lunes, 8 de septiembre de 2008
Ban Ki-moon, el hombre invisible
El secretario general de la ONU ha permanecido ausente de los grandes conflictos internacionales y ha desdibujado el papel de la organización. Naciones Unidas pierde así la oportunidad que abre el próximo relevo en Washington de renacer de los escombros de Irak
Mientras los palestinos presentes se quedaban boquiabiertos, esforzándose por reprimir su indignación, un colaborador de Ban le susurró al oído que llamar al territorio ocupado en el que estaban "Israel" no era precisamente lo más diplomático que podía hacer, dados los asistentes. Ban asintió, prosiguió y terminó sus palabras con una sonrisa y un alegre: "Es un gran placer estar en Israel".
El desconcierto que provocó Ban aquel día entre los palestinos se ha extendido hoy, 20 meses después de que asumiera el cargo de secretario general, a la mayor parte de los Estados miembros de la ONU. En vísperas de la sesión número 63 de la Asamblea General que comenzará en Nueva York el 16 de este mes, ceremonia anual en la que se reúnen jefes de Gobierno de todo el mundo, existe una creciente percepción de que no sería aconsejable que Ban, anteriormente ministro de Exteriores de su país, Corea del Sur, renovara su actual mandato de cinco años cuando concluya. Lo habitual sería que continuara en un puesto que algunos han descrito como "un papado laico", pero aumenta la impresión de que "el vaso está más bien vacío", como dice un antiguo alto funcionario de la ONU; que no es el hombre indicado para preservar la independencia y la legitimidad de Naciones Unidas y para dirigir la organización en un momento en el que sufre una creciente parálisis, pero en el que existe un atisbo de oportunidad -ante el inminente cambio de Gobierno en Estados Unidos- para poder alzarse, desde los escombros de la guerra de Irak y la animosidad del presidente George W. Bush, como la fuerza moral y política por los derechos humanos y la paz que se pretendió que fuera cuando se fundó, a finales de la Segunda Guerra Mundial.
En los últimos 20 meses se han sucedido los conflictos en los que el secretario general podría haber intentado ejercer un liderazgo político y moral -Sudán, Kosovo, Zimbabue, Georgia-, pero Ban se ha limitado a lanzar comunicados o formular declaraciones efímeras. Él mismo, fuera del mundo de la diplomacia, es un personaje que ha pasado casi inadvertido, cuyo nombre pocas personas conocen.
Este periódico ha entrevistado para este reportaje, en Nueva York, Londres y Madrid, a 20 personas de cuatro continentes. Algunos de ellos han pasado mucho tiempo en su compañía y otros le siguen atentamente, pero desde fuera. Entre las acusaciones específicas que se le hacen, una es que no anima el debate y se enfurece las pocas veces que sus asesores internacionales en la secretaría general se atreven a proponerle opiniones contrarias a las suyas; otra, que toma sus decisiones basándose en un círculo de confianza de colegas coreanos que le rodean y le cobijan.
Según una persona no coreana que asiste a reuniones con él en el piso 38 del edificio de la ONU en Nueva York, el último en llegar suele encontrar que la silla enfrente de Ban (se reúnen alrededor de una larga mesa rectangular, con Ban en el medio) está vacía. Porque cuando al secretario general le entra una rabieta, la concentra sobre la persona sentada en esa silla.
Los entrevistados, en su mayoría, han hablado con la condición del anonimato y han insistido, todos, en hacerlo off the record cada vez que se aventuraban a expresar una opinión sobre Ban, incluso en los casos en que la opinión era positiva. La cultura de la ONU, organización en la que todos trabajan con contratos renovables, les condiciona. Algunos ocupan en la actualidad altos cargos en Naciones Unidas; otros los han ocupado hasta hace poco, y otros trabajan o han trabajado para la ONU en puestos operativos importantes en todo el mundo. Todos dedican su tiempo a ser observadores profesionales de la organización. Algunos piensan que la historia absolverá a Ban; que es un hombre extraordinariamente trabajador, seguro y capaz, de gran integridad. Pero la opinión dominante, expresada incluso por miembros desmoralizados del equipo político de la ONU, podría resumirse en la siguiente frase, que, con escasas variaciones, han pronunciado una y otra vez muchos de los entrevistados: "Es más secretario que general, y no tiene la visión, el intelecto, la atención ni el liderazgo necesarios para reactivar Naciones Unidas".
La decepción es mayor porque podríamos estar ante una buena oportunidad para intentarlo. Un ex diplomático estadounidense entrevistado en Nueva York que ha asesorado a Barack Obama sobre política exterior dice que, gane quien gane las elecciones presidenciales en noviembre, Washington hará un esfuerzo para tratar con la ONU de la misma manera que lo hizo el presidente Bush padre. Sobre todo en el consenso que logró construir alrededor de la primera guerra del Golfo, tras la caída del Muro de Berlín. Colin Keating, que fue el presidente neozelandés del Consejo de Seguridad -donde se concentra el poder de la ONU- a principios de los años noventa, dice que Estados Unidos ha aprendido la lección en Irak y que existen "fuertes motivos para pensar que el próximo Gobierno estadounidense tendrá una estrategia más colaboradora".
Hay más razones para considerar que éste puede ser un buen momento para que el actual secretario general intente imponer su voluntad en Naciones Unidas. La propia organización, como el mundo que refleja, se encuentra en un periodo de flujos, fragmentación y confusión que, a juicio de muchos de los que contemplan asombrados el nuevo desorden posguerra fría, clama por una voz claramente definida, tanto práctica como de principios. Entre las grandes fuerzas que están reconfigurando el mundo hay que contar con el papel ascendente de China, India y Rusia; el terrorismo y la propagación de las armas letales; la crisis energética; la incertidumbre sobre las reservas de alimentos y agua; y los Estados tiránicos y en quiebra como Sudán y Zimbabue. Además del permanente derramamiento de sangre y las tensiones en Irak, Irán y Oriente Próximo en general.
El foco de conflicto más reciente es el que se abrió el mes pasado tras el envío de tropas rusas a Georgia. "Pese a ello, Ban no toma iniciativas", dice un alto diplomático europeo en la ONU. "Es un líder reacio a actuar, espera a obtener el consenso antes de avanzar". No interrumpió sus vacaciones cuando se desató la crisis en Georgia, y sus declaraciones tardías sobre aquel conflicto se han centrado más en "la crisis humanitaria" que se ha desatado que en la política. El protagonismo internacional se lo ha cedido a líderes europeos como Nicolas Sarkozy, Angela Merkel y Gordon Brown.
En cuanto a la catástrofe política y económica en la que Robert Mugabe ha sumido a Zimbabue, Ban Ki-moon puso fin a un largo silencio en el mes de julio cuando declaró "ilegítimas" las elecciones convocadas por Mugabe. Pero sólo después de que quedara patente que ésa era la opinión compartida por todo el Consejo de Seguridad.
El inconveniente del Consejo de Seguridad, con sus 15 miembros, y de la Asamblea General, con 192, es que el consenso es difícil de alcanzar por el efecto paralizador del choque de demasiados intereses. La consecuencia es que, en una situación como la de Darfur, donde los asesinatos generalizados y la hambruna debida a motivos políticos son la norma desde hace cinco años, los intereses comerciales de China -uno de los cinco países representados de manera permanente en el Consejo de Seguridad-, mezclados con los principios africanos de solidaridad y una aversión general de muchos países de dudosa legitimidad a inmiscuirse en los asuntos de otros, han impedido la aplicación de presiones internacionales que correspondan a las aspiraciones humanitarias de quienes fundaron Naciones Unidas.
"El gran factor de división", dice un importante funcionario de la Secretaría General de la ONU, "es la intervención, lo que en el lenguaje de la ONU ha pasado a llamarse la 'responsabilidad de proteger". Como explica más gráficamente un antiguo funcionario de la ONU que colaboró estrechamente con el ex secretario general Kofi Annan, "la verdad es que hay muchos Estados miembros en la ONU, incluidos algunos importantes, que prefieren que haya violaciones de niños a gran escala que defender el principio de la intervención".
En este contexto existe la opinión, muy extendida, de que un instrumento fundamental en el esfuerzo para librar a la ONU de su tendencia a la parálisis es la persuasión y la presión del hombre que tiene más poder que cualquier otro para hablar en nombre de Naciones Unidas en su conjunto, su cabeza sacerdotal, el secretario general; una persona cuyo puesto conlleva en teoría una enorme carga de capital político y prestigio mundial; es decir, una gran capacidad de persuasión.
La medida de lo que es capaz de hacer un secretario general la da todavía Dag Hammarskjöld, el diplomático sueco que ocupó el cargo desde 1953 hasta su muerte en un accidente de avión en 1961. Siempre dispuesto a emprender la acción y a defender por todos los medios los principios de la ONU frente a la política del cinismo. Como un pontífice que estuviera defendiendo a su iglesia, fue el que declaró en una ocasión que los principios de la carta fundacional de la ONU eran "mucho más grandes que la organización en la que se encarnan, y los objetivos que protegen son más sagrados que las políticas de cualquier nación y cualquier pueblo".
La ONU es hoy una organización mucho más vasta de lo que podía haber imaginado Hammarskjöld. En la actualidad acoge todo tipo de organizaciones dedicadas a suministrar alimentos y ayuda humanitaria, atender a los refugiados y los niños pobres, fomentar la salud en todo el mundo y -la mayor tarea de todas- realiza misiones de paz en 20 países, con 100.000 soldados a su disposición. Sin embargo, el comandante en jefe de todo esto, Ban Ki-moon, sólo tenía experiencia internacional -antes de asumir su actual cargo- en las tres cuestiones que definen la política exterior surcoreana: la reunificación de las dos Coreas, mantener unas buenas relaciones con Estados Unidos y el trato con China. Ha preferido, dicen sus defensores, la diplomacia discreta, después de ver cómo el intento de su predecesor, Kofi Annan, de labrarse un papel político independiente hizo que tanto él como sus más estrechos colaboradores acabasen expulsados de la ONU por Estados Unidos.
"La gente de Bush, que quería reducir el papel del secretario general, encontró en Ban Ki-moon al hombre que necesitaba", dice un ex diplomático estadounidense que observa la ONU con lupa. "Era también el hombre que querían rusos y chinos, que estaban hartos de los sermones y la injerencia de Annan". Los europeos afirman que ellos no querían a Ban. "Nuestra opinión", cuenta un embajador europeo, "era que necesitábamos más general, mientras que Estados Unidos, Rusia y China querían más secretario".
Un embajador africano ante la ONU confiesa que personalmente le cae bien. "Pero lo que sucede es que los acuerdos cordiales que uno cree haber alcanzado con él desaparecen cuando penetran en lo que muchos llamamos el círculo íntimo coreano", en alusión al pequeño sector de compatriotas con el que se siente cómodo. "Ban es un trasplante que no está asentándose bien", afirma un ex funcionario de la ONU que ahora es catedrático de universidad. "Procede de una estructura culturalmente uniforme, homogeneizada, y ahora pretende dirigir una estructura culturalmente compleja y variada, y no está adaptándose como debiera". La cabeza de ese círculo íntimo es un antiguo funcionario del Ministerio coreano de Exteriores y graduado de la Universidad de Stanford, Kim Won-soo, oficialmente jefe adjunto de gabinete, pero, en opinión de muchos, "la eminencia gris" del que el secretario general depende más que de ninguna otra persona. Y ni el poco querido Kim, una de cuyas tareas ha consistido en despedir a los viejos leales de Annan de la planta 38 del edificio en el que se aloja la Secretaría General de la ONU, ni ninguno de los asesores coreanos, ni la mayoría del equipo multinacional que Ban ha tenido que crear por el protocolo de la ONU, parecen tener nada que ver, en talento y en experiencia, con el "equipo A" que Annan creó a su alrededor, a juicio de la mayor parte de los entrevistados para este artículo.
"Ban ha cubierto con toda corrección las cuotas de nacionalidades en su equipo", confirma un veterano embajador ante la ONU, "pero desde luego no ha puesto a la mejor gente en los cargos fundamentales".
Incluso algunas de las personas reputadas como competentes que rodean al secretario general se sienten desmoralizadas por la forma de trabajar de su jefe. No sólo no hace caso a sus consejos cuando chocan con la visión del círculo íntimo, dicen algunos, sino que raramente ofrece la oportunidad de dejarse aconsejar. "Aunque hay que añadir", opina un alto funcionario, "que el círculo íntimo incluye asimismo al embajador estadounidense. Se piensa que Ban está muy en deuda con los norteamericanos, y eso explica también por qué tantos diplomáticos de los que antes llamábamos países no alineados desconfían de él".
Pero los estadounidenses no son los que establecen el tono en las reuniones internas que preside Ban. El modelo es el que un funcionario que conoce bien los mecanismos del piso 38 llama la norma no escrita de que "debe prevalecer una cultura confuciana de armonía". "Eso significa", dice un entendido, "que casi nadie dice lo que sabe que Ban no quiere oír".
Por eso, las conversaciones que se producen en las reuniones del piso 38 presididas por Ban suelen estar vacías de contenido. "Otorga un enorme valor al trabajo duro, a la cantidad por encima de la calidad", afirma una persona que conoce su manera de trabajar. "Hace mucho hincapié en que la gente lleve la cuenta del número de kilómetros que ha volado él en misiones de la ONU, y en una ocasión se enfadó de forma terrible porque, por un descuido, alguien proporcionó una cifra demasiado baja".
Sin embargo, da la impresión de que verdaderamente no es frívolo en su dedicación al trabajo y que le gusta dar ejemplo. Se levanta todas las mañanas a las cinco, y cuando se reúne con su equipo, a las 8.30, ya ha hecho entre 6 y 10 llamadas telefónicas y ha leído diligentemente los resúmenes. Después, su rutina consiste en trabajar todo el día sin parar y seguir hasta medianoche para preparar la agenda del día siguiente. "Pero en público", cuenta un funcionario político de la ONU, "no se la juega". Una excepción ha sido el cambio climático, tema en el que ha tomado una cierta iniciativa. Pero su filosofía preferida es que la mejor forma de obtener resultados es actuar a base de pequeños avances.
No obstante, su cuenta de resultados tiene todavía mucho que demostrar. "Adoptar una postura sobre el cambio climático es mucho más fácil que hacerlo sobre la delicada cuestión de la independencia de Kosovo", dice un ex diplomático estadounidense que no simpatiza con el Gobierno de Bush. "Era una cuestión que estaba pidiendo a gritos una declaración enérgica del secretario general y él desapareció. Los rusos le asustaron. Le dijeron que se callara, y él cedió". Por otro lado, en Oriente Próximo su actitud contra Hamás ha coincidido de manera desvergonzada con la de Estados Unidos e Israel, según varios de los entrevistados por este periódico. Lo cual ha alimentado en gran parte la sensación entre muchos Estados miembros de que Ban es un títere de Washington.
El gran punto de fricción siempre es la intervención, la "responsabilidad de proteger" a los civiles amenazados por sus propios gobiernos. Un principio que se ha visto gravemente perjudicado por la invasión de Irak encabezada por Estados Unidos. "La tragedia de esta parálisis en el tema de la intervención es que los que salen perdiendo son los derechos humanos y la democracia", afirma un alto funcionario de la ONU que ha librado muchas batallas en ambos frentes. Un veterano activista de derechos humanos en Nueva York comparte esta opinión: "Kofi Annan acogía con interés nuestros informes porque le proporcionaban munición para las posturas morales que asumía; Ban los ignora y los considera molestos, porque le colocan en una tesitura que preferiría ignorar".
En opinión de Kieran Prendergast, vicesecretario general de asuntos políticos con Annan, lo que hace falta hoy es un "gran pacto internacional", un reequilibrio del orden mundial como los que se llevaron a cabo tras las dos guerras mundiales. "Es necesario un nuevo sistema que sustituya al de las dos superpotencias y reconstruya la legitimidad de la organización", dice Prendergast.
La base de dicho pacto podría ser que "Estados Unidos acepte que, antes de actuar contra una nueva amenaza, debe dar al Consejo de Seguridad la oportunidad de decir no, y a cambio, la comunidad internacional tendría menos respeto por el principio de la no intervención en los asuntos internos de los Estados". Este pacto, o una fórmula parecida y adaptada a los nuevos tiempos mundiales, no ha sido posible con George W. Bush, pero sí podría contar con el apoyo de un nuevo presidente estadounidense. Sobre todo si el secretario general utiliza su autoridad moral para entablar un debate a la altura de los nuevos desafíos, con el objetivo de aumentar la seguridad mundial y evitar nuevos 11 de septiembre.
Pero apoderarse así del escenario moral no es el estilo de Ban Ki-moon, según la mayoría de los entrevistados por EL PAÍS. Con la ONU a la deriva, pero Estados Unidos dispuesto al cambio, ellos creen que éste es el momento en el que hace falta una voz carismática, un Juan Pablo II o un Nelson Mandela de la diplomacia mundial. Tanto para establecer la estrategia global como para reaccionar ante cada crisis.
"En la era de los medios globalizados", argumenta un embajador europeo, "cuando es posible ver las crisis que se producen en un lugar lejano cinco minutos después de que ocurran, es necesario un secretario general capaz de responder también con rapidez, de establecer las prioridades morales y obtener así el capital político preciso para poder convencer y dirigir. Es necesario, en otras palabras, un secretario general político. Ban no lo es. Si fuera más eficiente en ese sentido, tendríamos una ONU más eficaz".
Colin Keating, el presidente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas durante el genocidio de Ruanda de 1994, prefiere no referirse directamente a Ban, pero sí cree que el puesto de secretario general exige una alta visibilidad. "Cuanto mejor se haga ese trabajo, cuanto más se hable al público, más se aplacarán las críticas a la ONU, se acumulará credibilidad y se obtendrán apoyos", explica Keating. "Hace falta un buen comunicador porque, muchas veces, la buena comunicación es el único instrumento del que realmente disponemos".
La buena comunicación sumada a un mensaje moral claro y contundente, que no busca la coartada del consenso ni se refugia en la burocracia de la ONU o en el "círculo íntimo coreano" o en el matorral del Consejo de Seguridad. Esto es lo que muchos echan en falta desde la llegada de Ban Ki-moon a la Secretaría General de Naciones Unidas.
"El problema, y lo vemos de manera especialmente apremiante en lugares como Zimbabue y Sudán, y ahora Georgia", sentencia un alto representante europeo en la ONU, "es que hace falta que el secretario general tome la iniciativa política. Y si espera a lograr un consenso, puede esperar para siempre".
Por JOHN CARLIN, Publicado en el Diario El País.
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