El hombre paseaba por aquellas pequeñas callecitas de la ciudad provinciana. Tenía tiempo y por eso se detenía algunos instantes, delante de cada escaparate, delante de cada tienda, en cada plaza.
Al torcer una esquina, de pronto se encontró un local cuya marquesina estaba en blanco. Intrigado, se acercó a la vidriera y arrimó la cara al cristal para poder mirar dentro del oscuro escaparate.
En el interior, solamente se veía un atril que sostenía un cartelito escrito a mano que anunciaba “Tienda de la Verdad”.
El hombre estaba sorprendido, pensó que era un nombre de fantasía. Pero no pudo imaginar que vendían. Entró. Se acercó a la Señorita que estaba en el primer mostrador y preguntó – Perdón, ¿esta es la tienda de la verdad? – ¡Si, señor! ¿Qué tipo de verdad está buscando? ¿Verdad Parcial?; ¿Verdad relativa?; ¿Verdad estadística?; ¿Verdad Completa?
Así que allí vendían
llegar a un lugar y llevarse
¡Verdad Completa! – dijo el hombre sin dudarlo. Estoy cansado de mentiras y falsificaciones. No quiero más generalizaciones ni justificaciones, engaños y fraudes. ¡Verdad Plena! – ratificó.
- Bien, Señor, ¡sígame, por favor!
La Señorita acompañó al cliente a otro sector y señalando a un vendedor adusto, le dijo
– El Señor le atenderá.
El Vendedor se acercó y esperó a que el hombre hablara.
- Vengo a buscar
– ¡Aha! Perdone, dijo el Vendedor. ¿Pero el caballero conoce el precio?
– No. ¿Cuál es? Contestó rutinariamente.
En realidad, él pensaba que estaría dispuesto a pagar lo que fuera por la Verdad.
- Si Usted se la lleva, EL PRECIO ES QUE NUNCA MÁS VOLVERÁ A ESTAR EN PAZ.
Un escalofrío recorrió la espalda del hombre. Nunca se había imaginado que el precio fuera tan alto.
- ¡Ah, gracias, eh, me disculpe!, balbuceó. Se dio media vuelta y salió de la tienda mirando al suelo. Se sintió triste, al darse cuenta que todavía no estaba preparado para
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