domingo, 6 de abril de 2008

Entrevista Pierre Rabhi

Pierre Rabhi, agricultor biológico, filósofo de la tierra.











“La civilización industrial, con la productividad, la eficacia y la velocidad, nos ha alejado de los eternos ritmos del cosmos y de las estaciones, a los que la civilización agraria nos mantenía unidos”.


Pierre Rabhi, uno de los activistas ecológicos más reconocidos en todo el mundo por su integridad y clarividencia, nos abre su mirada y sus palabras acerca de las causas de la crisis, sus efectos y las posibles soluciones. Nació en el desierto, y pasó del silencio, de los gestos imbricados con la tierra, con el agua y con el viento, del cosmos ordenado por la tradición, al caos y la densa oscuridad de los suburbios de París, la gran urbe alienante cuyo sistema adora al dios dinero. El destino quiso que Pierre Rabhi conociese esas dos polaridades, descubriendo la esencia de la naturaleza por un lado, y el "leit-motiv" de la sociedad contemporánea por otro, Con este bagaje eligió volver a la esencia, y con su esposa compró una granja en las tierras áridas de la región de Ardèche. Con gran esfuerzo, como el de todos los héroes humildes que tienen alma campesina, y practicando una agricultura respetuosa con el medio, demuestra a todos los que le observan y visitan que es posible vivir de la tierra, en armonía con ella, y conservarla para generaciones futuras. Su ejemplo pronto trasciende las fronteras y la vida le insta a viajar por todo el mundo. Ha dado innumerables cursillos y conferencias a agricultores de todas las nacionalidades, ha puesto en práctica su método en países como el Sahel y en otras partes de África y Europa, sembrando semillas de cordura, advertencias sobre el fin de los recursos y pensamientos de filósofo lúcido y noble, acerca de cómo permanecer cerca de la tierra, es permanecer cerca de nosotros mismos.

Querido Pierre Rabhi, gracias por contestar nuestras preguntas. Lo primero es saber de dónde viene usted, cuáles son sus orígenes.

Nací en 1938 en un pequeño oasis de Argelia. De cultura musulmana y de tradición sahariana, perdí a mi madre a los cuatro años de edad, y mi padre, herrero de profesión, me confió al cuidado de una pareja francesa –un ingeniero y una institutriz– para ser educado conforme a la cultura occidental y, a la vez, según mi cultura tradicional. De este modo, he tenido una vida en la que se alternaban mis raíces originales, con mi familia de adopción. Desde hace 45 años vivo en Francia con mi esposa, que es francesa, y hemos tenido cinco hijos. En 1961 compramos una pequeña finca agrícola que, desde entonces, gestionamos siguiendo los principios de la agroecología.

Dicen los sabios que la naturaleza es un libro que enseña. ¿Qué le enseñó el desierto que le haya servido para edificar su vida?

Sí, es cierto, la naturaleza es objetivamente un libro abierto que, sin embargo, cuenta con pocos lectores. No son muchos los seres humanos conscientes de que la naturaleza es portadora de los fundamentos esenciales de la vida y de que encarna un mensaje. El desierto, que tanto he amado, me ha parecido posteriormente hostil, en el sentido de la evolución hacia la degradación de la envoltura viva que llamamos biosfera. Esto me ha llevado, progresivamente, a trabajar mucho en las zonas en desertificación, como el Sahel, ya que consideraba que el desierto era muy importante para poder comprender la vida, y también para alimentar el espíritu. Pero es evidente que si se extendiera por el planeta significaría su muerte.

Algunos autores piensan que haber negado el aspecto sagrado de la naturaleza es la raíz de la violación de todas sus leyes, y de la actual crisis medioambiental. ¿Qué piensa usted de ello?

Estoy completamente convencido de que la ruptura con la visión sagrada que tenían los pueblos primitivos, que ha sido responsable de que la humanidad pasara de una concepción del tipo «yo pertenezco a la naturaleza y a la vida» a la convicción de que «la vida me pertenece», supuso realmente un cambio radical. Precisamente entonces, la visión que teníamos de la naturaleza desarrolló nuestros instintos predadores, y de este modo la convertimos en un bien privado, exponiéndonos a todas las destrucciones que constatamos hoy en día.


“La revolución industrial ha instaurado un modelo hegemónico que ha gangrenado todo el planeta, partiendo del beneficio sin límites y del poder absoluto del dinero”.


Cuándo llegó a París por primera vez, ¿cuál fue la diferencia principal que encontró entre el mundo de la naturaleza/tradición y el mundo de la ciudad/modernidad?

Las ciudades me parecen, de algún modo, entidades minerales de las que la naturaleza está totalmente excluida, excepción hecha de algunos árboles que se aburren en los parques, algunos gatos o perros en las casas, peces rojos o macetas con geranios. Estamos en un universo sin tierra, del que la naturaleza queda excluida. Existe incluso una paradoja: el propio hombre ha creado ese mundo mineral y ya no se considera a sí mismo parte de la naturaleza.

¿Puede la actual ecología convertirse en un camino de retorno al origen y conectarnos incluso con el misterio espiritual que encierra la Naturaleza?

Sí, evidentemente. La ecología encarna la inteligencia de la vida. Puede ser un auténtico camino iniciático, siempre y cuando también sea abordada justamente desde la perspectiva del misterio, es decir, de lo que no se nos puede revelar por los meros fenómenos. Tras estos, opera esa inteligencia misteriosa que sentimos en lo más profundo de nuestra alma y de nuestra mente, que nos une a través del aspecto más sutil de nosotros mismos con esa gran sinfonía de la vida.


“La agroecología es mucho más apta para alimentar al género humano, constituido por poblaciones pobres, que una agricultura basada en el petróleo”.


Antes se trabajaba para vivir, ahora se vive para trabajar. ¿Quedan aún trabajos que no alienen al hombre, y le permitan recuperar un tempo interior más armónico con la naturaleza? ¿Es una utopía pretender que el hombre tecnologizado de marcha atrás y vuelva a utilizar sus manos?

Con la revolución industrial, hemos entrado en un nuevo paradigma que se funda en la combustión energética, el caballo de vapor de la termodinámica, y ha establecido otra relación con el tiempo y el espacio. La civilización industrial, con la productividad, la eficacia y la velocidad, nos ha alejado de los eternos ritmos del cosmos, de las estaciones, a los que la civilización agraria nos mantenía unidos. En consecuencia, hemos creado un espacio-tiempo paralelo hiperactivo, que no se corresponde realmente con nuestra naturaleza. Los latidos de nuestro corazón y nuestra respiración, al igual que nuestros biorritmos, no dejan de recordarnos que pertenecemos a las grandes cadencias de la vida. Al haber roto con esas cadencias, estamos condenados al "siempre más", al "siempre más deprisa", y hemos convertido el tiempo en una presión que, en los esta- dios, se expresa en una centésima de segundo. Con una centésima de segundo, aun a riesgo de que el pecho y el corazón estallen, se consigue la victoria; lo que es un absurdo. Lo cierto es que, si el ser humano no quiere explotar en esa realidad, será indispensable volver al ritmo cósmico, a las estaciones, y a todo lo que imprime su cadencia a la vida desde sus orígenes.

¿Está preparada la sociedad moderna para decrecer o el virus del progreso globalizador acabará enfermando lo que queda de las sociedades tradicionales, que están aún arraigadas en la tierra en este hermoso planeta?

La revolución industrial ha instaurado un modelo hegemónico que ha gangrenado todo el planeta, partiendo del beneficio sin límites y del poder absoluto del dinero. El dinero se ha convertido en la divinidad dominadora y tutelar de todo individuo. En nuestras sociedades modernas, quien no tiene dinero no existe socialmente, lo que ha llevado a una exacerbación de la necesidad de poseerlo por ser el único garante de la supervivencia.

El crecimiento económico indefinido, se fundamenta en un sistema financiero basado en la angustia por la carencia y no en la satisfacción por tener. El ser humano moderno funciona cada vez más conforme a una sensación de carencia permanente, con la obsesión de “siempre más” y, evidentemente, esta opción fundada en la adquisición indefinida de bienestar arrastra con su violencia a comunidades para las que este principio no sólo carece de valor, sino que además es contrario a su concepción, con frecuencia frugal y moderada, de la vida.

¿Por qué le es tan difícil al ciudadano medio darse cuenta y reaccionar ante la evidencia de que actualmente el sistema que dirige sus vidas se basa en el producto interior bruto y en la avaricia sin límites, y no en sus necesidades esenciales?

El hombre moderno está preparado desde su infancia y su etapa escolar, para integrar la ideología del beneficio. La escolarización, en lugar de formar seres completos en todas sus vertientes crea, más bien, soldados de la economía. Los medios de los que dispone un ser que es educado de esa forma en la posesión, la competitividad y el antagonismo le sirven para imponerse o someter sólo al dinero; en consecuencia, existe una neurosis colectiva, que no puede concebir la vida más que basándola en la insaciabilidad y en el "siempre más" indefinido. No nos queda más que deplorar esta situación que causa tanto sufrimiento. Es urgente volver a dar al dinero su auténtica función: La de atender y regular las necesidades entre los seres humanos, y no la de dominar su destino.

¿Despertará el cambio climático la conciencia dormida, o lo que despertará será más egoísmo en medio de las catástrofes anunciadas?

Parece que se pueden dar ambas cosas en función de la naturaleza de las personas, de su bagaje personal o de su actitud moral con respecto a la vida. Hay personas que, al contrario de esa concepción, pensarán que para salir bien paradas es necesario valerse de la solidaridad, pero, por desgracia, son ciertamente minoritarias. También existen los que, llevados por el pánico, pensarán que para encontrar la vía de salida se debe recurrir a la violencia y al antagonismo, con una actitud egoísta y de cada uno a lo suyo. Esta segunda actitud es evidentemente la más irracional y la más peligrosa, ya que, por querer salir solo del paso, nadie saldrá realmente.


“Nos encontramos al final de una lógica: hay que cambiar de paradigma y reconsiderar el compromiso consciente con la tierra como medio para resolver los problemas de escasez de trabajo y de productividad alimentaría. Porque vemos perfilarse penurias sin precedentes; la humanidad corre el riesgo de tener cada vez más hambre”.


¿Cuál es la diferencia entre agricultura industrial y agroecología?

La agricultura industrial se ha fundado en un principio que se basa en la restitución mineral de sustancias químicas que se añaden al suelo para obtener una productividad importante, lo que ha dado lugar a los abonos artificiales. Estos abonos se deben, en particular, a Justus von Liebig, quien, en su intento por comprender la fecundidad del suelo, quemó algunas plantas y analizó sus cenizas en las que descubrió cuatro elementos fundamentales: nitrato, fósforo, potasio y calcio. Él pensó que la planta extraía esas sustancias del suelo empobreciéndolo y, en consecuencia, bastaba con restituirlas. De este modo, creó la agricultura de la restitución mineral con abonos químicos y, por tanto, el dopaje de los suelos, considerados entonces como meros sustratos, destinados a producir masivamente vegetales con esas sustancias. Se ha llegado de esta manera a una incomprensión del carácter vivo del suelo, de su metabolismo, y así es como se ha producido su deterioro. La agroecología parte del principio de sustitución, es decir, que se inspira en las leyes que la naturaleza ha establecido desde sus orígenes para perpetuarse. La naturaleza es capaz de reciclar y de volver a introducir en el dinamismo general todo lo que ha creado. La agroecología, inspirándose en esas reglas, recurre a materias orgánicas que pueden transformar- se en humus, ha comprendido que no se tienen que trastocar las estructuras del suelo, que es preciso evitar el monocultivo y que, por el contrario, hay que reconstituir ecosistemas acercando las plantas, integrando al animal en el ciclo y gestionando el agua de forma racional. De este modo, la agroecología participa en el mantenimiento de la vida, al tiempo que permite producir los productos alimentarios que la humanidad necesita.

¿Puede la agroecología dar de comer a un mundo de 9.000 millones de seres humanos en medio de los impactos del cambio climático en el campo?

La agroecología es mucho más apta para alimentar al género humano constituido por poblaciones pobres, que una agricultura basada en el petróleo, ya que se necesitan alrededor de tres toneladas de petróleo para fabricar una tonelada de abono y, como el abono está indexado al dólar, ningún campesino pobre puede acceder a estos bienes, a estos insumos tan costosos.

Se llegará a la satisfacción alimentaria del planeta haciendo que los campesinos sean autónomos, siempre y cuando sean suficientemente numerosos y estén movilizados en pro de la tierra para valorizar al máximo los recursos de su territorio y responder a sus necesidades alimentarias, a las de sus compatriotas y mucho más. Hoy en día, todavía contamos con suficiente agua, tierra, vegetales y animales como para poder responder a esa necesidad. Sin embargo, la configuración actual, con poblaciones concentradas en los polos urbanos, constituye un número de bocas que alimentar cada vez más numeroso y de individuos que ya no responden directamente a sus propias necesidades alimentarias. La agricultura ecológica puede alimentar al mundo, siempre y cuando se la incluya en un plan general de organización, dando al espacio rural su valor y movilizando una mano de obra actualmente ociosa.


“El hombre moderno está preparado, desde su infancia y su etapa escolar, para integrar la ideología del beneficio. La escolarización, en lugar de formar seres completos en todas sus vertientes crea, más bien, soldados de la economía”.


¿Qué es la soberanía alimentaria?

La soberanía alimentaria se basa en la necesidad de cualquier comunidad humana de alimentarse por sí misma y con sus propios recursos, sus conocimientos y sus habilidades. Esta necesidad es fundamentalmente humana, ya que permite a cualquier individuo reconquistar su legitimidad como ser vivo. Nosotros distinguimos entre seguridad alimentaria, que está relacionada más bien con un déficit alimentario, y salubridad alimentaria, que se refiere a la calidad del alimento, el cual, debido a los productos químicos y los pesticidas, se ha vuelto nocivo. Por supuesto, lo ideal sería disponer, cuantitativamente, de seguridad alimentaria y, a la vez, cualitativamente, de salubridad alimentaria.

Usted dice que la ecuación "una familia-una hectárea-un hábitat” es un modelo posible para asegurar la alimentación de un grupo familiar. ¿Cómo distribuiría esa valiosa hectárea?

Este concepto, que hemos experimentado y del que hemos extraído conclusiones muy positivas en una situación agronómica difícil, ha demostrado bien su validez. Sin embargo, para que pueda generalizarse, necesita de una política territorial a escala nacional que facilite el acceso de las familias a la tierra, lo que no sucede en absoluto actualmente. Esto depende, en la práctica, de una opción nacional de gobiernos, que son conscientes de que la sociedad urbana e industrial, indudablemente, no va a responder a las necesidades de trabajo, alimento y otras múltiples actividades de una población en crecimiento. Nos encontramos al final de una lógica: Hay que cambiar de paradigma y reconsiderar el trabajo de la tierra como medio para resolver los problemas de escasez laboral y de productividad alimentaria. Porque vemos perfilarse penurias sin precedentes; la humanidad corre el riesgo de tener cada vez más hambre.

¿En qué consiste su proyecto Terre & Humanisme (Tierra y Humanismo), y qué nos podemos encontrar en el centro Mas de Beaulieu? Y ¿cómo va el Mouvement International pour la Terre et l'Humanisme (Movimiento Internacional por la Tierra y el Humanismo) que usted inició recientemente?

La asociación Terre & Humanisme ya no es un proyecto, es la realización de una década que se sustenta en una base logística llamada Mas de Beaulieu, una estructura construida con una hectárea de terreno conforme a la fórmula de una SCI (sociedad civil inmobiliaria], que reúne hoy en día a más de quinientos suscriptores y que está a disposición de la asociación Terre & Humanisme. Gestiona programas locales, de formación en agroecología, promueve reflexiones y acciones, y programas internacionales de difusión de la agroecología en varios países: Malí, Níger, Burkina Faso, Marruecos, Túnez, Francia, por supuesto, y pronto en la Europa del Este, comenzando por Rumania.


Este emplazamiento es, pues, muy concreto, pero no es el único. También actuamos en un "ecositio" en construcción en la Drôme, llamado Les Amanins, que incluye una escuela y está destinado a acoger público en un centro ejemplar en materia de arquitectura, agricultura, educación, uso y empleo de materiales sanos.

La capacidad de acogida de esta estructura será probablemente de trescientas personas. También nos hemos asociado a otro centro de agroecología, Le Monastère de Solan, una explotación gestionada por monjas ortodoxas, con una producción agrícola y un espacio de experimentación de interés general, de preservación del medio natural y de acogida de público.

En lo que respecta al Mouvement International pour la Terre et l'Humanisme, se concibe como un intento de reunir el mayor número de conciencias en pro de la urgencia ecológica y humana. El objetivo de este movimiento es poner de manifiesto que existen alternativas realistas, que ya se están aplicando en varios lugares del planeta, y que pueden servir de inspiración para la política del futuro. Porque es evidente que, una vez que nuestro modelo de sociedad llegue a sus límites y a su fin, será necesario plantear otro modelo, basado en la autonomía, en la simplicidad de vida, para preservar los recursos del planeta y para evitarle los perjuicios que lo están deteriorando. A este movimiento pueden adscribirse todas las personas, instituciones u organizaciones que compartan los valores enunciados en su carta fundacional, lo que puede constituir no una fuerza de reacción, sino una fuerza de proposición.


“Tras los fenómenos opera esa inteligencia misteriosa que sentimos en lo más profundo de nuestra alma y de nuestra mente, que nos une a través del aspecto más sutil de nosotros mismos, con esa gran sinfonía de la vida”.


¿Puede asociar una reflexión poética a estas tres palabras: silencio, agua, árbol?

Por supuesto, el silencio, el agua y el árbol ya resuenan poéticamente, pero el silencio puede ser de dos clases: Está el silencio que implica ausencia de ruido, y el silencio interior, que se basa en el cese de la actividad mental, en el sosiego de la mente. Y cuando conseguimos asociar el silencio exterior y el silencio interior, nos encontramos en la plenitud del silencio. El agua, por supuesto, evoca un bien precioso, límpido, en la poética, pero también puede ser malgastada, contaminada, degradada e incluso puede ser foco de enfermedades y causa de destrucción. El árbol es un ser vivo, pero también puede representar estéreos de madera. Creo que la poética sólo se abrirá paso si el observador tiene una disposición interior favorable. Se puede ver un árbol como un ser vivo, sensible, un auténtico canto de la tierra, o como un montón de madera. La admiración necesita un admirador.

Nota: Si alguien quiere profundizar en este autor, existe un libro publicado en español sobre su pensamiento y obra: Pierre Rabhi. El canto de la Tierra, de Jean-Pierre y Rachel Carlier. Editorial José J. De Olañeta.

Entrevista de Beatriz Calvo Villoria, publicada en Agenda Viva, Primavera 2008.

Fuente: www.felixrodriguezdelafuente.com

Ver también el blog de Pierre Rabhi: www.pierrerabhi.org


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