viernes, 11 de marzo de 2011

El Gran Hermano del siglo XXI


por Ana Muñoz (*)

Más de 600 millones de personas en el mundo están registradas en Facebook y, alrededor de 150 millones, en Twitter. Tras los acontecimientos en las revueltas ciudadanas de diversos puntos del planeta, ya nadie duda de la importancia de las redes sociales y de la oportunidad para convertirse en el ágora ciudadana del siglo XXI. Sin embargo, no todo lo que reluce es oro. Las redes sociales tienen un punto débil: los datos que identifican a sus usuarios.
 
Cuando nos registramos para ser usuarios de alguna red social o para tener un blog, estamos ofreciendo muchos datos que nos identifican. No sólo como persona individual, también como sujeto social. Dejamos en el ciberespacio una huella de nuestros gustos, nuestros amigos, nuestra familia, nuestras ideas… También nuestra dirección, nuestro teléfono o nuestra dirección de correo electrónico. Información que puede ser útil para empresas, pero también para los gobiernos.
 
Las revueltas de Egipto, Túnez, Bahrein o Libia son ejemplo de cómo los gobiernos están cambiando de actitud ante las posibilidades de Internet y las redes sociales. Hasta a ahora, la mayoría de los dirigentes y gobiernos antidemocráticos querían mantener controlada la información que fluía a través de estos canales. Quizás, el máximo exponente es China, donde se controlan las búsquedas en Google. A la mínima que los ciudadanos intercambiaban críticas o informaciones molestas, Internet se cerraba. Se producía el apagón digital. Ni salía ni entraba información. Este tipo de medidas eran muy criticadas por los medios de comunicación, por ciudadanos y por activistas de todo el mundo. Pero las cosas están cambiando. Estos mismos dirigentes y gobiernos se han dado cuenta de que las redes sociales e Internet son herramientas de las que pueden disponer y que pueden ser eficaces para conseguir sus propios objetivos.
 
Los usuarios dejamos en la red datos por los que pueden identificarnos e investigar dónde vivimos, dónde trabajamos, dónde hemos estudiado, quiénes nos acompañan… Cientos de activistas por los derechos humanos o a favor de regímenes democráticos de todo el mundo han sido capturados, torturados… tras ser identificados en Facebook, un vídeo de Youtube o por las ideas expresadas en Twitter.
 
Los vídeos y las fotografías que se cuelgan en Youtube, Flickr… o cualquier otra red pueden ser peligrosos. Con ellas, se puede conocer qué personas van a una manifestación o quiénes son los cabecillas. Una realidad para aquellos que han participado, o siguen participando, en las revueltas de los países árabes. Los activistas de derechos humanos y aquellos que quieren democracia y libertad están en peligro si utilizan estos canales, que, por otro lado, son fundamentales para dar a conocer su lucha.
 
La red social Facebook, por ejemplo, permite a las autoridades conocer nuestros datos personales y los de toda nuestra red de amigos. Si Facebook, además, detecta que los datos de una cuenta no son ciertos, esa página se cierra inmediatamente. A pesar de las peticiones a esta empresa, directivos de Facebook, declaraban hace unos días que no tomarán medidas de ningún tipo y que los datos reales son “un requisito indispensable para proteger a los usuarios contra cualquier posibilidad de fraude”.
 
Desde los atentados del 11 de Septiembre en Nueva York, se repite la idea de que la libertad está jugando un partido de alto riesgo contra la seguridad. Y por ahora, la libertad va perdiendo. Hoy, todo parece valer con tal de sentirnos más seguros. Las autoridades pueden leer nuestros correos electrónicos o hacer uso de nuestros datos personales sin ningún tipo de autorización, sólo con la sospecha de que podemos ser terroristas. Así hemos ido abriendo la puerta de nuestras vidas y la de aquellos que nos rodean.
 
Las nuevas tecnologías, Internet, las redes sociales… han ayudado a que millones de personas hablen entre sí, se creen espacios de encuentro... Son unas pequeñas alas de libertad para muchos que de otra manera estarían encerrados. Tenemos que conseguir que lo sigan siendo y no se conviertan en el “gran hermano que todo lo ve”.
 
(*) Ana Muñoz es periodista

No hay comentarios: