domingo, 1 de marzo de 2009

¿Es la religión enemiga de la civilización?


Por Gianni Vattimo


En el mundo actual, las Iglesias se han convertido en un factor de conflicto y un obstáculo para la "salvación", sea eso lo que sea. Sobreviven porque sus jerarquías quieren conservar el poder y sus privilegios.

Todos recordamos seguramente la famosa frase de Nietzsche sobre la muerte de Dios. Y también su cláusula: Dios seguirá proyectando su sombra en nuestro mundo durante mucho tiempo. ¿Qué pasaría si aplicáramos la frase de Nietzsche también, y sobre todo, a las religiones? En muchos sentidos, es verdad que, en gran parte del mundo contemporáneo, la religión como tal está muerta, pero todavía proyecta sus sombras en numerosos aspectos de nuestra vida privada y colectiva. Por cierto, dejemos claro que el Dios cuya muerte anunció Nietzsche no es necesariamente el Dios en el que muchos de nosotros seguimos creyendo; yo me considero cristiano, pero estoy seguro de que el Dios que estaba muerto en Nietzsche no era el Dios de Jesús. Incluso creo que, precisamente gracias a Jesús, soy ateo. El Dios que murió, como dice el propio Nietzsche en algún lugar de su obra cuando le llama "el Dios moral", es el primer principio de la metafísica clásica, la entidad suprema que se supone que es la causa del universo material y que requiere esa disciplina especial llamada teodicea, una serie de argumentos que tratan de justificar la existencia de ese Dios o esa Diosa frente a los males que vemos constantemente en el mundo.

La tesis que quiero presentar aquí es que las religiones están muertas, y merecen estar muertas, tal como Nietzsche habla de la muerte de Dios. No sólo están muertas las religiones morales, en el sentido más obvio de la palabra: desde dentro de la sociedad cristiana y católica de Europa, es fácil ver que son muy pocos los que observan los mandamientos de la moral cristiana oficial. Lo que está muerto, en un sentido más profundo, son las religiones "morales" como garantía del orden racional del mundo.

La institucionalización de las creencias, que dio origen a las Iglesias, incluyó (no sé si sólo en la práctica o como factor necesario) una reivindicación del poder histórico, en el sentido de que era casi natural y necesario que una religión moral se convirtiera en una institución temporal poderosa. Es lo que parece haber ocurrido con el catolicismo, pero se pueden ver muchos otros fenómenos similares en la historia de otras religiones. Incluso el budismo engendró un Estado, el Tíbet de los lamas, que ahora lucha por sobrevivir frente a China. En todas partes -por ejemplo, en el hinduismo-, el mismo hecho de que exista una diferencia entre clérigos y legos hace que la religión se convierta en una institución, cuyo objetivo principal es siempre su propia supervivencia. Mencionaré de nuevo el ejemplo de la Iglesia católica: si no hubiera sobrevivido a lo largo de los tiempos, yo no habría podido recibir el Evangelio, la buena nueva de la salvación. Una vez más: como en el caso de la muerte de Dios de Nietzsche, la muerte de las religiones institucionalizadas no significa que no tengan legitimidad. Sencillamente, llega un momento en el que ya no son necesarias. Y ese momento es nuestra época, porque, como puede verse en muchos aspectos de la vida actual, las religiones ya no contribuyen a una existencia humana pacífica ni representan ya un medio de salvación. La religión resulta un poderoso factor de conflicto en momentos de intercambio intenso entre mundos culturales diferentes. Por lo menos, eso es lo que ocurre hoy: en Italia, por ejemplo, existe un problema con la construcción de mezquitas, porque la población musulmana ha aumentado de forma espectacular. La hegemonía tradicional de la Iglesia católica está en peligro, pero los católicos no se sienten amenazados en absoluto por esa situación; sólo los obispos y el Papa.

La Iglesia afirma que defiende su poder (y los aspectos económicos de él) para preservar su capacidad de predicar el Evangelio. Sí; pero, como en tantas instituciones, la razón suprema de su existencia se queda muchas veces olvidada a cambio de la mera continuidad del statu quo. Lo que quiero decir es que, en el mundo actual, sobre todo en el Occidente industrial, la religión como institución se ha convertido en un factor de conflicto y un obstáculo para la "salvación", sea eso lo que sea. Quiero subrayar que hablo de la muerte de las religiones en el mismo sentido en el que acepto el anuncio de Nietzsche sobre la muerte de Dios. La religión que está muerta es la religión-institución, que contribuyó enormemente al desarrollo de la civilización pero, al final, se convirtió en un obstáculo.

Hablar de la muerte de las religiones en un sentido relacionado con el anuncio de la muerte de Dios de Nietzsche no significa, desde luego, que la religión nunca haya tenido sentido para la humanidad. Ni siquiera se puede decir que la frase de Nietzsche significa que Dios no existe. Ésa sería de nuevo una afirmación metafísica, que Nietzsche no quería pronunciar, por su rechazo general a cualquier metafísica "descriptiva". La lucha contra la supervivencia de las religiones de la que hablo tiene poco que ver con la negación racionalista de todo significado a los sentimientos religiosos. Incluso se toma muy en serio ese resurgimiento de la necesidad de una relación con la trascendencia que caracteriza numerosos aspectos de la cultura actual. Citaré de nuevo a Nietzsche, que dice que Dios está muerto y ahora queremos que existan muchos Dioses.

Mientras las religiones sigan queriendo ser instituciones temporales poderosas, son un obstáculo para la paz y para el desarrollo de una actitud genuinamente religiosa: pensemos en cuánta gente está abandonando la Iglesia católica por el escándalo que representan las pretensiones del Papa y los obispos de inmiscuirse en las leyes civiles en Italia. Los ámbitos de la ética familiar y la bioética son los más polémicos. En Estados Unidos, el anuncio reciente del presidente Obama sobre su intención de eliminar las restricciones a la libertad de las mujeres para abortar ha suscitado una amplia oposición por parte de los obispos católicos. La oposición contra cualquier forma de libertad de elección en todo lo relacionado con la familia, la sexualidad y la bioética es continua e intensa, sobre todo, en países como Italia y España. Tengamos en cuenta que la Iglesia se opone a leyes que no obligan, sino que sólo permiten la decisión personal en estos asuntos. Deberíamos preguntarnos de qué lado está la civilización.

Hace poco, el Papa repitió su idea constante de que la verdad no es negociable. ¿Ese "fundamentalismo" es sólo característico del catolicismo, o de todo el cristianismo? Quienes hablan de civilizaciones tienen la responsabilidad de tener en cuenta esta condición concreta. No hay más que ver los frecuentes diálogos interreligiones que se celebran en cualquier parte del mundo, en los que los interlocutores suelen ser "dirigentes" de las distintas confesiones. No dialogan para cambiar nada; no es más que una forma de volver a confirmar su autoridad en sus respectivos grupos. ¿Acaso sale de estos frecuentes encuentros algo útil para la paz y la mutua comprensión de los pueblos? Mientras no se elimine el aspecto autoritario y de poder de las religiones, será imposible avanzar hacia el mutuo entendimiento entre las diversas culturas del mundo.

Esta conclusión puede parecer una gran paradoja, dado que, en general, se ha considerado que la religión era un medio de educar a la humanidad hacia la caridad, la piedad y la comprensión. En muchos sentidos, la compasión parece ser la base fundamental de toda experiencia religiosa. Y es cierto, ya sea desde el punto de vista del cristianismo, el budismo, el hinduismo, el islam o el judaísmo. Hasta aquí, nada que objetar. Pero precisamente por eso es por lo que debemos reconocer que ha llegado la hora de que las personas religiosas se alcen contra las religiones. Y que afirmen tajantemente que la era de la religión-institución se ha terminado y su supervivencia sólo se debe a los esfuerzos de las jerarquías religiosas para conservar su poder y sus privilegios. El hecho de que esta tesis parezca inspirarse, en gran parte, en la experiencia cristiana (y católica) europea, no limita su validez para otras culturas. Seguramente, el veneno del universalismo se extendió por el mundo gracias a los conquistadores europeos, que son responsables de la estricta asociación entre conversión (al cristianismo; recuérdese el compelle intrare de San Agustín) e imperialismo. Ahora es el mundo latino el que debe romper esa asociación y separar la salvación de cualquier pretensión de creencia y disciplina universal como condición para alcanzarla. No es una tarea fácil.

Fuente:Tribuna El Pais -1-03-2009

1 comentario:

Eduardo García dijo...

Hola a todos:
He leído el artículo del señor Vattimo y quisiera hacer algún comentario.
Recuerdo que mi profesor de Filosofía, en segundo de carrera, comenzó la clase de Etica diciendo:
"después de la muerte de Dios, ¿qué ética se puede tener?..."
Yo me quede sorprendido, pues siempre pensé que si Dios no había podido ser demostrado, entonces cómo podía haber muerto aquello que nadie puede saber si existe o no existe.........
Finalmente, comprendí que la frase se refería a Nietzsche. Y, como hipótesis, se nos preguntaba qué tipo de ética nos parecería adecuado tener(negociar, aceptar, etc,etc)
Ahora bien, yo pienso, no podía habernos dicho el profe: señores, supongamos que no exista ningún Dios(ya que después de tantos siglos, seguimos sin pruebas evidentes), entonces deberíamos tratar de analizar qué modelos de ética tenemos, o deberíamos tener, cuya fundamentación sea humana y no divina.
Pero, lo que sigue siendo una hipótesis para ambos lados:
a) la existencia de Dios
b) la no existencia de Dios
pues resulta evidente que la carga de la prueba no ha sido mostrada; por tanto, la hipótesis de la existencia de Dios es únicamente una "creencia". Pero, por el otro lado, ¿cómo demostrar que no existe, lo que no existe? Tal tipo de argumento se denomina, curiosamente, prueba diabólica....
Pues bien, mi crítica al señor Vattimo es que si bien resulta evidente que las Instituciones religiosas humanas han sido, y son,
muy poco humanitarias( y no es el caso de enumerar todos sus numerosos errores) y deberían cerrar sus puertas o reformar de arriba a abajo.., ello no tiene nada que ver con Nietzsche, ya que él pensaba que cualquier Dios era el resultado de la inventiva humana. Todo su pensar giró en esa órbita y, por ello, habíamos matado a Dios para sustituirlo por nuevos dioses: la ciencia, el nacionalismo, etc,etc.
En fin, no creo que le costaría tanto trabajo al señor Vattimo el no mezclar "las churras con las merinas" pues son temas diferentes.
Una cosa es que, en vista del poco éxito de las religiones, pensemos y creamos que la vida social se debería articular laicamente( que ya se viene haciendo desde el siglo XVIII) y que, poco a poco, nos da ciertos resultados...
Y, otra cosa, es que los defensores de la "no existencia de Dios" recriminen a los defensores que "pasan, y pasan, los siglos" y sus ángeles, musas y profetas han enmudecido, para su desdicha, y les han abandonado en Instituciones
envejecidas con rituales vacios.
Por tanto, nadie sabe nada que sea "demostrable" acerca del Dios que cada cual quiera creer.
Pienso, que si seguimos vivos como especie animal 8 ó 9 mil años más, llegará un día en que si Dios existe se podrá saber con certeza;
y, si no existe, dejaremos de hablar de El.
Así de simple, dejaremos de hablar de El. Y, entonces, no creo que sea posible la supervivencia de Instituciones cuando nadie piense ni crea en Dios. Pero, hoy por hoy, la carga de la prueba está en las manos de los creyentes. Tal y como en el Baghavad Guita, Krishna promete a sus devotos que él se hace presente cada vez que la oscuridad oculta la luz.
Como en nuestras manos no está la solución del enigma, habrá que callar y ser respetuosos con las creencias de los demás.
Si, mientras tanto, construímos sociedades más libres(para todos) sin necesidad de fundamentación religiosa, significaría que vamos por el buen camino.
Así que si lo que quería Vattimo era dar un tirón de orejas a las Instituciones religiosas y no permitirlas que sigan coqueteando con la política civil, sigo pensando que, para un filósofo de su talla, podía habernos recordado que éso ya era una consigna muy importante de la Ilustración.
Un saludo.