viernes, 28 de noviembre de 2008
Seis tesis sobre el español en Estados Unidos
Por EDUARDO LAGO
La publicación de la Enciclopedia del español en Estados Unidos, proyecto conjunto del Instituto Cervantes y la editorial Santillana, ha despertado asombro por lo apabullante de las cifras que dan cuenta de la fuerza de nuestro idioma en aquel país, aunque no han faltado quienes se han mostrado escépticos a la hora de valorar lo que realmente puedan significar los datos aportados. Más de uno ha señalado que la Enciclopedia peca de triunfalismo; que por depender directamente de la inmigración, el español hablado en Norteamérica es una lengua carente de prestigio cultural; que la fuerza del español en Estados Unidos es efímera, siendo una lengua condenada a desaparecer no bien los hijos de los recién llegados se escolaricen y abracen el idioma y la cultura dominantes. Para quienes ven las cosas de este modo las manifestaciones culturales que tienen como vehículo de expresión el español (periódicos, emisoras de radio y televisión) se caracterizan por moverse dentro de unos parámetros de calidad ínfimos. En las líneas que siguen esbozaré de manera sucinta seis tesis cuya formulación tiene por fin contextualizar la situación que vive hoy el español en Estados Unidos.
1. Lengua materna a la vez que extranjera. Como pone de relieve la topografía, con nombres tan resonantemente hispánicos como Florida, San Francisco, Los Ángeles, Colorado o Nevada, en Estados Unidos el español no ha sido nunca una lengua extranjera. Tras la cesión de más de la mitad del territorio mexicano cuando tuvo lugar la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848, un número ingente de hispanohablantes pasaron a ser estadounidenses de la noche a la mañana. El siglo y medio largo transcurrido desde entonces ha estado marcado por una sucesión de flujos migratorios que han reforzado de manera ininterrumpida la condición de lengua materna que tiene en aquel país el español. Esta circunstancia es la razón directa de la imperiosa necesidad que tienen los norteamericanos de estudiar nuestro idioma. Con gran diferencia sobre todas las demás, el español es la lengua extranjera con mayor demanda. Por otra parte, la fuerza de la inmigración hispana es la causante de un hecho que no se da en ningún otro país del mundo. En Estados Unidos el español goza de un estatus doble: es, a la vez que un idioma materno, una lengua extranjera. Esta insólita circunstancia es uno de los rasgos que singularizan a Estados Unidos como país hispanohablante. Hay otros, como se verá.
2. País bilingüe y bicultural. En torno al año 2050, los hispanos constituirán la cuarta parte de la población estadounidense, lo cual equivale a decir que, en la proporción que refleja este dato, el país está destinado a convertirse en una sociedad bilingüe y bicultural. Esta tendencia viene subrayada por un giro que ha empezado a experimentar recientemente la inmigración hispanohablante, que de estar circunscrita a enclaves perfectamente localizados, en su mayoría urbanos, ha pasado a repartirse por la totalidad del territorio nacional, incluidas amplias áreas rurales. En una zona tan remota como el Estado de Washington, en la costa del Pacífico, al extremo noroccidental de la frontera con Canadá, la población hispana, no hace mucho inexistente, ronda ya el 10%. Esta dispersión demográfica conlleva una expansión sin precedentes del español y de las culturas de que es vehículo, fenómeno que está transformando de manera dramática el mapa estadounidense, confiriéndole un rostro cada vez más latino.
3. La segunda 'latinitas'. En mi opinión, en Estados Unidos se está fraguando hoy una latinitas de signo opuesto a la primera, cuando el latín se disgregó dando lugar al nacimiento de las diversas lenguas romance. Al converger en territorio estadounidense, las distintas identidades latinoamericanas tienden a acortar distancias entre sí, produciéndose un tropismo de signo transnacional que hace que, trascendiendo su origen y sin renunciar a él, mexicanos, puertorriqueños, dominicanos, salvadoreños, colombianos y otros, se sientan hispanos de los Estados Unidos o, si se quiere ser políticamente correcto, latinos (vocablo despojado de connotaciones colonialistas). El término ha pasado a ser la seña de identidad de una latinidad que aglutina en sí a un gran número de comunidades. Este fenómeno de aglutinamiento cultural tiene su correlato en el plano lingüístico, como se verá.
4. Desplazamientos del centro de gravedad. La lengua española adquirió la plenitud de su ser cuando se trasladó al otro lado del Atlántico y se hizo americana. Tras el nacimiento de las nuevas repúblicas hispanoamericanas, el español se convirtió en la lengua común de una veintena de países. Con el advenimiento del modernismo, al desplazamiento del centro de gravedad lingüístico se sumó el literario, con Rubén Darío desempeñando el papel de piloto del idioma. El fenómeno alcanzó el clímax en los años sesenta del siglo pasado, con el surgimiento de la extraordinaria generación de narradores conocida como el boom latinoamericano. Según las estadísticas, en algún momento del siglo XXI, Estados Unidos será el país con mayor número de hispanohablantes. En mi opinión, ello comportará el desplazamiento del centro de gravedad hacia Norteamérica, no sólo de la lengua, sino también de una cultura de signo pan-hispánico. El fenómeno de hecho ha comenzado y con el tiempo Estados Unidos no hará sino afianzarse como un potente productor de cultura latina, con la singularidad de que lo hará en inglés y en español.
5. El español como territorio de afirmación y resistencia. El fenómeno más revelador en torno a la relación que mantienen entre sí las culturas hispánica y anglosajona en Estados Unidos es el cambio de actitud por parte de los latinos hacia la lengua y la cultura dominantes, algo cada vez más patente. Antes había urgencia por asimilarse, lo cual implicaba dejar atrás, junto a la cultura, la lengua de que ésta era vehículo. Hoy día, aunque a nadie se le pasa por la cabeza el despropósito que supondría dejar de lado el inglés, se observa entre los latinos, sobre todo en los que tienen acceso a la educación superior, un claro orgullo por la cultura originaria, y un afán por preservar el uso del español, que se desea mantener vivo, especialmente en las siguientes generaciones. De manera inequívoca, el español se ha convertido en un territorio de afirmación y resistencia que busca preservar la vinculación con la cultura latinoamericana.
6. Cristalización de una nueva lengua: el español de Estados Unidos. En último lugar postulo que de manera semejante a como se está forjando una identidad latina, resultante de un proceso de aglutinación cultural, en Estados Unidos se está forjando una nueva variedad lingüística, resultante del amalgamamiento de las distintas hablas nacionales que se dan cita en aquel país. El proceso será largo y nosotros no veremos su cristalización, pero la necesidad de dar con una modalidad de español con la que se sientan cómodos todos los hispanohablantes es ya patente. Un buen ejemplo son las emisiones de CNN en español, en las que se recurre a un habla despojada de marcas de identidad regionales. Otro tanto ocurre con el lenguaje de la prensa escrita o en el de las traducciones literarias al español publicadas por las editoriales estadounidenses.
Y a modo de conclusión, aunque es cierto que la batalla de la calidad está aún lejos de ganarse, son muchos los síntomas que permiten constatar que nos encontramos en un proceso en el que el español está adquiriendo cada vez más prestigio cultural. La población hispanohablante no hace sino aumentar y los miembros de las comunidades latinas tienen cada vez más acceso a la educación y menos prisa por desprenderse de las señas de identidad cultural de los países que dejan atrás. Nos encontramos en los umbrales de un proceso histórico que en el plazo de unas décadas convertirá a Estados Unidos en el centro de gravedad del mundo hispánico. Como parte de ese proceso, el español, un español con un nuevo rostro, está llamado a desempeñar un papel crucial.
Eduardo Lago es escritor y director del Instituto Cervantes de Nueva York.
Publicado en El País, el 28/11/2008
lunes, 24 de noviembre de 2008
Los ateos se hacen fuertes
Los no creyentes se organizan para frenar la beligerancia de las religiones y su poder en el Estado - Sus campañas publicitarias reciben generosas donaciones y aumenta la demanda de apostasía
REPORTAJE EL PAIS ABEL GRAU 24/11/2008
"Probablemente no hay dios, así que deja de preocuparte y disfruta de la vida". Este eslogan lucirá en los autobuses de Londres a mediados de enero. Se trata de la primera campaña ateísta en Reino Unido financiada con donaciones de contribuyentes anónimos. Y ha sido un éxito. Preveían recaudar 5.500 libras (6.500 euros) y en tan sólo dos días reunieron 10 veces más. No es algo aislado. Esta semana se ha puesto en marcha una iniciativa similar en Washington. Los ensayos que arremeten contra la religión se convierten en superventas y, en España, aumentan las solicitudes de apostasía. Parece que la hora de los no creyentes ha llegado. ¿Está el ateísmo tomando una nueva conciencia más activa en la sociedad?
No es fácil confesar que uno es ateo, es decir, que niega la existencia de Dios, según señala el biólogo Richard Dawkins, conocido como el rottweiler de Darwin por su férrea defensa de la teoría evolucionista. "La situación de los ateos hoy en día en América es comparable a la de los homosexuales 50 años atrás", escribe Dawkins en el ensayo El espejismo de Dios (Espasa Calpe), que ha vendido 1,5 millones de ejemplares. "Los ateos son mucho más numerosos, sobre todo entre la élite educada, de lo que muchos creen", prosigue. El problema es que, a diferencia de otros grupos religiosos, no están organizados. "Un buen primer paso podría ser generar una masa crítica con aquellos que desean salir a la luz y así animar a otros a hacer lo mismo. Pueden hacer mucho ruido".
Ruido considerable es el que ha conseguido la citada campaña del autobús ateísta británico. La gestiona la British Humanist Association -una organización que promueve acabar con la privilegiada posición de la religión en la ley, la educación y los medios de comunicación- a través de la web www.justgiving.com/atheistbus. Su patrocinador más ilustre es el propio Dawkins. Iniciada el 21 de octubre, se propuso recaudar 5.500 libras (6.500 euros, el coste de un mes de los anuncios en 30 autobuses) y sólo necesitó dos horas para conseguirlos. En dos días, ya tenían 58.900. La cuenta ya va por 143.200 euros.
"Los donantes sienten que no tienen voz, que el Gobierno y la sociedad presta demasiada atención a la religión y a sus líderes, mientras que a los que no son religiosos se les ignora", señala desde la capital británica Hanne Stinson, directora de la British Humanist Association. Al otro lado del Atlántico, la American Humanist Association ya ha organizado una campaña similar para los autobuses de Washington con el lema ¿Por qué creer en un dios? Sé bueno por la propia bondad. Se puso en marcha la semana pasada con una previsión de 200 autobuses (www.whybelieveinagod.org). En España, la Unión de Ateos y Librepensadores estudia unirse a la campaña."Aunque las condiciones en España no son las mismas que en el mundo anglosajón, donde las alternativas de ateos y agnósticos son mucho mas respetadas, y su prestigio social es consecuencia de su permanente presencia en el mundo de las ideas", señala la asociación en su web, ateos.org.
Este nuevo ateísmo también ha irrumpido en las librerías. Una ilustre alineación de científicos e intelectuales ha emprendido la batalla dialéctica a gran escala contra la religión. Sus ensayos se han convertido en superventas. En El espejismo de Dios (10.000 ejemplares vendidos en España), Dawkins expone su hipótesis de que Dios no existe, sostiene que no necesitamos la religión para ser morales y que podemos explicar las raíces de la religión y la moralidad en términos no religiosos. El ensayista Christopher Hitchens argumenta en Dios no es bueno (Debate) que la religión da una explicación errónea del origen del ser humano y del cosmos, que causa una peligrosa represión sexual y que se basa en ilusiones. Ha vendido cerca de 150.000 ejemplares en Reino Unido y 12.000 en España. En EE UU, el filósofo Sam Harris, autor de The end of faith (W.W. Norton) pone de vuelta y media a las grandes confesiones: el judaísmo, el cristianismo y el islam. Las tacha de locuras socialmente aprobadas, cuyos credos son irracionales, arcaicos y mutuamente incompatibles (200.000 vendidos).
En Italia, el matemático Piergiorgio Odifreddi ha escrito ¿Por qué no podemos ser cristianos? (RBA), que ha colocado 200.000 ejemplares en su país. En Francia, Michel Onfray se situó en 2005 entre los más vendidos con Tratado de Ateología (Anagrama), un alegato a favor del pensamiento hedonista y contra la religión. Vendió 209.700 ejemplares. Las cifras parecen indicar que aumenta el interés por la crítica a las religiones. Odifreddi, aun así, es cauto: "Hay una buena parte de la población que valora la razón y la ciencia, pero es una minoría sin mucho acceso a los medios de comunicación".
La razón de este nuevo movimiento está, irónicamente, en los propios fundamentalistas religiosos, según sostienen varios especialistas. "La beligerancia de las religiones lleva a la gente a tocar a rebato", explica el teólogo de la Universidad Carlos III Juan José Tamayo. "Las religiones han despertado de un modo social y culturalmente agresivo, porque reclaman una presencia en el espacio público; quieren intervenir en la vida privada y tener un peso político. En definitiva, quieren que los Estados sean confesionales". Una idea con la que coincide el filósofo Reyes Mate, profesor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC): "La crítica a la religión resurge cada vez que la religión se quiere convertir en principio moral de la democracia".
Cuando se habla de integrismo se suele pensar en los países musulmanes, pero también se encuentra en el corazón de Occidente. "Pienso en Estados Unidos", sigue el teólogo Tamayo. "En la campaña electoral de 2004, entre John Kerry y George W. Bush, la politización de la religión fue notable: los dos candidatos recordaban constantemente que creían en Dios". Es el caso, por ejemplo, de las escuelas de algunas zonas de Estados Unidos que quieren introducir en las aulas la enseñanza del creacionismo y del diseño inteligente (que equivale a la interpretación literal de la Biblia). Los líderes religiosos occidentales, como el papa Benedicto XVI, o los grupos evangélicos en EE UU, pretenden influir en la política porque "consideran que necesita una legitimación religiosa", señala Tamayo. Además exigen "que la ética se fundamente en un ser trascendente, ya que no reconocen a los políticos como guías morales", e imponen que los textos sagrados, que son míticos y simbólicos, sean considerados como histórica y científicamente válidos.
Esa intervención de la religión en la vida privada es la que pidió el cardenal Antonio María Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal Española, en octubre en el sínodo de los obispos de Roma. Criticó el laicismo, es decir, que las personas, la sociedad y, sobre todo, el Estado, sean independientes de cualquier organización o confesión religiosa. Lo dejó claro: "El Estado moderno, en su versión laicista radical, desembocó en el siglo XX en las formas totalitarias del comunismo soviético y del nacional-socialismo". Por eso llama a que la Iglesia participe en la vida privada e incluso en los debates legislativos.
Muchos ciudadanos en España han reaccionado. Las solicitudes de apostasía en los seis primeros meses de 2008 han sido 529, lo que supera a las de todo 2007 (287) y a las de 2006 (47), según la Agencia Española de Protección de Datos. El Ayuntamiento de Rivas, en Madrid, abrió en marzo una oficina para facilitar los trámites de apostasía. En menos de un mes recibió más de 1.100 consultas de toda España. Entre los principales motivos: la reelección de Rouco como presidente de la Conferencia Episcopal. Y no son sólo las apostasías. La práctica religiosa también desciende. Si en 1998 los españoles que se consideraban católicos eran el 83,5%, 10 años después son el 78%, según el barómetro de enero de 2008 del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
Las cifras, sin embargo, podrían quedarse cortas. "Ese 78% que dice que es católico, lo es por el bautismo y otros símbolos introducidos en la infancia", señala el teólogo Tamayo. "Esa educación puede que continúe o que se interrumpa y dé lugar a la apostasía o a la indiferencia, que es el fenómeno mayoritario", añade. Los datos se elevan entre los jóvenes. El 46% de los chicos entre 15 y 24 años se consideran agnósticos, ateos o indiferentes, según un informe de la Fundación Santamaría de 2005 (en 1994, eran el 22%). El 39% se define como católico no practicante y tan sólo el 10%, como católico practicante. Las razones del descenso: la "impopular" postura de la Iglesia "en temas como la ley que regula el matrimonio homosexual, el aborto o la sexualidad", según uno de los autores del informe, el sociólogo Juan González-Anleo.
Este nuevo ateísmo lucha contra la religión en la arena dialéctica. "Esa hostilidad que yo y otros ateos expresamos ocasionalmente contra la religión está limitada a las palabras. No voy a poner una bomba a nadie, ni a decapitarlo, ni a lapidarlo, ni a quemarlo en la hoguera ni a crucificarlo ni a estrellar aviones contra sus rascacielos", escribe Dawkins. De hecho, el propio lema del bus ateísta británico se aleja del dogmatismo. El probablemente reconoce que igual que no hay pruebas de la existencia de Dios, tampoco las hay de lo contrario. "No es necesario mantener una relación hosca con la religión", considera el filósofo Jesús Mosterín, miembro del CSIC. "Se puede conservar sin creérsela pero con curiosidad y simpatía, como una tradición folclórica más". Eso sí, aunque dialéctica, es una batalla sin cuartel.
La crítica a la religión es antigua pero, sobre todo desde el siglo XIX, cuenta con una aliada crucial: la ciencia. Así lo ha expuesto el premio Nobel de física estadounidense Steven Weinberg en The New York Review of Books: "Creo que entre la ciencia y la religión existe, si no una incompatibilidad, por lo menos lo que la filósofa Susan Haack ha llamado una tensión, que gradualmente ha ido debilitando la creencia religiosa, especialmente en Occidente, donde la ciencia ha avanzado más". La ciencia, enumera el Nobel, explica mejor el funcionamiento del mundo que la religión y refuta el papel del hombre como protagonista de la creación. Otro de los físicos más prestigiosos del mundo, Stephen Hawking, lo suscribe: Las leyes por las que se rige el universo "no dejan mucho espacio para milagros ni para Dios".
Ciencia y religión no pueden convivir en paz, añade el matemático Odifreddi. "La ciencia acepta verdades basadas en confirmaciones empíricas y deducciones matemáticas y lógicas. La religión, al menos la católica, se refiere a un libro de hace 2.000 años y a pronunciamientos dogmáticos de concilios y del Papa. Es difícil imaginar métodos más opuestos".
Pero ¿podemos vivir sin Dios? La respuesta de los científicos, filósofos y teólogos no es unánime. El Nobel Weinberg confiesa que no es fácil no creer, pero está convencido de que la creencia declina inevitablemente en Occidente. Y añade que aunque las prácticas religiosas se mantengan durante siglos, no está tan seguro de que la creencia perviva. "Hay que distinguir la religión, que es construcción social, de la experiencia religiosa, que es personal", matiza Tamayo. "Las iglesias son instituciones, con un atractivo político y social, que incluso hoy pocas veces implican creencias profundas", añade Odifreddi, "por lo que pueden sobrevivir aunque la fe languidezca". "En el futuro seguiremos creyendo, porque lo llevamos de fábrica", argumenta el físico Jorge Wagensberg. "La psicología del desarrollo, la antropología cognitiva y la neurociencia señalan que evolutivamente estamos programados para creer".
Otros están convencidos de que la ciencia es la respuesta. "¡Todos creemos en algo!", concede el matemático Odifreddi. "La cuestión es qué debemos creer; yo creo que la ciencia puede ofrecer incluso una concepción espiritual del mundo, al mostrar cómo tras el aparente caos del cosmos descansa un orden profundo". Su conclusión es clara: "La ciencia es hoy la religión verdadera, mientras que la vieja religión es sólo superstición. Así que si alguien quiere creer en algo, puede creer en la ciencia y su manera de ver el mundo".
Los mandamientos de Dawkins
En 'El espejismo de Dios', el biólogo Richard Dawkins presenta una lista de principios morales laicos válidos universalmente. La elaboró a partir de una lista encontrada al azar en Internet, para demostrar que son unos valores comunes que no necesitan legitimación religiosa. Estos son algunos.
- No hagas a otros lo que no quieras que te hagan.
- No pases por alto la maldad ni te acobardes al administrar justicia, pero disponte siempre a perdonar el mal hecho si media el arrepentimiento.
- Prueba todas las cosas: revisa tus ideas frente a los hechos y prepárate para descartar incluso las creencias más arraigadas.
- Respeta el derecho de los demás a estar en desacuerdo contigo.
- Fórmate opiniones independientes basadas en tu razón y en tu experiencia: no permitas ser manejado.
- Cuestiónalo todo.
- Disfruta de tu vida sexual (en tanto no hagas daño a nadie) y deja a los demás que disfruten de la suya.
- No adoctrines a tus hijos. Enséñales cómo pensar por sí mismos y cómo estar en desacuerdo contigo.
¡Cerremos el casino financiero!
El Capitalismo Financiero se está cayendo a pedazos y estamos ante una crisis muy grave, con enormes consecuencias para el mundo. La fuerza de esta crisis es tan enorme que ha cogido por sorpresa a los responsables políticos, banqueros, intermediarios y economistas que, deslumbrados por los beneficios, no han querido ver el monstruo que estaban creando. Esta complacencia y su obsesión por la ganancia inmediata les ha hecho estar tan poco preparados para hacer frente a la crisis que, día tras día, están abrumados por cada nueva quiebra de un banco y por los desplomes masivos de las Bolsas de Valores.
Nuestros dirigentes están mostrando una escandalosa incompetencia para resolver la crisis porque se siguen aferrando al marco neoliberal, marco que ha demostrado ser tan devastador como inhumano. A diferencia de ellos, en ATTAC nos hemos estado preparando para esta situación durante 10 años y sobre la base de nuestros conocimientos sabemos que necesitamos acciones sistémicas para hacer frente a una crisis sistémica.
En estos momentos no se necesita una ligera regulación, como quieren algunos políticos hacernos pensar. Estamos siendo testigos de la mayor crisis financiera en la historia, lo que puede llevarnos a una gran depresión como la del período de entreguerras en la década de 1930, con un desempleo masivo y el aumento de las tensiones entre los Estados-nación por el control de las materias primas y los bienes de primera necesidad. En esta situación de emergencia, ATTAC, que reúne a académicos, economistas, sociólogos, periodistas, profesionales, trabajadores y activistas de toda Europa, propone las siguientes acciones para mitigar los efectos de la crisis y salir fortalecida de ella.
1. Cooperación internacional:
Esta crisis es una crisis global, por lo tanto, ningún Estado, ni siquiera los EE.UU., puede resolverla por sí solo. Los dirigentes del mundo deben sentarse juntos y diseñar una nueva arquitectura financiera y económica sobre la base de políticas democráticas que controlen los mercados financieros. La política tiene que estar de nuevo por encima de la economía y no al revés.
2. Mitigar los efectos de la crisis de acuerdo con el principio "el especulador paga":
Cuando los mercados financieros estaban en auge, los especuladores hicieron enormes beneficios. Ahora que los mercados se han estrellado, los encargados de formular políticas quieren repartir las pérdidas entre todos los contribuyentes con la esperanza de mantener el sistema vivo. Esto es inaceptable. En lugar de ello, nos proponemos crear en cada país un fondo de crisis alimentado por una única imposición extra sobre todos los ingresos de capital por encima de 50.000 euros y un 1% de impuesto extra sobre todos los beneficios de las empresas del sector financiero.
3. Control democrático sobre el Banco Central Europeo:
Desde su creación, el Banco Central Europeo (BCE) sólo se ha preocupado de la inflación, siguiendo el dogma neoliberal que ha demostrado ser tan dañino. Es hora de cambiar las políticas monetarias del BCE a favor de un crecimiento sostenible, del empleo y de la redistribución de la renta, bajo la estricta supervisión del Parlamento Europeo, nuestros representantes democráticos en Europa. El BCE debería establecer de inmediato los controles de capital en el continente con el fin de estabilizar todo el sistema económico y ayudar a establecer un ordenamiento impositivo común que evite el dumping fiscal, la evasión tributaria y la competencia existente entre los diferentes países en relación a los seguros de depósitos.
4. Fiscalidad para evitar la especulación:
Necesitamos urgentemente impuestos sobre todo tipo de transferencias financieras a fin de terminar con la especulación, de ralentizar la velocidad de circulación de los capitales en los mercados financieros y de poner fin al cortoplacismo. Esto incluye un marco multilateral de impuestos sobre todas las transacciones monetarias para desalentar las operaciones especulativas a corto plazo a través de las fronteras. El capital debe utilizarse para la financiación del comercio equitativo y sostenible, la inversión productiva y el consumo responsable y no para jugar en el "Gran Casino Mundial" que son los mercados financieros hoy en día. La implantación de esta tasa global sobre los movimientos de capital entre naciones (tasa Tobin) puede financiar la puesta en marcha de un New Deal ecológico a nivel mundial que dirija sus objetivos hacia el mantenimiento y la recuperación de los perecederos bienes naturales, cuya pérdida irreparable está ocasionando hambre y miseria por todo el planeta.
5. Cerrar los paraísos fiscales y centros off-shore:
¿Quién necesita centros de banca extraterritorial (OFCs) y paraísos fiscales? Sólo los individuos ricos y los inversionistas institucionales que quieren ocultar sus enormes ganancias y capitales de las autoridades fiscales, la mafia, los terroristas, los comerciantes de armas, los que negocian con seres humanos y otras fuerzas criminales que quieren blanquear dinero. No hay ningún argumento económico razonable en favor del mantenimiento de la situación de esos territorios privilegiados. Por lo tanto, su función delictiva debe ser completamente cerrada.
6. Creación de bancos públicos:
Después de la Segunda Guerra Mundial, en Europa, la orientación de la banca
pública sin fines de lucro hizo un buen trabajo. Durante las dos últimas décadas, estos bancos se han ido cada vez más fusionando y transformando en bancos comerciales e intermediarios de inversión con ánimo de lucro, cuyas acciones se negocian en los mercados de valores. Esta tendencia debe invertirse, y los bancos públicos sin ánimo de lucro deben ser fortalecidos y quedar exentos de la actual legislación europea en materia de competencia. El Tesoro Público debería poseer, al menos, algunos de los principales bancos para proporcionar financiación estable para un desarrollo sostenible y justo.
7. Paralización del proceso de ratificación del Tratado de Lisboa y reformulación de un nuevo marco constitucional para Europa, lejos del neoliberalismo y pensado para los ciudadanos, siguiendo los procesos democráticos establecidos por el sentido común. Elecciones a un Parlamento Constituyente, redacción de la Carta Magna, discusión y aprobación por los distintos Parlamentos Nacionales y referéndum europeo.
Desde ATTAC hemos alertado durante los últimos diez años acerca de los peligros asociados al capitalismo financiero. Desde nuestra creación en 1998, justo después de la crisis financiera en Asia oriental, hemos tratado de explicar, sin cesar, a la sociedad en general y a nuestros políticos en particular que los mercados libres no son autorregulables y que las burbujas financieras, repetidas a lo largo de la Historia desde el siglo XVII, son extremadamente peligrosas para la sostenibilidad de nuestras economías debido a que los especuladores financieros sólo se mueven por los beneficios a corto plazo y no por proyectos a largo plazo que son los que crean puestos de trabajo y aumentan la riqueza material e intelectual del conjunto de la sociedad.
Durante todos estos años hemos denunciado el poder de los mercados financieros sobre la economía real y cómo este enfoque neoliberal nos llevaba irremediablemente hacia la catástrofe. Previendo el peligro, hemos insistido constantemente en la necesidad de más regulación y más control democrático de la actividad financiera, pero nadie de la élite dirigente ha estado dispuesto a escucharnos. Los responsables de la política y los economistas “ortodoxos” nos retrataron como alarmistas. Creían que no éramos capaces de aceptar las virtudes de la recién descubierta forma de capitalismo “perfecto” que se ha ido desarrollando en los últimos 30 años. Nos tomaron a todos por idiotas. Ahora, sin embargo, comprobamos que nosotros teníamos razón y que ellos estaban equivocados.
Octubre 2008
www.attac.es
Todo lo que usted quiere saber sobre el origen de esta crisis pero teme no entenderlo
publicado en Sin Permiso
Todos nos hacemos estas preguntas sobre la actual crisis financiera:
¿ya pasó lo peor?
¿Qué causó el colapso del centro neurálgico del capitalismo global?
¿Fue la codicia?
¿Fue el de Wall Street un caso de alguacil alguacilado?
¿Fue falta de regulación?
Pero ¿no hay nada más?
¿No hay nada sistémico?
¿Qué tiene que ver la crisis de sobreproducción de mediados de los años 70 con los acontecimientos recientes?
¿Qué pasó, pues? ¿
Cómo trató de resolver el capitalismo la crisis de sobreproducción? ¿En qué consistió la reestructuración neoliberal?
¿En qué medida la globalización de los 80 y los 90 fue una respuesta a la crisis de los 70?
¿Por qué la globalización no pudo superar la crisis?
¿Cuáles fueron los problemas de la financiarización como vía de salida a la crisis de sobreproducción de los 70?
¿Por qué la financiarización es tan volátil?
¿Cómo se forman, crecen y estallan las burbujas?
¿Cómo se formó la presente burbuja inmobiliaria? ¿Y cómo creció?
¿Cómo pudieron las hipotecas subprime degenerar en un problema de tales dimensiones?
¿Y cómo es posible que los titanes de Wall Street se desplomaran como un castillo de naipes?
¿Qué pasará ahora?
Todos, en efecto, nos hacemos esas preguntas. Pero pocos pueden tratar de contestarlas con la insólita combinación de elegancia, profundidad, claridad y extremada sencillez del economista y politólogo Walden Bello. Y mucho menos en apenas 4000 palabras.
El derrumbe de Wall Street no se debe solo a la codicia y a la falta de regulación estatal de un sector hiperactivo. Procede también, y sobre todo, de la crisis de sobreproducción que ha venido minando al capitalismo remundializado desde mediados de los 70. Así ve esta crisis de fin de época Walden Bello.
Muchos en Wall Street todavía están digiriendo los acontecimientos de las últimas semanas:
- Entre 1 y 3 billones de dólares de activos financieros evaporados.
- Wall Street, nacionalizado, con la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro tomando todas las decisiones estratégicas importantes en el sector financiero, y a todo eso, con un gobierno que, tras el rescate de AIG, pasa a dirigir la mayor compañía aseguradora del mundo.
- El mayor rescate desde la gran depresión, con 700 mil millones de dólares reunidos a la desesperada para salvar al sistema financiero global.
Las explicaciones habituales ya no bastan. Los acontecimientos extraordinarios precisan de explicaciones extraordinarias. Pero antes…
¿Ya pasó lo peor?
No, si algo ha quedado claro con los movimientos contradictorios de estas semanas en que, al tiempo que se permitía la quiebra de Lehman Brothers, se nacionalizaba AIG y se fraguaba la toma de control de Merril Lynch por el Bank of America, es que no hay una estrategia para afrontar la crisis; a lo sumo, respuestas tácticas, como bomberos que se pisan la manguera, abrumados por la magnitud del incendio.
El rescate de 700 mil millones de dólares de las obligaciones hipotecariamente respaldadas en poder de los bancos no es una estrategia, sino, básicamente, un esfuerzo a la desesperada para restaurar la confianza en el sistema, para prevenir la erosión de la fe en los bancos y en otras instituciones financieras y para evitar una afluencia masiva de retirada de fondos de los bancos como la que desencadenó la Gran Depresión de 1929.
¿Qué causó el colapso del centro neurálgico del capitalismo global? ¿Fue la codicia?
La vieja y venerada codicia jugó su parte. A eso se refería Klaus Schwab, el organizador del Foro Económico Mundial, el jamboree de la elite global celebrado anualmente en los Alpes suizos, cuando dijo a su clientela en Davos este año: “Tenemos que pagar por los pecados del pasado”.
¿Fue el de Wall Street un caso de alguacil alguacilado?
Desde luego. Los especuladores financieros rizaron el rizo hasta confundirse ellos mismos con la creación de contratos financieros más y más complejos, como los derivados, tratando de ganar dinero a partir de todo tipo de riesgos (incluidos exóticos instrumentos de futuros, como los credits default swaps o contratos de protección de derivados crediticios, que permitían a los inversores apostar, por ejemplo, a que los prestatarios de la propia corporación bancaria ¡no serían capaces de devolver su deuda! Tal es el comercio multibillonario no-regulado que acabó tumbando a AIG.
El 17 de diciembre de 2005, cuando la International Financing Review (IFR) anunció sus premios anuales del año -uno de los programas de premios más prestigioso del sector-, dejó esto dicho:
“Lehman Brothers no sólo mantuvo su presencia global en el mercado, sino que dirigió la penetración en el espacio de preferencia… desarrollando nuevos productos y diseñando transacciones capaces de subvenir a las necesidades de los prestatarios… Lehman Brothers es el más innovador en el espacio de preferencia precisamente por hacer cosas que no pueden verse en ningún otro sitio.”
Huelgan comentarios.
¿Fue falta de regulación?
Sí. Todo el mundo reconoce ahora que la capacidad de Wall Street para innovar y excogitar instrumentos financieros más y más sofisticados ha ido mucho más allá de la capacidad regulatoria del Estado, y no porque el Estado no fuera capaz de regular, sino porque la actitud neoliberal, de laissez-faire, imperante impidió al Estado diseñar mecanismos efectivos de regulación.
Pero ¿no hay nada más? ¿No hay nada sistémico?
Bien, Georges Soros, que lo vio venir, dice que lo que estamos pasando es la crisis del sistema financiero, la crisis del “gigantesco sistema circulatorio” de un “sistema capitalista global… que está reventando por las costuras”.
Para seguir con la idea del archiespeculador, a lo que estamos asistiendo es a la intensificación de una de las crisis o contradicciones centrales del capitalismo global, cual es la crisis de sobreproducción, también conocida como sobreacumulación o sobrecapacidad.
Se trata de la tendencia del capitalismo a construir una ingente capacidad productiva que termina por rebasar la capacidad de consumo de la población debido a las desigualdades que limitan el poder de compra popular, lo cual termina por erosionar las tasas de beneficio.
Pero, ¿qué tiene que ver la crisis de sobreproducción con los acontecimientos recientes?
Muchísimo. Pero, para entender la conexión, tenemos que retrotraernos a la llamada Época Dorada del capitalismo contemporáneo, al período comprendido entre 1945 y 1975.
Fue un período de rápido crecimiento, tanto en las economías del centro como en las subdesarrolladas, un crecimiento propulsado, en parte, por la masiva reconstrucción de Europa y del Este asiático tras la devastación de la II Guerra Mundial, y en parte, por la nueva configuración socio-económica institucionalizada bajo el nuevo estado keynesiano. Un aspecto clave de esta última fueron los severos controles estatales de la actividad de mercado, el uso agresivo de políticas fiscales y monetarias para minimizar la inflación y la recesión, así como un régimen de salarios relativamente altos para estimular y mantener la demanda.
¿Qué pasó, pues?
Bien, este período de elevado crecimiento terminó a mediados de los 70, cuando las economías del centro se vieron inmersas en la estanflación, es decir, en la coexistencia de un bajo crecimiento con una inflación alta, lo que la teoría económica neoclásica suponía imposible.
Sin embargo, la estanflación no era sino el síntoma de una causa más profunda, a saber: la reconstrucción de Alemania y del Japón, así como el rápido crecimiento de economías en vías de industrialización, como Brasil, Taiwán y Corea del Sur, añadió una enorme capacidad productiva e incrementó la competición global, mientras que la desigualdad social, dentro de cada país, y entre países, limitó globalmente el incremento del poder adquisitivo y de la demanda, resultando así erosionada la tasa de beneficio. La drástica subida del precio del petróleo en los setenta no hizo sino agravar la cosa.
¿Cómo trató de resolver el capitalismo la crisis de sobreproducción?
El capital ensayó tres vías de salida del atolladero de la sobreproducción: la reestructuración neoliberal, la globalización y la financiarización.
¿En qué consistió la reestructuración neoliberal?
La reestructuración neoliberal tomó la forma del reaganismo y del thatcherismo en el Norte y del ajuste estructural en el Sur. El objetivo era la revigorización de la acumulación de capital, lo que se consiguió: 1) removiendo las restricciones estatales al crecimiento, al uso y a los flujos de capital y de riqueza; y 2) redistribuyendo el ingreso de las clases pobres y medias a los ricos, de acuerdo con la teoría de que se motivaría así a los ricos para invertir y alimentar el crecimiento económico.
El problema de esa fórmula era que, al redistribuir el ingreso en favor de los ricos, estrangulaba el ingreso de los pobres y de las clases medias, lo que provocaba la restricción de la demanda, sin necesariamente inducir a los ricos a invertir más en producción.
De hecho, la reestructuración neoliberal, que se generalizó en el Norte y en el Sur a lo largo de los años ochenta y noventa, tuvo unos pobres registros en términos de crecimiento: el crecimiento global promedio fue de un 1,1% en los 90 y de un 1,4 en los 80, mientras que el promedio en los 60 y en los 70, cuando las políticas intervencionistas eran dominantes, fue, respectivamente, de un 3,5% y de un 2,54%. La reestructuración neoliberal no pudo terminar con la estanflación.
¿En qué medida la globalización fue una respuesta a la crisis?
La segunda vía de escape global ensayada por el capital para enfrentarse a la estanflación fue la “acumulación extensiva” o globalización, es decir, la rápida integración de las zonas semicapitalistas, no-capitalistas y precapitalistas a la economía global de mercado. Rosa Luxemburgo, la celebrada economista y revolucionaria alemana, se percató de este mecanismo hace mucho tiempo, viéndolo como un mecanismo necesario para restaurar la tasa de beneficio en las economías metropolitanas. ¿Cómo? Ganando acceso al trabajo barato; ganando mercados, aún limitados, nuevos; ganando nuevas fuentes de productos agrícolas y de materia primas baratos; y creando nuevas áreas para inversión en infraestructura. La integración se produce a través de la liberalización del comercio, removiendo los obstáculos a la movilidad del capital y aboliendo las fronteras para la inversión exterior.
China, ni que decir tiene, es el caso más destacado de un área no-capitalista integrada en la economía capitalista global en los últimos 25 años.
Para contrarrestar sus declinantes beneficios, un considerable número de corporaciones empresariales situadas entre las primeras 500 del ranking de la revista Fortune han trasladado una parte significativa de sus operaciones a China, a fin de aprovechar las ventajas del llamado “precio chino” (las ventajas de costes derivadas de un trabajo barato chino aparentemente inagotable). A mediados de la primera década del siglo XXI, entre el 40 y el 50 por ciento de los beneficios de las corporaciones estadounidenses dimanaban de sus operaciones y ventas en el exterior, y señaladamente, en China.
¿Por qué la globalización no pudo superar la crisis?
El problema con esta vía de salida del estancamiento es que exacerba el problema de la sobreproducción, porque añade capacidad productiva. La China de los últimos 25 años ha venido a añadir un volumen tremendo de capacidad manufacturera, lo que ha tenido por efecto deprimir los precios y los beneficios. No por casualidad, los beneficios de las corporaciones estadounidenses dejaron de crecer hacia 1997- De acuerdo con un índice estadístico, las tasas de beneficios de las 500 de Fortune pasó de 7,15 en 1960-69 a 5,30 en 1980-90, a 2,29 en 1990-99 y a 1,32 n 2000-2002.
Dadas las limitadas ganancias obtenidas en punto a contener el impacto depresivo de la sobreproducción, ya a través de la reestructuración neoliberal, ya con la globalización, la tercera vía de salida resultó vital para mantener y elevar la rentabilidad. La tercera vía es la financiarización.
En el mundo ideal de la teoría económica neoclásica, el sistema financiero es el mecanismo, merced al cual los ahorradores, o quienes se hallan en posesión de fondos excedentes, se juntan con los empresarios que tienen necesidad de sus fondos para invertir en producción. En el mundo real del capitalismo tardío, con la inversión en industria y en agricultura arrojando magros beneficios por causa de la sobreproducción, grandes cantidades de fondos excedentes circulan y son invertidas y reinvertidas en el sector financiero. Es decir, el sistema financiero gira sobre sí mismo.
El resultado es que se ensancha el hiato abierto entre una economía financiera hiperactiva y una economía real en estancamiento. Como bien observa un ejecutivo financiero: “ha habido una creciente desconexión entre la economía real y la economía financiera en estos últimos años. La economía real ha crecido, pero nada comparable a la economía financiera… hasta que estalló”.
Lo que no nos dice este observador es que la desconexión entre la economía real y la economía financiera no es accidental: que la economía financiera se disparó precisamente para hacer frente al estancamiento dimanante de la sobreproducción de la economía real.
¿Cuáles fueron los problemas de la financiarización como vía de salida?
El problema de invertir en operaciones del sector financiero es que equivale a exprimir valor de valor ya creado. Puede crear beneficios, de acuerdo, pero no crea nuevo valor -sólo la industria, la agricultura, el comercio y los servicios crean valor nuevo-. Puesto que los beneficios no se basan en la creación de valor nuevo o añadido, las operaciones de inversión resultan extremadamente volátiles, y los precios de las acciones, las obligaciones y otras formas de inversión pueden llegar a divergir radicalmente de su valor real: por ejemplo, las acciones en empresas incipientes de Internet, que se mantuvieron por un tiempo al alza, sostenidas principalmente por valoraciones financieras en espiral, para luego desplomarse. Los beneficios dependen, entonces, del aprovechamiento de las ventajas orecidas por movimientos de precios que divergen al alza del valor de las mercancías, para vender oportunamente antes de que la realidad fuerce la “corrección” a la baja para ajustarse a los valores reales. El alza radical de los precios de un activo, mucho más allá de los valores reales, es lo que se llama la formación de una burbuja.
¿Por qué la financiarización es tan volátil?
Con la rentabilidad dependiendo de golpes especulativos, no resulta sorprendente que el sector financiero vaya de burbuja en burbuja, o de una manía especulativa a otra.
Puesto que está sostenido por una manía especulativa, el capitalismo inducido financieramente no ha dejado de batir registros en materia de crisis financieras desde que los mercados de capitales fueron desregulados y liberalizados en los 80.
Antes de la actual debacle de Wall Street, las más explosivas fueron la crisis financiera mexicana de 1994-95, la crisis financiera asiática de 1997-1998, la crisis financiera rusa de 1996, el colapso del mercado de valores de Wall Street de 2001 y el colapso financiero argentino de 2002.
El antiguo secretario del Tesoro con Bill Clinton, un hombre de Wall Street -Robert Rubin-, predijo hace cinco años que “las crisis financieras futuras serán con casi toda seguridad inevitables, y podrían llegar a ser hasta peores.”
¿Cómo se forman, crecen y estallan las burbujas?
Sirvámonos, a modo de ejemplo, de la crisis financiera asiática de 1997-98.
- Primero: balanza de pagos y liberalización financiera impuestas por el FMI y el Departamento norteamericano del Tesoro.
- Luego, entrada de fondos extranjeros en busca de rápida y elevada rentabilidad, lo que significa que entraron en el mercado inmobiliario y en el mercado de valores.
- Sobreinversión, lo que llevó al desplome de los precios en el mercado de valores y en el mercado inmobiliario, lo que, a su vez, condujo al pánico y a la consiguiente retirada de fondos: en 1997, en unas pocas semanas 100 mil millones de dólares abandonaron las economías del este asiático.
- Rescate de los especuladores extranjeros por parte del FMI.
- Colapso de la economía real: la recesión se extiende por todo el Este asiático en 1998.
- A pesar de la desestabilización a gran escala, todos los intentos realizados para imponer regulaciones nacionales o globales del sistema financiero fueron rechazadas con razones puramente ideológicas.
Volvamos a la presente burbuja. ¿Cómo se formó?
El actual colapso de Wall Street arraiga en la burbuja tecnológica de fines de los 90, cuando el precio de las acciones de las empresas incipientes en el mundo de Internet se disparó, para luego desplomarse, resultando todo ello en la pérdida de activos por valor de 7 billones de dólares y en la recesión de 2001-2002.
Las laxas políticas monetarias de la Reserva Federal bajo Alan Greenspan estimularon la burbuja tecnológica, y cuando está colapsó dando paso a la recesión, Greenspan, tratando de prevenir una recesión duradera, rebajó en junio de 2003 los tipos de interés a un nivel sin precedentes en 45 años (al 1%), manteniéndolo en ese nivel durante más de un año. Con eso lo que consiguió fue estimular la formación de otra burbuja: la burbuja inmobiliaria.
En fecha tan temprana como 2002, economistas como Dean Baker, del Center for Economic Policy Research, alertaron sobre la formación de una burbuja inmobiliaria. Sin embargo, en fecha tan tardía como 2005 el entonces presidente del Consejo Económico de asesores de la Presidencia de la nación y actual presidente de la Reserva Federal, Bern Bernanke, atribuía el incremento de los precios de la vivienda en EEUU a “unos fundamentos económicos robustos”, y no a la actividad especulativa. ¿A quién puede sorprender que el estallido de la crisis subprime en verano de 2007 pillara a este hombrecito con la guardia totalmente baja?
¿Y cómo creció?
Oigámoslo de boca de uno de los propios jugadores clave en los mercados, de George Soros: “Las instituciones hipotecarias animaron a los hipotecados a refinanciar sus hipotecas aprovechando la revalorización experimentada entretanto por sus casas. Rebajaron sus criterios de préstamo e introdujeron nuevos productos, como hipotecas a interés variable, hipotecas que ’sólo servían intereses’ y ‘ofertas promocionales’ con tipos de interés para partirse de risa. Todo eso animó a especular con la vivienda. Los precios de las casas comenzaron a subir a un ritmo de dos dígitos. Eso sirvió para retroalimentar la especulación, y el alza de los precios inmobiliarios consiguió que los propietarios de casas se sintieran ricos; el resultado fue el boom consumista que ha sostenido a la economía estos últimos años.”
Observando las cosas más de cerca, se ve que la crisis hipotecaria no resultó de una oferta superior a la demanda real. La “demanda” estaba, por mucho, fabricada por la manía especulativa de promotores y financieros empeñados en conseguir grandes beneficios a partir de su acceso al dinero foráneo que inundó a los EEUU de la última década. Ingentes volúmenes hipotecarios fueron agresivamente ofrecidos y vendidos a millones de personas que, normalmente, no habrían podido permitírselo ofreciéndoles unos tipos de interés ridículamente bajos, ulteriormente ajustables para sacar más dinero de los propietarios de casas.
¿Pero cómo pudieron las hipotecas subprime degenerar en un problema de tales dimensiones?
Porque los activos pasaron entonces a ser “segurizados”: quienes habían generado las hipotecas, procedieron a amalgamarlas con otros activos en complejos productos derivados llamados “obligaciones de deuda colateralizada” (CDO, por sus siglas en inglés), lo cual resultó relativamente fácil dado que trabajaban con diversos tipos de intermediarios que, sabedores del riesgo, se deshacían de esos títulos de valores lo más rápidamente posible, pasándolos a otros bancos e inversores institucionales. Esas instituciones, a su vez, se deshacían del producto, pasándolo a otros bancos y a instituciones financieras foráneas.
Cuando aumentaron los tipos de interés de los préstamos subprime, de las hipotecas variables y de otros préstamos inmobiliarios, el juego tocó a su fin. Hay cerca de 6 millones de hipotecas subprime, el 40% de las cuales entrarán en impago en los próximos dos años, según estimaciones de Soros.
A los que hay que añadir otros 5 millones de impagos en los próximos 7 años, derivados de los tipos hipotecarios variables y de otros “préstamos flexibles”. Pero los títulos, cuyo valor se cuenta por billones de dólares, ya se han infiltrado como un virus en el sistema financiero global. El gigantesco sistema circulatorio del capitalismo global ha sido fatalmente infectado.
¿Pero cómo pudieron los titanes de Wall Street desplomarse como un castillo de naipes?
Lo que ocurrió con Lehman Brothers, Merrill Lynch, Fannie Mae, Freddie Mac y Bear Stearns fue, simplemente, que las pérdidas representadas por esos títulos tóxicos rebasaban por mucho sus reservas, lo que condujo a su caída. Y más caerán, probablemente, cuando sus libros de contabilidad, que en los que ahora esos títulos figuran en el Haber, se corrijan para reflejar el actual valor de esos activos.
Y muchos otros les seguirán, a medida que vayan quedando expuestas otras operaciones especulativas, como las centradas en las tarjetas de crédito y en las diferentes variedades de seguros contra riesgos. AIG cayó por causa de su gigantesca exposición en el área no-regulada de los contratos de protección crediticia derivada (credit default swaps), unos derivados financieros que permitían a los inversores apostar dinero a la posibilidad de que las empresas no pudieran devolver los préstamos.
Tales apuestas sobre impagos crediticios representan ahora un mercado de 45 billones de dólares, un mercado, como dicho, que carece de toda regulación. La ciclópea dimensión de los activos que podrían quedar dañados en caso de que AIG colapsara fue lo que movió a Washington a cambiar de idea e intervenir para rescatarlo, luego de haber dejado caer a Lehman Brothers.
¿Qué pasará ahora?
Puede decirse sin avilantez que habrá más bancarrotas y más nacionalizaciones e intervenciones públicas, desempeñando las instituciones y los bancos extranjeros un papel auxiliar del gobierno de los EEUU. Que el colapso de Wall Street irá a más y prolongará la recesión norteamericana. Y que la recesión en EEUU se comunicará a Asia y al resto del mundo, que sufrirá también una recesión, si no algo peor. La razón de esto último es que el principal mercado exterior de China son los EEUU y que China, a su vez, importa materias primas y bienes intermedios -de los que se sirve para sus exportaciones a los EEUU- de Japón, Corea y el Sudeste asiático. La globalización ha hecho imposible el “desacoplamiento”. Los EEUU, China y el Este asiático andan ahora como tres prisioneros atados a una misma cadena.
¿Y en suma?
El desplome de Wall Street no sólo se debe a la codicia y a la falta de regulación estatal de un sector hiperactivo. El colapso de Wall Street hunde sus raíces en la crisis de sobreproducción que ha sido la plaga del capitalismo global desde mediados de los 70.
La financiarización de la inversión ha sido una de las vías de escape para salir del estancamiento, siendo las otras dos la reestructuración neoliberal y la globalización. Habiendo resultado de poco alivio la reestructuración neoliberal y la globalización, la financiarización pareció atractiva como mecanismo de restauración de la rentabilidad. Pero lo que ahora ha quedado demostrado es que la financiarización es una senda peligrosa que lleva a la formación de burbujas especulativas, capaces de ofrecer una efímera prosperidad a unos cuantos, pero que terminan en el colapso empresarial y en la recesión de la economía real.
Las cuestiones clave son éstas: ¿Cuán profunda y duradera será esta recesión? ¿Necesitará la economía de los EEUU generar otra burbuja especulativa para salir de esta recesión? Y si tal es el caso, ¿dónde se formará la siguiente burbuja? Algunos dicen que la próxima surgirá en el complejo militar-industrial o en el “capitalismo del desastre” sobre el que escribe Naomi Klein. Pero eso es harina de otro costal.
Cuando las cosas van de verdad mal
por RAMÓN MUÑOZ
Si tiene dificultades para pagar la hipoteca, teme por su puesto de trabajo o ya lo ha perdido, no es aconsejable que lea este artículo. En él se recogen las tesis de quienes piensan que no estamos ante una crisis más, ni siquiera ante esa recesión que ya se reconoce abiertamente, sino ante una gran depresión económica que se extenderá mucho más allá de dos años y cuyas consecuencias financieras, sociales y hasta políticas cambiarán el mundo tal y como lo conocemos, además de tener un efecto devastador sobre el Estado del bienestar y la clase media en que se sustenta. Tal vez se equivoquen. O tal vez no.
Nunca se habían conjuntado tantos peligros: el hundimiento del sistema financiero, con bancos y Estados de primer nivel al borde de la quiebra, y el empobrecimiento general de grupos de población que sortearon crisis anteriores sin mayores problemas. Comoquiera que se trata de un fenómeno sin precedentes, para tener elementos de comparación sólo podemos retrotraernos a la Gran Depresión posterior a 1929, que sumió al mundo civilizado en una década de penurias y desembocó en la II Guerra Mundial, y más recientemente, al llamado corralito, que bloqueó a finales de 2001 los ahorros de los ciudadanos argentinos, haciendo saltar en pedazos el sistema financiero y poniendo a Argentina en el umbral del Tercer Mundo.
Para los que consideren desmedida la comparación, o propia de iluminados, tal vez les hubiera convenido entrar en la página web www.icesave.co.uk hace unas semanas. Nada más abrirla se podía leer: "Actualmente no estamos procesando ninguna petición de retirada de dinero ni de depósitos a través de las cuentas de Internet. Sentimos los inconvenientes que les pueda causar a nuestros clientes". Se trata de la página del banco islandés Icesave en el Reino Unido, y en ella se anunciaba sencilla y llanamente que los depósitos de todos los clientes del país estaban bloqueados. ¡Corralito puro y duro, y en la Vieja Europa! Un total de 350.000 ahorradores en el Reino Unido y Holanda, que han depositado más de 7.000 millones quedaron atrapados. La quiebra del Estado de Islandia tiene la culpa. El país nórdico no es Argentina. En la última clasificación de la ONU de finales de 2007 figura como el país donde mejor se vive en el mundo... o se vivía. Finalmente, el Gobierno británico ha tenido que acudir al rescate de sus ahorradores.
Nadie dice que la situación actual tenga las mismas causas que la del 29 o la argentina, salvo el ánimo especulativo y la falta de confianza, pero algunos piensan que la herencia que dejará sobre la economía real puede asemejarse mucho. Entre ese legado negro está la desaparición de riqueza por el desplome continuado de los mercados bursátiles, el temor de miles de ciudadanos de perder los ahorros que tienen en los bancos, el aumento desorbitado del paro, el empobrecimiento de las familias y las crecientes dificultades de las administraciones públicas para hacer frente a sus compromisos de pagos, incluyendo los sueldos de funcionarios. Ese paralelismo permite sacar algunas lecciones muy provechosas de lo que pasó en el 29 y puede que esté a punto de ocurrir ahora.
Frente a la legión de expertos oficiales, que aplauden al unísono los planes de rescate de la banca como antídoto ideal contra esta crisis, otros analistas, ciertamente los menos, estiman que esa intervención no servirá para tapar el enorme agujero negro en el que se ha convertido el sistema financiero.
El economista jefe de HSBC, Stephen King, está entre los discrepantes. A diferencia de crisis recientes como la burbuja tecnológica de comienzos de este siglo o la japonesa de los ochenta, opina King, la actual conjuga los tres elementos que se dieron en la Gran Depresión: el colapso financiero asociado con bancarrotas de entidades, la restricción del crédito y la desconfianza ciudadana sobre la capacidad de los Gobiernos para solucionar la crisis. "Nadie quiere participar en una danza de la muerte financiera. Muchos se consuelan diciendo que ya se han aprendido las lecciones de la década de los treinta y que hoy sería imposible vivir otra gran depresión. Las posibilidades de que suceda son todavía pequeñas. Pero se olvida con frecuencia que hay que cumplir tres lecciones para evitar la depresión: primero, inyectar dinero al sistema; segundo, asegurarse de que los Gobiernos coordinen sus políticas, y tercero, no permitir que la deuda y el nivel de apalancamiento se disparen. Y, por el momento, sólo se ha atendido a la primera".
En el 29, las cosas sucedieron así: "Wall Street lanzó la toalla y sencillamente se derrumbó. Algunos de mis conocidos perdieron millones. Yo tuve más suerte. Lo único que perdí fueron 240.000 dólares (o 120 semanas de trabajo, a 2.000 dólares por semana). Habría perdido más, pero era todo el dinero que tenía. El día del hundimiento final, mi amigo, antaño asesor financiero y astuto comerciante, Max Gordon, me telefoneó desde Nueva York. Todo lo que dijo fue: '¡La broma ha terminado!'. Antes de que yo pudiese contestar, el teléfono se había quedado mudo... se suicidó. En toda la bazofia escrita por los analistas del mercado me parece que nadie hizo un resumen de la situación de una manera tan sucinta como mi amigo el señor Gordon. En aquellas palabras lo dijo todo". La cita proviene de un artículo de Groucho Marx que es posiblemente el más lúcido análisis que se ha hecho del 29.
El genial actor se arruinó como miles de ciudadanos. Ahora son millones los que están perdiendo sus ahorros o el complemento de sus pensiones en los parqués bursátiles, aunque posiblemente aún no sean conscientes de ello. En los treinta, apenas un 4% de la población invertía sus ahorros a través de los agentes de cambio y Bolsa. Actualmente, el 47% de la población, bien directamente o bien a través de fondos de pensiones o de inversión, tiene ahorros en los mercados de valores, que se están esfumando. Sólo dos fondos de pensiones españoles están en positivo este año, por ejemplo.
La volatilidad y el quebranto sufrido son, para algunos analistas, ya similares a los de hace 79 años. Incluso las pérdidas de Wall Street de la semana del 6 al 10 de octubre pasado superaron a las de la llamada Semana Negra del crash del 29. Nos hemos acostumbrado a movimientos sísmicos diarios de hasta el 10%, impensables hace unos meses. Volkswagen es el símbolo de esa irracionalidad casi surrealista de los mercados. Pese a la crisis general de las firmas automovilísticas, un movimiento especulativo la convirtió el 28 de octubre en la compañía con mayor valor bursátil del mundo, llegando a valer más que las 20 mayores compañías del Ibex juntas.
En España, todos los valores que componen el Ibex menos uno han tenido rentabilidad negativa, y 27 de las 35 firmas han perdido más de la mitad de su valor en dos años. Si tiene dinero en Bolsa, puede extraer una lección de la debacle del 29, y hacer oídos sordos a quienes le animen a comprar gangas ante los bajos precios que han tocado los principales valores. Nadie puede asegurar si esta es una oportunidad de compra o si lo peor puede estar por venir. Quien compró acciones en 1929 debió vivir hasta 1954 para recuperar su inversión. Pero a quien pensó que después del crash podía forrarse no le fue mucho mejor porque el desplome continuó hasta julio de 1932, cuando el Dow Jones volvió a niveles de 1800, perdiendo el 90% de su valor respecto a los máximos del feliz 1929. Este dato derriba una de las falacias financieras más extendidas, la de que, pese a las fluctuaciones, la Bolsa es siempre la inversión más rentable a largo plazo. Nadie sabe dónde está la Bolsa y si ha tocado suelo.
El economista y profesor Nouriel Roubini, uno de los pocos que pronosticaron el actual crash financiero, va más lejos: "Aunque los mercados saben ya que las administraciones van a hacer todo lo que está en su mano, no reaccionan, seguirán cayendo. Se han convertido en una fuerza destructiva, el pánico se ha apoderado de ellos, ya no funcionan. Cada vez estoy más convencido de que hace falta un cortocircuito, un cierre temporal de los mercados para recomponer las cosas", decía en una entrevista con EL PAÍS.
En el 29 se hizo célebre el chiste de los recepcionistas de los principales hoteles de Nueva York. Cuando un hombre de negocios iba a registrarse le preguntaban: "¿Quiere usted la habitación para pasar la noche o para tirarse por la ventana? En el segundo caso, le rogamos que pague por adelantado". En 2008 no hay constancia de que haya aumentado la tasa de suicidios entre los brokers financieros. No es de extrañar. Pese a haber causado la ruina a los accionistas de sus firmas, se han embolsado indemnizaciones multimillonarias. Como dice una viñeta cómica que circula por Internet, "en el 29 los banqueros se tiraban por la ventana y ahora tiran la casa por la ventana".
Muchos más motivos de preocupación que los banqueros tienen ahora sus clientes. Temen por su dinero. La quiebra de Lehman Brothers en septiembre pasado disparó todas las alarmas al dejar a miles de clientes sin su inversión, entre ellos alrededor de 5.000 españoles que siguen pugnando por recuperar 3.000 millones de euros.
"No puede haber otro Lehman", clamaron los banqueros, asustados. Y los Gobiernos corrieron al rescate con un cheque en blanco firmado, claro está, por el sufrido contribuyente. Los fondos inyectados a los bancos tratan de evitar precisamente lo ocurrido en la Gran Depresión, cuando 3.000 bancos suspendieron pagos y los ahorradores vieron esfumarse 140.000 millones de dólares.
Desde las tribunas oficiales dicen que, gracias a los planes de rescate que no hubo entonces, esa situación no se repetirá, y que el sistema financiero se estabilizará en 2009 o a lo sumo en 2010. Por el momento, un total de 17 entidades bancarias estadounidenses han quebrado. A excepción de Lehman, las más grandes se han librado de la bancarrota gracias al dinero público (Bear Stearns, Northern Rock, Fannie Mae, Freddie Mac, Alliance & Leicester, Merrill Lynch, AIG, HBOS, Washington Mutual, Fortis, Dexia, Bradford & Bingley, Hypo Real Estate, Wachovia). Pero ¿cuál es el límite de las arcas de los Estados para tapar el agujero financiero? Sólo los planes de rescate anunciados hasta ahora van a movilizar más de tres billones de euros y, como dice, Merrill Lynch en su último informe, lo malo de estas intervenciones es que tienden a expandirse por la petición de otros sectores, como el del automóvil, y nunca se sabe dónde está el final.
Pese a ello, la práctica totalidad de la clase política, economistas y opinólogos han adoptado el dogma de que esos planes son infalibles y que el sistema financiero está a salvo. Sus pronósticos no son muy fiables. Al comienzo de la crisis, en el verano de 2007, los mismos actores afirmaron que la inyección de miles de millones desde los bancos centrales y la Reserva Federal contendría el derrumbe del sistema financiero. Y la crisis se agravó. Luego probaron con el recorte de tipos de interés, y tampoco funcionó. ¿Por qué confiar ahora en la efectividad de los planes puestos en marcha por los mismos que erraron antes?
Algunos mercados ya han dado su respuesta empezando a dar la espalda a los planes políticos. Lo demostraron tras el anuncio del Plan Paulson y lo volvieron a demostrar tras la cumbre financiera de Washington celebrada el 15 de noviembre y llamada a apuntalar el sistema. Wall Street ha vuelto a desplomarse, siendo los bancos los valores más castigados.
En España, la solvencia de la banca se ha convertido en un auto de fe, incontrovertible. La banca nacional es la más sólida del mundo porque no está expuesta a los riesgos de las hipotecas subprime de EE UU y ha sido sometida a la estricta supervisión en materia de riesgos del Banco de España.
Pero bancos y cajas esconden bajo la alfombra sus propias hipotecas basura. Cada hogar español tiene que destinar el 48,7% de su renta (el 37% si pueden acogerse a deducciones fiscales) para pagar la hipoteca, un ratio muy superior al que, por ejemplo, tienen que afrontar los estadounidenses para pagar sus famosas subprime. No hay que trabajar en el Instituto Nacional de Estadística para comprender que entre los más de ocho millones de hipotecas concedidas en los últimos cinco años, miles de ellas fueron firmadas por mileuristas, inmigrantes o parejas con empleos poco estables que ahora están engrosando las listas del Inem a velocidad vertiginosa y no podrán hacer frente a los pagos. No pueden poner sus casas en venta porque se han depreciado y porque los que podrían comprarlas esperarán a que bajen más para hacerlo.
Los que suscribieron hipotecas crecientes, un producto muy de moda hace tres años, con las primeras cuotas muy bajas, para dar facilidades a parejas jóvenes e inmigrantes lo tienen aún peor. Las cuotas han crecido ya más del 50% y se han convertido en una trampa mortal. Se estima que unas 180. Los desahucios ya han comenzado a gotear. Un informe del Consejo General de Poder Judicial alerta de que las ejecuciones hipotecarias se han duplicado en el primer trimestre. Es sólo cuestión de tiempo que aumenten los sonajeros, como se conoce en la jerga bancaria a aquellos clientes que llegan a la sucursal agitando las llaves del piso o del coche y dicen: "Quédatelo, no puedo pagarlo".
Las familias deben un billón de euros en hipotecas y la morosidad se ha triplicado en un año hasta el 2,5%. Un informe de ING señala que a partir del 15% de morosos, el sistema se derrumbaría. El presidente de Caixa Catalunya, Narcís Serra, no descarta que se llegue al 9% en esta crisis. Nadie puede decir dónde llegará.
A la deuda de las familias, la banca española une el riesgo de los 400.000 millones que le adeudan inmobiliarias y constructoras, de forma que más del 60% de los préstamos que tienen concedidos los bancos están relacionados con el ladrillo. Y si el riesgo es tanto, hasta el punto de que el Estado les ha ofrecido 150.000 millones de euros en fondos y avales, ¿por qué los bancos españoles son los únicos que siguen presumiendo de beneficios y repartiendo dividendos?
Seguramente la primera razón es que están muy bien gestionados, como coinciden sus directivos, el Gobierno y hasta la oposición. Aunque también, en algunos casos, haya causas menos loables, como que den por buenos en sus balances muchos créditos que no lo sean tanto. Así sucede con las deudas que tienen contraídas las inmobiliarias, y que son renegociadas a medida que se cumplen los vencimientos al no poder afrontar los pagos. Es el caso de Metrovacesa (8.000 millones), Reyal Urbis (4.700 millones), Colonial (8.900 millones) o Sacyr Vallehermoso (18.500 millones), entre otras muchas. Si los bancos exigieran el pago en los plazos convenidos, abocarían a una cadena de suspensiones de pagos (actual concurso de acreedores) y, como ocurrió con Martinsa-Fadesa, no tendrían más remedio que provisionar las pérdidas en sus balances, que perderían ipso facto su brillo fulgurante.
Wolfgang Münchau, principal columnista de Financial Times, escribía el pasado 20 de julio: "El colapso de Martinsa-Fadesa ha sido un recordatorio, si es que alguien lo necesitaba, del masivo crash inmobiliario español que se avecina. El desastre financiero y económico es casi inevitable. No se dejen engañar por el hecho de que los bancos españoles no tengan posiciones en las subprime norteamericanas. Estar expuesto a las hipotecas españolas es probablemente peor". Así que tal vez los bancos y cajas españoles no sean tan seguros ni inmunes a la bancarrota.
Los problemas de los bancos no suelen formar parte de las tertulias de café o de vecindario. Salvo que los tertulianos teman por la seguridad de sus depósitos. Hasta diciembre de 2001, Argentina era conocida por el tango y por Maradona. El 1 de diciembre de ese año, el ministro de Economía, Domingo Cavallo, anunció un paquete de medidas que incluía la prohibición a los ciudadanos de sacar de las cuentas más de 250 pesos cada semana para evitar así la masiva fuga de depósitos. A la medida se le llamó corralito, y ha quedado como definición universal del bloqueo de los ahorros. Largas colas frente a las sucursales, saqueo de cajeros, caída del comercio en un 50%, impago de los sueldos de los funcionarios y un paro brutal fueron las consecuencias visibles del corralito. La más sustancial fue la desaparición del grueso de la clase media, que nunca volvió.
La sombra del corralito planea ahora sobre Europa. El lunes 17 de septiembre de 2007, miles de clientes de Northern Rock, un banco inglés especializado en hipotecas, hacían cola para sacar su dinero. El banco finalmente no pudo afrontar las retiradas, y el Gobierno decidió nacionalizarlo en febrero de este año. En EE UU se intervino el Washington Mutual en septiembre. El banco se había quedado sin liquidez. En diez días, sus atemorizados clientes retiraron 16.700 millones de dólares.
Para calmar ese pánico, en octubre pasado todos los Gobiernos decidieron aumentar la garantía sobre los depósitos. Incluso así, ¿están realmente seguros los ahorros? La respuesta es que sí, pero si los planes de rescate fallan (aunque sean infalibles) y alguna gran entidad de crédito quiebra, no lo están tanto. El volumen de depósitos es tal que ningún Estado tendría capacidad para atender a una retirada masiva de efectivo. Sólo para hacerse una idea, el banco holandés ING (que goza de la mayor solvencia crediticia) tiene depósitos por 614.000 millones, equivalentes a más de lo que produce la economía holandesa en un año. Si se desatase el pánico y la gente acudiese masivamente a la ventanilla de su banco para sacar los ahorros, sólo queda el camino de la nacionalización, de la que ya hay un reguero de casos (AIG, Mutual, Northern, BPN...), o del corralito. Eso es así por definición en la banca, incluso en los momentos más boyantes, de ahí que garantizar los depósitos es la mejor forma de que no haya ese pánico.
La peor cara de la crisis es el paro masivo. Y ha llegado para quedarse pese a los planes de inversión pública. "Suponga que usted debe emplear un trabajador, y que sólo un hombre desea el empleo. Debe pagarle lo que pida. Pero suponga que hay cien hombres, y esos cien quieren ese empleo. Suponga que tienen hijos y que esos hijos tienen hambre. Suponga que una moneda de diez céntimos compra al menos una papilla para esos hijos. Ofrézcales solamente diez céntimos y se matarán unos a otros por conseguir el puesto". La cita es de Las uvas de la ira, el libro de John Steinbeck que describe las penurias de los Joad, una familia de granjeros a los que la Gran Depresión los dejó sin tierra, sin casa y en busca de trabajo. Lo más revelador de la cita es que se escribió en 1939, 10 años después del crash, cuando la tasa de desempleo era aún del 15%. No fueron las obras públicas impulsadas por el new deal del presidente Roosevelt las que hicieron desaparecer el desempleo, sino la II Guerra Mundial, que movilizó a 12 millones de jóvenes. Los Gobiernos apuntan ahora a la misma solución mágica con renovados new deal: inversión y ayudas públicas para paliar la ralentización en la actividad privada. Pero sin una guerra mundial en ciernes, el paro no cederá. Los puestos que se destruyen ahora a toda velocidad pueden tardar mucho en recuperarse, incluso una década.
De ese marasmo laboral nadie está libre, ni los funcionarios. En Argentina, miles de docentes, médicos y empleados de las administraciones de provincias vieron retrasado el pago de sus nóminas. Aquí, los ayuntamientos y las autonomías ya comienzan a sufrir esa asfixia financiera. Los profesores universitarios de Valencia y Madrid ya han denunciado que sus nóminas están en peligro. Las entidades locales se han vuelto las primeras morosas. Las contratas de limpieza, seguridad y otras tardan más de ocho meses en cobrar. Ayuntamientos como el de Madrid han suspendido las obras públicas. En las crisis, los funcionarios están a resguardo. Nadie está seguro en una depresión.
España será uno de los países que lo pasarán peor. La OCDE pronosticó esta semana un retroceso de la economía del 0,9% y un 14% de paro para 2009. En el FMI son aún más catastrofistas. Al sector de la construcción, dado ya por muerto, está a punto de unírsele el del automóvil, que ha activado el eyector laboral con la regulación de 10.000 empleados, y hay quien teme que aprovechen la crisis para desmontar la tienda e irse para siempre.
Tampoco es éste un análisis alarmista. Basta mirar la página web oficial de General Motors. En un vídeo titulado GM lo cuenta tal como es, la compañía apunta un panorama apocalíptico si el Gobierno estadounidense no accede a aprobar un rescate para la industria automovilística, en el que más de tres millones de personas perderían su puesto de trabajo, y otras tantas, el seguro médico y hasta la pensión.
Puede que el enfoque de este artículo yerre. Puede que los planes de rescate funcionen, que la economía se recupere y que se creen millones de puestos de trabajo. Y que estemos, por tanto, ante un simple ejercicio de economía ficción, un género que cuenta con muchos adeptos, a juzgar por algunas afirmaciones. "La crisis de las hipotecas de EE UU no va a afectar de forma importante a la economía española" (José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno, 22 de agosto de 2007). "En pocos años, entre el 2010 y el 2012 vamos a conseguir en España el pleno empleo" (Jesús Caldera, ministro de Trabajo, 16 de julio de 2007).
Pero si finalmente ocurre lo peor, quedémonos con el consejo de Groucho Marx, al poco de arruinarse en el crash del 29: "Creo que el único motivo por el que seguí viviendo fue el convencimiento consolador de que todos mis amigos estaban en la misma situación. Incluso la desdicha financiera, al igual que la de cualquier otra especie, prefiere la compañía". -
El límite de la ayuda pública
Todo lo mortal se arregla con dinero, reza el dicho popular. Los Gobiernos han reformulado el aserto para convertirlo en todo se arregla con deuda pública: ayudas a los bancos, al automóvil, a las pymes, a las familias que no pueden pagar la hipoteca, a los parados.
El último informe de Merrill Lynch del pasado 12 de noviembre se hace la siguiente pregunta irónica: "¿Por qué todos los Gobiernos no se limitan sin más a enviar un cheque de un millón de dólares a cada uno de sus ciudadanos para protegerles de la crisis financiera global?". El informe responde a la pregunta asegurando que en 2009 los Gobiernos comenzarán a darse cuenta de que el endeudamiento público tiene un límite cuando empiecen a dispararse los tipos de la deuda o se desplome la divisa, por ejemplo.
La firma de inversión indica que sólo el coste de tapar el agujero financiero supondrá una media del 13% del Producto Interior Bruto de los países. El documento alerta de que la carrera de expansión fiscal a la que se han lanzado los Estados para hacer frente al colapso financiero traslada inevitablemente el riesgo del ámbito privado al público. "Después de todo, en una economía el riesgo sólo puede ser transferido, no eliminado". Es decir, que ya no serán los bancos los que estén en peligro de quiebra, sino los propios Estados.
En España, la ampliación de capital del Banco Santander por 7.000 millones, recibida con un desplome de más del 30% en su cotización desde su anuncio, puede ser el toque de queda para el resto de entidades bancarias, que, ante la desconfianza de los inversores, hasta podrían plantearse acudir a los planes del Estado para su recapitalización que hacerlo por sus propios medios.
Los riesgos de dejar en manos del Estado la financiación del sistema son muchos. El primero del que alerta el informe es la incursión en déficit públicos desmesurados: en 2009, el de EE UU llegará al 7%, y el de la eurozona, al 4% (España puede alcanzar el 4,2%), haciendo añicos el compromiso del Tratado de Maastricht de mantener el déficit por debajo del 3%. Los Estados tendrán que pelear con las entidades privadas para colocar sus emisiones de deuda y se producirá el tan temido efecto expulsión (crowding out): cuanto más capital se requiera desde el ámbito público, de menos capital dispondrán las empresas para su funcionamiento.
Para acabar de rizar el rizo, comienza a asomar el fantasma de la deflación, la caída continuada de los precios por la falta de demanda y retroceso del consumo. Cuando una economía entra en el bucle de la deflación, nunca se sabe cuándo va a salir. Japón, con tipos de interés cero, estuvo en esa fase durante toda la década de los noventa. Y aún no se ha recuperado.
Tanto Merrill Lynch como UBS (informe del 13 de noviembre) cuestionan que el sistema monetario europeo vaya a permanecer intacto. En anteriores crisis, países como España recurrían a la devaluación de moneda para ganar competitividad. Como esa medida es imposible con el euro, no queda más remedio que emitir deuda. Pero las necesidades son muy diferentes según se trate de países como Alemania, Francia o España. Así que, en caso de un endeudamiento excesivo de algún país, sería necesario que el conjunto de la UE saliera al rescate o garantizara la deuda nacional de los Estados con más dificultades. Una medida que pondría a prueba toda la UE.
La otra alternativa sería expulsar de la Unión Monetaria a los países. Según UBS, el remedio sería mucho peor que la enfermedad. Los Estados que se salieran del euro y devaluaran su moneda provocarían el proteccionismo con una imposición de aranceles para compensar esa devaluación. Las economías fuera del euro se desplomarían, se producirían desórdenes sociales y países como Bélgica o España podrían ver cómo se agravan las amenazas separatistas.
Publicado en El País el 23/11/2008
domingo, 23 de noviembre de 2008
No desperdiciar las oportunidades de la crisis, por Leonardo Boff
Frente al cataclismo económico-financiero mundial se dibujan dos escenarios: uno de crisis y otro de tragedia.
Tragedia sería si toda la arquitectura económica mundial se desmoronase y nos empujase hacia un caos total con millones de víctimas, por violencia, hambre y guerra. No sería imposible, pues el capitalismo generalmente supera las situaciones caóticas mediante la guerra. Gana al destruir y gana al reconstruir. Solamente que hoy esta solución no parece viable, pues una guerra tecnológica liquidaría a la especie humana; sólo caben guerras regionales sin uso de armas de destrucción masiva.
Otro escenario sería el de crisis. Para ella, no acaba el mundo económico, sino este tipo de mundo, el neoliberal. El caos puede ser creativo, dando origen a otro orden diferente y mejor. La crisis tendría, por tanto, una función purificadora, abriendo espacio para otra oportunidad de producción y de consumo.
No necesitamos recurrir al ideograma chino de crisis para saber de su significado como peligro y oportunidad. Basta recordar el sánscrito, matriz de las lenguas occidentales.
En sánscrito, crisis viene de kir o kri que significa purificar y limpiar. De kri viene también crítica que es un proceso por medio del cual nos damos cuenta de los presupuestos, de los contextos, del alcance y de los límites sea del pensamiento, sea de cualquier fenómeno. De kri se deriva además crisol, utensilio químico con el cual se limpia el oro de las gangas y, finalmente, acrisolar que quiere decir depurar y decantar. Entonces, la crisis representa la oportunidad de un proceso crítico, de depuración de lo esencial; sólo queda lo verdadero; lo accidental, sin sustentación, cae.
Alrededor y a partir de este núcleo se construye otro orden que representa la superación de la crisis. Los ciclos de crisis del capitalismo son notorios, conocidos. Como nunca se hacen cortes estructurales que inauguren un nuevo orden económico sino que siempre se recurre a ajustes que preservan la lógica explotadora de base, nunca supera propiamente la crisis. Alivia sus efectos dañinos, revitaliza la producción para nuevamente entrar en crisis y así prolongar el ciclo de crisis recurrente.
La crisis actual podría ser una gran oportunidad para la invención de otro paradigma de producción y de consumo. Más que nuevas regulaciones son urgentes las alternativas. La solución de la crisis económico-financiera pasa por el encarrilamiento de la crisis ecológica general y del calentamiento global. Si estas variables no fuesen consideradas, las soluciones económicas dentro de poco tiempo no tendrán sosteniblidad y la crisis volverá con más virulencia.
Las empresas en las bolsas de Londres y de Wall Street tuvieron pérdidas de más de un billón y medio de dólares, pérdidas del capital humano. En cuanto a esto, según datos de Greenpeace, el capital natural tiene pérdidas anuales del orden de 2 a 4 billones de dólares, provocadas por la degradación general de los ecosistemas, desarborización, desertificación y escasez de agua. La primera produjo pánico, la segunda ni siquiera fue notada. Pero esta vez no hay posibilidad de seguir con el business as usual.
Lo peor que nos puede pasar es no aprovechar la oportunidad proveniente de la crisis generalizada del tipo de economía neoliberal para proyectar una alternativa de producción que combine la conservación del capital natural junto con el capital humano. Hay que pasar de un paradigma de producción industrial devastador a otro de sustentación de toda la vida.
Esta alternativa es imprescindible, como lo mostró valerosamente François Houtart, sociólogo belga, en una conferencia ante la Asamblea de la ONU el 30 de octubre del presente año: si no buscamos una alternativa al actual paradigma económico, del 20 al 30% de las especies vivas podrán desaparecer en quince años y a mediados de siglo habrá de 150 a 200 millones de refugiados climáticos. Ahora la crisis en vez de oportunidad se vuelve un peligro aterrador.
La crisis actual nos ofrece la oportunidad, tal vez una de las últimas, para encontrar un modo de vida sostenible para los humanos y para toda la comunidad de vida. Sin eso podremos ir al encuentro de lo peor.
Fuente: Koinonía
Leonardo Boff es teólogo, filósofo y escritor brasileño