miércoles, 6 de agosto de 2008

Pena de muerte: el signo de la ignominia

“La pena de muerte es el signo peculiar de la barbarie”
(Víctor Hugo)


Por Javier Akerman (*)


Desde la Ley del Talión, recogida en el Código de Hammurabi en Mesopotamia (siglo XVII A. C.), la mayoría de los países tenían reconocida la pena de muerte o pena capital en sus leyes. Fue a partir del siglo XVIII cuando se comenzó a “humanizar” la aplicación de dicha pena, pues hasta ese siglo incluso se trataba de aumentar el sufrimiento del ajusticiado como una forma de hacerle pagar por sus crímenes. Durante este siglo el estado busca formas más eficaces de ejecución, pues la muerte dolorosa y dilatada del reo empieza a repugnar las conciencias de la gente. La invención de la guillotina en Francia o el garrote vil en España persiguen, de hecho, ese fin: evitar el sufrimiento excesivo al condenado. Les sigue la silla eléctrica en Estados Unidos de América en 1890 y posteriormente la cámara de gas en 1924. Por último, llega la inyección letal en 1977 que se aplica por primera vez en 1982 en Texas.


La pena de muerte en la actualidad


Hoy 68 países todavía contemplan la pena capital en su legislación e incluso dos de ellos permiten la ejecución de menores de 18 años (en 2006 Irán ahorcó a cuatro menores y Pakistán a uno). En los Estados Unidos de América se ha llegado a aplicar la pena a deficientes psíquicos. El triste ránking de países que han llevado a cabo más ejecuciones son (estadísticas del año 2007):

1. China (1010)
2. Irán (177)

3. Pakistán (82)

4. Iraq (65)

5. Sudán (65)

6. Estados Unidos de América (53)


Aún más radical es la situación en Irán, donde el parlamento debate una ley que permitiría aplicar la pena de muerte contra los crímenes cometidos en Internet. Esa ley contempla que las páginas web y los blogs que induzcan a la corrupción, prostitución o apostasía, podrían ser castigados con el ahorcamiento por considerarse “enemigos de Dios”.
El caso de China es el paradigma de la repugnancia y del pisoteo de los Derechos Humanos. No solo la familia del ajusticiado debe pagar al Estado la bala utilizada para matarle sino que sus órganos son utilizados sin su consentimiento para trasplantes hospitalarios. ¿Una forma de humanizar la aplicación de la pena? El gobierno chino no lo niega, pues el viceministro de sanidad, Huang Jiefu, ha declarado que “el 95 % de las donaciones de órganos humanos para trasplantes proceden de prisioneros ejecutados”.

La venganza jurídica aplicada hasta el último extremo

Cuando el Estado dicta sentencia y ya se han terminado todas las apelaciones posibles por parte de la defensa, entra en escena la aplicación de la pena. Muchos casos rozan el disparate y causan estupor cuando vemos hasta dónde puede llegar un gobierno para que la ley se aplique. El caso de David Long, ejecutado mediante inyección letal en 1999 en EUA, es muy representativo. El lunes anterior a la aplicación de la pena se intentó suicidar ingiriendo un bote de barbitúricos. Los médicos hicieron todo lo posible por mantenerlo con vida y el día de la ejecución lo trasladaron en avión desde el hospital de Galveston a la prisión de Huntsville, acompañado de la mejor y más sofisticada asistencia médica para evitar que se muriera durante el viaje; finalmente llegó muy debilitado y casi agonizando, pero lograron introducirle la fatídica aguja de la inyección letal en su brazo y falleció, “como dictaba la ley”, a las 7 de la tarde. “Dura lex sed lex”.


¿Hay razones para justificar la pena de muerte?


Es absolutamente injustificable defender su vigencia en el ordenamiento jurídico de cualquier nación. No podemos apoyarnos en que los criminales “se deshumanizan a sí mismos” por lo que eliminarlos no constituye un acto doloso o contrario a los derechos humanos. Si un asesino “cosifica” a sus víctimas reduciéndolas a simples objetos para su sádico disfrute, el estado no puede a su vez investirse con los argumentos legales que le otorga la potestad a su vez de “cosificar” al reo y matarlo. El fin de la Ley nunca puede ser el crimen, la tortura o la venganza.


Los juicios humanos son falibles. Por muchas garantías que se incluyan en los procesos judiciales nunca tendremos la absoluta certeza de que no estamos asesinando a un inocente. Además, el ser humano actúa consciente o inconscientemente movido por muchos prejuicios sobre raza, etnia o condición sexual y eso promueve la subjetividad a la hora de analizar un caso y después dictar la sentencia correspondiente. Los recursos económicos también juegan un papel decisivo en una gran parte de los casos: que se lo pregunten al español Miguel Ángel Martinez, que salió del corredor de la muerte de una prisión estadounidense gracias a una campaña mediática que derivó en cuantiosas ayudas económicas que permitieron pagar a un prestigioso abogado que finalmente logró que el Tribunal Supremo revisara su caso, salvándolo así de una muerte segura.


La pena de muerte no debería tener cabida en nuestra sociedad. Causa desconcierto contemplar como democracias sólidamente asentadas, como Japón, continúan aplicando la pena capital para algunos crímenes. Recientemente el budismo y diversas iglesias cristianas se han unido para concienciar a la ciudadanía nipona, frente a unas estadísticas que reflejan el apoyo mayoritario a la pena capital. Es una seria dificultad cultural, que se remonta a la tradición sobre la venganza y la muerte como expiación del “pecado”.
Estados Unidos de América la sigue aplicando en la mayoría de sus estados. Y no hablemos de China, ahora en plena euforia por los Juegos Olímpicos, juegos que nacieron para “unir en fraternidad a los hombres y a todas las naciones”; una ironía que solo puede causar vergüenza además de lágrimas de impotencia.

Una conclusión personal


Quiero afirmar primero mi confianza en que la Humanidad alcance en las próximas décadas un mayor consenso para desterrar la pena de muerte en todo el mundo. Ya hemos avanzado mucho. La solidaridad y el cooperativismo son esenciales para seguir avanzando ahora. Como practicante budista afirmo que los valores humanos de la igualdad y libertad es algo que se debe conseguir desde una vía no violenta. Defendemos el derecho a la vida, a la justicia y a la libertad frente a la discriminación basada en credos, biología, casta, nacionalidad, sexo, o cualquier otra distinción.

La liberación más importante de los seres se debe orientar prioritariamente hacia la erradicación de los prejuicios y la ignorancia. La tolerancia del budismo no se hace extensible al odio, ignorancia, destrucción, egoísmo o cualquier violación de cualquier forma de vida. El Budismo considera que todos somos una gran familia, considerando que el sufrimiento de uno es el sufrimiento de todos y que la felicidad de uno es la felicidad de todos. Al mismo tiempo mantiene posturas de calma y de una dirección firme y no violenta a la hora de remover las causas del sufrimiento, animando a todos los seres a que trabajen por la felicidad. Podríamos afirmar que para resolver los problemas necesitamos una "preciosa suma de compasión y de razón".
Cada ser humano es dueño de su vida y solo sus actos podrán ser considerados a través de él mismo, nunca ejerciendo una acción letal contra otro ser humano. La contribución del Budismo a la defensa de los Derechos Humanos se ve reflejada en la petición de la abolición de la pena de muerte, la eliminación de la tortura, la liberación de los prisioneros políticos que nunca hicieron uso de la violencia y la no condena de ninguna opción sexual ni religiosa que no atente contra la dignidad de la persona ni de su integridad física. Desarmar la mente de cada uno es el primer paso para sensibilizarnos profundamente de nuestra interdependencia como seres humanos y de la necesidad de erradicar esta lacra lacerante de nuestra historia: la pena de muerte. ¡Muerte… a la pena de muerte!

(*) Javier Akerman Psicólogo español nacido en Vigo (Galicia), especializado en terapias de conducta en la Universidad de Comillas y posteriormente en Psicoanálisis. Estudió Terapias Naturales con una especialidad en la Universidad de Cádiz y ha sido profesor en el Master de Medicina Natural de la Universidad de Santiago de Compostela. Profesa el budismo tibetano.

http://javierakerman.blogspot.com/
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