jueves, 20 de marzo de 2008

La olímpica brutalidad china


por Claudio Fantini

La brutal represión a las protestas en el Tíbet puso nuevamente en evidencia el costado autoritario de un régimen obsesionado por lucirse en la pronta realización de los Juegos Olímpicos. En el lado oscuro de la economía de mayor crecimiento en el mundo, también está la contaminación ambiental, la ausencia de controles de calidad industrial y la falta de garantías bromatológicas en la producción de alimentos, entre muchas otras falencias.

Como en Myanmar, la antigua Birmania, los monjes tibetanos salieron de la quietud de las pagodas y los monasterios para afrontar la agitación de las calles. Igual que en Rangún y Mandalay, afloraron desde la silenciosa contemplación y el humo de incienso para enfrentar la represión y los gases lacrimógenos.

Pero en Lhasa ya no había muchas cámaras para retratar a los hombres descalzos de túnicas color azafrán afrontando la embestida brutal de policías y soldados. Velando por la realización de los juegos olímpicos, el gobierno chino ya había reducido al máximo el acceso de la prensa internacional al Tibet. Por eso nadie sabe si los muertos son diez, como dice Beijing, o más de cien como afirma el gobierno tibetano en el exilio.

Por cierto, rebelión es una apuesta oportunista. Los ojos del mundo miran a China debido a las olimpíadas, por lo tanto es el momento justo para que protestas y represión le recuerden al resto del planeta el sometimiento que sufre ese pueblo del Himalaya.

Rápidamente, la represión doblegó la protesta, pero Beijing no pudo evitar que la palabra Tibet se posara en las portadas de los diarios. Y es una imagen más del lado oscuro de la economía que más crece en el mundo.

Los otros rasgos del lado oscuro también afloraron por los juegos olímpicos: la contaminación ambiental alcanza niveles de espanto, buena parte de la producción industrial es químicamente peligrosa y no existe una bromatología confiable para garantizar salud alimenticia.

La suma da como resultado la evidencia de que el aparato económico que encandila al mundo por su formidable expansión, experimenta en realidad un crecimiento irresponsablemente caótico y peligroso, además de estar basado en la mano de obra ultrabarata, la falta de controles y la ausencia total de mecanismos de defensa del trabajador, como sindicatos y derecho de huelga.

En síntesis, el imponente crecimiento chino es también un “tigre de papel”, la imagen con la que Mao Tse- tung hablaba de la falsa fortaleza de las potencias capitalistas.

Posiblemente, estos aspectos despreciables del fenómeno chino tengan más peso en la consideración internacional que el Tibet. Al fin de cuentas, el viejo reclamo de “la terraza del mundo” se convirtió en una causa de la jet set occidental y del glamuroso mundo de las estrellas de Hollywood, con abanderados como Richard Gere y otras figuras.

Hay otros rasgos despreciables del gobierno chino, como su apoyo al régimen genocida de Sudán para obtener petróleo a cambio de silencio frente al drama de Darfur, revelado al mundo por el desplante que hizo el cineasta norteamericano Steven Spielberg.

¿Por qué se dio esta suerte de frivolización de la defensa de una causa justa? Tal vez se trate de uno de los efectos colaterales de la adopción que el capitalismo pos moderno y la estética new age están haciendo del budismo, para buscar serenidad y armonía entre los negocios y el espíritu, búsqueda que, por cierto, suele acabar en un budismo adulterado.

En cuanto al tema de fondo, reina una percepción superficial sobre un rincón del planeta que se percibe remoto y místico. Por caso la imagen del Palacio Potala presidiendo a la milenaria Lhasa desde la montaña Hongshan desde el siglo 7, cuando lo construyó el rey Songtsan Gambo para recibir a la princesa Wen Cheng.

También la imagen de Tendzim Gyatso, el hombre que, desde su exilio en Dharamsala (norte de la India) ostenta el rango de Dalai Lama, un título creado por el Gengis Khan y que, en la antigua lengua tibetana, el “sanba”, significa “océano de sabiduría”.

La tradición dice que al morir un Dalai Lama, su conciencia se reencarna en un lapso que no supera los 49 días. Por eso desde el siglo 17, al morir un jefe espiritual los monjes del Templo Amarillo salen por los valles y aldeas a buscar al sucesor, un recién nacido en el cual reconocen la conciencia reencarnada mediante una serie de signos secretos.

El quinto Dalai Lama, Ngawang Gyatso, hizo que esa autoridad religiosa sea también una autoridad temporal, por lo que el Tibet se convirtió en lo que algunos consideran una teocracia y otros una extraña monarquía no hereditaria: la “lamasocracia”.

El origen de la nación tibetana está en el rey Songtsan quien unificó las tribus de esa parte del Himalaya y fundó la dinastía Tubo, con capital en Luosuo, la actual Lhasa. La primera unidad con China fue bajo el sometimiento de ambos territorios al imperio mongol del Gengis Khan. No obstante, la mirada histórica de China señala que el Tibet es parte de su territorio desde el siglo 13, mientras que la mirada tibetana habla de intermitentes sometimientos que no justifican soberanía.

Una mirada objetiva percibe un punto clave en el siglo 18, cuando Tshanyang Gyatso, el sexto y más disoluto de los Dalai Lama, le abrió las puertas a la ocupación china. Pero en 1911, los tibetanos recuperaron la independencia que volvieron a perder con la invasión del Ejército Rojo de Mao Tse tung al triunfar la revolución comunista.

Otros dos años claves son 1959, cuando se produce la gran rebelión independentista que fue sofocada por una bestial represión, determinando el exilio de Tendzim Gyatso, el actual Dalai Lama; y 1965, cuando el régimen comunista otorga al Tibet una autonomía que, en los hechos, es más aparente que real.

Es cierto que la ocupación china trajo al Tíbet indudables progresos, como el final de la servidumbre y otras instituciones arcaicas e injustas. Pero también es cierto que puso a la etnia hang (mayoritaria en China) por sobre las etnias locales: tibets, hui, deng, menba y luoba.

Y además de imponer un régimen represivo, los ocupantes chinos cometieron torpezas y atropellos como el secuestro de Nyima, el Pachen Lama (segunda autoridad religiosa tibetana) que hoy tiene 16 años si es que aún vive, y la designación en su lugar de Gyancain Norbu, el hijo de un burócrata del Partido Comunista.

Por eso el año pasado, el Dalai Lama cambió el eje de su reclamo. A cambio de reconocer la soberanía china sobre el Tibet, exigió que se le otorgue una autonomía real y que se detenga lo que definió como un “genocidio cultural”, o sea el sofocamiento de las tradiciones y la adulteración del budismo vajrayana, hoy conocido como budismo tibetano y esparcido por regiones de la India, Bhután, Sikkin y Nepal.

El dramático giro del Dalai Lama es profundo y esencial, porque implica renunciar al liderazgo temporal establecido por Ngawang Gyatso y a la independencia del Tibet, focalizando los esfuerzos por preservar la pureza y la originalidad de una cultura milenaria, actualmente sometida a un proceso de disolución.

Sobre esa aniquilación cultural intentó llamar la atención la rebelión que, por estos días, fue rápida y brutalmente sofocada en Lhasa. Una parte del lado oscuro de China, el gigante económico de formidable crecimiento y de inaceptables vicios, como la contaminación ambiental, la mano de obra ultrabarata, la ausencia de controles sobre la calidad industrial y la producción de alimentos, además del autoritarismo represivo que tampoco se detiene ante los monjes descalzos que emergen de la meditación para lanzarse a la protesta.

Fuente: http://www.mdzol.com/mdz/nota/37059

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Después de décadas de represión, el pueblo tibetano ha salido a las calles para pedirle al mundo que les ayude a obtener justicia. Con los Juegos Olímpicos en camino y la importancia de las exportaciones, China es más sensible que nunca a la opinión pública mundial.

El gobierno chino ha expulsado a los periodistas extranjeros y anunció que los manifestantes que no se rindan serían “severamente castigados.” Las autoridades chinas tienen ahora que decidir entre más represión o un dialogo abierto que pueda ser el comienzo de la solución de la situación en el Tibet. A China le importa más que nunca su imagen en el extranjero, y es allí donde la comunidad Avaaz, con el alcance mundial de su red de ciudadanos-activistas, puede tener un rol importante. Hagamos saber al presidente Hu Jintao que el papel de China en la comunidad internacional y el éxito de los Juegos Olímpicos dependen de la manera en que elija lidiar con la situación el Tibet. El Dalai Lama, líder espiritual del Tibet y ganador del premio Nobel de la Paz, ha hecho un llamado a China pidiendo que cese la violencia contra los manifestantes y que abra un dialogo sobre la situación en el Tibet. Necesita de nuestro apoyo—queremos juntar un millón de voces por el Tibet.

Firma hoy y corre la voz, el tiempo apremia.
http://www.avaaz.org/es/tibet_end_the_violence/11.php

La economía china depende de las exportaciones, y el gobierno ha etiquetado los Juegos Olímpicos come “El comienzo de una nueva China,” potencia mundial y líder respetado en el escena internacional. Pero China es un país diverso, con un pasado brutal, y su estabilidad futura dependerá en parte en como maneje las secuelas de ese pasado. Hu Jintao debe entender que la amenaza más grande a la prosperidad y estabilidad en China, no son los manifestantes en Tibet, sino los sectores mas extremistas del partido comunista chino que defienden la represión violenta de toda disidencia .


Entregaremos la petición a oficiales chinos en Nueva York, Londres y Pekín, pero para que tenga efecto, tiene que ser masiva. Por favor, haz tu parte corriendo la voz entre tus amigos y familia, y explícales lo importante que es esta causa, es así como crecen estas iniciativas.
Con esperanza

Para saber más:

Los tibetanos han salido a las calles a protestar décadas de injusticia
Apoya al Dalai Lama y firma la petición al gobierno chino:

Firma aquí

Fuente: http://www.avaaz.org/es/tibet

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