martes, 9 de febrero de 2010

La propaganda de la Religión del Mercado

La nueva Religión del Dios Mercado se ha introducido en todas las instituciones que vertebran la sociedad moderna: en los parlamentos, en el senado, en los gobiernos central y autonómicos, en los partidos políticos tradicionales, en las universidades y en el sistema educativo, en los medios de comunicación (los grandes propagadores), incluso en algunas instituciones religiosas y ong (que ponen el capital obtenido mediante donaciones al servicio del Mercado, jugando en bolsa y contribuyendo con la especulación financiera).

Por lo tanto, no debemos esperar que la contestación a la nueva religión parta de las instituciones establecidas, sino de un movimiento ciudadano de concienciación y en unas instituciones religiosas renovadas que puede inspirarse en la moral universal vehículada hasta ahora por las tradiciones religiosas.

La nueva religión ha sido inoculada subrepticiamente en las conciencias individuales a través del mayor sistema de propaganda, de sedución, de manipulación y de presión que se conoce en la historia. Goëbbel, el ministro de propaganda del III Reich, no es más que un aprendiz de brujo al lado de los nuevos ingenieros de la llamada eufemisticamente “comunicación” y que no es otra cosa que un gigantesco sistema de manipulación de masas. Los publicistas y los medios de comunicación, sean o no sean conscientes de ello, son el órgano ejecutivo de esta propaganda universal.

Las agencias de publicidad y la industria del marketing tienen en sus nóminas de asalariados a los mejores cerebros especializados en psicología y en comportamiento humano. Su misión no es la de educar a la especie humana en valores universales, sino la de escudriñar en nuestra alma con el fin de poner a punto estrategias comerciales capaces de vendernos cualquier cosa y de hacernos comulgar con ruedas de molino. Y esto, con tal arte, que esta flagrante manipulación es vivida por los mismos manipulados como un ejercicio de libertad.

Nuestros gustos musicales, nuestras aficiones, nuestros pensamientos, nuestra manera de ver las cosas, las novelas que leemos, las noticias de la prensa escrita, de la hablada y de la visualizada, las películas a las que tenemos acceso, el color de las paredes de nuestra casa, los adornos del mueble bar, lo políticamente correcto, nuestros conceptos de bien y de mal, todo es fruto de una programación a distancia, es decir, de una teleprogramación.

Nuestra forma actual de desear es un sistema de valores particular, históricamente condicionado - un conjunto de hábitos fabricados como los productos proporcionados para satisfacerlos.

Según el diario comercial Advertising Age, que debe saberlo bien, en 1994, los Estados unidos gastaron 147 billones de dólares en publicidad - bastante más que para el conjunto de la enseñanza superior. Esto traducido a un aluvión de 21.000 anuncios televisivos, 1 millón de páginas de anuncios en prensa, 14 billones de catálogos de venta por correspondencia, 38 billones de folletos publicitarios y un billón de rótulos, pósters y carteles. Esto no incluye las diversas industrias relacionadas que afectan el gusto y gasto del consumidor, como la promoción, las relaciones públicas, el márketing, el diseño y sobre todo la moda (no sólo ropa) cuyo total ascendió a otros 100 billones por año.

En conjunto, esto constituye probablemente el mayor esfuerzo de manipulación mental que haya experimentado nunca la humanidad -todo ello con el único fin de definir y crear necesidades de consumo. No es de extrañar que un niño en los países desarrollados tenga un impacto ambiental treinta veces superior al de un niño del tercer mundo.

En España, el gasto de publicidad ha aumentado en los últimos diez años un 960 %.

Estamos teleprogramados. Esto es Mátrix y no nos damos cuenta. Es más, creemos que somos libres. Creemos que podemos elegir ser lo que queremos ser. Soñamos despiertos.

Se dice que las democracias aparentes de Occidente son la forma de gobierno menos mala, si las comparamos con la dominación descarnada y cruel de las dictaduras convencionales. Esto es cierto. Pero de ahí a creer que estas democracias son el imperio de la libertad hay un trecho demasiado grande.

Las democracias occidentales son la nueva piel del viejo lobo de siempre que viste actualmente la Religión del Mercado, no porque la religión del mercado sea esencialmente democrática (que no lo es) sino porque se ha dado cuenta que en los sistemas democráticos se puede ordeñar más y mejor a los corderos de siempre. Digamos que las democracias son más rentables: la gente produce más porque se la programa para consumir más.

En las democracias actuales se ha racionalizado y optimizado la producción de bienes (menor esfuerzo, mayor ganancia) al mismo tiempo que el consumo se ha vuelto completamente irracional (mayores ventas, mayores ganancias). No importa que gran parte de lo que se produce y se consume no sirva para nada, siempre y cuando genere beneficios. No importa que nos estemos cargando el medio natural que sustenta la vida, siempre y cuando se produzca enriquecimiento a corto plazo. No importa que no se te permita ninguna otra vida alternativa, siempre y cuando los teleprogramadores te hagan creer que eres libre de decidir.

En la película “El show de Truman” el protagonista consiguió escapar del decorado artificial y alcanzar la verdadera libertad. ¿Podremos hacer nosotros lo mismo? Para poder hacerlo, primero debemos querer hacerlo. ¿Queremos hacerlo?


del libro ZEN EN LA PLAZA DEL MERCADO
Dokushô Villalba
Aguilar, 2008

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