viernes, 25 de julio de 2008
En defensa de una Ética Animal
Publicamos este artículo de Octavi Piulats, publicado originalmente en el número 36 de la revista Vital en marzo del 2001, en plena crisis de las “vacas locas”, cuya actualidad sigue vigente en lo que se refiere al trato que le damos a los animales.
El caso de la Encefalopatía Bovina Espongiforme ha conducido a la Unión Europea y con ello al gobierno español, a la toma de toda una serie de decisiones que aunque a primera vista parezcan lógicas y dictadas por el sentido común y la preservación de la salud de los consumidores, presupone a medio y largo plazo una especie de «Auschwitz» contra los animales domésticos, la muerte de millones de reses, algo así como un «holocausto bovino» de proporciones colosales al estilo de la «solución final» que practicaron en el siglo XX los nazis contra los judíos.
Creemos que ha llegado la hora de reflexionar éticamente sobre la locura exterminadora que recorre Europa y esta vez no sólo desde la óptica humana sino integrando la perspectiva animal en los juicios éticos.
Preguntas Éticas.
• ¿Estamos seguros que la solución que propone la Unión Europea para atajar el problema del EBE basada en la liquidación de millones de vacas es una respuesta éticamente sostenible y además creemos realmente que es la única solución posible?
• ¿Es éticamente legítimo condenar a una cruel muerte en toda Europa a millones animales de ganado bovino, cuya especie no ha sido responsable de la enfermedad sino que ha sido originada por un error humano, al inducir a los animales a alimentarse en contra de su naturaleza?
• ¿Es éticamente aceptable, destruir no sólo animales infectados sino a miles de animales por la mera sospecha de riesgo de la enfermedad?
• ¿Además, cómo los europeos podemos incinerar miles de toneladas de carne -una gran parte de la misma sana y por tanto apta para el consumo- mientras que la tercera parte de la población mundial sufre de hambre endémica, no es esto el colmo de la perversión?
• Y finalmente : ¿Ante la EBE y sus consecuencia, es lícito sólo pensar en nosotros, dónde está el programa para preservar la salud de nuestros animales domésticos como perros y gatos que comen pienso y carne -de ternera a menudo- enlatada?
Para contestar a estas preguntas hemos de remitirnos primero brevemente a la historia de la ganadería, puesto que lo que ha acontecido con la EBE era previsible con el modelo de ganadería intensiva y masificada que se practica en Occidente; pero para entender bien el problema debemos incluso ir más allá e investigar en última instancia la cosmovisión que tiene el hombre moderno de los animales y de donde proviene una filosofía que ha sido capaz de llegar a la actual locura e indiferencia para con ellos.
La pérdida de la libertad original en el mundo animal.
En la noche de los tiempos, en el Paleolítico los animales eran libres y autónomos, vivían según su especie y su naturaleza y cumplían una función dentro de la red interconectadora del planeta. Sabemos que el hombre ancestral por motivos climáticos dejo de ser meramente recolector como los simios y se hizo cazador iniciando así su carrera como depredador de animales ya que antes su dieta era básicamente (como los antropoides) vegetariana. A finales del neolítico domesticó por primera vez al antepasado del perro como ayudante de caza, luego el gato y algo más tarde ya en los orígenes del neolítico aprovechando que diversas especies de aves y rumiantes habían quedado aislados en los oasis del norte África y de Oriente Medio, domesticó diversas especies descubriendo que era mejor practicar la agricultura y la ganadería que cazar. Ese fue la pérdida del paraíso para los animales, el pecado original de sus especies; desde entonces algunas especies perdieron su libertad original y se convirtieron en esclavos y siervos del hombre, y entre los animales se abrió una frontera: los salvajes y los domésticos.
No obstante y a pesar de la pérdida de la libertad original el animal no vivió tan mal domesticado en el seno de las culturas del mundo antiguo. Las culturas del neolítico como la egipcia, la sumeria-caldea y la del Indostán, debido a su pasado tribal-totémico trataron a algunas especies de animales como expresiones y manifestaciones de la divinidad y del sustento material del pueblo, con lo que se desarrollaron una serie de derechos con respecto al animal y su dignidad. Si nos centramos en la cultura que más profundizó en entender zoomórficamente a las divinidades como la egipcia veremos con sorpresa que precisamente los bovinos por su carácter pacífico y silente llegaron a ser valorados como expresiones de lo sagrado, es el caso de la vaca símbolo de Isís y Hathor y el buey Apis y como tales estaba prohibido su sacrificio y recibían los máximos cuidados de la población. Cuenta Herodoto que en Egipto cualquier daño voluntario contra la mayoría de los animales era severamente castigado.
En el mundo helénico y con la llegada de Pitágoras incluso podemos llegar a afirmar que se produjo el primer intento para rectificar la conducta humana y devolver a través del vegetarismo a los animales domesticados a su medio natural. El pitagorismo basándose en preceptos dietéticos y religiosos como la reencarnación de las almas introdujo el vegetarismo en Occidente, señalando que la Divinidad no deseaba víctimas en sus sacrificios y que por tanto el hombre no necesitaba alimentarse con derramamiento de sangre que además inducían a la violencia, Pitágoras argumentaba que el hombre perfectamente podía vivir de recolección vegetal. Esto condujo a contemplar al animal como hermano y mostrar un gran respeto por todos los seres vivos ya que los animales superiores tenían posibilidad de una dimensión incluso anímica y espiritual.
Esta atmósfera favorable a la dignidad de los animales domésticos se truncó con la llegada de la visión judeo-cristiana. Moíses acérrimo crítico de la teología egípcia y perseguidor de símbolos zoomórficos, al introducir el monoteísmo exclusivista de Jehová termina con el status privilegiado que tenía el animal en el mundo antiguo; en los versiculos 26, 28, 29 y 30 del primer capítulo del Génesis, partiendo de que el hombre es estrictamente imagen de un Dios creador más allá de la naturaleza, éste recibe la potestad de dominio sobre todos los animales y plantas y expresamente se indica que esta potestad incluye la muerte y la ingestión de carne animal.
Por herencia mosaica la visión cristiana es antropocéntrica y por tanto el animal es un mero robot, son seres sin alma y sin acceso a la dimensión espiritual y se hallan absolutamente sometidos a la voluntad y las necesidades e intereses del hombre. No es extraño que pensadores como Descartes acabasen definiendo a los animales como ingenios mecánicos y que a partir de entonces, rota la conexión del animal con lo sagrado, su vida fuese miserable en manos de una cultura que los trataba como meros objetos. Ciertamente que la tradición cristiana muestra excepciones San Francisco de Asís y San Antonio Abad son los ejemplos, pero esto en nada cambió la actitud global frente al animal del occidental, a lo sumo como en carnaval se les dedicó un día de licencia al año.
Pero lo peor estaba todavía por venir. A pesar de que en la Europa renacentista o ilustrada el animal doméstico era tratado como un objeto y recibía más palos que caricias, dado que vivía en un ambiente rural podía comer productos del campo y se hallaba en contacto con la naturaleza. Con la llegada de la era industrial a finales del siglo XIX y el siglo XX y la mecanización e industrialización del campo aparece lo que conocemos hoy por agricultura y ganadería intensiva y es en ese momento en que el animal doméstico no sólo pierde su libertad sino que es asimismo es degradado y se le niega los mínimos derechos de todo viviente.
La ganadería intensiva o el infierno de Dante.
En nuestro país la ganadería intensiva es reciente, personalmente todavía tengo recuerdos de mi infancia de la antigua ganadería en una explotación familiar. La granja de los años de postguerra todavía era un lugar apacible para el animal, los caballos de tiro y los mulos eran alimentados con heno y alfalfa del campo y tenían sus horas de descanso, las vacas pastaban por los calveros no lejos de la finca y los pollos y conejos corrían por un amplio corral alimentándose de sabrosas zanahorias, maíz y berzas. Recuerdo que había animales bovinos en la granja que podían vivir más de diez años.
Ese paisaje hoy prácticamente ha desaparecido en Europa, hoy en día animales como vacas, terneras, cerdos y aves viven toda su vida encerrados en grandes naves industriales, con luz artificial, con muy escaso espacio para moverse de acuerdo con sus necesidades, con una alimentación prioritariamente artificial de piensos proteínicos de extraña procedencia, en manos de grandes multinacionales y con medicación intensiva para promover el aumento de peso y eliminar posibles enfermedades; y lo que es peor su longevidad es muy breve, pocos animales viven más allá de los dos años. Estos son los hechos:
• Debido a la racionalización y los cortos márgenes comerciales una explotación sólo es rentable si se convierte en una mega-explotación muy racionalizada en donde lo único que priva son los beneficios del campesino. Esto implica el final de las épocas transhumantes para el ganado bovino y una gran inmovilización en establos y cercados.
• El pienso prefabricado que ingiere el animal se halla desnaturalizado, la gran industria alimentaria se permite elaborar un alimento a través de todos los desperdicios orgánicos que existen, con una exageración de proteínas en detrimento de las vitaminas (que luego han de ser añadidas) lo que redunda en la salud del animal y más tarde en la salud del propio consumidor.
• La prácticas químicas que soporta el animal son descomunales. El ganadero agobiado por temas económicos utiliza toda clase de elementos, tales como hormonas, tranquilizantes y anabolizantes, para obtener más peso a menudo rayando en la ilegalidad, pero incluso el ganadero responsable emplea tranquilizantes y antibíoticos en la creencia que esto es normal.
El problema actual.
La EBE por tanto no ha venido por azar y el próximo escándalo en ganadería ya se está gestando. Es el resultado de la combinación de dos factores: nuestra comprensión judeo-criatiana del animal y la llegada de la agricultura intensiva. Sólo podremos superar la EBE si realmente somos conscientes de la superación de estos dos temas de fondo.
Según nuestra cosmovisión heredada, el animal es un ser enormemente inferior al hombre sin apenas lenguaje, exento de pensamiento lógico sin construcción de cultura y acceso a esferas como arte y religión y sobre todo sin el maravilloso fenómeno de la conciencia, es un objeto más que está allí para servirnos puesto por el Dios monoteísta que además se parece a nosotros y no a los animales.
En la actualidad con los actuales conocimientos de la etología y la zoología esta visión del animal es insostenible. Sabemos que la mayoría de especies de animales superiores poseen sistemas de lenguaje algunos muy sofisticados e incluso semi-simbólicos, hemos descubierto que algunos animales muestran claros rudimentos de elaboración de herramientas y cultura, los grandes simios poseen un código de valores sociales, un Yo referencial y un grado de conciencia animales como vacas y toros sueñan y tienen inconsciente, animales como delfines y elefantes tienen un sistema social de atención a congéneres enfermos, cementerios y conocen perfectamente el fenómeno de la muerte y su dolor. En suma, el animal -en especial los mamíferos- no es de forma absoluta inferior al hombre sino sólo relativamente, constituye una criatura diferente, que ha evolucionado de forma distinta al hombre a veces con accesos muy superiores al hombre con respecto a la naturaleza y que no ha desarrollado su incipiente conciencia quizás porque ha profundizado en otras vías para nosotros desconocidas que no son las lógico-racionales. El animal es un maestro en el mundo que nosotros hemos perdido, en la intuición, el instinto y las percepciones extrasensoriales. Incluso en la esfera de lo divino no podemos tener certeza de cual es el acceso del animal al mundo sobrenatural y cuales son sus percepciones en este sentido.
Si dejamos pues de lado el monoteísmo jerárquico y antropocéntrico y nos abrimos a un espíritu que no separa Dios y naturaleza, podemos aceptar que el animal no es un ser absolutamente inferior al hombre, que posee su identidad y de esta forma podremos aplicarle una nueva ética de la justa relación. En este sentido y dado que el término «animal» ya presupone algo inferior por costumbre, propondría el substantivo criatura para denominar a los seres vivos. Criatura es todo ser vivo en el planeta o en otros mundos, tanto el hombre como el animal pertenecen al conjunto de las criaturas, las criaturas no son unas superiores y otras inferiores, las criaturas exploran diferentes caminos de vida y de relación con el medio e incluso con la dimensión no visible, y todas se hallan en evolución. Las criaturas establecen relaciones entre sus diferentes especies y estas relaciones se hallan basadas en derechos y deberes históricos y reciprocidades mutuas de discordia o amistad.
Desde esta óptica de valorar al animal no como ser inferior al hombre sino como criatura, la ganadería intensiva tal como hemos visto no es éticamente sostenible. Las técnicas de la ganadería intensiva se hallan en contradicción con los mínimos derechos de las criaturas terrestres, es decir atentan contra el derecho de espacio para desarrollarse, contra el derecho de poseer un tiempo para el desarrollo personal, contra el derecho de experimentar una reproducción digna, contra el derecho de alimentarse según la naturaleza de su propia especie, contra el derecho de una relación digna con su propio cuerpo y con sus congéneres y asimismo contra el derecho a una muerte normal. Estos derechos fundamentales de las criaturas no son respetadas por ese modelo de ganadería y en consecuencia debería ser abolida o modificada. El futuro de esa ganadería además en manos de la manipulación genética implica la destrucción de la identidad animal tal como la conocemos lo que todavía es más rechazable éticamente.Por supuesto que dicha ganadería a largo plazo también es un peligro para la salud de los consumidores, pero ese no es un argumento estrictamente ético, es decir que se base en sí mismo y no persiga un fin utilitario.
Respuestas a las preguntas éticas.
Desde la perspectiva de la aplicación de la ética de la solidaridad y respeto al concepto de criatura podemos ahora contestar a las preguntas planteadas al principio.
La especie bovina no es responsable de la enfermedad que la aqueja y por tanto aunque puedan crear un riesgo a la población humana que consuma carne, como criaturas inocentes que son no merecen morir indiscriminadamente. Es pues injusta la muerte en masa de animales; y todavía lo es más si tenemos en cuenta históricamente que la raza bovina durante siglos ha contribuido a ayudar al trabajo y a la alimentación de la especie humana. Dado que ha sido la especie humana con su mentalidad industrial la que ha originado el problema esa misma comunidad debe de hallar una solución que preserve en la medida de lo posible la vida del ganado y tener en cuenta así los miles de siglos que los bovinos han contribuido con su relación sumisa al desarrollo de la humanidad.
Desde nuestro punto de vista ético sólo deberían ser sacrificadas aquellas reses afectadas por el mal y que de todas todas están condenadas, todo el resto, es decir las reses sospechosas de padecer el mal y las que han cohabitado con las enfermas deberían tener la oportunidad de continuar viviendo.
Es aquí donde se demuestra que el Plan europeo no es la única solución ni la más afortunada. Necesitamos un Plan Alternativo. La Comunidad europea en vez de aniquilar a millones de vacas, podría crear una financiación para que el ganado afectado estuviese libre hasta su muerte natural como rebaño en territorios semi deshabitados. En nuestro país por ejemplo tenemos en las dos Castíllas amplios territorios en donde podrían recluirse miles de cabezas de ganado, no es una idea utópica porque incluso con visitas turísticas se podría financiar parte de su alimentación por años. Además si existe una posibilidad de que algunas de las vacas enfermas se recuperen, esta pasa por la veterinaría natural, es decir por la vuelta a los pastos naturales de las vacas y la mejoría de su sistema inmunitario. Lo que si es cierto es que las deposiciones deberían ser controladas y periódicamente quemadas para evitar contaminaciones.
A partir de aquí urge analizar y si cabe destruir toda aquella comida enlatada de ternera y piensos elaborados con harinas animales por lo menos con fechas de los últimos dos años fabricados para animales caseros. Sabemos por la experiencia en el Reino Unido que tras la muerte de las primeras vacas, enfermaron cientos de animales como perros y gatos que se alimentaban con piensos prefabricados y latas de conserva de ternera.
Como vemos si se opta por no destruir masivamente a los animales, no sólo no tenemos el problema de la desaparición de los cadáveres que tantos quebraderos de cabeza higiénicos produce, sino que al mismo tiempo desaparece la ignominia de los europeos ante el Tercer Mundo y nos libramos del reproche de perversión por dilapidar alimentos.
Tampoco es éticamente correcto el que pagen justos por pecadores, no es justo que por la sospecha del mal miles de vacas deban de ser sacrificadas. Por esta razón es urgente que la Comunidad Humana desarrolle un sistema de detección de la enfermedad en vida de la vaca, de forma que en una explotación se pueda saber con certeza cuales son los animales enfermos. Debe ser perfectamente posible en pocos meses conseguir un análisis de sangre que localiza signos de la enfermedad latente.
El futuro en el vegetarismo y la ganadería ecológica.
Una cosa puede ser positiva en esa tragedia de la EBE, y es el que la especie humana se replantee su relación con los animales y sobre todo que avance en la senda del vegetarismo y al mismo tiempo modifique su modelo de ganadería.
La comprensión consecuente del animal como criatura, conduce necesariamente al vegetarismo, sabemos que no es necesario matar para alimentarnos, que animales como los bovinos nos pueden prestar su leche y sus quesos que contienen proteínas sin necesidad de verter sangre, y que sus pieles una vez muertos de muerte natural también pueden servirnos. Sabemos también que la alimentación vegetariana es mucho más ecológica que la cárnica, que una hectárea cultivada con cereales y hortalizas puede alimentar a tres veces más de gente que la misma hectárea dedicada a la ganadería y producción de carne. Pero mientras no lleguemos a este ideal futuro de evolución de nuestra conciencia, la ganadería ecológica es la única salida a la crisis; entre otras cosas porque las hortalizas cultivadas con abonos orgánicos procedentes de establos vacunos, pueden también estar contaminados por los priones y estos pueden infectar la zanahoria o las acelgas de los que se nutren los vegetarianos.
La ganadería intensiva debe ser reemplazada, necesitamos pues una rebelión en la granja al estilo de Orwell, un cambio que termine con las prácticas abusivas con respecto a los animales domésticos y abra la puerta a una nueva relación más justa y saludable. Y la clave de este cambio a mi juicio pasa por la ganadería ecológica.
Por lo que respecta a la especie bovina y vacuna, la ganadería ecológica es la esperanza para que el animal viva en dignidad y se le respeten sus derechos como criatura. En este modelo de ganadería el animal puede transhumar como antaño, puede tener una gran movilidad y su musculatura y salud serán correctas, puede volver a alimentarse de forrajes naturales, y a relacionarse con sus congéneres y tiene además la oportunidad de una longevidad mayor.
Octavi Piulats
Fuente: http://free-news.org/opiula06.htm
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