Entrevista a Yaron Traub, director de la Orquesta de Valencia.
Por J.R. Seguí
Foto de Manuel Molines
Judío y budista. El director de la Orquesta de Valencia tiene algo especial con lo que se gana a las persona. Y así se ha ganado al público. Él dice que su único secreto está en la naturalidad.
-No imagino la vida de un músico.
-Pues puede ser horrorosa o muy cómoda; interesante o aburrida. Cinco años antes de venir a Valencia viajaba por todo el mundo sin parar y ese ritmo a veces impide hacer bien el trabajo, mantener una familia...era agotador.
-¿En su oficio, el orden debe estar por encima del resto?
-Hasta que se produce el concierto sí porque en ese momento hay que dejar que las cosas vayan por si solas y ocurran. La música no se puede forzar, aunque se debe preparar en los ensayos. Pero los conciertos hay que dejarlos que ocurran para que se produzca la magia.
-¿Dónde se esconde la magia?
-Es algo bastante subjetivo tanto para el músico como para el público. A veces diriges un concierto y piensas que ha sido perfecto, y al día siguiente ofreces el mismo programa y aunque te sientas más relajado o incluso crees que ha sido mucho mejor, el publico te dice lo contrario. Un director está contento cuando hay silencio. Ahí es cuando siente que se produce la magia.
-¿Y qué le ha dado usted al publico de Valencia para tenerlo tan silencioso?
-Es que yo estoy disfrutando y eso supongo que se nota. Esa sensación intento transmitirla también a la orquesta. A los músicos siempre les digo que, ante todo, debemos disfrutar con lo que hacemos y más aún porque nos debemos de lleno a nuestro trabajo. La impresión de nuestra última gira por Praga y Linz fue precisamente esa, que la orquesta disfrutaba.
-¿Puedo comparar la gestión de una orquesta con la de un equipo de fútbol?
-Totalmente. O un equipo de baloncesto en el sentido en sí del concepto de equipo. Esos fueron también algunos de los comentarios que recogimos de nuestros últimos conciertos, que habíamos salido a escena como un equipo. Conseguir ese nivel es difícil. La mentalidad que intento aplicar a cada uno de nuestros conciertos es salir a un campo para ganar el partido. Y para conseguirlo tenemos que ir juntos y trabajar unidos.
-Pero no debe ser lo mismo controlar once que cien. Habrá alguna diferencia.
-Lo importante es saber que cada uno tiene su papel individual pero que hemos de actuar juntos, encontrar un idioma propio y un estilo. Mi intención con esta orquesta es que tenga una cara propia, que no sea otra orquesta más, que lo que haga sea algo especial e identificable. Creo que el publico también está contento porque puede identificar la personalidad de su orquesta.
-¿Qué hay para un director después de la música?
-Hay mucho más y sobre todo, las relaciones humanas. Detrás de la música hay un ser humano que crea el momento.
-Sin embargo, por lo general, lo que buscan los directores más que la expresión del ser humano es que la orquesta funcione como una máquina incapaz de equivocarse y a veces fría de emociones, sobre todo perfecta.
-La culpa de todo eso son las grabaciones discográficas, el mercado del disco, las prisas y la falta de tiempo. Un día un director está aquí y mañana a 3.000 kilómetros.
-¿Quiere decir que la industria y el mercado está haciendo perder el espíritu de la naturalidad?
-Totalmente. Y se ha perdido también la manera de encontrar la individualidad. El mercado obliga a aprender rápido. Así que se coge una grabación, se escucha cien veces y se interpreta tal y como se ha escuchado. Sin embargo, una grabación no es nada natural. Coger una grabación y no saber leer lo que esconde, o no saber cómo hacerla variar, conduce al falso perfeccionismo.
-Ha renovado hasta 2012. Su integración en la sociedad valenciana es algo que muchos han destacado ¿Esperaba lo que se ha encontrado?
-En primer lugar he de decir que estoy muy cómodo aquí: la gente, el clima, las relaciones personales, casi todo es muy parecido a mi país de origen. Mi integración ha sido muy natural. Se ha desarrollado incluso mejor de lo que esperaba.
-¿Pero algo le habrá llamado la atención?
-Que la gente es bastante natural y se parece a mi. No hago nada extra. En otros sitios no se aceptaría esa actitud.
-Más aún cuando usted se mueve en un mundo de divos, estrellas y relativas verdades fuera de la escena.
-Cierto. Aquí hemos tenido gente complicadísima y cuando he estado a punto de enfadarme los propios músicos me han dicho, déjalo pasar, como queriendo decir que si ellos están tranquilo yo lo he de estar también. Esta es una relación fantástica.
-Usted es judio pero de creencias budistas, menuda combinación.
-No crea. Hay muchos judios afines al budismo. El budismo no va en contra de ninguna religión en la manera que cada uno hemos de aplicar en el día a día. Ese tránsito, en mi caso, ha sido fácil porque jamás he sido ortodoxo. En mi familia hemos seguido las fiestas judias. Pero en mi país también se dice: "nos han atacado, hemos vencido, vamos a comer". No, en serio. Vengo de un ambiente religioso muy relajado. Yo soy de los que viven el día a día. Los principios que he tratado seguir son aquellos que conducen a vivir una vida coherente, que me hagan sentir bien conmigo mismo y respetando siempre a los demás. El budismo me ha ayudado mucho a todo ello.
-Hablaba hace unos momentos de su familia, pero debe haber pesado mucho una infancia en casa del primer violín de una orquesta como la Filarmónica de Israel y haber tenido a su alcance desde muy pequeño a los grandes genios.
-También fue difícil. La vida de un artista puede ser ilusoria, irreal. Los divos, las estrellas también tienen su vida real. Y desde fuera muchos creen que es maravillosa, pero para algunos puede ser terrible.
-¿Odia algo de su trabajo?
-No puede decir nada malo. Sin embargo, no es difícil ver a compañeros en otras circunstancias. El mercado de la música a veces empuja a los artista a estar en sitios donde no están comodos, pero las leyes de mercado obligan. Imagínese ir cada día a trabajar con cien personas con las que no te relacionas o te odian. Por eso digo que estoy contento de poder estar aquí.
-¿De qué hablan dos músicos cuando se encuentran en cualquier aeropuerto del mundo?
-Adónde vas, dónde estabas... es muy aburrido y normalmente se evitan porque en el aeropuerto estás cansadísimo
-¿Guarda algún sueño?
-Lo que tengo aquí ya es un sueño. Estoy en un lugar donde puedo hacer lo que me gusta y con gente con la que se puede trabajar.
-¿Hay que pertenecer a una familia para tener suerte en el mundo de la música?
-Hablaría mejor de tener contactos. No sé si son familias o no, pero sí son importantes los contactos. Pero tanto aquí como en cualquier otro ámbito profesional que se mueva por las leyes de mercado.
-Usted llegó a la dirección tarde. ¿Añora su etapa de pianista, de estar en solitario frente al público?
-Es cierto que llegué a la dirección tarde. Mi padre no quería que fuera músico y después me aburría como solista de piano. No estaba contento. Es una relación difícil la que se tiene entre un pianista y un piano. Yo necesitaba contacto con la gente. Por eso mi camino de director comenzó tarde, pero tuve suerte. Trabajé cinco años como asistente de Barenboim en la Sinfónica de Chicago y fue un momento muy bueno porque me permitió aprender y hacer mis cositas con la orquesta. Pasé otros cincos años recorriendo el mundo. Hasta que llegué aquí.
-¿Barenboim y Celibidache son los dos personajes claves de su carrera?
-Sí, pero después de mi padre. Él estaba debajo de todo poniendo el orden. Celibidache fue un perfeccionista en todos los sentidos, incluso en los conciertos. Era un personaje complicado. Recuerdo que una vez quise dirigir un concierto. Lo tenía todo preparado. Se lo pregunté y él me lo impidió. Sólo dijo: tienes que estudiar otros diez años más antes de hacerlo.
-¿Y cual sería el cuarto pilar o quién le hubiera gustado que fuera?
-En música no hay nadie más, aunque existan influencias como Bernstein. Fuera de mi carrera está mi maestro budista porque es mi orientación.
-Usted es un enamorado del romanticismo y del postromanticismo. Sólo hay que mirar sus programas.
-Soy romántico en mi alma. Totalmente. Soy de los que se emocionan.
-Luego se deja llevar en sus repertorios más por una cuestión emocional que práctica.
-A veces sí, pero intento que los programas siempre sean una mezcla. Lo que me gusta es que la música que elija sea muy expresiva ya que me va a permitir poder descubrir los colores de la orquesta.
-¿Qué diría que ha aprendido de su relación con ella?
-Aprendo cada día. Sobre todo en las relaciones humanas. Llevar un equipo tan grande y conseguir entusiasmarle, animarle, compartir, arreglar, crecer.... Ser director de orquesta es como ser un entrenador. Sin embargo, hay directores que no conectan con nadie: llegan, ensayan una semana, actúan y se van. Hay directores que dejan marca y otros que pasan sin asumir mayor responsabilidad que la de hacer bien su trabajo.
-¿Hay que darle al público siempre lo que quiere?
-Hay que dar siempre una mezcla. Nuestro público es culto y está muy bien preparado. Es especial. Puede que yo esté más cómodo con algunas partituras, pero no sólo se trata de eso. Para mí lo importante es que la gente salga contenta.
-¿Tiene ganas de bajar al foso?
-No. Hay óperas fenomenales, pero pocas producen tantas sensaciones como las que permite la música sinfónica. En el foso se encuentran una cantidad infinita de variables: orquesta, solistas, coro, escenario, luz, director de escena... todo esto al final te obliga a estar siempre arreglando cosas y poniendo orden como si fuera un policía de tráfico. Si tienes suerte y logras tenerlo todo bien atado, cosa que en el mundo de la ópera es complicado, saldrá bien. Una vez a Celibidache le preguntaron qué hace un director y el contestó que en el mejor de los casos nada. El momento más gratificante para un director es cuando todo está preparado y sabes que cada uno conoce lo que ha de hacer.
-Eso era Kleiber
-Por ejemplo. Pero también es obligación de un director dejar las cosas claras.
-¿A usted le gustaría poder llegar al extremo de no tener que estar más que de forma física para levantar la batuta? ¿Para lograr qué?
-Que la música fluya por si misma. Pero para conseguirlo hay que dejar las cosas ordenadas y que la música pueda suceder. La música puede permitir estar fuera del tiempo.
-Luego la música, según usted, está y sólo hay que conseguir que suceda.
-Hay que hacerla vivir para que nos saque del tiempo.
Fuente: http://www.levante-emv.com/secciones/noticia.jsp?pRef=2008102600_1_511492__Yaron-Traub-magia-musica-esta-silencio
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