martes, 16 de febrero de 2010

La doble manipulación de la Religión del Mercado.

Según David Loy (1), la Religión del Mercado nos conquista a través de una estrategia doble:

- Por un lado manipula la tendencia natural hacia la felicidad inherente en todos nosotros, creándonos la ilusión -o el error cognitivo- de que acumulando beneficios y consumiendo desenfrenadamente vamos a alcanzar esa felicidad que anhelamos. Las agencias de publicidad, los especialistas del marketing y los medios de comunicación son los responsables de generar este engaño en las conciencias. Esta ilusión actúa mediante un reducionismo castrador: reduce el anhelo de felicidad a la producción y consumo de bienes materiales.

La ilusión que nos inocula la Religión del Mercado consiste en hacernos creer que la satisfacción de todas estas necesidades se consigue únicamente obteniendo beneficios materiales y consumiendo objetos materiales.

- Por otro lado, una vez generada esta ilusión, la Religión del Mercado exacerba la avaricia y la codicia de una forma también doble:

-  Avaricia de beneficio (a través de la producción).
- Avaricia de experiencias sensoriales (a través del consumo de objetos, de propiedades, de “sensaciones”).

De forma que tanto la obtención de beneficios como su utilización en la adquisición de todo tipo de experiencias sensoriales actúan como un embriagante, como un narcótico que nos vuelve insensibles e inconscientes a la principal causa de nuestra angustia existencial, a saber, que somos mortales y que nuestro tiempo de vida no es eterno.
El diccionario de la RAE define la avaricia como “afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas” y la codicia como “afán excesivo de riquezas; deseo vehemente de algunas cosas buenas; apetito sensual”.

La avaricia y la codicia, que casi todas las religiones tradicionales consideran actitudes perniciosas que deben ser controladas y transformadas, son para la Religión del Mercado las principales virtudes que sus adeptos deben desarrollar.

“Sin embargo, esta avaricia está basada en una ilusión: la ilusión de que la felicidad se encuentra de esta manera. Buscar una realización mediante el beneficio, o hacer del consumo el sentido de la propia vida, desemboca en una falsa religión, una perversión demoníaca de la verdadera religión; y cualquier institución religiosa que hace las paces con la prioridad de los valores del mercado, no merece ser llamada una religión genuina.En otras palabras, la avidez es parte de un falso sistema de valores (la manera de vivir en este mundo) basado en un incorrecto sistema de creencias (lo que es el mundo)” (2). 

La avaricia y la codicia deben ser consideradas también por la sociedad civil como un crimen contra la Humanidad y contra el Planeta Tierra, especialmente en un momento histórico en el que la sobre explotación de los recursos naturales por parte de los países de mayor ingreso es una amenaza para la supervivencia de las presentes y de las futuras generaciones (3). 

“Frente a ellas debemos fortalecer la voluntad moral, tal y como enseñan las religiones semíticas, y desvelar el enorme error cognitivo (ignorancia) que la alimenta, como enseñan las religiones asiáticas” (4).

Visto esto, aunque los propagadores de la Religión del Mercado no van a cesar en el bombardeo propagandístico al que nos someten, cada uno de nosotros, individualmente, debe asumir la responsabilidad de proteger su conciencia de esta propaganda y la de depurar su mente y su corazón de estas lacras moralmente inaceptables que son la avaricia y la codicia, es decir el deseo desbocado hasta el paroxismo.
La manipulación del deseo

La Religión del Mercado se alimenta con la energía de nuestro deseo.
El deseo es la fuerza motora de la vida. Si estoy aquí escribiendo esto y si tú, querido lector o lectora, estás ahí leyendo lo que he escrito, es porque hemos nacido. Y hemos nacido por la fuerza del deseo de nuestros padres.
El poder de desear es inherente a la existencia humana. Los grandes logros que conseguimos individualmente y los conseguidos por la humanidad en su conjunto son debidos a la fuerza del deseo. Desear es vivir y vivir es desear. Ahora bien, ¿desear qué, para qué, cómo, cuándo?
 
La fuerza del deseo debe ser domesticada por la inteligencia, por la sabiduría y por la compasión. En sí mismo, estimulado sin ninguna dirección ni propósito, el deseo es un fuego destructivo, un fuego emocional más peligroso y destructor que el fuego físico. Así como hemos aprendido a manejar el fuego y convertirlo en una fuerza benéfica, debemos aprender a controlar y dirigir la fuerza del deseo. Vemos lo que un incendio descontrolado puede provocar en los bosques y en las ciudades: después del resplandor cegador vienen las cenizas. La Economía de Mercado está incendiando el Planeta estimulando un deseo insaciable en los seres humanos, incitándonos a producir y a consumir sin más dirección ni sentido que la obtención de un beneficio material rápido. Aún vivimos una especie de belle époque pero tras el resplandor de las luces del consumo acechan las cenizas.

Hemos caído en una trampa. Estamos siendo víctimas de un estímulo condicionado global: primero nuestro deseo de consumir es excitado por la publicidad. Pero para poder consumir necesitamos poder adquisitivo, es decir, el poder de adquirir los objetos que deseamos. Para obtener poder adquisitivo nos vemos obligados a entrar en la rueda de la producción y dar nuestro tiempo de vida, en forma de trabajo asalariado. Estamos siendo ordeñados como vacas. La Religión del Mercado sobreexplota a la naturaleza, a los animales y a las plantas. En las granjas avícolas los pollos viven enjaulados. Sus movimientos son limitados. Sus vidas se reducen exclusivamente a comer y defecar. De la misma forma la Religión del Mercado explota a los individuos encerrándoles en un horizonte de vida limitado, estimulando el deseo y la codicia que constituyen la energía fundamental que pone en funcionamiento el engranaje infernal en el que han convertido nuestra existencia.

Ganamos algunas cuentas de colores, un bienestar ficticio, y a cambio nos perdemos a nosotros mismos. A todas luces se trata de un mal negocio para la inmensa mayoría de los seres que poblamos este Planeta.

Un poema zen dice:

La melodía de su vida es clásica.
Su espíritu es puro y su modo de andar
posee una nobleza natural.
Sus mejillas están hundidas.
Sus pómulos son fuertes.
Nadie le presta atención.
El hijo de Sakia
(5) es conocido por ser pobre.
Su apariencia es pobre
pero su espíritu no conoce la pobreza.
Es pobre porque va habitualmente vestido de harapos.
Pero posee la Vía
y en el fondo de su espíritu
guarda este tesoro inestimable.
Y este tesoro, aunque haga uso de él,
no se agota jamás.
Por eso puede hacer que todos
se beneficien de él en cada ocasión
sin ninguna reserva
eternamente(6)



del libro ZEN EN LA PLAZA DEL MERCADO
Dokushô Villalba
Aguilar, 2008











Notas.
(1) Profesor de Filosofía y Religión Comparadas en la Universidad de Bunkyo, Tokyo, Japón. Entre sus últimos libros destaca The Great Awakening: A Buddhist Social Theory, Wisdom Publications. (El Gran Despertar: una teoría social Budista). 
(2) David Loy, “La religión del mercado”. 
(3) Es bien conocida la ecuación según la cual los países ricos, que constituyen el 20 % de la población mundial, consumen el 80 % de los recursos naturales, mientras que el 80 % de la población restante consumen el 20 % de los recursos. La riqueza de unos pocos se asienta en la pobreza de una gran mayoría. La codicia y la avaricia son las actitudes que se hallan detrás de esta injusticia. 
(4) David Loy, “La religión del mercado”. 
(5) Sakia era el nombre del clan al que pertenecía el Buda Sakiamuni. “Hijo de Sakia” designa a los seguidores del Buda. 
(6) Extraído de “Shôdôka, el Canto del Dharma Verdadero”, del maestro zen chino Yoka Daishi. La traducción es mía.

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