La fabricación, la venta de armas y la especulación bursátil siguen financiando los galardones.
por RICARDO MORENO
Cuando Alfred Nobel creó los premios que llevan su nombre ya había conquistado la inmortalidad con el invento de la dinamita, que revolucionó la explotación de minas y la construcción de túneles, pero que también acrecentó el carácter mortífero de las armas. Quizás por ello nunca logró este premio el escritor August Strindberg, que se refirió al dinero de su compatriota como "el dinero de la dinamita". Hoy las cosas no son muy diferentes. Las inversiones que se realizan con su legado para financiar los galardones incluyen la especulación pura y dura en Bolsa y negocios de armas.
Las inversiones realizadas han permitido a la Fundación, entre enero y agosto del 2003, aumentar su capital de 2.800 a 3.000 millones de coronas.
La Fundación Nobel responde a sus críticos afirmando que no hay contradicción en invertir en fábricas de armas y la defensa de la paz.
Nobel hizo constar en el testamento su voluntad expresa de que los premios que creó debían destinarse siempre a quienes, "con independencia de su nacionalidad", hubieran aportado los mayores beneficios a la humanidad. Una premisa que testimonia su visión universalista, que también dejó patente en sus negocios, como lo prueba el hecho de que, al morir, su fortuna estaba distribuida en ocho países de Europa.
La británica Imperial Chemical Industries, la francesa Société Centrale de Dynamite, Dynamit Nobel AG, en Alemania, y Nobel Industrier AB, en Suecia, todas ellas líderes en el campo de la industria química, son algunas de las empresas fundadas por el inventor sueco, que testimonian también en este campo su vocación globalizadora. Por último, como rasgo complementario de ese aspecto de su personalidad, Nobel dominaba, además de su idioma materno, el ruso, el francés, el inglés y el alemán.
Deducidos los gastos de herencia y administrativos, el capital dejado por Nobel a su muerte ascendía 31 millones de coronas (1 .500 millones de coronas en valores actuales, o unos 30.000 millones de las antiguas pesetas), cantidad que para la época constituía una suma respetable. Dicho capital, "invertido en valores seguros por mis albaceas", decía el testamento, "constituirá un fondo cuyos intereses serán distribuidos cada año en forma de premios a las personas que, durante el año anterior, hayan aportado los mayores beneficios a la humanidad". Y a continuación detallaba las actividades que serían premiadas, que, como es sabido, comprenden disciplinas científicas, medicina, química, física, humanistas, literatura y un premio de la Paz, al tiempo que determinaba las instituciones que tendrían la responsabilidad de discernirlos. El premio de Economía, creado en 1968 por el Banco Nacional de Suecia, en homenaje a la memoria de Nobel, no estuvo incluido en el testamento.
La primera adjudicación tuvo lugar en 1901 y, salvo algunos escasos periodos, en los que se han dado grandes conflictos y guerras mundiales, los premios han sido otorgados con puntualidad sueca cada año. Polémicos, admirados y denigrados, los premios siguen siendo un acontecimiento universal. La ceremonia de su entrega, el 10 de diciembre, el miércoles pasado, que recuerda el día de su muerte en San Remo, Italia, en 1896, es seguida a través de la televisión por millones de personas.
Para administrar la compleja y gigantesca estructura encargada de hacer realidad los deseos del donante fue creada, en 1900, la Fundación Nobel como una organización independiente, no gubernamental, que además de propietaria del capital, es responsable de su administración y del órgano central que coordina las distintas Instituciones Nobel.
Cuando los premios se adjudicaron por primera vez su dotación fue de 150.782 coronas, una suma extraordinaria entonces que, según cálculos de algunos estudiosos, equivalía a 20 años del sueldo de un profesor de la época. De acuerdo a las reglas del juego de las inversiones capitalistas a comienzos de siglo, la expresión "valores seguros" equivalía a adquisiciones, préstamos e hipotecas sobre bienes inmuebles. La renta obtenida de tales inversiones no garantizaba la posibilidad de un ajuste anual de los premios de acuerdo al índice inflacionario, sino al contrario, en los años siguientes la dotación se redujo. Hubo, pues, que "renovarse" para vivir y crecer al compás de los cambios operados en el mundo de las finanzas tras la Primera Guerra Mundial.
El Gobierno sueco autorizó a la Fundación Nobel, en 1950, la adquisición de acciones en Bolsa, al tiempo que la exoneraba del pago de impuestos. En ello, y en los resultados de algunas empresas industriales de la fundación, reside el secreto de que los premios hayan seguido año a año el ritmo de la inflación y alcancen en el presente las 10 millones de coronas (unos 185 millones de pesetas).
Hay que tener en cuenta que además del pago a los galardonados hay grandes partidas en concepto de remuneraciones para los integrantes de los distintos comités Nobel encargados de discernir los premios, a los expertos que deben utilizar en cada especialidad, y para la celebración de la tradicional fiesta del Nobel -banquete y baile-, a la que asisten 1.500 invitados y con la que culmina cada año la edición de los premios.
No hubiera sido posible atender esas obligaciones financieras con los criterios aplicados en la época de Alfred Nobel. "Para mantener el monto de los premios", confesó hace un tiempo un director de la fundación, "tenemos que proveernos de instrumentos modernos de gestión financiera, que nuestros viejos estatutos nos impiden utilizar". Necesidad que fue satisfecha por el Gobierno sueco.
Esta inmersión de la Fundación Nobel en el mundo incierto y no siempre transparente de la especulación no ha estado libre de riesgo y críticas. A comienzos de 2003, coincidiendo con la invasión a Irak, la fundación decidió disminuir su paquete de acciones y optar por valores más seguros. Vendió acciones, en particular de Ericsson, por valor de 400 millones de coronas. Poco después, las acciones de Ericsson subieron casi un 80%. Pese a este mal paso, la evolución de los valores le ha permitido resarcirse y aumentar el valor de su capital desde los 2.800 millones a 3.000 millones de coronas en agosto pasado.
Las críticas aluden a la "ética" de la obtención de ganancias por la venta de armas, caso de la fábrica Bofors y, peor aún, de violaciones a la prohibición de venderlas a países con regímenes que violan los derechos humanos o que estén comprometidos en algún conflicto bélico. Y, al mismo tiempo, otorgar un Premio Nobel de la Paz. A lo que la Fundación responde que no hay contradicción en invertir en industrias armamentistas y la defensa de la paz.
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