Los amantes se despiden por la mañana con un somero adiós y se reúnen al término de la jornada con las fuerzas disminuidas
Como consecuencia del programa general de trabajo y descanso, la pareja sólo se reencuentra durante el periodo del día en el que peor se halla, física y psíquicamente, cada uno. Los amantes se despiden por la mañana con un somero adiós y se reúnen al término de la jornada con las fuerzas disminuidas, cargados de posibles reveses laborales y problemas irresueltos, más proclives entonces al descanso, el silencio y el olvido, que al bullicio de los niños y, sobre todo, a sumar las dificultades y conflictos del otro que acude, a su vez, rebozado de fatigas cuando no salpicado de malos humores. ¿Cómo no pronosticar que se generen roces o que sea indispensable una dosis suplementaria de paciencia, cariño y equilibrio, extraída desde los fondos, para proteger la relación?
En estas circunstancias, duras y repetidas, el amor va y viene, flota o decae sin que llegue a saberse si en otras condiciones habría mejorado sustancialmente su evolución. El actual periodo de duración de las uniones ha descendido a una media de siete años y la tendencia discurre hacia un incesante recorte de los plazos. Uno y otro sujeto de la relación se carbonizan en un fogón que no depende tanto de su ilusión cambiante -aunque también- como de la dificultad para asumir comunitariamente dos vidas en unas malísimas condiciones. Porque, de hecho, el tiempo efectivo en que esta comunidad podría construirse y reforzarse coincide casi siempre con un tiempo basura, las horas de un día desgastado y donde tanto la pasión como la atención y el ánimo perviven demediados.
¿Cómo asistir, por ejemplo, apropiadamente a la adversidad del otro si las propias capacidades se encuentran entonces, a esa hora, reclamando asistencia? La importante coalición de pareja, en cuanto base amorosa y defensiva frente al exterior, se cuartea inexorablemente con el fracaso del imposible auxilio mutuo durante esos penosos restos del día.
Restos de mala calidad o de escasa sustancia que cotidianamente intercambian los personajes del amor y por cuyo lamentable trasiego el amor pierde en elasticidad, imaginación y envergadura. Amarse, como ser feliz, requiere trabajo, aplicación y disciplina puesto que la vida a dos constituye uno de los más complejos empeños si se aspira a gozar de ella. Se trata, en fin, de un oficio -como decían las madres- tanto o más arduo que el cargo laboral y tanto o más necesitado de dedicación, voluntad, inteligencia, reflexión y astucia.
Amarse a granel desemboca siempre en un amor de bajo precio, amor que necesariamente va saldándose. Amarse, en cambio, al detalle, minuciosamente, recíprocamente y en alerta respecto al argumento del otro, exige tiempo de primera clase. Pero el orden de la producción, la repartición de tareas domésticas, el programa general de vida, se acercan hoy más a un proyecto de destrucción y sustitución del amor que a su refuerzo. Al fondo del día, como en el cuarto trastero de la jornada se desarrolla la vida particular de
Efectivamente no será tanto el otro de la relación que ha llegado a decepcionarnos como que ha dejado de "servirnos". Ha dejado de ser "funcional" para socorrernos, entendernos, amarnos formar complicidad, pero, en buena medida, porque sus recursos, sus deseos y hasta su carácter han sido absorbidos por otras fuerzas. La pareja aparece así como un subterfugio en un escaso paraje. El paraje gastado de cada día donde ya será difícil actuar creativamente y cuyo ámbito residual será depósito del dolor o donde se vierten especialmente los desechos.
21/03/2008
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