viernes, 19 de agosto de 2011

El grito de Lorca contra los tiburones de la fe



Coincidiendo con el 75º aniversario de la muerte de Federico García Lorca y la visita del papa a España, Ian Gibson y Luis García Montero analizan el contenido del poema Grito hacia Roma', en el que el poeta granadino hizo una crítica a Pío XI y a la cúpula de la Iglesia por olvidarse del amor y la espiritualidad y abandonarse al poder y al dinero.


Grito hacia Roma
de Federico García Lorca

Manzanas levemente heridas por finos espadines de plata,

nubes rasgadas por una mano de coral

que lleva en el dorso una almendra de fuego,

peces de arsénico como tiburones,

tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,

rosas que hieren

y agujas instaladas en los caños de la sangre,

mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos

caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula

que untan de aceite las lenguas militares

donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma

y escupe carbón machacado

rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparte el pan ni el vino,

ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,

ni quien abra los linos del reposo,

ni quien llore por las heridas de los elegantes.

No hay más que un millón de herreros
 
forjando cadenas para los niños que han de venir.

No hay más que un millón de carpinteros

que hacen ataúdes sin cruz.

No hay más que un gentío de lamentos

que se abren las ropas en espera de la bala.

El hombre que desprecia la paloma debía hablar,

debía gritar desnudo entre las columnas,

y ponerse una inyección para adquirir la lepra

y llorar un llanto tan terrible

que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.

Pero el hombre vestido de blanco

ignora el misterio de la espiga,

ignora el gemido de la parturienta,

ignora que Cristo puede dar agua todavía,

ignora que la moneda quema el beso de prodigio

y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños

una luz maravillosa que viene del monte;

pero lo que llega es una reunión de cloacas

donde gritan las oscuras ninfas del cólera.

Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;

pero debajo de las estatuas no hay amor,

no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.

El amor está en las carnes desgarradas por la sed,

en la choza diminuta que lucha con la inundación;

el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,

en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas

y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Pero el viejo de las manos traslúcidas

dirá: amor, amor, amor,

aclamado por millones de moribundos;

dirá: amor, amor, amor,

entre el tisú estremecido de ternura;

dirá: paz, paz, paz,

entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;

dirá: amor, amor, amor,

hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,

los negros que sacan las escupideras,

los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los
 directores,

las mujeres ahogadas en aceites minerales,

la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,

ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,

ha de gritar frente a las cúpulas,

ha de gritar loca de fuego,

ha de gritar loca de nieve,

ha de gritar con la cabeza llena de excremento,

ha de gritar como todas las noches juntas,

ha de gritar con voz tan desgarrada

hasta que las ciudades tiemblen como niñas

y rompan las prisiones del aceite y la música,

porque queremos el pan nuestro de cada día,

flor de aliso y perenne ternura desgranada,

porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra

que da sus frutos para todos.


El sentido de un grito
por  Luis García Montero


Federico García Lorca llegó a Nueva YorK en 1929, acompañado por Fernando de los Ríos, su amigo y profesor de Derecho Político. El socialismo humanista del que sería en 1931 ministro republicano, influyó en la mirada con la que el poeta observó la gran crisis económica y cultural de la metrópoli.
No es raro que desde el Crysler Building, la edificación más alta de la ciudad, quisiese lanzar un grito hacia la cúpula de San Pedro en Roma. Pío XI había empezado el año 29 firmando con Benito Mussolini el Tratado de Letrán para consolidar la existencia del Estado Vaticano. En pago de este reconocimiento político, había pedido a los católicos que apoyaran la opción fascista y había bendecido las tropas que se disponía a invadir Abisinia. Corriendo el tiempo, Pío XI se convertiría también en el mejor amigo de la Alemania Nazi, aunque acabara enemistándose con Hitler, no por el asesinato de judíos, sino por el peligro que una Iglesia de orientación nacionalista suponía para Roma.
García Lorca utilizó a largo de Poeta en Nueva York las metáforas de espiritualidad cristiana para oponerse al materialismo capitalista de Wall Street. Resultaba lógico que también escribiese el grito más significativo de la poesía española. Conmovido por la realidad de un mundo que estaba sacrificando su porvenir en el altar de las cuentas de beneficios y las armas, maldijo en los primeros versos de su famoso poema a un papado que se olvidaba del amor y se abandonaba al dinero, el poder militar y las ambiciones personales e institucionales. La iglesia oficial se había renunciado al amor, a la comunión y a la solidaridad. Representaba sólo boato, grandilocuencia, soberbia, y era justo y necesario que cayese la rabia de la indignación sobre las sotanas que se habían olvidado de repartir el pan y el vino para orinarse sobre una paloma (el amor, la paz, el espíritu santo).
Federico García Lorca recibió la educación religiosa de su tiempo. Como poeta, había educado su gusto vanguardista en la poesía pura, el cubismo y las líneas razonables y depuradas. Si sus versos gritan desesperadamente hacia Roma, es porque necesita romper con la tranquilidad de los tonos clásicos y de los ritos católicos. Las formas (las artísticas, pero también la sagrada forma) se han separado de la realidad del mundo, han ahogado los sentimientos humanos, están ocultando la explotación.
Frente a la máscara, toma verdadero sentido el amor. Frente a las pompas y los lujos del Papa, se levanta la figura de Cristo, el ser sacrificado para ayudar a los demás. El poeta se identifico muchas veces con Cristo, dejó crecer sus cabellos y se separó de los ritos oficiales. Por eso sabía que el amor no estaba en una Iglesia dominada por el teléfono de diamante de los millonarios, los herreros que forjan cadenas contra la libertad y los carpinteros que preparan ataúdes en serie para las víctimas de la guerra. El amor estaba junto a los desgraciados, las víctimas del poder, los hambrientos, las mujeres maltratadas y los jóvenes reprimidos por su singularidad sexual. Tan importante era tomar conciencia del sufrimiento de los pobres, como llegar a respetar "el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas".
El Grito hacia Roma no fue sólo un acto de desesperación. Buscó también un sentido. Si a lo largo de Poeta en Nueva York la multitud parecía una corriente agresiva en la que naufragaban los individuos anónimos, en este poema se intuye la posibilidad de que el amor articule a las muchedumbres para conseguir que la sociedad llegue a repartir con decencia los frutos de la tierra.
Federico García Lorca fue ejecutado hace 75 años por la significación literaria y cívica de este compromiso humano.

Un poema de Lorca para consideración del Vaticano
por Ian Gibson

Federico García Lorca es un indignado que, a través de toda su obra, desde sus escritos juveniles hasta La casa de Bernarda Alba –terminada dos meses antes de su asesinato– nunca dejó de protestar contra la injusticia y la crueldad. Su hermano decía que, de los poetas de su generación, era el más comprometido socialmente. Me parece indudable. En una entrevista lo explicó así: “Yo creo que el ser de Granada me inclina a la comprensión simpática de los perseguidos. Del gitano, del negro, del judío..., del morisco que todos llevamos dentro”.
Retengamos la frase: “La comprensión simpática de los perseguidos”. Lorca no era de quienes entendían la toma de su ciudad en 1492 por Fernando e Isabel como manifestación de la providencia divina. Al contrario, se trataba para él de un momento “malísimo” porque supuso, y así lo dijo públicamente en otra ocasión, la pérdida de “una civilización admirable, una poesía, una astronomía, una arquitectura y una delicadeza únicas en el mundo”.
Y un sufrimiento humano inimaginable.
Entre las instituciones que más le indignaban figuraba la Iglesia católica, actitud suya compatible con la intensa admiración que le merecían la persona y la enseñanza de Cristo. Todo ello quedaba ya plasmado en el impresionante caudal de los mencionados primeros escritos, hasta hace algunos años mayormente inéditos y hoy publicados en su integridad (versos, prosas, teatro). En Lorca, de hecho, existe una profunda identificación con Jesús: con el Jesús que ama a los pobres, cura a los enfermos y predica paz y caridad. Hasta se puede encontrar un paralelismo en la manera de su muerte.
Para el poeta, uno de los principales adversarios a combatir es, pues, la Iglesia, con su papa a la cabeza. Y nunca como en 1929 cuando Pío XI, que ya lleva siete años como tal, ha llegado a una entente con Mussolini. Lorca, entonces en la metrópoli norteamericana y, como siempre, muy atento a lo que pasa en el mundo, decide levantar su voz de protesta. Y nace la extraordinaria oda-diatriba-imprecación titulada Grito hacia Roma (Desde la torre del Chrysler Building), nunca publicada en vida e incluida en el póstumo Poeta en Nueva York (1940).
En el dorso del manuscrito hay dos títulos tachados, Injusticia y Oda de la injusticia, tal vez previstos en un principio para el poema, y en el cuerpo del mismo tres versos, deshechos, de incitación revolucionaria:

Compañeros de todo el mundo
hombres de carne con vicios y con sueños
ha llegado la hora de romper las puertas.

No puede por menos que llamar la atención la coincidencia de la llegada a España, precisamente hoy, del actual pontífice. Porque, después del libro de Manuel Titos Martínez, Verano del 36 en Granada (2005), lo más seguro es que Lorca cayera acribillado, entre Alfacar y Víznar, en la madrugada sin luna del 18 de agosto de aquel infausto año. O sea, hace exactamente 75 años.
Grito hacia Roma, lanzado desde lo alto del edificio más enhiesto del mundo (todavía no se había terminado el Empire State Building), sorprenderá a más de un lector no familiarizado con el Lorca neoyorquino. Y, si bien contiene alguna imagen difícil de descifrar, no deja lugar para serias dudas interpretativas. Queda muy claro lo que quiere decir el poeta.
No añado una palabra más. Que juzguen los lectores que se acerquen por vez primera a este magno documento humano o quienes ahora lo relean. Ah, ¿lo conoce el papa que hoy aterriza en Madrid y para quien no son exactamente personas gratas los gays? Si no, me atrevo a recomendárselo, aunque supongo que Público no figura entre sus lecturas habituales.

Fuente: http://www.publico.es/391941/el-grito-de-lorca-contra-los-tiburones-de-la-fe


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