viernes, 7 de marzo de 2008

La inmoralidad del agua embotellada (Versión 2)

Por lo visto, el negocio del agua embotellada atraviesa un momento muy dulce, donde cada vez son más los restaurantes, bares y confiterías que ofrecen a sus clientes botellas que encierran lluvia de Tasmania, fluidos de un manantial de Canadá o de un glaciar de la Patagonia. La gran variedad de aguas que se distribuyen en los países desarrollados, procedentes de los cinco continentes ha hecho que algunos establecimientos hoteleros y escuelas de cocina organicen catas en las que expertos sommeliers enseñan a diferenciar las propiedades del agua que, según aseguran, tiene cuerpo y sabor.

Según explicó a la agencia EFE Steve Rowe de la empresa Wawali que distribuye una docena de marcas exclusivas de agua en España: "No es que la gente sea más rica, sino que está más dispuesta a gastar en productos de calidad, saludables y de diseño". Explicó que las aguas "más caras y exóticas" son las que tienen mayor aceptación en España, donde esta empresa organiza catas en ciudades como Madrid, Barcelona, Bilbao o Valencia, para enseñar a distinguir entre marcas y a combinarlas adecuadamente con los alimentos.

El agua más exclusiva se bebe en Berverly Hills y es ingerida por millonarios y estrellas del celuloide donde pueden comprar una botella que lleva cristales de Swarosky y cuesta hasta unos 40 dólares (la botella de 375 ml, sin incluir gastos de envío).

Saciar la sed se ha convertido en negocio en una parte del planeta en la que se recoge el agua de lluvia o se extrae de remotos glaciares o manantiales naturales, mientras que en otra unos 1.100 millones de personas, es decir, más de una sexta parte de la población mundial, carece de acceso a este recurso de primera necesidad.

Hay sociedades “pobres” que tienen demasiado poco, pero me pregunto, ¿dónde está la sociedad “rica” que diga: ¡Paremos un poco!, aunque sea un cachito! , ya basta tenemos suficiente!

Schumacher

Hemos llegado a una instancia en la historia de la humanidad en que debemos buscar, como sociedad global, la forma de “maximizar las satisfacciones humanas por medio de un modelo óptimo de consumo y no maximizar el consumo por medio de un modelo óptimo de producción”. Así decía Ernst Friedrich "Fritz" Schumacher (1911-1977) en su famoso libro "Lo pequeño es hermoso: La Economía como si la gente importara".


El esfuerzo que se necesita para este cambio nos impele a la acción individual responsable; a sustituir nuestros hábitos de consumo, a desconectarnos de la Red de marcas mundiales que nos mantiene atrapados en la hiposis consumista, a cambiar nuestra ciega búsqueda de confort por una exploración interna en busca de verdaderos y profundos significados. Cuánto más feliz se es luego de consumir este agua? ¿Cuánto más felices podemos ser si destinamos más recursos y atención a ayudar a quienes más lo necesitan?

Son los ricos y famosos, los que nosotros transformamos en arquitipos y modelos de esta sociedad (hoy en parte enferma) los que deberían comenzar por dar el ejemplo; y nosotros tener la posibilidad de imitarlos en seguir el camino de la virtud en pro de un verdadero humanismo que nos haga más concientes de la realidad de todos quienes habitamos este planeta. Ojalá alguna vez pueda ser así...que así sea...

Fuente: Escrito por Andrés Schuschny en el blog: Humanismo y Conectividad

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