En Japón, el Budismo podría estar muriendo
por Norimitsu Onishi
Oga, Japón
Desde hace tiempo, los japoneses han adoptado un enfoque despreocupado hacia la religión. Por ejemplo, celebran el fin de año en templos budistas y dan la bienvenida al año nuevo, varias horas después, en santuarios sintoístas. Las bodas siguen rituales sintoístas o, con la misma facilidad, cristianos.
Cuando se trata de los funerales, sin embargo, los japoneses tradicionalmente han sido inflexiblemente budistas, tanto que el budismo en Japón a menudo es llamado “budismo de funeral”, en referencia al casi monopolio de la religión budista, que ha desarrollado elaboradas y lucrativas ceremonias en torno a la muerte y a los servicios fúnebres.
Pero esa expresión también describe a una religión que por atender más las necesidades de los muertos que las de los vivos está perdiendo su posición en la sociedad japonesa.
“La imagen del budismo está asociada al funeral. Y esto ya no satisface las necesidades espirituales de la gente”, dijo Ryoko Mori, abad del Templo Zuikoji, de 700 años de antigüedad , localizado en el norte de Japón. “En el islam o en el cristianismo dan sermones sobre asuntos espirituales. Pero en el Japón actual, muy pocos sacerdotes budistas lo hacen”.
Mori, de 48 años de edad y el vigésimo primer abad del templo, no está seguro de que en el templo vaya a haber un vigésimo segundo.
“Si el budismo japonés no reacciona pronto, morirá”, dijo. “No podemos darnos el lujo de esperar. Tenemos que hacer algo”.
En todo Japón, el budismo enfrenta una confluencia de problemas, algunos comunes con las otras religiones de las naciones ricas, otros propios del budismo japonés.
La falta de sucesores en el cargo de abad está poniendo en riesgo a los templos familiares de todo el país.
Mientras el interés en el budismo está declinando en áreas urbanas, los bastiones rurales de la religión se están despoblando, con la muerte de los fieles de mayor edad y el persistente bajo nivel de las tasas de natalidad.
Quizá lo más importante es que el budismo está perdiendo su dominio en el negocio de los funerales, ya que cada vez más los japoneses recurren a empresas funerarias o eligien no tener un funeral.
Se espera que durante la próxima generación muchos templos rurales cierren sus puertas, llevándose siglos de historia local con ellos y sumándose a la recomposición demográfica que está en marcha en las zonas rurales de Japón.
En Oga, en una península del mismo nombre frente al Mar de Japón, en la Prefectura de Akita, muchos sacerdotes budistas están analizando las frías cifras de una población y una industria pesquera local en declive.
“No es una exageración decir que la población es de alrededor de la mitad de lo que era en su clímax y que todas las empresas también se han reducido el 50 por ciento”, dijo Giju Sakamoto, de 74 años y el nonagésimo primer abad del templo más antiguo de Akita, el Chorakuji, que fue fundado alrededor del año 860.
“Dada esta realidad, insistir simplemente en el hecho de que somos una religión y tenemos una larga historia —la más larga de Akita, de hecho— suena como un cuento de hadas. Carece de significado”.
“Esa es la razón por la que pienso que este templo ya no tiene futuro", afirma Sakamoto en su templo, que se ubica en un promontorio desde el cual se divisa una aldea costera.
Para sobrevivir, Sakamoto ha invertido sus energías en administrar una casa de reposo y un nuevo templo en un creciente suburbio de la ciudad de Akita. Ese templo, sin embargo, ha atraído sólo a 60 familias como miembros desde que abrió hace un par de años, cifra muy alejada de las 300 que se dice son necesarias para que un templo sea financieramente viable.
Durante siglos, el templo budista promedio, cuya dirección es transmitida por el padre al hijo mayor, atendió a una membresía fija sin necesidad de hacer proselitismo. Con unas 300 familias que atender, el abad del templo y su esposa se mantenían totalmente ocupados.
No sólo el número de templos en Japón ha estado descendiendo —a 85.994 en 2006, respecto de 86.586 en 2000, según la Agencia para Asuntos Culturales de Japón— sino que la membresía en muchos templos ha caído.
“Tenemos que encontrar otros empleos porque el templo por sí solo no es suficiente”, dijo Kyo Kon, de 73 años, la esposa del abad de Kogakuin, un templo con 170 miembros. Ella trabaja en una guardería mientras su esposo está empleado en una oficina local de planificación agraria.
No muy lejos de Doshoji, un templo cuya membresía ha disminuido hasta 85 familias de ancianos, el abad, Jokan Takahashi, de 59 años, se enfrenta a un problema muy común a la mayoría de los pequeños negocios familiares japoneses: encontrar un sucesor.
Su hijo mayor realizó la formación de sacerdote budista, pero Takahashi no sabe si pedirle que se haga cargo del templo.
“Mi hijo creció sin conocer nada más que este mundo del templo, y me ha dicho que no se siente libre”, dijo explicando que su hijo -ahora de 28 años-, esté trabajando en una compañía en una ciudad cercana. “Me pidió que lo dejara en libertad mientras yo pudiera seguir ocupándome del templo y me dijo que regresará y se hará cargo del templo cuando cumpla 35 años".
“Pero pensando en el futuro, presionar a una persona joven para que se haga cargo de un templo como este sería una crueldad”, dijo Takahashi, después de conducir a los visitantes por un recorrido por la sala más importante de su templo, una cámara interior con estanterías de madera donde, dice, se conservan los espíritus de los ancestros de sus miembros.
Hace poco, Mori, el sacerdote del templo de 700 años, empezó el día con una visita a una familia que cultiva arroz para conmemorar el 33 aniversario de la muerte de un abuelo. Haciendo una reverencia ante el altar familiar, Mori rezó y recitó sutras. Posteriormente, repitió el mismo ritual en otro hogar, que estaba conmemorando el séptimo aniversario de la muerte de un abuelo.
Cada vez más, muchos japoneses, especialmente aquellos que viven en áreas urbanas, evitan estas tradiciones. Muchos ya no pertenecen a ningún templo y acuden más bien a las empresas funerarias cuando mueren sus familiares. Las empresas funerarias ofrecen sacerdotes budistas para los funerales.
"Además, un número cada vez mayor de japoneses está optando por incinerar a sus seres queridos sin funeral alguno", dijo Noriyuki Ueda, antropólogo del Instituto de Tecnología de Tokio y experto en budismo.
“Debido a esto, los sacerdotes y los templos budistas cada vez tendrán menos que ver con los funerales”, afirma Ueda.
También afirma que la espiritualidad del budismo japonés se encuentra muy deteriorada, en gran parte por su implicación en la política militarista japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, y por sus estrechos lazos con las fuerzas armadas de Japón. Después de que los sacerdotes budistas hayan glorificado a los soldados caídos y les hayan dado nombres budistas honoríficos a título póstumo especiale, sus prédicas pacifistas suenan huecas.
Mori, el sacerdote, nos dice que después de la guerra la gente deseaba funerales fastuosos y que se dierana nombres budistas honoríficos a sus familiares fallecidos. Estos nombres -que incluyen tratamientos de alto rango otorgados tradicionalmente a los que han llevado vidas honorables- son comprados y vendidos actualmente de forma rutinaria, sin tener en cuenta la conducta en vida que ha tenido lel difunto.
“Los soldados, que dieron sus vidas por el país, recibieron nombres budistas póstumos honoríficos, así que después de eso, todos querían nombres así, y los precios subieron drásticamente”, se lamenta Mori. “Los monjes y los templos se enriquecieron así. Y esto, a la larga, nos ha dado una mala imagen y nos ha perjudicado”. En Akita, el precio a pagar por el nombre más honorífico es de unos 3.000 dólares. Y esto es muy poco comparado con el precio de Tokio.
En realidad, esa mala imagen se ve reforzada por la forma en la que se realiza el negocio de los funerales y los servicios fúnebres. Las tarifas no son declaradas y se dejan a discreción de la familia, y los familiares generalmente sienten una presión no expresada de ser bastante generosos. El dinero es entregado en sobres, y no se dan facturas. Los templos, con su estatus como organizaciones religiosas, no pagan impuestos.
En parte para disipar esta mala imagen, Kazuma Hayashi, de 41 años, un sacerdote budista sin templo propio, fundó una empresa, Obosan.com (obosan significa sacerdote), hace tres años en un suburbio de Tokio. La empresa envía sacerdotes budistas independientes a funerales y otros servicios, eliminando a las empresas funerarias y otros intermediarios.
Las tarifas de los servicios, que son al menos un tercio más bajos que el promedio, se encuentran claramente expuestas en el sitio web de la empresa. Hay un descuento de 10 por ciento disponible para los miembros.
“Incluso damos facturas”, afirma Hayashi.
Hayashi argumentó que en vez de separar más el budismo japonés de sus raíces espirituales, su negocio atrajo a más personas por sus precios más bajos. El nombre póstumo de más alto rango tenía un precio de alrededor de 1.500 dólares, una ganga.
“Sé que, originalmente, el budismo no gira en torno a eso”, dice Hyashi. “Pero es algo que nuestros clientes eligen. Algunos realmente lo quieren, así que significa que existe un deseo muy fuerte, y tenemos que responder al mismo”.
Después de disculparse por apartarse de los ideales del budismo, Hayashi dijo que ofrecía a sus clientes el nombre de más alto rango, aunque con una advertencia: “Esto no es como ir de compras a una tienda y comprar un bolso, ya sabes, un Gucci”.
Fuente: www.laquintacolumna.com.mx/2008/julio/internacional/int_220708_esp_en_japon.html
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