Hacia la Cumbre del Clima de Copenhague,
7-18 diciembre 2009
por Sergio Ferrari (*)
El planeta está enfermo. Y como nuestro propio organismo, cuando está doliente, manifiesta síntomas para llamar la atención y reclamar su cura. Su temperatura corporal ha aumentado como media 0.74 °C (grados Celsius) en los últimos 100 años. En algunas regiones superó 1,5°C. Durante todo el último milenio, el margen de variación de la temperatura había sido apenas de 1°C .
Causa principal de esta explosión del calor: el aumento descontrolado de emisión de gases de efecto invernadero producto de ciertas actividades humanas como la combustión de carbón, petróleo y gas natural así como la deforestación a gran escala. Principales responsables históricas de esta situación: las naciones desarrolladas.
Otro dato elocuente. Durante 800.000 años, la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera fue de entre 200 y 300 ppm (medida que indica la cantidad de moléculas del dióxido de carbono por cada millón de moléculas de aire seco). Hoy supera las 380 ppm, la marca más elevada desde que el hombre tiene memoria.
La amenaza de una convulsión global –producto de la fiebre- está a la puerta con eventuales consecuencias apocalípticas: polos descongelados, mares en aumento, costas desaparecidas, tifones y huracanes multiplicados, sequías crecientes en los países tropicales, agricultura diezmada, flora y fauna amenazada, millones de refugiados climáticos dispersos en el mundo.
Los desafíos de Copenhague
En algunos días, entre el 7 y el 18 de diciembre próximo, Copenhague, capital de Dinamarca, reunirá a los representantes del mundo entero en la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 15), continuando así los esfuerzos de Balí (2007, COP13) y Poznan (2008, COP14). Y la pregunta del millón sigue siendo la misma.
¿Cómo llegar a un acuerdo para evitar que la temperatura aumente más de 2°C en los próximos 40 años? Con la hipótesis científica que ese registro pueda constituir la frontera de la viabilidad misma de la existencia de la vida en el planeta. Y por ende, ¿cómo reducir a escala planetaria la emisión de gases de efecto invernadero?
No se trata hoy de acuerdos jurídicos. Existen ya la Convención del Clima de 1992 y el Protocolo de Kyoto que proponen mecanismos concretos.
Lo que está en juego es la voluntad política para definir responsabilidades históricas en el deterioro climático. Y poner en cuestión el concepto mismo de crecimiento y de la lógica productiva planetaria. Temas tan de fondo que no dejan mucho margen al optimismo.
La reciente y fracasada reunión preparatoria de Barcelona de la primera semana de noviembre , convocada para preparar la Cumbre de Copenhague, no hizo más que desnudar la falta de esa disposición de negociación, particularmente de las grandes potencias, muy especialmente de los Estados Unidos, quien hasta ahora no ratificó el Protocolo de Kyoto. El cual obliga a los países industrializados involucrados a reducir sus emisiones hasta 2012 en un 5,2 por ciento menos que las cifras vigentes en1990 (año tomado como referencia).
Sobre la mesa entonces, tres temas esenciales que imposibilitan por el momento el consenso. El primero: medir el rol histórico de cada actor planetario en la situación actual del deterioro climático, sin esconder la responsabilidad preponderante de las naciones más desarrolladas.
Segundo: sacar conclusiones prácticas, financieras, contables, para que los que más han deteriorado el clima asuman su responsabilidad y financien a los países “en desarrollo” (empobrecidos) facilitándoles a hacer frente al deterioro climático con medidas muy concretas.
Y en tercer lugar, mirar hacia al futuro, previendo reducciones significativas de las emisiones de gases destructores por parte de los países desarrollados y “emergentes” (China entre ellos), para evitar el sobrecalentamiento del planeta y posibilitar la continuidad de la vida en el mismo.
Un ABC tan simple como complejo. Copenhague se perfila ya como una nueva frustración climática. Mientras tanto la Tierra, ya grave, sigue empeorando.
(*) Sergio Ferrari, desde las Naciones Unidas, Ginebra
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