miércoles, 20 de abril de 2011

Todo empezó con el LSD


Por: Pablo León

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Hoy, 19 de abril, se celebra el Día de la Bicicleta en todo el mundo. No es una fecha creada por consenso global sino que es una efeméride en toda regla que nace de un viaje lisérgico de Albert HofmannEse día de 1943, Herr Hofmann se drogó. No era la primera vez que lo hacía. El ácido lisérgico había atraído, hacía un tiempo, la atención del científico suizo, que investigaba sus efectos en el ser humano. El 16 de abril durante un experimento acabó absorbiendo una pequeña dosis del compuesto. “Lo primero que sentí fue una notable relajación combinada con un cierto vértigo. Una nada desagradable sensación de intoxicación que iba acompañada de un estímulo extremo de mi imaginación”, contaba el investigador en sus diarios. Tres días después, el 19 de abril, decidió drogarse voluntariamente para ver los efectos que el ácido producía en el cuerpo. Del colocón nació el día de la bici
0.25 miligramos de LSD fue la dosis que se metió Hofmann. Albert Hofmann y la molécula de LSD. Hofmann FoundationUna cantidad que, tras varios cálculos, él supuso que sería lo suficientemente tóxica sin ser peligrosa. Una hora después de la ingestión, las facultades del doctor empezaron a verse alteradas. Estaba tan afectado que pidió a su ayudante de laboratorio que le llevara a casa. Aunque Suiza permaneció durante la II Guerra Mundial oficialmente neutral, oficiosamente colaboracionista con los nazis mientras no descuidaba sus atenciones a los Aliados, en Basel, donde Hofmann investigaba para laboratorios Sandoz, no se podía usar el coche. El ayudante tenía su bicicleta a la puerta del laboratorio y llevó al investigador hasta su hogar para que se le pasara el subidón. Un viaje de uno que viaja.
Ansiedad, alucinaciones con el vecino de al lado, al que veía como una bruja maquiavélica (quizás por influencia de la recién estrenada El Mago de Oz), y el temor de haber perdido la cabeza acompañaron a Hofmann en su recorrido a pedales. Cuando llego a casa empezó la icónica alucinación caleidoscópica, los colores y las formas extravagantes que marcaron a la cultura hippy.
Ese primer viaje se denominó el Día de la bici. Hofmann había descubierto un inigualable psicoactivo con un gran potencial que pensaba que podría ser muy útil en algunos tratamientos psiquiátricos. No esperaba que fuera de lo más vendido en Woodstock. Después, el investigador estudió las setas alucinógenas o la salvia mientras el Día de la bicicleta se transformó en una cita global en defensa de los pedales.

Hoy en varias ciudades del mundo se organizan recorridos en bici,conciertos y charlas para hablar sobre otro tipo de movilidad. Curiosa evolución. El mismo tipo que descubrió el potencial del LSD, icono de la cultura altermundista de los sesenta, fijó la fecha de la celebración de los pedales, vehículo underground de la posmodernidad. Lo mejor es que todo fue una casualidad.
¡Feliz Día de la Bicicleta!

martes, 19 de abril de 2011

Libia: ¿una cuestión de petróleo o de Bancos Centrales?

por Ellen Brown (*) 

Varios autores han señalado el hecho curioso de que los rebeldes libios tomaron tiempo de su rebelión en marzo para crear su propio banco central, esto antes de que tuvieran un gobierno. Robert Wenzel escribió en el Journal of Political Economy:

"Nunca antes había oído hablar de un banco central creado en cuestión de semanas            durante un levantamiento popular. Esto sugiere que los rebeldes son alfo más que un montón de pobres en trapos y que hay algunas influencias bastante sofisticadas detrás de su movimiento".

jueves, 14 de abril de 2011

Semillas secuestradas

por Esther Vivas (*)




¿Quién ha oído hablar alguna vez del tomate bombilla, la berenjena blanca o la lechuga lengua de buey? Difícil. Se trata de variedades locales y tradicionales que han quedado al margen de los canales habituales de producción, distribución y consumo de alimentos. Variedades en peligro de extinción.
 
Nuestra alimentación actual depende de unas pocas variedades agrícolas y ganaderas. Tan solo cinco variedades de arroz proporcionan el 95% de las cosechas en los mayores países productores y el 96% de las vacas de ordeño en el Estado español pertenecen a una sola raza, la frisona-holstein, la más común a nivel mundial en producción lechera. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), un 75% de las variedades agrícolas han desaparecido a lo largo del último siglo.

martes, 12 de abril de 2011

Una visita al soldado de Wikileaks, Bradley Manning

por David Leigh 
 

 
El soldado estadounidense Bradley Manning está recluido en condiciones inhumanas en una prisión militar acusado de proporcionar información secreta a Wikileaks. Cada semana un amigo suyo de Boston acude a visitarlo.

Llegar a ver al prisionero Bradley Manning, actualmente encadenado como si se tratase de un animal salvaje, es muy difícil. Sin embargo, David House viaja regularmente con destino a la prisión militar que recluye a este pequeño soldado estadounidense de poco más de 5 pies de altura [un poco más de un metro cincuenta]. House, un investigador informático de 23 años del Massachusetts Institute of Technology (MIT) amigo de Manning, abandona Boston cada dos semanas un viernes por la tarde después de trabajar: "Inmediatamente me marcho a casa, cojo mi mochila militar, meto en ella un montón de calcetines y ropa cómoda y salto a un tren Amtrak con dirección a Washington D.C. Es un viaje de siete a ocho horas."

Mientras viaja en el tren nocturno, una de las cosas que House intenta hacer es sacarse de la cabeza los insultos y amenazas que recibe por correo electrónico debido a su ayuda al joven solitario acusado de ser el "hacktivista" detrás de los escándalos recientemente revelados por Wikileaks. "Recibo probablemente entre 10 y 15 correos electrónicos de ese tipo cada día. Son un montón, pero sólo uno o dos a la semana son auténticas amenazas de muerte."

House llega a Washington D.C. a las seis de la madrugada. Con frecuencia se registra en un hostal barato para estudiantes cerca de la estación de tren antes de alquilar un coche para dirigirse 36 millas (57 kilómetros) en dirección sur por la Interestatal 95 hasta Quantico, en el estado de Virginia. Es importante llegar el sábado al mediodía. Demasiado pronto y los guardias le rechazan, demasiado tarde y ha de aguardar unas horas, de acuerdo con los estrictos períodos de visita de fin de semana, entre las doce y las tres de la tarde. Reconoce que al menos él tiene suerte de estar en la lista de visitas. Que pudiese demostrar ser amigo de Manning fue de gran ayuda. Hace un año House y Manning se encontraron cuando el joven soldado apareció en una conferencia de hackers organizada por House. "Un chaval de Alabama", recuerda House de Manning, quien había conseguido acceder, por méritos intelectuales propios, en la élite hacker de la Universidad de Boston y el MIT.

"Estaba claro que Bradley estaba de algún modo metido en la cultura hacker", recuerda House. "Pero parecía un poco un outsider. Bradley obviamente había dormido bien, no había estado trasnochando durante varios días, iba bien peinado, se había duchado. No iba sucio, como iría un típico hacker", ríe. "¡Sobre todo en Boston! Estas personas no se afeitan durante días, huelen mal. Todo esto son características de los intelectuales que están comprometidos u obsesionados hasta este punto con sus pasiones. Es como un distintivo de honor. Si alguien está preocupado de algún modo por su apariencia, entonces no se mezcla muy bien con la escena académica hackerde Boston."

House se anima con este tema y cita el Manifiesto hacker, un ensayo de 1986 escrito por el conocido pirata informático Loyd Blankenship: "Sí, soy un criminal. Mi crimen es ser curioso. Mi crimen es juzgar a la gente por lo que dicen y piensan y no por su apariencia. Mi crimen es el de ser más listo que tú, algo que nunca me perdonarás. Soy un hacker y éste es mi manifiesto."

La familia de Manning dice que el joven soldado nunca debería haber sido destinado en Irak, y que ya mostraba síntomas de depresión antes de ser enviado allí. Este tipo de piratería informática, en la cual fue introducido durante sus vacaciones por un novio de Boston, parecía un ambiente que podría haberle salvado. El soldado de 22 años había salido recientemente del armario como homosexual, tenía una infancia desgraciada y una relación problemática con su padre, un antiguo militar estadounidense que se había casado y divorciado de la madre de Manning en Gales. Manning era un soldado atípico, que en sus chapas de identificación había dado "humanista" como religión y tenía sus propias opiniones políticas. Se había unido al ejército estadounidense como analista de inteligencia, más que nada, según House, para poder recibir después la ayuda financiera concedida a los soldados para estudiar según la conocida GI Bill. "Me dijo que quería ir a la universidad y conseguir un diploma en física y una licenciatura en ciencias políticas: para eso estaba allí disparando, por este compromiso intelectual."

¿Así fue Manning arrastrado a la 'cultura hacker'? "Sí, eso diría. Es una comunidad muy creativa, muy seductora. Se trata de personas que aparentemente no tienen límites. Cuando entras en contacto con esta cultura, que te proporciona tanta energía, puede atraparte." Houses hace una ligera pausa. "En el buen sentido de la palabra, quiero decir."

Los viajes matutinos de House cada sábado terminan ante las puertas de la base del cuerpo de Marines de Quantico. Manning llegó en avión aquí directamente desde Oriente Medio el año pasado y fue encerrado acusado de haber hackeado las bases de datos militares, a las que tenía acceso gracias a su pase "secreto", y haber proporcionado información a Julian Assange y su organización, Wikileaks. Manning había sido detenido tras la aparición del vídeo que muestra a un helicóptero Apache matando a 12 civiles irakíes en el 2007. Más tarde Assange sacó a la luz 250.000 cables diplomáticos y entregó los informes sobre el terreno de los militares en Afganistán e Irak a varios periódicos, incluyendo el Guardian, que publicaron algunos de ellos, lo que motivó un terremoto en la opinión pública internacional.

Desde entonces las duras condiciones del encarcelamiento de Manning –sin haber sido condenado ni juzgado– son motivo de una creciente preocupación, culminando en las declaraciones del portavoz de Hillary Clinton, Philip Crowley, ante la audiencia de un seminario de Boston: "Lo que se le está haciendo a Bradley Manning es ridículo y contraproducente y estúpido por parte del departamento de defensa." Crowley poco después fue obligado a dimitir. 

House también ha de soportar el trato desabrido del ejército estadounidense cuando se detiene ante la caseta de guardia en Quantico. "Recientemente se ha convertido en algo muy duro. El guardia aparenta ser cortés. Pero tengo que detenerme. Me obligan a identificarme y dan una señal por radio. Levantan la barrera y aparecen todos esos tipos con escopetas. Entonces tengo que esperar unos veinte minutos a una escolta. Llegan dos jeeps negros y te acompañan a la base, dos o tres millas, muy lentamente, con las luces en marcha. Ahora mismo se tarda unos 30 minutos desde la entrada."

A Manning sólo se le permiten visitan los sábados y domingos. El resto de la semana es mantenido en una celda 23 horas al día, alimentado con una dieta diaria de pastillas antidepresivas, se le prohíbe practicar ejercicio en su celda y se le despierta a la fuerza si trata de dormir durante el día. Está sujeto continuamente a una "máxima custodia" y también a la denominada orden para la "prevención de lesiones", la cual, entre otras cosas, le priva de su ropa durante la noche, así como de una cama y unas sábanas normales, que son sustituidas por unas sábanas que describe como el delantal de plomo que emplean los operarios de máquinas de rayos X. No se le permite tener ninguna posesión personal.

Los problemas se incrementaron después de una pequeña manifestación en las puertas de Quantico. Entonces fue puesto bajo la denominada "vigilancia de suicidio". Escribió una carta de protesta, que envió a su abogado, un teniente coronel en la reserva del ejército: "Se han llevado toda mi ropa, con la excepción de mi ropa interior. Se han llevado mis gafas y me han obligado a sentarme básicamente a ciegas." Escribe: "Me enfadé. De pura frustración, me llevé las manos a la cabeza y grité: '¿Por qué me estáis haciendo todo esto? ¿Por qué me estáis castigando? ¡Yo no he hecho nada malo!'"

La vigilancia por suicidio fue retirada tras las protestas, pero tras el rechazo de una apelación para rebajar su estatuto al de un prisionero común, aparecieron nuevas indignidades. Manning dice que cometió el error de decir sarcásticamente que no dudaría en causarse daño con sus bóxer elásticos durante la noche. Se llevaron su ropa interior y ahora ha de pasar revista desnudo.

Tras su llegada escoltada a la cárcel, un edificio de un solo piso rodeado de una alambrada de espino de 20 pies (6 metros) de alto, House es registrado y se le requiere entregar todas sus posesiones. "Toman tu teléfono, tus bolígrafos, todos tus documentos de identidad." Señala su brazalete, hecho con una cuerda de paracaídas negra. "Se llevan este brazalete y virtualmente todo, menos la ropa que llevas puesta. Te guían y entras en la sala de espera. Entonces ordenan a abrir las puertas en el celda, y se pueden oír todas estas puertas hidráulicas abriéndose allí detrás. Durante un momento no se oye más que silencio, y después oyes las cadenas..."

"Puedes oír a Bradley llegar desde mucho antes debido a todas las cadenas que lleva: sus pies están encadenados, y desde allí parte una cadena hasta un cinturón de cuero alrededor de su cintura. Sus manos están encadenadas a él y no puede moverlas libremente."

La habitación está dividida por una pantalla de vidrio antibalas con un pequeño agujero para mantener las conversaciones. La figura delgada de Manning se arrastra hasta sentarse en un taburete atornillado al suelo. Tres corpulentos guardias del cuerpo de Marines se encuentran en todo momento en guardia a poca distancia de él, mientras un micrófono en el techo registra todo lo que dice, y un cuarto guardia patrulla tras la puerta por la que House ha entrado.

"Luces fluorescentes, gruesos muros de cemento, guardias armados y con cadenas: ésa es la situación en la que conversamos. Yo no lo llamaría precisamente relajante..." House ríe un poco.

Dice que Manning rara vez escribe cartas: "Ha de tomarse una medicación antidepresiva que el ejército le entrega, inmediatamente antes de la hora en que se le permite ver la televisión, escribir, o ducharse. Le parece muy difícil escribir bajo la influencia de estos antidepresivos. Algunos días ni siquiera le proporcionan un bolígrafo para poder hacerlo."

Tampoco recibe mucha correspondencia. "Hacia las pasadas Navidades hubo una campaña para enviarle cartas. Pero me dijo: 'Por favor, no lo hagáis. Sobrecargará a la prisión y enfadará al personal."

Al comienzo, Manning y House tuvieron lo que este último describe como "conversaciones fantásticas". "Tuvimos una conversación realmente filosófica sobre la naturaleza de Internet. Hablamos sobre este término, que no sé si acuñó él, neurosociología. La idea de que la humanidad está ahora conectada mediante Internet, que Internet es como un sistema nervioso de la humanidad, que les permite a la organizarse de manera mucho más rápida y veloz. ¿Qué es lo que eso significa para nosotros desde un punto de vista antropológico?"

La imagen se tornó más sombría, empero, a medida que avanzaron los meses de prisión, afirma House. Tras el episodio de vigilancia suicida, dice, Manning parecía "catatónico" y exhausto. Pero se animó tras recibir un pequeño flujo de visitas familiares. Su madre galesa, Susan, viajó el mes pasado acompañada de sus tíos, que también viven en Gales. Se les impidió visitarle alegando que "no estaban en la lista" y hubieron de esperar en el aparcamiento de la prisión. Su padre, Brian Manning, se ha vuelto a casar y, a pesar de su propio pasado militar, también le visita y ha hecho declaraciones públicas denunciando las condiciones de su hijo en prisión.

La diputada galesa Ann Clwyd ha empuñado discretamente también la bandera de este caso, impresionada por la situación de la familia de Manning y por la razón alegada por éste para el desafecto definitivo hacia el ejército: lo que le impresionaron las injusticias experimentadas por los detenidos iraquíes, y la indiferencia de sus superiores militares estadounidenses.

En el Reino Unido Amnistía Internacional ha mostrado una preocupación similar. El director de las campañas internacionales de la organización en el Reino Unido, Tim Hancock, declaró lo siguiente: "Hemos oído que Bradley Manning es obligado a quitarse cada noche toda la ropa y a pasar revista, desnudo, cada mañana, para poder recuperarla. Esto es completamente degradante y no tiene ningún otro fin que castigarle y humillarle, dado que ya se encuentra bajo una estricta supervisión. Manning está siendo objeto de un trato cruel, inhumano y degradante. Esto es particularmente inquietante si se considera que ni tan siquiera ha sido juzgado y mucho menos aún condenado por crimen alguno."

Este joven, acusado de ser el responsable de la mayor filtración de la historia del periodismo, está, no obstante, aparentemente a la entera merced de sus superiores: seguirá alistado como hombre en servicio hasta finales del mes de octubre de este año, y, por lo tanto, sujeto a la disciplina y orden castrense.

En la último cambio de sus condiciones, Manning ha sido acusado de 22 nuevos crímenes, incluyendo el de "ayuda al enemigo", potencialmente castigado con la pena de muerte. Según sus defensores, esta pequeña figura cargada de cadenas en una prisión de Quantico debe representar en verdad algo terrible para el ejército estadounidense.

David Leigh es uno de los editores de The Guardian
Traducción para www.sinpermiso.info: Àngel Ferrero

Jugar con el planeta

Monje zen orando en Fukushima

por Joseph Stiglitz 
 

Las consecuencias del terremoto de Japón -especialmente la actual crisis en la central nuclear de Fukushima- traen recuerdos sombríos para los observadores de la crisis financiera estadounidense que precipitó la Gran Recesión. Ambos acontecimientos ofrecen duras lecciones sobre los riesgos y sobre lo mal que pueden manejarlos los mercados y las sociedades.

Naturalmente, en cierto sentido no hay comparación entre la tragedia provocada por el terremoto -que ha dejado más de 25.000 personas muertas o desaparecidas- y la crisis financiera, a la que no se puede atribuir un sufrimiento físico tan agudo. Pero cuando se trata de la fusión del reactor nuclear en Fukushima, los dos acontecimientos tienen algo en común.
Los expertos tanto de la industria nuclear como de las finanzas nos aseguraron que la nueva tecnología había eliminado prácticamente el riesgo de una catástrofe. Los hechos demostraron que estaban equivocados: no solo existían los riesgos, sino que sus consecuencias fueron tan grandes que eliminaron fácilmente todos los supuestos beneficios de los sistemas que los líderes de la industria promovían.
Antes de la Gran Recesión, los gurús económicos de EE UU -desde el presidente de la Reserva Federal hasta los gigantes de las finanzas- se jactaban de que habíamos aprendido a dominar los riesgos. Mediante instrumentos financieros innovadores, como los derivados y los credit default swaps (seguros contra el impago de la deuda), se había logrado distribuir el riesgo en toda la economía. Ahora sabemos que no solo engañaron al resto de la sociedad, sino que incluso se engañaron a ellos mismos.
Resultó que estos magos de las finanzas no entendieron las complejidades del riesgo, por no hablar de los peligros que plantean las "distribuciones de cola ancha", un término estadístico que se refiere a situaciones raras que tienen consecuencias enormes, y a las que a veces se llama "cisnes negros". Eventos que supuestamente suceden una vez en un siglo -o incluso una vez en la vida del universo- parecían ocurrir cada diez años. Peor aún, no solo se subestimó enormemente la frecuencia de estos acontecimientos, sino también el daño desmesurado que causarían -más o menos como las fusiones que siguen agobiando a la industria nuclear.
Las investigaciones económicas y psicológicas nos ayudan a entender por qué gestionamos tan mal estos riesgos. Tenemos pocas bases empíricas para juzgar los acontecimientos raros, por lo que es difícil hacer cálculos precisos. En tales circunstancias, no solo empezamos a pensar lo que queremos, sino que puede ser que tengamos pocos incentivos para pensar en absoluto. Por el contrario, cuando los demás cargan con los costes de los errores, los incentivos favorecen el autoengaño. Un sistema que socializa las pérdidas y privatiza las ganancias está condenado a gestionar mal el riesgo.
En efecto, todo el sector financiero estaba plagado de problemas con las agencias y las externalidades. Las agencias de calificación tenían incentivos para dar buenas calificaciones a los títulos de alto riesgo que producían los bancos de inversión que les pagaban. Los creadores de las hipotecas no cargaban con las consecuencias de su irresponsabilidad, e incluso quienes se dedicaron a dar préstamos abusivos o crearon y comercializaron valores diseñados para perder, lo hicieron de manera que quedaron protegidos de acusaciones civiles y penales.
Esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿están a punto de aparecer otros "cisnes negros"? Desafortunadamente, es probable que algunos de los riesgos realmente grandes a los que nos enfrentamos hoy día ni siquiera sean eventos raros. Lo bueno es que esos riesgos se pueden controlar con poco o ningún coste. Lo malo es que hay una fuerte oposición política para hacerlo, porque hay personas que se benefician del statu quo.
En los últimos años hemos visto dos de los grandes riesgos, pero hemos hecho poco para controlarlos. Según algunas personas, la forma en que se manejó la última crisis puede haber aumentado el riesgo de un colapso financiero en el futuro.
Los bancos demasiado grandes para quebrar y los mercados en los que participan saben ahora que pueden esperar rescates si tienen problemas. Como resultado de este riesgo moral, esos bancos pueden pedir créditos en condiciones favorables, lo que les da una ventaja competitiva que no se basa en un rendimiento superior, sino en la fuerza política. Si bien se han frenado algunos de los excesos que se cometían al asumir riesgos, los préstamos abusivos y las operaciones no reguladas de oscuros derivados extrabursátiles continúan. Las estructuras de incentivos que fomentan la toma de riesgos excesivos se mantienen prácticamente sin ningún cambio.
De la misma forma, mientras que Alemania ha cerrado sus reactores nucleares más viejos, en EE UU y otros lugares incluso las plantas que tienen los mismos defectos de diseño que la de Fukushima siguen operando. La existencia misma de la industria nuclear depende de subsidios públicos ocultos -los costes que paga la sociedad en caso de desastres nucleares, así como los costes de la eliminación de los residuos radiactivos que aún no se aborda-. ¡Viva el capitalismo sin restricciones!
Para el planeta hay un riesgo adicional que, al igual que los otros dos, es casi una certeza: el calentamiento global y el cambio climático. Si hubiera otros planetas a los que pudiéramos irnos a bajo coste en el caso de que ocurriera el resultado casi seguro que prevén los científicos, se podría argumentar que se trata de un riesgo que vale la pena tomar. Pero no los hay, por lo que no lo es.
Los costes de reducir las emisiones palidecen en comparación con los posibles riesgos a que se enfrenta el mundo. Y eso se aplica incluso si descartamos la opción nuclear (cuyos costes siempre se subestimaron). Ciertamente, las industrias del carbón y del petróleo resultarían perjudicadas, y obviamente los países que son los grandes contaminadores -como EE UU- pagarían un precio más alto que los que tienen un estilo de vida menos derrochador.
A fin de cuentas, quienes apuestan en Las Vegas pierden más de lo que ganan. Como sociedad, estamos apostando -con nuestros grandes bancos, con nuestras instalaciones de energía nuclear, con nuestro planeta-. Al igual que en Las Vegas, los pocos afortunados -los banqueros que ponen en peligro nuestra economía y los propietarios de las empresas de energía que ponen en riesgo nuestro planeta- pueden ganar mucho dinero. Pero en promedio, y casi con seguridad, nosotros como sociedad, al igual que todos los jugadores, vamos a perder.
Por desgracia, esa es una lección que se desprende del desastre de Japón que seguimos ignorando por nuestra cuenta y riesgo.
Joseph E. Stiglitz es catedrático de la Universidad de Columbia y ha sido galardonado con el Premio Nobel de Economía. Traducción de Kena Nequiz.

El País, 10 abril 2011

viernes, 8 de abril de 2011

Los infiernos fiscales


por Víctor J. Sanz

“Solo la gente corriente paga impuestos” 
(Tax Justice Network)
 

Todos tenemos una idea aproximada de lo que es un paraíso fiscal. Gracias al imaginario colectivo, todos hemos oído hablar de ellos, bien en el cine, bien a través de un chiste en el que quien se ríe es otro… Cuando pensamos en “paraíso fiscal”, el imaginario colectivo nos sirve informaciones estereotípicas que van desde el sonriente hombre de negocios que acarrea un maletín no muy ligero de peso, hasta jets privados que aterrizan junto a playas interminables con palmeras a punto de tocar un agua cristalina…, pero también nos surgen nombres de lugares a los que asociamos con esa idea de “paraíso fiscal”, y pensamos en Suiza, Gibraltar, Islas Caimán…

InspirAction


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miércoles, 6 de abril de 2011

FUKUSHIMA: EL SECRETO DE LAS CENTRALES NUCLEARES JAPONESAS

Mendigos-esclavos nucleares en Japón
LAS EMPRESAS niponas reclutan indigentes para limpiar centrales atómicas. 
Muchos mueren de cáncer. 
CRONICA ha hablado con los protagonistas de este inconcebible escándalo

DAVID JIMÉNEZ. Enviado especial a Tokio.
Publicado por Crónica_El Mundo

Siempre hay un puesto de trabajo en la planta número 1 de la central nuclear de Fukushima para quienes ya no tienen nada que perder. Matsushita se encontraba durmiendo entre los cuatro cartones que se han convertido en su hogar, en un parque de Tokio, cuando dos hombres se acercaron para ofrecérselo. No se requería ninguna habilidad especial, le pagarían el doble que en su último empleo como peón de obra y estaría de vuelta en 48 horas. Dos días después, este antiguo ejecutivo arruinado y otros 10 mendigos fueron trasladados a la central, situada a 200 kilómetros al norte de la capital, y registrados como limpiadores.

«¿Limpiadores de qué?», preguntó alguien mientras el capataz les repartía trajes especiales y les conducía a una inmensa habitación metálica con forma cilíndrica. La temperatura en el interior, que variaba entre los 30 y los 50 grados, y la humedad obligaban a los trabajadores a salir para respirar aire cada tres minutos.Los medidores de radiactividad habían sobrepasado tanto los límites máximos que pensaron que se debían haber estropeado. Uno a uno, los hombres se quitaron las máscaras que les protegían el rostro.«El cristal de las gafas se empañaba y no podíamos ver. Teníamos que terminar el trabajo a tiempo o no nos pagarían nada», recuerda Matsushita, de 53 años. «Un compañero se acercó y me dijo: "Estamos en un reactor nuclear"».

Tres años después de aquella visita a la central de Fukushima, un cartel amarillento escrito en caracteres japoneses alerta a los vagabundos del parque de Shinjuku, en Tokio, de que no vayan a las centrales nucleares. «No aceptes el trabajo, te matará», se puede leer. El aviso llega tarde para muchos de ellos. El reclutamiento de mendigos, pequeños delincuentes, inmigrantes y pobres para realizar los trabajos más arriesgados en las plantas atómicas japonesas ha sido una práctica rutinaria durante más de tres décadas. Y lo sigue siendo hoy. Entre 700 y 1.000 sin techo han muerto y miles más han enfermado de cáncer en todo este tiempo, según las investigaciones del profesor de Física Yukoo Fujita, de la prestigiosa universidad japonesa de Keio.

SECRETO TOTAL

Los esclavos nucleares constituyen uno de los secretos mejor guardados de Japón. Muy poca gente conoce una práctica en la que están implicadas algunas de las mayores empresas del país y la temida mafia de los yakuza, que se encarga de buscar, seleccionar y contratar a los vagabundos para las compañías eléctricas. «Las mafias hacen de intermediarias. Las empresas pagan 30.000 yenes (215 euros) por un día de trabajo, pero el contratado sólo recibe 20.000 (142 euros). Los yakuza se quedan la diferencia», explica Kenji Higuchi, un periodista japonés que lleva 30 años investigando y documentando con fotografías el drama de los mendigos de Japón.

Higuchi y el profesor Fujita recorren cada semana los lugares frecuentados por los vagabundos para prevenirles de los riesgos que corren y apremiarles para que lleven sus casos ante la Justicia.Higuchi con su cámara -es el autor de las fotografías de este reportaje- y Fujita con el estudio de los efectos de la radiactividad han desafiado al Gobierno japonés, a las multinacionales energéticas y a las redes de reclutamiento en un intento de frenar un abuso que empezó en silencio en los años 70 y que se ha extendido hasta hacer a las centrales nucleares completamente dependientes de la contratación de indigentes para llevar a cabo sus operaciones.«Japón es el lugar de la modernidad y el sol naciente, pero el mundo debe saber que también es un infierno para esta gente», dice Higuchi.

Japón protagonizó una de las transformaciones más espectaculares del siglo XX al pasar de ser un país en ruinas tras la II Guerra Mundial a ser la sociedad tecnológicamente más avanzada del mundo.El cambio ha traído una demanda de electricidad que ha convertido a la nación japonesa en una de las más dependientes de la energía nuclear del mundo.

Más de 70.000 personas trabajan constantemente en las 17 centrales y 52 reactores repartidos por todo el país. Aunque las nucleares tienen a sus propios empleados para los puestos más técnicos, más del 80% de las plantillas está formado por trabajadores sin preparación, contratados de forma temporal entre las capas más desfavorecidas de la sociedad. Los mendigos son reservados para los cometidos más arriesgados, desde la limpieza de reactores a la descontaminación cuando se producen fugas, o los trabajos de reparación allí donde un ingeniero nunca se atrevería a acercarse.

Nubuyuki Shimahashi fue utilizado para algunas de esas tareas durante cerca de ocho años antes de morir, en 1994. El joven procedía de una familia pobre de Osaka, había terminado el instituto y se encontraba en la calle cuando le ofrecieron un puesto en la central nuclear de Hamaoka Shizuoka, la segunda mayor del país. «Durante años estuve cegada, no sabía dónde estaba trabajando mi hijo. Ahora sé que su muerte fue un asesinato», se lamenta Michico, su madre.

Los Shimahashi han sido la primera familia en ganar en los tribunales un largo proceso que hace responsable a la central del cáncer de sangre y de huesos que consumió a Nubuyuki, le postró en la cama durante dos años y terminó con su vida entre dolores insoportables.Murió con 29 años.

El descubrimiento de los primeros abusos en la industria nuclear no ha paralizado el reclutamiento de pobres. Cada poco tiempo, hombres que nadie sabe a quién representan recorren los parques de Tokio, Yokohama y otras ciudades con ofertas de empleo en las que se engaña a los vagabundos, ocultándoles los riesgos que corren. Las centrales necesitan al menos 5.000 trabajadores temporales cada año y el profesor Fujita cree que al menos la mitad de ellos son mendigos.

Hubo una vez, no hace tanto tiempo, que los indigentes eran una rareza en las calles japonesas. Hoy es difícil no encontrárselos; las centrales nucleares cuentan con mano de obra de sobra. Japón lleva 12 años sumido en un declive económico que ha enviado a miles de asalariados a la calle y ha puesto en entredicho su modelo de milagro económico, el mismo que ha situado al país entre los tres más ricos del mundo en renta per cápita. Muchos parados no soportan la humillación de no poder mantener a sus familias y forman parte de ese ejército de 30.000 personas que cada año se quitan la vida. Otros se convierten en vagabundos, deambulando por los parques y perdiendo el contacto con un círculo social que les rechaza.

LOS «GITANOS NUCLEARES»

Los mendigos que aceptan trabajar en las centrales nucleares se convierten en lo que se conoce como Genpatsu Gypsies (gitanos nucleares). El nombre hace referencia a la vida nómada que les lleva de central en central en busca de trabajos hasta que caen enfermos y, en los casos más graves, mueren en el abandono. «La contratación de pobres sólo es posible con la connivencia del Gobierno», se queja Kenji Higuchi, ganador de varios premios de Derechos Humanos.

Las autoridades japonesas han fijado en 50 mSv (milisievert) la cantidad de radiactividad que una persona puede recibir en un año, muy por encima de los 100 mSv en cinco años que manejan la mayoría de los países. En teoría, las empresas que gestionan las centrales nucleares contratan a los vagabundos hasta que han recibido la radiación máxima y después los despiden por el «bien de su salud», enviándolos de nuevo a la calle. La realidad es que esos mismos peones vuelven a ser contratados días o meses después bajo nombres falsos. Sólo así se explica que muchos empleados hayan sido expuestos durante casi una década a dosis de radiactividad cientos de veces mayores de las permitidas.

Nagao Mitsuaki todavía guarda la fotografía que le hicieron en una jornada más en su puesto de trabajo. En ella se le puede ver vestido con uno de los trajes de protección que no siempre llevaba, minutos antes de iniciar una de las operaciones de descontaminación de la planta de Tahastuse, en la que trabajó durante cinco años, antes de caer enfermo. Ahora, con 78 años y tras haber pasado los últimos cinco tratando de superar un cáncer de huesos, la enfermedad más común entre los Genpatsu Gypsies, Nagao ha decidido demandar a las empresas que gestionaban la central y al Gobierno japonés. Lo curioso es que él no era uno de los vagabundos contratados, sino el hombre que los mandaba como capataz. «Venían pensando que detrás de un trabajo en el que hay grandes empresas no podía suceder nada malo. Pero estas compañías utilizan su prestigio para engañar a la gente, reclutarla para trabajos muy peligrosos en los que las personas son envenenadas», se queja amargamente Nagao, que tiene paralizada la mitad de su cuerpo tras haber sido expuesto a dosis de radiación superiores a las permitidas.

Durante más de 30 años Kenji Higuchi ha entrevistado a decenas de víctimas de las centrales nucleares, documentando sus enfermedades y viendo cómo muchas de ellas agonizaban, postradas en sus camas, antes de morir. Quizá por ello, por haber visto el sufrimiento de los desfavorecidos de cerca, el fotógrafo metido a investigador no tiene problemas en citar las multinacionales que contratan a los mendigos de forma indirecta. Sentado en el despacho de su casa de Tokio, coge un papel en blanco y empieza a apuntar: «Panasonic, Hitachi, Toshiba...».

HIROSHIMA Y NAGASAKI

Las compañías subcontratan a los mendigos a través de otras empresas, dentro de un sistema que les descarga de la responsabilidad de realizar un seguimiento de los trabajadores, su origen o su salud.La mayor contradicción de lo que está sucediendo en Japón es que los abusos se producen sin apenas protestas en la sociedad del mundo que mejor conoce las consecuencias de la utilización errónea de la energía nuclear. El 6 de agosto de 1945, EEUU lanzó sobre la hasta entonces desconocida ciudad de Hiroshima una bomba atómica que en el momento del impacto acabó con la vida de 50.000 personas. Otras 150.000 murieron en los siguientes cinco años como consecuencia de la radiación. La Historia se repitió días más tarde con el lanzamiento de una segunda bomba sobre Nagasaki.

Tomando como base los efectos de aquellas detonaciones atómicas y la radiactividad que reciben los mendigos nucleares, un estudio revela que hasta 17 de cada 10.000 trabajadores de la calle empleados en las centrales japonesas tienen un «100%» de posibilidades de morir de cáncer. Un número mucho mayor tiene «muchas probabilidades» de correr la misma suerte y cientos más enfermarán de cáncer.Teniendo en cuenta que desde los años 70 más de 300.000 trabajadores temporales han sido reclutados en las centrales japonesas, el profesor Fujita y Higuchi no dejan de hacerse las mismas preguntas: ¿Cuántas víctimas habrán muerto en este tiempo? ¿Cuántas han agonizado sin protestar? ¿Hasta cuándo se permitirá que la energía que consume la adinerada sociedad japonesa dependa del sacrificio de los pobres?

El Gobierno y las empresas se defienden asegurando que nadie ha sido obligado a trabajar en las nucleares y que cualquier empleado puede marcharse cuando le plazca. Un portavoz del Ministerio de Trabajo japonés llegó a decir que «hay trabajos que exponen a la gente a radiaciones y que deben hacerse para mantener el suministro eléctrico».

Los mendigos, no hay duda, están dispuestos a ocupar esos puestos.Un día de trabajo limpiando reactores nucleares o descontaminando un área donde ha habido un escape se paga el doble que una jornada trabajando en la construcción, donde, de todas formas, casi nunca hay sitio para ellos. La mayoría sueña con reincorporarse a la sociedad e incluso con regresar junto a sus familias gracias al nuevo empleo. Una vez en la central nuclear, no tardan en darse cuenta de que su destino es ser desechados a los pocos días.

El testimonio de varias víctimas confirma que lo normal es que accedan a las zonas de riesgo con medidores de radiactividad, pero que éstos suelen ser manipulados por los capataces. En ocasiones no es extraño que sean los propios mendigos los que, temiendo ser sustituidos por otros si se sabe que han recibido una dosis excesiva de radiaciones, oculten la situación. «Si la radiación es alta nadie abre la boca por miedo a que no pueda trabajar más», reconoce Saito, uno de los vagabundos del parque Ueno de Tokio que admite haber hecho «varios trabajos en las plantas nucleares».

La falta de entrenamiento o preparación para trabajar en centrales nucleares provoca que cada cierto tiempo se produzcan accidentes que se podrían evitar si los empleados hubieran recibido las instrucciones apropiadas. «A nadie parece importarle. Si se les elige es porque nadie va a preguntar por ellos si un día no vuelven del trabajo», dice Higuchi. Cuando un trabajador temporal acude enfermo al servicio médico de la central nuclear o a hospitales cercanos, los médicos ocultan sistemáticamente la cantidad de radiactividad recibida por el paciente y lo envían de nuevo al tajo con un certificado de «apto». Los sin techo más desesperados llegan a trabajar por el día en una central y por la noche en otra.

En los últimos dos años, y gracias casi siempre a Fujita y Higuchi, algunos enfermos han empezado a pedir explicaciones. Protestar no es, sin embargo, una opción para la mayoría. Kunio Murai y Ryusuke Umeda, dos esclavos nucleares que cayeron gravemente enfermos tras ser contratados en varias ocasiones, se vieron obligados a retirar sendas demandas después de que uno de los grupos de yakuza que manejan las empresas de contratación subsidiarias les amenazara de muerte.

TRANSFUSIONES DIARIAS

Hisashi Ouchi era uno de los tres trabajadores que se encontraban en la planta de procesamiento de fuel de la central nuclear de Tokaimura cuando hubo una fuga que en 1999 desató la alarma en Japón. El empleado recibió una dosis de radiación 17.000 veces superior a la permitida. Murió tras 83 días en el hospital con transfusiones diarias de sangre y trasplantes de piel.

El Ministerio de Trabajo organizó una inspección masiva de todas las plantas del país, pero los responsables de las centrales fueron alertados 24 horas antes, lo que permitió a muchos disimular las irregularidades. Aun así, sólo dos de las 17 nucleares del país pasaron el examen. En el resto se detectaron hasta 25 infracciones que incluían la falta de preparación de los trabajadores, la ausencia de control sobre la exposición de los empleados a la radiactividad y el incumplimiento de los mínimos chequeos médicos legales. Desde entonces, el reclutamiento de mendigos ha continuado.

La central nuclear de Fukushima, a la que fueron conducidos Matsushita y otra decena de mendigos, ha sido denunciada en varias ocasiones por la forma sistemática en la que contrata a trabajadores de la calle. El científico de la Universidad de Keio Yukoo Fujita asegura que en 1999 sus responsables reclutaron a un millar de personas para reemplazar el sarcófago que envolvía uno de los reactores. Tres años después de su propia experiencia en Fukushima, Matsushita admite haber aceptado «dos o tres trabajos más». A cambio, ha perdido lo único que le quedaba: la salud. Hace unos meses comenzó a caérsele el pelo, después vinieron las náuseas y más tarde el diagnóstico de una enfermedad degenerativa. «Me han dicho que me espera una muerte lenta», dice.

EN ESPAÑA SE UTILIZAN ROBOTS
por PACO REGO

Elías Fernández acaba de conocer, por el periodista, que a los mendigos japoneses se les utiliza como mano de obra barata en la limpieza radiactiva de las centrales atómicas del país. «¡Qué barbaridad!», es lo primero que sale de su boca. Este experto en seguridad de la central nuclear de Garoña, en Burgos, tampoco alcanza a entender cómo, con la tecnología disponible y los controles radiológicos exigidos en todo el mundo, las empresas nucleares se prestan a «consentir unas operaciones que, según los casos, entrañan un elevado riesgo tanto para la salud de los trabajadores como para la integridad de la planta».

En las ocho plantas nucleares que actualmente funcionan en nuestro país, el personal encargado de limpiar las áreas contaminadas o de potencial riesgo radiactivo ha de pasar previamente por un curso de formación obligatorio, que imparten los propios expertos de la instalación. Lo dice la ley. Es más, puntualiza Santiago San Antonio, director general del Foro Nuclear Español: «Todos los trabajos de limpieza se realizan bajo la supervisión de los servicios de protección radiológica de la central».

Son precisamente estos equipos los que se encargan de velar por la seguridad de los empleados, de modo que ningún operario, durante el tiempo de descontaminación radiactiva, corra peligro. Lo exigen así las normas internacionales de protección radiológica, asumidas por toda industria nuclear civil. Por eso la extrañeza de los expertos españoles aún es mayor, por cuanto en las tareas de limpieza más arriesgadas -caso del reactor de una central y zonas adyacentes- es práctica habitual el uso de robots manipulados a distancia por personal cualificado y aspiradoras de gran potencia.«Aquí no hay fregonas, ni cubos con detergente, ni bayetas», explica Elías Fernández. «Absolutamente nadie entra en contacto directo con material radiactivo».

Finalizado el curso de capacitación, los equipos de limpieza de las centrales -contratados a empresas especializadas o de la propia nómina de trabajadores de la planta- reciben un vestuario anticontaminación completo, una especie de segunda piel, fabricada con materiales impermeables, que aisla al operario del ambiente de la central atómica. Tres tipos de indumentaria forman el ajuar de un limpiador nuclear. El primero consiste en un buzo, guantes y un cubrecabezas, y se utiliza para entrar en las llamadas zonas controladas, libres de contaminación radiactiva. Las precauciones se extreman aún más si de lo que se trata es de entrar en áreas de la central donde el riesgo de radiactividad es alto. En este caso, los limpiadores usan un conjunto de prendas adicional, similar al anterior, cuya función es aumentar la impermeabilización del cuerpo. Cuanto más cerca del corazón de la nuclear, mayor es el riesgo de contaminación. Para estas zonas críticas, se utiliza un tercer modelo, normalmente desechable, con máscara y equipo de respiración asistida.