miércoles, 22 de abril de 2009

22 de Abril, el Día de la Tierra.

Cumbre de Copenhague: lo que está en juego.

Los hielos del Polo Norte están desapareciendo ante nuestros ojos; las altas montañas pierden sus mantos de nieve perpetua; ciclones y huracanes son más frecuentes y su fuerza más explosiva que en el pasado; el mar eleva su nivel centímetro a centímetro; numerosas aves y mamíferos modifican sus costumbres migratorias y nupciales; las sequías se cronifican en la geografía subsahariana agravando las penurias de millones de personas que viven en el umbral de la supervivencia; en el verano de 2003 Europa sufrió una ola de calor que provocó la muerte prematura de 30.000 ancianos; el huracán Katrina y el huracán Mitz nos han enseñado que las personas humildes cuentan sus fallecidos por millares cuando se derrumban las casas por efecto del viento y las lluvias torrenciales o se ven anegadas por las aguas enfurecidas. ¿qué más necesitamos ver para despertar? 



La reunión que en diciembre de 2009 va a tener lugar en Copenhague sobre cambio climático está llamada a ser la cu mbre ambiental más importante desde que en 1992 se celebró la de Río de Janeiro. De aquel encuentro salió la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático cuyo objetivo central es evitar interferencias de origen humano en el clima que pongan en peligro el bienestar de las personas y el de las otras formas de vida. 



La comunidad científica internacional considera que un incremento de +2Cº sobre la temperatura media de la atmósfera existente en los tiempos pre-industriales es el umbral de seguridad que no se debería traspasar para evitar, precisamente, interferencias graves sobre el clima. Sin embargo, el incremento que ya se ha producido es de 0,76 Cº y la inercia calorífica asociada a los miles de millones de toneladas de gases de efecto invernadero emitidos en los últimos años y décadas seguirá incrementando la temperatura de la atmósfera durante al menos los próximos 50 años, incluso aunque a día de hoy se dejasen de emitir más gases.



Lo que está en juego es la posibilidad real de que la especie humana, el homo sapiens sapiens, desestabilice de manera irreversible el clima del planeta Tierra, único lugar del Cosmos en el que, que sepamos, se ha producido y desarrollado el milagro de la vida, hogar de 13 millones de especies diferentes y miles de ecosistemas que han evolucionado y se han adaptado a lo largo de miles, millones, de años en un proceso en el que la relativa estabilidad climática actuaba como elemento ambiental fundamental y los cambios se producían en escalas de tiempo muy superiores a los de la alteración provocada por el hombre. Apenas cinco grados centígrados separan la época actual de la última glaciación y la previsión de la ciencia es que de esa magnitud puede ser el incremento en la temperatura media de la atmósfera a finales del presente siglo si la tendencia en las emisiones continúa su rumbo actual. 


Somos 6.800 millones de personas y la humanidad se encamina hacia lo s 8.000 millones hacia 2030 y hacia los 9000 millones a mediados del presente siglo. Nueve de cada diez personas vivirán dentro de pocos años en los países emergentes y en desarrollo cuya prioridad absoluta será crecer económicamente. Los factores demográficos, económicos, energéticos que están actuando como fuerzas motrices tras las emisiones de gases de efecto invernadero son muy poderosos. Por ello, la inercia de las emisiones es muy fuerte y reducirla de manera significativa en el plazo de tiempo requerido es un formidable reto. 



En mi opinión, nunca antes en la historia de la humanidad nuestra especie se ha enfrentado a un reto colectivo, global, del alcance y dificultad como es la alteración del clima de la Tierra. Se requiere forjar y ejecutar en pocos años un acuerdo global entre los grandes países del mundo que pivote sobre la eliminación del carbono del sistema energético y del sistema económico. Se requiere acordar y llevar a cabo en el plazo de unas po cas décadas una revolución del sistema energético basado en combustibles fósiles y que desde la Revolución Industrial ha movido la economía del mundo - en la actualidad el 80% de la energía primaria la aportan los combustibles fósiles-.



Según datos publicados por el prestigioso World Resources Institute (WRI, 2009) de los Estados Unidos, en el año 2005 China fue ya el principal emisor de GEI con 7.250 Mt CO2 eq, 18,7% del total. India fue el quinto emisor con 1.863 Mt CO2 eq, el 4,8% del total, y Brasil el séptimo con 1.028 MT CO2 eq, el 2,7% del total. Entre esos tres grandes emergentes generan ya la cuarta parte de las emisiones globales. Estados Unidos fue el segundo emisor con el 18,3%; la Unión Europea-27 el tercero con el 13%; Rusia el cuarto con el 5,1% y Japón el sexto con el 3,6%. En apenas una década, hacia 2020, más de la mitad de las emisiones totales se emitirán en los países emergentes y en desarrollo, por lo que los países económicamente desarrollad os no pueden de ninguna manera resolver solos el problema. 



La cumbre de Copenhague es decisiva porque realmente disponemos de poco tiempo para reaccionar. No se ha de olvidar que los primeros informes científicos, James Handsen, alertando seriamente de la gravedad del problema se presentaron en Estados Unidos hace ya 30 años, y que el Panel de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) fue creado por las Naciones Unidas hace más de dos décadas, 1988. Desde entonces, se han sucedido los informes, las cumbres internacionales, los Convenios y Protocolos, pero la realidad es que las emisiones han seguido aumentando y la concentración de GEI en la atmósfera se ha acelerado. Esos hechos nos indican que la velocidad de respuesta de la comunidad internacional ha sido, está siendo, muy lenta, desprovista del sentido de urgencia que se desprende del los informes científicos del IPCC.



Evitar que se sobrepase el umbral de seguridad de los +2Cº requiere que la concentr ación de gases de efecto invernadero en la atmósfera no sobrepase las 450 partes por millón de CO2 eq. Esto requiere, a su vez, que hacia 2020 se alcance el punto de inflexión en las emisiones totales mundiales, situándose hacia 2050 en la mitad de las del año de referencia, 1990. Para que esta hoja de ruta sea posible, los países ricos han de acordar en Copenhague una reducción del entorno del 30% para el año 2020 en relación a las de 1990 y los grandes emergentes - China, India, Brasil,- una disminución de sus emisiones del orden del 15/30% respecto a la tendencia.



Los países económicamente desarrollados han generado históricamente el 80% de las emisiones totales y es a ellos a quienes corresponde llevar el peso y la iniciativa de la solución del problema. Un paso decisivo en la buena dirección será, como propone la Unión Europea, crear hacia 2015 un mercado integrado de derechos de emisión que englobe a los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y a Rusia. En la actualidad, solamente la Unión Europea dispone de ese importante mecanismo que al asignar un precio a las emisiones favorece su eliminación, pero tanto Estados Unidos como Australia están interesados en poner en marcha sistemas dichos sistemas de cap and trade. Hacia 2020, el sistema de compra venta de permisos de emisión habría de abarcar a países como China, India, Brasil, Indonesia, Sudáfrica, Arabia Saudí y otros grandes emergentes, creando un mercado global del carbono.



Es muy importante que ante la decisiva cumbre de Copenhague en diciembre de 2009 la opinión pública internacional se encuentre altamente movilizada. En los próximos meses se ha de ir generando un clamor internacional en defensa del clima, es decir en defensa de la vida sobre la Tierra. Organizaciones de defensa ambiental, grupos conservacionistas, líderes sociales, empresas y empresarios, científicos, artistas, sindicatos, organizaciones de es tudiantes, redes sociales 2.0, líderes espirituales y religiosos, grupos deportivos, colectivos culturales, organizaciones de género, ayuntamientos, alcaldes y alcaldesas, deportistas de élite, pensadores e intelectuales, amantes de la naturaleza, todos y todas hemos de poner nuestro grano de arena en la generación de ese clamor.



La Tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la Tierra. Somos responsables de entregar en las mejores condiciones posibles lo que se nos ha dado a quienes vengan detrás de nosotros. Ese es el contrato social no escrito que ha existido desde tiempos inmemoriales entre una generación y la siguiente. Esa es la esencia del desarrollo sostenible.



Antxon Olabe, analista ambiental y socio de naider.

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