jueves, 17 de diciembre de 2009
¿Es posible imaginar un mundo sin inmigrantes?
por Jubenal Quispe
Desde hace 2 mil millones de años (cuando surgió el homo habilis) hasta el siglo XV (cuando surgieron los estados nacionales), la migración o el nomadismo ha sido el modo de ser universalmente recurrente de la especie humana. Recién en los últimos 5 siglos, con el advenimiento de las fronteras de los estados nacionales, el sedentarismo se estableció como una regla, y el nomadismo, como una excepción censurable. Desde la perspectiva histórica, la migración no es, ni ha sido nunca un problema. Más por el contrario, fue y es una oportunidad de enriquecimiento y transformación mutua de los pueblos.
En los tiempos que corren, la ONU indica que existen en el mundo cerca de 200 millones de personas viviendo fuera de sus países de origen. Esto representa un promedio del 3% de la humanidad. Claro, en dicha cifra no cuentan las y los migrantes indocumentados. Ni tampoco, los cientos de miles de muertos anónimos en el intento de cruzar las malditas fronteras militarizadas de México y EEUU., o el mar Mediterráneo. ¡Verdaderas miserias de la humanidad del siglo XXI!
El destino de la gran mayoría de este porcentaje de migrantes internacionales no necesariamente son los países ricos del Norte. ¡Los países del Sur son los principales receptores de la migración internacional! Entonces, ¿por qué los países del Norte colocan a la migración internacional como un problema al mismo nivel que el terrorismo o el cambio climático? Por ejemplo, de los cerca de 3 millones de bolivianos inmigrantes, un menor porcentaje reside en los países del Norte. Lo mismo ocurre con los provenientes de Asia, África y Oceanía.
La inmigración de las y los empobrecidos se problematiza en el Norte por la simple lógica que plantea Rousseau, en su obra Emilio, para explicar el origen de la propiedad privada, causante de la violencia fratricida: “Unos tontos deciden levantar cercos sobre espacios de tierras colectivas…, y se apropian más de lo que necesitan. Así nace la violencia para defender la propiedad, la libertad y la comodidad de cada quien”.
En la historia de los estados nacionales, unos países se enriquecieron y se enriquecen sustrayendo y acumulando lo que era para todos. Y una vez llegado al Estado de Bienestar, y ante el legítimo reclamo de los empobrecidos, los países enriquecidos fortalecen y militarizan sus fronteras con el Sur, bajo el argumento de seguridad internacional. Se calcula que en su conjunto los países ricos destinan, para el control de las fronteras, más de 50 mil millones de dólares anuales. En 2007, EEUU destinó 25 mil millones de dólares. ¡Adivine Ud. cuánto destina a la ayuda al desarrollo!
Ante las asesinas fronteras internacionales es urgente relativizar el dogmatismo político del modelo societal de Estado Nación. No es verdad que la humanidad esté condenada a sujetarse a los límites del Estado Nación. Como tampoco es verdad que la inmoral acumulación de la riqueza sea necesariamente el adverso destino de la humanidad. Es tiempo de intentar estados postnacionales con una ciudadanía universal, y oportunidades universales.
Con creatividad tenemos que atrevernos a diluir las fronteras mentales, culturales y territoriales que nos han impuesto. La doctrina nos enseña e impone que la ciudadanía tiene que estar ligada a la nacionalidad. Y que uno es ciudadano en la medida en que pertenece a un Estado Nación. Sin Estado Nación, las personas no tenemos derechos ni garantías que reclamar. He aquí la urgencia de repensar las teorías dogmáticas de la ciudadanía y del Estado Nación. Si no desligamos la ciudadanía de la nacionalidad, y nos atrevemos a pensar, exigir y ejercer una ciudadanía basada en la residencia, las y los migrantes seguirán sobreviviendo en el limbo jurídico. Si no existe un Estado más allá de lo nacional, las y los inmigrantes seguirán convertidos en desechables instrumentos laborales, en los países de destino, y en apetecibles fuentes (maquinarias) de remesas, en los países de origen. Pero, sin ser ciudadanos de ninguna parte. Por tanto, sin tener derecho a tener derechos.
Sin una ciudadanía universal no será posible pensar un mundo sin extranjeros, ni inmigrantes. Sin una ciudadanía universal será imposible un mundo con riquezas y oportunidades distribuidas y accesibles para todos y todas. Sin una ciudadanía universal seguiremos llamando extranjero/a al hermano/a. Sin una ciudadanía universal el solipsismo será la entropía que corroerá el alma de los pueblos amurallados entre las fronteras nacionales.
Por eso, cada 18 de diciembre, por ser día internacional del migrante, declarada por la ONU, no sólo debemos exigir “existencia” para las y los inmigrantes indeseados del Sur en el Norte. Ni tampoco limitarnos a exigir a los países ricos la ratificación de la Convención Internacional de la ONU sobre los Derechos de los Trabajadores Migrantes, aprobada en 1999. Tenemos que exigir una ciudadanía universal que nos devuelva nuestra condición, vocación y visión planetaria.
(*) Jubenal Quispe es periodista quechua boliviano.
Fuente: http://alainet.org/active/35130?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+ALEMtitulares+%28Titulares+de+America+Latina+en+Movimiento%29
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