que adoptaba leyes contra los trusts habían convertido a John D. Rockefeller en un personaje extremadamente impopular.

Este logró, sin embargo, salvar su honor -y pagar de paso menos impuestos- legando 550 millones de dólares (según su nieto Nelson, que fue vicepresidente de Gerald Ford en 1974) a diversas fundaciones y obras filantrópicas. La más conocida sigue siendo la Rockefeller Foundation.

John D. Rockefeller murió tardíamente, a los 98 años, y su único hijo John D. II tomó por consiguiente las riendas a los 64 años, cuando ya estaba cerca de la edad del retiro. Este último distribuyó 552 millones de dólares, pagó 317 millones en impuestos y dejó a su familia un total de 240 millones.

Su hijo, David Rockefeller, tuvo éxito en las finanzas como presidente, y después como director, del banco Chasse Manhattan hasta 1981. Fue también presidente del Council on Foreign Relations de 1970 a 1985. El valor global de los activos en manos de todos los descendientes vivos de John D. Rockefeller I se estimaba, en 1974, en 2,000 millones de dólares. Sus herederos poseen aún el 2% del capital de Exxon-Mobil.

A la conquista del mundo

Con el fortalecimiento de la Standard Oil aparecieron nuevas prácticas de evasión de impuestos y estas dieron lugar poco a poco al surgimiento de las «banderas de conveniencia». El objetivo era transferir el máximo de costos al punto en que el Estado tuviera menos posibilidad de intervenir, durante las numerosas etapas de la cadena de producción, transporte y comercialización del petróleo.

Michael Hudson, profesor de economía en la universidad de Missouri y especialista del dominio económico estadounidense, cuenta que David Rockefeller le consiguió una cita con Jack Bennet, tesorero de la Standard Oil of New Jersey.

Cuando Hudson le preguntó dónde generaba la sociedad sus beneficios, Bennet le expuso una lista vertical de filiales repartidas a través de toda la cadena. Al no existir impuestos en Panamá y Liberia, era allí donde se creaban las filiales en las cuales se inscribían los petroleros. Después, se cedía el crudo a las filiales a precios irrisorios antes de facturarlo de nuevo, al máximo esta vez, a los países occidentales consumidores [8].

Desde mediados de los años 70 y el descubrimiento de yacimientos importantes en la cuenca del Mar Negro, Exxon y algunas otras compañías más modestas como Unocal no han cesado de ejercer su influencia sobre la política de Washington en la región.

Desde el financiamiento de los mudjahines de Ben Laden contra la ocupación soviética de Afganistán, para obstaculizar la exportación del petróleo ruso hacia el sur, hasta el gigantesco proyecto del oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan que implica la instalación de bases militares de intervención rápida para la protección de la infraestructura [9], Exxon-Mobil y el Pentágono marchan juntos en el esfuerzo por liberar a Estados Unidos de su dependencia del Medio Oriente.

Exxon-Mobil se ha hecho especialmente activa en Kazajstán, donde comparte con las sociedades petroleras ENI (Italia), la Shell (Holanda) y Total (Francia) un contrato firmado con el gobierno para la explotación del yacimiento más grande hasta ahora descubierto, el de Kashagan -que ha destronado de esta manera al también inmenso yacimiento de Prudhoe Bay en Alaska, el cual fue descubierto hace 30 años. Las reservas anunciadas inicialmente son sin embargo objeto de duras controversias y disputas territoriales, sobre todo entre Kazajstán e Irán [10].

En Indonesia, Exxon-Mobil posee el 35% de la sociedad Pertamina, una importante estructura de producción de gas natural, y había firmado un contrato con el general Suharto para que el ejército garantizara la protección del lugar mientras que la multinacional corría con los gastos.

Algunas ONG han revelado que durante los años 90 más de 1,000 personas fueron asesinadas, torturadas o desaparecidas por el ejército, que las detenía a menudo en locales pertenecientes a la Mobil.

El International Labour Rights Fund, con sede en Washington, intentó llevar a cabo una acción judicial pero el proceso, que ya era lento, se vio frenado aún más desde que comenzó la «guerra contra el terrorismo»: la defensa de Exxon-Mobil afirma que una acción contra la compañía y el gobierno indonesio minaría los esfuerzos de ambos en la lucha contra los «terroristas islamistas» [11].

En cuanto a Irak, Exxon-Mobil utilizó su condición mayor compañía petrolera estadounidense para jugar un papel preponderante en la escalada que llevó a la invasión y al caos actual, a tal punto que una de las bases avanzadas de la US Army fue bautizada con el nombre de la sociedad. Grant Aleonas, subsecretario estadounidense de Comercio, declaraba durante un forum económico en octubre de 2002: «[La guerra] abriría el chorro de petróleo iraquí, que tendría ciertamente consecuencias profundas en términos de resultados de la economía mundial para los países que producen bienes y consumen petróleo.» [12]

Pero hasta ahora, los sabotajes y el estancamiento de las tropas estadounidenses ante la resistencia encarnizada del pueblo iraquí han frustrado las expectativas.

En realidad, Exxon no se esfuerza mucho más que la administración Bush por poner fin a la dependencia estadounidense del petróleo árabe. Ambos saben que, según las leyes de la termodinámica, el Medio Oriente será el objetivo central de los próximos decenios ya que posee las principales reservas de petróleo y que nada podrá reemplazar rápidamente el crudo.

Saben perfectamente que ello equivaldría a negar a sus accionistas los dividendos que han recogido ininterrumpidamente desde hace más de cien años, lo cual iría en contra de los fundamentos mismos del capitalismo.

Siguiendo esa misma lógica, en momentos en que la humanidad siente ya las consecuencias del cambio climático en diferentes regiones del mundo, Exxon-Mobil gasta sin medida (12 millones de dólares desde 1998) para financiar a los «escépticos del cambio climático» así como el cabildeo en Washington.

Estas inversiones han llevado específicamente a la anulación de los compromisos estadounidenses sobre el Protocolo de Kyoto con la llegada de la administración Bush II [13].






Lee R. Raymond

Un compromiso político determinado

Al contrario de muchas multinacionales que reparten sus donativos a partes equivalentes entre todos los grupos con posibilidades de ejercer el poder político, los Rockefeller, la Standard Oil y más tarde Exxon-Mobil han optado siempre por un compromiso político determinado: contra el poder estatal y a favor de la desregulación global.

Desde 1998, Exxon ha contribuido a las campañas electorales estadounidenses con un total 3’900,000 dólares. El 86% de esa suma ha ido al Partido Republicano, esencial y directamente al candidato George W. Bush [14].

La firma se encuentra actualmente bajo la dirección del muy discreto Lee R. Raymond, por otro lado administrador del J.P. Morgan Chasse & Co. Si bien, teniendo en cuenta su influencia, este se convirtió en miembro del Consejo de Relaciones Exteriores [15], de la Comisión Trilateral y del Grupo de Bilderberg, fue su activismo y no su estatuto social lo que le valió ser nombrado vicepresidente del American Entreprise Institute [16] el think tank que llevó a George W. Bush a la Casa Blanca [17].

(*) Arthur Lepic
Periodista francés, miembro de la sección francesa de la Red Voltaire especializado en los problemas energéticos y militares.

Notas.

[1] CIA World Factbook.
[2] En el siglo XIX, el capitalismo de trust se presenta como una forma de liberalismo. Es evidente que se trata de un truco de propaganda ya que la palabra «liberalismo» tenía una connotación positiva en aquella época. En realidad, el liberalismo es la doctrina de la libertad. En el plano económico, el liberalismo supone reglas estrictas de competencia y, por consiguiente, la prohibición de los trusts y más aún de los cárteles.
[3] Las siete hermanas, por Anthony Sampson, 1976.
[4] Ver los artículos «Shell, un pétrolier apatride», por Arthur Lepic, Voltaire del 18 de marzo de 2004, y «BP-Amoco, coalition pétrolière anglo-saxonne», por Arthur Lepic, Voltaire del 10 de junio de 2004.
[5] William Farish es el abuelo de William Farish III, administrador de las herencias que recibió George W. Bush y actual embajador de Estados Unidos en Londres.
[
6] «Wall Street and the rise of Hitler», por Antony C. Sutton.
[7] Prescott Bush es el abuelo del actual presidente George W. Bush.
[
8] «An insider spills the beans on offshore banking centers», entrevista de Michael Hudson realizada por Standard Schaefer, Counterpunch, 25 de marzo de 2004.
[
9] Ver el artículo «Le despote ouzbek s’achète une respectabilité», por Arthur Lepic, Voltaire, 2 de abril de 2004.
[
10] «Kazakhstan: Oil majors agree to develop field», por Heather Timmons, The New York Times, 26 de febrero de 2004.
[
11] «Exxon-Mobil-sponsored terrorism?», por David Corn, The Nation, 14 de junio de 2002. [12] The tiger in the tanks, informe de Greenpeace, febrero de 2003.
[12] Informe Greenpeace.
[13] Los sitios web stopesso y exxonsecrets son una mina de información sobre este tema que va mucho más allá de las simples actividades de la multinacional.
[14] Según los datos del Center for Public Integrity, agosto de 2004.
[
15] «Comment le Conseil des relations étrangères détermine la diplomatie US», Voltaire, 25 de junio de 2004.
[16] «El Instituto Norteamericano de la Empresa», Voltaire del 13 de marzo de 2005.
[17] Con ese objetivo, el Américain Entreprise Institute creó, en su propia sede, une asociación ad hoc: el Proyecto para un nuevo siglo norteamericano.

Fuente: www.www.voltairenet.org

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