La situación actual de la Tierra y de la Humanidad nos hace pensar. La aldea global se ha consolidado. Ocupamos prácticamente todo el espacio terrestre y explotamos el capital natural hasta los confines de la materia y de la vida, a través de la razón instrumental-analítica.
La pregunta que se plantea ahora es: ¿cuál será el próximo paso?, ¿más de lo mismo? Pero eso es muy arriesgado porque el paradigma actual está asentado sobre el poder como dominación de la naturaleza y de los seres humanos. No debemos olvidar que el ser humano ha creado la máquina de muerte que puede destruirnos a todos y destruir la vida de Gaia. Ese camino parece haberse agotado. Del capital material tenemos que pasar al capital espiritual. El capital material tiene límites y se agota. El espiritual es ilimitado, inagotable. No hay límites para el amor, la compasión, el cuidado, la creatividad, realidades intangibles que configuran el capital espiritual.
Éste ha sido bastante poco explorado por nosotros, pero puede representar la gran alternativa. La centralidad del capital espiritual reside en la vida, la alegría, en la relación inclusiva, en el amor incondicional y en la capacidad de trascendencia. No significa que tengamos que prescindir de la tecnociencia. Sin ella no atenderíamos las necesidades humanas, pero ella ya no destruiría la vida. Si en el capital material la razón instrumental era su motor, en el capital espiritual es la razón cordial y sensible la que organizará la vida social y la producción. En la razón cordial están radicados los valores; de ella se alimenta la vida espiritual pues produce las obras del espíritu que mencionamos antes: el amor, la solidaridad y la trascendencia.
Si en el tiempo de los dinosaurios hubiera habido un observador hipotético que se hubiera preguntado por el próximo paso de la evolución probablemente habría dicho: la aparición de especies de dinos todavía mayores y más voraces. Pero se habría engañado. Nunca habría podido imaginar que de un pequeño mamífero que vivía en la copa de los árboles más altos, alimentándose de flores y de brotes y temblando de miedo de ser devorado por los dinosaurios irrumpiría, millones de años más tarde, algo absolutamente impensado: un ser de conciencia y de inteligencia −el ser humano− con una cualidad de vida totalmente distinta a la de los dinosaurios. Fue un paso diferente.
Creemos que ahora, de otro paso, podrá surgir un ser humano marcado por el inagotable capital espiritual inagotable. Ahora será el mundo del ser más que el mundo del tener.
El próximo paso, entonces, sería exactamente éste: descubrir este capital espiritual inagotable y empezar a organizar la vida, la producción, la sociedad y la cotidianidad a partir de él. Entonces la economía estará al servicio de la vida y la vida se empapará de los valores de la alegría y la autorrealización, una verdadera alternativa al paradigma vigente.
Pero este paso no es mecánico. Es voluntario, es decir, es algo que se ofrece a nuestra libertad. Podemos acogerlo o podemos rechazarlo. No se identifica con ninguna religión Es algo anterior, que emerge de las virtualidades de la evolución consciente. Quien lo acoge vivirá otro sentido de vida, vivenciará también un nuevo futuro. Los otros seguirán sufriendo los impases del actual modo de ser y se preguntarán angustiados por su futuro y hasta por la eventual desaparición de la especie humana.
Estimo que la actual crisis mundial nos abre la posibilidad de un paso nuevo rumbo a este modo de ser más alto. Se dice que Jesús, Francisco de Asís, Gandhi y tantos otros maestros del pasado y del presente habrían dado ya anticipadamente este paso.
Fuente: Koinonia
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