lunes, 24 de noviembre de 2008

Cuando las cosas van de verdad mal

La gravedad de la crisis hace temer a los más pesimistas que la recesión derive en depresión.

por RAMÓN MUÑOZ

Si tiene dificultades para pagar la hipoteca, teme por su puesto de trabajo o ya lo ha perdido, no es aconsejable que lea este artículo. En él se recogen las tesis de quienes piensan que no estamos ante una crisis más, ni siquiera ante esa recesión que ya se reconoce abiertamente, sino ante una gran depresión económica que se extenderá mucho más allá de dos años y cuyas consecuencias financieras, sociales y hasta políticas cambiarán el mundo tal y como lo conocemos, además de tener un efecto devastador sobre el Estado del bienestar y la clase media en que se sustenta. Tal vez se equivoquen. O tal vez no.

Nunca se habían conjuntado tantos peligros: el hundimiento del sistema financiero, con bancos y Estados de primer nivel al borde de la quiebra, y el empobrecimiento general de grupos de población que sortearon crisis anteriores sin mayores problemas. Comoquiera que se trata de un fenómeno sin precedentes, para tener elementos de comparación sólo podemos retrotraernos a la Gran Depresión posterior a 1929, que sumió al mundo civilizado en una década de penurias y desembocó en la II Guerra Mundial, y más recientemente, al llamado corralito, que bloqueó a finales de 2001 los ahorros de los ciudadanos argentinos, haciendo saltar en pedazos el sistema financiero y poniendo a Argentina en el umbral del Tercer Mundo.

Para los que consideren desmedida la comparación, o propia de iluminados, tal vez les hubiera convenido entrar en la página web www.icesave.co.uk hace unas semanas. Nada más abrirla se podía leer: "Actualmente no estamos procesando ninguna petición de retirada de dinero ni de depósitos a través de las cuentas de Internet. Sentimos los inconvenientes que les pueda causar a nuestros clientes". Se trata de la página del banco islandés Icesave en el Reino Unido, y en ella se anunciaba sencilla y llanamente que los depósitos de todos los clientes del país estaban bloqueados. ¡Corralito puro y duro, y en la Vieja Europa! Un total de 350.000 ahorradores en el Reino Unido y Holanda, que han depositado más de 7.000 millones quedaron atrapados. La quiebra del Estado de Islandia tiene la culpa. El país nórdico no es Argentina. En la última clasificación de la ONU de finales de 2007 figura como el país donde mejor se vive en el mundo... o se vivía. Finalmente, el Gobierno británico ha tenido que acudir al rescate de sus ahorradores.

Nadie dice que la situación actual tenga las mismas causas que la del 29 o la argentina, salvo el ánimo especulativo y la falta de confianza, pero algunos piensan que la herencia que dejará sobre la economía real puede asemejarse mucho. Entre ese legado negro está la desaparición de riqueza por el desplome continuado de los mercados bursátiles, el temor de miles de ciudadanos de perder los ahorros que tienen en los bancos, el aumento desorbitado del paro, el empobrecimiento de las familias y las crecientes dificultades de las administraciones públicas para hacer frente a sus compromisos de pagos, incluyendo los sueldos de funcionarios. Ese paralelismo permite sacar algunas lecciones muy provechosas de lo que pasó en el 29 y puede que esté a punto de ocurrir ahora.

Frente a la legión de expertos oficiales, que aplauden al unísono los planes de rescate de la banca como antídoto ideal contra esta crisis, otros analistas, ciertamente los menos, estiman que esa intervención no servirá para tapar el enorme agujero negro en el que se ha convertido el sistema financiero.

El economista jefe de HSBC, Stephen King, está entre los discrepantes. A diferencia de crisis recientes como la burbuja tecnológica de comienzos de este siglo o la japonesa de los ochenta, opina King, la actual conjuga los tres elementos que se dieron en la Gran Depresión: el colapso financiero asociado con bancarrotas de entidades, la restricción del crédito y la desconfianza ciudadana sobre la capacidad de los Gobiernos para solucionar la crisis. "Nadie quiere participar en una danza de la muerte financiera. Muchos se consuelan diciendo que ya se han aprendido las lecciones de la década de los treinta y que hoy sería imposible vivir otra gran depresión. Las posibilidades de que suceda son todavía pequeñas. Pero se olvida con frecuencia que hay que cumplir tres lecciones para evitar la depresión: primero, inyectar dinero al sistema; segundo, asegurarse de que los Gobiernos coordinen sus políticas, y tercero, no permitir que la deuda y el nivel de apalancamiento se disparen. Y, por el momento, sólo se ha atendido a la primera".

En el 29, las cosas sucedieron así: "Wall Street lanzó la toalla y sencillamente se derrumbó. Algunos de mis conocidos perdieron millones. Yo tuve más suerte. Lo único que perdí fueron 240.000 dólares (o 120 semanas de trabajo, a 2.000 dólares por semana). Habría perdido más, pero era todo el dinero que tenía. El día del hundimiento final, mi amigo, antaño asesor financiero y astuto comerciante, Max Gordon, me telefoneó desde Nueva York. Todo lo que dijo fue: '¡La broma ha terminado!'. Antes de que yo pudiese contestar, el teléfono se había quedado mudo... se suicidó. En toda la bazofia escrita por los analistas del mercado me parece que nadie hizo un resumen de la situación de una manera tan sucinta como mi amigo el señor Gordon. En aquellas palabras lo dijo todo". La cita proviene de un artículo de Groucho Marx que es posiblemente el más lúcido análisis que se ha hecho del 29.

El genial actor se arruinó como miles de ciudadanos. Ahora son millones los que están perdiendo sus ahorros o el complemento de sus pensiones en los parqués bursátiles, aunque posiblemente aún no sean conscientes de ello. En los treinta, apenas un 4% de la población invertía sus ahorros a través de los agentes de cambio y Bolsa. Actualmente, el 47% de la población, bien directamente o bien a través de fondos de pensiones o de inversión, tiene ahorros en los mercados de valores, que se están esfumando. Sólo dos fondos de pensiones españoles están en positivo este año, por ejemplo.

La volatilidad y el quebranto sufrido son, para algunos analistas, ya similares a los de hace 79 años. Incluso las pérdidas de Wall Street de la semana del 6 al 10 de octubre pasado superaron a las de la llamada Semana Negra del crash del 29. Nos hemos acostumbrado a movimientos sísmicos diarios de hasta el 10%, impensables hace unos meses. Volkswagen es el símbolo de esa irracionalidad casi surrealista de los mercados. Pese a la crisis general de las firmas automovilísticas, un movimiento especulativo la convirtió el 28 de octubre en la compañía con mayor valor bursátil del mundo, llegando a valer más que las 20 mayores compañías del Ibex juntas.

En España, todos los valores que componen el Ibex menos uno han tenido rentabilidad negativa, y 27 de las 35 firmas han perdido más de la mitad de su valor en dos años. Si tiene dinero en Bolsa, puede extraer una lección de la debacle del 29, y hacer oídos sordos a quienes le animen a comprar gangas ante los bajos precios que han tocado los principales valores. Nadie puede asegurar si esta es una oportunidad de compra o si lo peor puede estar por venir. Quien compró acciones en 1929 debió vivir hasta 1954 para recuperar su inversión. Pero a quien pensó que después del crash podía forrarse no le fue mucho mejor porque el desplome continuó hasta julio de 1932, cuando el Dow Jones volvió a niveles de 1800, perdiendo el 90% de su valor respecto a los máximos del feliz 1929. Este dato derriba una de las falacias financieras más extendidas, la de que, pese a las fluctuaciones, la Bolsa es siempre la inversión más rentable a largo plazo. Nadie sabe dónde está la Bolsa y si ha tocado suelo.

El economista y profesor Nouriel Roubini, uno de los pocos que pronosticaron el actual crash financiero, va más lejos: "Aunque los mercados saben ya que las administraciones van a hacer todo lo que está en su mano, no reaccionan, seguirán cayendo. Se han convertido en una fuerza destructiva, el pánico se ha apoderado de ellos, ya no funcionan. Cada vez estoy más convencido de que hace falta un cortocircuito, un cierre temporal de los mercados para recomponer las cosas", decía en una entrevista con EL PAÍS.

En el 29 se hizo célebre el chiste de los recepcionistas de los principales hoteles de Nueva York. Cuando un hombre de negocios iba a registrarse le preguntaban: "¿Quiere usted la habitación para pasar la noche o para tirarse por la ventana? En el segundo caso, le rogamos que pague por adelantado". En 2008 no hay constancia de que haya aumentado la tasa de suicidios entre los brokers financieros. No es de extrañar. Pese a haber causado la ruina a los accionistas de sus firmas, se han embolsado indemnizaciones multimillonarias. Como dice una viñeta cómica que circula por Internet, "en el 29 los banqueros se tiraban por la ventana y ahora tiran la casa por la ventana".

Muchos más motivos de preocupación que los banqueros tienen ahora sus clientes. Temen por su dinero. La quiebra de Lehman Brothers en septiembre pasado disparó todas las alarmas al dejar a miles de clientes sin su inversión, entre ellos alrededor de 5.000 españoles que siguen pugnando por recuperar 3.000 millones de euros.

"No puede haber otro Lehman", clamaron los banqueros, asustados. Y los Gobiernos corrieron al rescate con un cheque en blanco firmado, claro está, por el sufrido contribuyente. Los fondos inyectados a los bancos tratan de evitar precisamente lo ocurrido en la Gran Depresión, cuando 3.000 bancos suspendieron pagos y los ahorradores vieron esfumarse 140.000 millones de dólares.

Desde las tribunas oficiales dicen que, gracias a los planes de rescate que no hubo entonces, esa situación no se repetirá, y que el sistema financiero se estabilizará en 2009 o a lo sumo en 2010. Por el momento, un total de 17 entidades bancarias estadounidenses han quebrado. A excepción de Lehman, las más grandes se han librado de la bancarrota gracias al dinero público (Bear Stearns, Northern Rock, Fannie Mae, Freddie Mac, Alliance & Leicester, Merrill Lynch, AIG, HBOS, Washington Mutual, Fortis, Dexia, Bradford & Bingley, Hypo Real Estate, Wachovia). Pero ¿cuál es el límite de las arcas de los Estados para tapar el agujero financiero? Sólo los planes de rescate anunciados hasta ahora van a movilizar más de tres billones de euros y, como dice, Merrill Lynch en su último informe, lo malo de estas intervenciones es que tienden a expandirse por la petición de otros sectores, como el del automóvil, y nunca se sabe dónde está el final.

Pese a ello, la práctica totalidad de la clase política, economistas y opinólogos han adoptado el dogma de que esos planes son infalibles y que el sistema financiero está a salvo. Sus pronósticos no son muy fiables. Al comienzo de la crisis, en el verano de 2007, los mismos actores afirmaron que la inyección de miles de millones desde los bancos centrales y la Reserva Federal contendría el derrumbe del sistema financiero. Y la crisis se agravó. Luego probaron con el recorte de tipos de interés, y tampoco funcionó. ¿Por qué confiar ahora en la efectividad de los planes puestos en marcha por los mismos que erraron antes?

Algunos mercados ya han dado su respuesta empezando a dar la espalda a los planes políticos. Lo demostraron tras el anuncio del Plan Paulson y lo volvieron a demostrar tras la cumbre financiera de Washington celebrada el 15 de noviembre y llamada a apuntalar el sistema. Wall Street ha vuelto a desplomarse, siendo los bancos los valores más castigados.

En España, la solvencia de la banca se ha convertido en un auto de fe, incontrovertible. La banca nacional es la más sólida del mundo porque no está expuesta a los riesgos de las hipotecas subprime de EE UU y ha sido sometida a la estricta supervisión en materia de riesgos del Banco de España.

Pero bancos y cajas esconden bajo la alfombra sus propias hipotecas basura. Cada hogar español tiene que destinar el 48,7% de su renta (el 37% si pueden acogerse a deducciones fiscales) para pagar la hipoteca, un ratio muy superior al que, por ejemplo, tienen que afrontar los estadounidenses para pagar sus famosas subprime. No hay que trabajar en el Instituto Nacional de Estadística para comprender que entre los más de ocho millones de hipotecas concedidas en los últimos cinco años, miles de ellas fueron firmadas por mileuristas, inmigrantes o parejas con empleos poco estables que ahora están engrosando las listas del Inem a velocidad vertiginosa y no podrán hacer frente a los pagos. No pueden poner sus casas en venta porque se han depreciado y porque los que podrían comprarlas esperarán a que bajen más para hacerlo.

Los que suscribieron hipotecas crecientes, un producto muy de moda hace tres años, con las primeras cuotas muy bajas, para dar facilidades a parejas jóvenes e inmigrantes lo tienen aún peor. Las cuotas han crecido ya más del 50% y se han convertido en una trampa mortal. Se estima que unas 180. Los desahucios ya han comenzado a gotear. Un informe del Consejo General de Poder Judicial alerta de que las ejecuciones hipotecarias se han duplicado en el primer trimestre. Es sólo cuestión de tiempo que aumenten los sonajeros, como se conoce en la jerga bancaria a aquellos clientes que llegan a la sucursal agitando las llaves del piso o del coche y dicen: "Quédatelo, no puedo pagarlo".

Las familias deben un billón de euros en hipotecas y la morosidad se ha triplicado en un año hasta el 2,5%. Un informe de ING señala que a partir del 15% de morosos, el sistema se derrumbaría. El presidente de Caixa Catalunya, Narcís Serra, no descarta que se llegue al 9% en esta crisis. Nadie puede decir dónde llegará.

A la deuda de las familias, la banca española une el riesgo de los 400.000 millones que le adeudan inmobiliarias y constructoras, de forma que más del 60% de los préstamos que tienen concedidos los bancos están relacionados con el ladrillo. Y si el riesgo es tanto, hasta el punto de que el Estado les ha ofrecido 150.000 millones de euros en fondos y avales, ¿por qué los bancos españoles son los únicos que siguen presumiendo de beneficios y repartiendo dividendos?

Seguramente la primera razón es que están muy bien gestionados, como coinciden sus directivos, el Gobierno y hasta la oposición. Aunque también, en algunos casos, haya causas menos loables, como que den por buenos en sus balances muchos créditos que no lo sean tanto. Así sucede con las deudas que tienen contraídas las inmobiliarias, y que son renegociadas a medida que se cumplen los vencimientos al no poder afrontar los pagos. Es el caso de Metrovacesa (8.000 millones), Reyal Urbis (4.700 millones), Colonial (8.900 millones) o Sacyr Vallehermoso (18.500 millones), entre otras muchas. Si los bancos exigieran el pago en los plazos convenidos, abocarían a una cadena de suspensiones de pagos (actual concurso de acreedores) y, como ocurrió con Martinsa-Fadesa, no tendrían más remedio que provisionar las pérdidas en sus balances, que perderían ipso facto su brillo fulgurante.

Wolfgang Münchau, principal columnista de Financial Times, escribía el pasado 20 de julio: "El colapso de Martinsa-Fadesa ha sido un recordatorio, si es que alguien lo necesitaba, del masivo crash inmobiliario español que se avecina. El desastre financiero y económico es casi inevitable. No se dejen engañar por el hecho de que los bancos españoles no tengan posiciones en las subprime norteamericanas. Estar expuesto a las hipotecas españolas es probablemente peor". Así que tal vez los bancos y cajas españoles no sean tan seguros ni inmunes a la bancarrota.

Los problemas de los bancos no suelen formar parte de las tertulias de café o de vecindario. Salvo que los tertulianos teman por la seguridad de sus depósitos. Hasta diciembre de 2001, Argentina era conocida por el tango y por Maradona. El 1 de diciembre de ese año, el ministro de Economía, Domingo Cavallo, anunció un paquete de medidas que incluía la prohibición a los ciudadanos de sacar de las cuentas más de 250 pesos cada semana para evitar así la masiva fuga de depósitos. A la medida se le llamó corralito, y ha quedado como definición universal del bloqueo de los ahorros. Largas colas frente a las sucursales, saqueo de cajeros, caída del comercio en un 50%, impago de los sueldos de los funcionarios y un paro brutal fueron las consecuencias visibles del corralito. La más sustancial fue la desaparición del grueso de la clase media, que nunca volvió.

La sombra del corralito planea ahora sobre Europa. El lunes 17 de septiembre de 2007, miles de clientes de Northern Rock, un banco inglés especializado en hipotecas, hacían cola para sacar su dinero. El banco finalmente no pudo afrontar las retiradas, y el Gobierno decidió nacionalizarlo en febrero de este año. En EE UU se intervino el Washington Mutual en septiembre. El banco se había quedado sin liquidez. En diez días, sus atemorizados clientes retiraron 16.700 millones de dólares.

Para calmar ese pánico, en octubre pasado todos los Gobiernos decidieron aumentar la garantía sobre los depósitos. Incluso así, ¿están realmente seguros los ahorros? La respuesta es que sí, pero si los planes de rescate fallan (aunque sean infalibles) y alguna gran entidad de crédito quiebra, no lo están tanto. El volumen de depósitos es tal que ningún Estado tendría capacidad para atender a una retirada masiva de efectivo. Sólo para hacerse una idea, el banco holandés ING (que goza de la mayor solvencia crediticia) tiene depósitos por 614.000 millones, equivalentes a más de lo que produce la economía holandesa en un año. Si se desatase el pánico y la gente acudiese masivamente a la ventanilla de su banco para sacar los ahorros, sólo queda el camino de la nacionalización, de la que ya hay un reguero de casos (AIG, Mutual, Northern, BPN...), o del corralito. Eso es así por definición en la banca, incluso en los momentos más boyantes, de ahí que garantizar los depósitos es la mejor forma de que no haya ese pánico.

La peor cara de la crisis es el paro masivo. Y ha llegado para quedarse pese a los planes de inversión pública. "Suponga que usted debe emplear un trabajador, y que sólo un hombre desea el empleo. Debe pagarle lo que pida. Pero suponga que hay cien hombres, y esos cien quieren ese empleo. Suponga que tienen hijos y que esos hijos tienen hambre. Suponga que una moneda de diez céntimos compra al menos una papilla para esos hijos. Ofrézcales solamente diez céntimos y se matarán unos a otros por conseguir el puesto". La cita es de Las uvas de la ira, el libro de John Steinbeck que describe las penurias de los Joad, una familia de granjeros a los que la Gran Depresión los dejó sin tierra, sin casa y en busca de trabajo. Lo más revelador de la cita es que se escribió en 1939, 10 años después del crash, cuando la tasa de desempleo era aún del 15%. No fueron las obras públicas impulsadas por el new deal del presidente Roosevelt las que hicieron desaparecer el desempleo, sino la II Guerra Mundial, que movilizó a 12 millones de jóvenes. Los Gobiernos apuntan ahora a la misma solución mágica con renovados new deal: inversión y ayudas públicas para paliar la ralentización en la actividad privada. Pero sin una guerra mundial en ciernes, el paro no cederá. Los puestos que se destruyen ahora a toda velocidad pueden tardar mucho en recuperarse, incluso una década.

De ese marasmo laboral nadie está libre, ni los funcionarios. En Argentina, miles de docentes, médicos y empleados de las administraciones de provincias vieron retrasado el pago de sus nóminas. Aquí, los ayuntamientos y las autonomías ya comienzan a sufrir esa asfixia financiera. Los profesores universitarios de Valencia y Madrid ya han denunciado que sus nóminas están en peligro. Las entidades locales se han vuelto las primeras morosas. Las contratas de limpieza, seguridad y otras tardan más de ocho meses en cobrar. Ayuntamientos como el de Madrid han suspendido las obras públicas. En las crisis, los funcionarios están a resguardo. Nadie está seguro en una depresión.

España será uno de los países que lo pasarán peor. La OCDE pronosticó esta semana un retroceso de la economía del 0,9% y un 14% de paro para 2009. En el FMI son aún más catastrofistas. Al sector de la construcción, dado ya por muerto, está a punto de unírsele el del automóvil, que ha activado el eyector laboral con la regulación de 10.000 empleados, y hay quien teme que aprovechen la crisis para desmontar la tienda e irse para siempre.

Tampoco es éste un análisis alarmista. Basta mirar la página web oficial de General Motors. En un vídeo titulado GM lo cuenta tal como es, la compañía apunta un panorama apocalíptico si el Gobierno estadounidense no accede a aprobar un rescate para la industria automovilística, en el que más de tres millones de personas perderían su puesto de trabajo, y otras tantas, el seguro médico y hasta la pensión.

Puede que el enfoque de este artículo yerre. Puede que los planes de rescate funcionen, que la economía se recupere y que se creen millones de puestos de trabajo. Y que estemos, por tanto, ante un simple ejercicio de economía ficción, un género que cuenta con muchos adeptos, a juzgar por algunas afirmaciones. "La crisis de las hipotecas de EE UU no va a afectar de forma importante a la economía española" (José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno, 22 de agosto de 2007). "En pocos años, entre el 2010 y el 2012 vamos a conseguir en España el pleno empleo" (Jesús Caldera, ministro de Trabajo, 16 de julio de 2007).

Pero si finalmente ocurre lo peor, quedémonos con el consejo de Groucho Marx, al poco de arruinarse en el crash del 29: "Creo que el único motivo por el que seguí viviendo fue el convencimiento consolador de que todos mis amigos estaban en la misma situación. Incluso la desdicha financiera, al igual que la de cualquier otra especie, prefiere la compañía". -

El límite de la ayuda pública

Todo lo mortal se arregla con dinero, reza el dicho popular. Los Gobiernos han reformulado el aserto para convertirlo en todo se arregla con deuda pública: ayudas a los bancos, al automóvil, a las pymes, a las familias que no pueden pagar la hipoteca, a los parados.

El último informe de Merrill Lynch del pasado 12 de noviembre se hace la siguiente pregunta irónica: "¿Por qué todos los Gobiernos no se limitan sin más a enviar un cheque de un millón de dólares a cada uno de sus ciudadanos para protegerles de la crisis financiera global?". El informe responde a la pregunta asegurando que en 2009 los Gobiernos comenzarán a darse cuenta de que el endeudamiento público tiene un límite cuando empiecen a dispararse los tipos de la deuda o se desplome la divisa, por ejemplo.

La firma de inversión indica que sólo el coste de tapar el agujero financiero supondrá una media del 13% del Producto Interior Bruto de los países. El documento alerta de que la carrera de expansión fiscal a la que se han lanzado los Estados para hacer frente al colapso financiero traslada inevitablemente el riesgo del ámbito privado al público. "Después de todo, en una economía el riesgo sólo puede ser transferido, no eliminado". Es decir, que ya no serán los bancos los que estén en peligro de quiebra, sino los propios Estados.

En España, la ampliación de capital del Banco Santander por 7.000 millones, recibida con un desplome de más del 30% en su cotización desde su anuncio, puede ser el toque de queda para el resto de entidades bancarias, que, ante la desconfianza de los inversores, hasta podrían plantearse acudir a los planes del Estado para su recapitalización que hacerlo por sus propios medios.

Los riesgos de dejar en manos del Estado la financiación del sistema son muchos. El primero del que alerta el informe es la incursión en déficit públicos desmesurados: en 2009, el de EE UU llegará al 7%, y el de la eurozona, al 4% (España puede alcanzar el 4,2%), haciendo añicos el compromiso del Tratado de Maastricht de mantener el déficit por debajo del 3%. Los Estados tendrán que pelear con las entidades privadas para colocar sus emisiones de deuda y se producirá el tan temido efecto expulsión (crowding out): cuanto más capital se requiera desde el ámbito público, de menos capital dispondrán las empresas para su funcionamiento.

Para acabar de rizar el rizo, comienza a asomar el fantasma de la deflación, la caída continuada de los precios por la falta de demanda y retroceso del consumo. Cuando una economía entra en el bucle de la deflación, nunca se sabe cuándo va a salir. Japón, con tipos de interés cero, estuvo en esa fase durante toda la década de los noventa. Y aún no se ha recuperado.

Tanto Merrill Lynch como UBS (informe del 13 de noviembre) cuestionan que el sistema monetario europeo vaya a permanecer intacto. En anteriores crisis, países como España recurrían a la devaluación de moneda para ganar competitividad. Como esa medida es imposible con el euro, no queda más remedio que emitir deuda. Pero las necesidades son muy diferentes según se trate de países como Alemania, Francia o España. Así que, en caso de un endeudamiento excesivo de algún país, sería necesario que el conjunto de la UE saliera al rescate o garantizara la deuda nacional de los Estados con más dificultades. Una medida que pondría a prueba toda la UE.

La otra alternativa sería expulsar de la Unión Monetaria a los países. Según UBS, el remedio sería mucho peor que la enfermedad. Los Estados que se salieran del euro y devaluaran su moneda provocarían el proteccionismo con una imposición de aranceles para compensar esa devaluación. Las economías fuera del euro se desplomarían, se producirían desórdenes sociales y países como Bélgica o España podrían ver cómo se agravan las amenazas separatistas.

Publicado en El País el 23/11/2008

No hay comentarios: