La locura de un
criminal de guerra [1]
“Leiwobitz [2]
tiene razón, somos judeo-nazis y ¿por qué no? ... Ahora no os escandalicéis si
ellos [los fundadores de Israel] hubieran matado aquí seis millones de árabes,
o siquiera un millón. ¿Qué habría sucedido? Seguramente se hubieran escrito dos
o tres páginas desagradables en los libros de Historia, nos hubieran insultado,
pero hoy podríamos estar aquí como un pueblo de 25 millones.
Aún hoy me
presentaría voluntario para hacer el trabajo sucio para Israel, para matar
tantos árabes como fuera necesario, deportarlos, expulsarlos y quemarlos, hacer
que todos nos odiaran, mover la alfombra bajo los pies de los judíos de la
Diáspora, de manera que no tengan más remedio que venir, llorando, con
nosotros. Incluso si es preciso dinamitar dos o tres sinagogas aquí y allá no
me importa. Y tampoco me importa si después de hacer este
trabajo me ponéis ante un Tribunal de Nuremberg y me encerráis de por vida.
Ahorcadme, si
queréis, como criminal de guerra. Entonces podréis
engalanar vuestra conciencia judía y entrar en el respetable club de las
naciones civilizadas, naciones que son grandes y sanas.
Lo que todos vosotros
no comprendéis es que el trabajo sucio del sionismo no ha terminado aún, ni mucho
menos”.