miércoles, 18 de marzo de 2009

lunes, 16 de marzo de 2009

La arrogancia de Occidente

La crisis y la arrogancia de occidente
por Leonardo Boff

En todos los países se están buscando salidas para la crisis actual. Más que ante una crisis, estamos, a mi modo de ver, frente a un punto de mutación de paradigma, próximo a ocurrir. Pero está siendo aplazado e impedido por la arrogancia típica de Occidente. Occidente está perplejo: ¿cómo puede estar en el ojo de la crisis si posee el mejor saber, la mejor democracia, la mejor conciencia de los derechos, la mejor economía, la mejor técnica, el mejor cine, la mayor fuerza militar y la mejor religión?
Para la Biblia y para los griegos esta manera de pensar constituía el supremo pecado, pues las personas se situaban en el mismo pedestal de la divinidad. Pronto eran castigadas al destierro o condenadas a muerte. Llamaban a esta actitud hybris, que quiere decir, arrogancia y exceso. Oigamos a Paul Krugman, Nóbel de economía en 2008, en el New York Times del 3 de marzo: «Si quiere usted saber de dónde vino la crisis global, mire las cosas de esta manera: estamos viendo la venganza del exceso; así nos hemos empantanado en este caos y todavía estamos buscando una salida». ¿No se decía antes greed is good? ¿La ganancia en exceso es buena?
Presentemos otra cita del nada sospechoso Samuel P. Huntington en El choque de civilizaciones: «Es importante reconocer que la intervención en los asuntos de otras civilizaciones constituye probablemente la fuente más peligrosa de inestabilidad y de un posible conflicto global en un mundo multicivilizacional». Huntington explica que es la arrogancia la que mueve a estas intervenciones. Los occidentales pretenden saber todo mejor. Johan Galtung, noruego, uno de los más preeminentes mediadores de conflictos del mundo, trabajó durante tres años tratando de mediar en la guerra de Afganistán. Se retiró, decepcionado e irritado, denunciando: «la arrogancia occidental impide cualquier acuerdo; éste sólo es posible a condición de que los talibanes se sometan totalmente a los criterios occidentales».
Tal vez la forma más refinada de arrogancia fue y es vivida por el cristianismo, especialmente bajo el actual Pontífice. Ha rebajado a las otras Iglesias negándoles el título de Iglesias. Ha impugnado a las demás religiones como caminos hacia Dios.
Pero ha tenido antecesores más extremados: Alejandro VI (1492-1503) por la bula Inter Caetera dirigida a los reyes de España determinaba: «por la autoridad de Dios Omnipotente que nos ha sido concedida en san Pedro y como Vicario de Jesucristo os donamos, concedemos, entregamos y asignamos a perpetuidad con todos sus dominios, ciudades, fortalezas, lugares y villas, las islas y las tierras firmes halladas y por hallar». Nicolás V (1447-1455) por la bula Romanus Pontifex hacía lo mismo a los reyes de Portugal. Les concedía «plena y libre facultad para invadir, conquistar, combatir, vencer y someter a todos los sarracenos y paganos en cualquier parte que estuvieren y reducir a sus personas a servidumbre perpetua». ¿Se puede ir más lejos en exceso y en hybris? Se borró totalmente la memoria del Nazareno que predicaba el amor incondicional y que todos somos hermanos y hermanas.
La arrogancia de Occidente impide que los jefes de Estado, ante la actual crisis, se abran a la sabiduría de los pueblos y busquen una solución a partir de valores compartidos y de una visión integradora de los problemas de la Casa Común, herida ecológicamente. En los discursos de Barack Obama resuena la arrogancia típicamente estadounidense de que los EUA todavía van a liderar el mundo. Es un liderazgo montado sobre 700 bases militares repartidas por todo el planeta y provistas de armas de destrucción masiva capaces de diezmar a la especie humana y dejar tras de sí una Tierra devastada. Este liderazgo arrogante no lo queremos.

Fuente: Koinonia

Leonardo Boff es teólogo, filósofo y escritor brasileño (Genesio Darcí; Concordia, 1938). Fraile franciscano, estudió teología en el instituto de su orden en Petrópolis y en varias universidades, doctorándose en Munich (1972) bajo dirección de K. Rahner. Profesor de teología en el Instituto de Teología Franciscano de Petrópolis, dirigió la Revista eclesiástica brasileira. Boff es considerado uno de los mayores renovadores de la teología de la liberación latinoamericana, cuyo referente principal es la figura de Cristo como defensor de los pobres.
Su doctrina quedó expuesta principalmente en obras como Pasión de Cristo, pasión del mundo (1977), Las comunidades de base reinventan la Iglesia (1979) o La vida religiosa en el proceso de liberación (1979). Volvió a replantear sus tesis en 1987 con la publicación de Y la Iglesia se hizo pueblo. Sus problemas con la ortodoxia de la Iglesia católica fueron constantes y en 1991 abandonó la cátedra de teología de Petrópolis por discrepancias con el entonces cardenal Joseph Ratzinger (designado Papa en 2005 con el nombre de Benedicto XVI). También fue sustituido al frente de la revista Voces y en Roma se impuso censura previa a todos sus escritos.
En mayo de 1992 volvió a tener dificultades con la publicación de su libro América latina: de la conquista a la nueva evangelización y, finalmente, abandonó la editorial franciscana Voces. Un mes después, renunció al sacerdocio para luchar libremente por sus ideas. Con llegada del nuevo siglo, se convirtió en el máximo representante de la llamada “teología de la ecología”, una ampliación, a su juicio, de la “teología de la liberación”. En 2001 recibió el Premio Correcto Modo de Vida, galardón conocido como el Nobel Alternativo instituido en 1980 para premiar las tareas en beneficio de la humanidad que quedan fuera de los tradicionales premios de la Academia sueca.

sábado, 7 de marzo de 2009

Las élites ante la crisis

por SAMI NAÏR

el 07/03/2009

La crisis prosigue inexorable su camino, como un huracán que lo devasta todo a su paso: de las finanzas al crédito, del crédito a la economía y de la economía a lo social. Habría sido sorprendente que no afectase también a la ideología, los métodos y los conceptos forjados estos últimos treinta años para justificar el capitalismo globalizado. Esta crisis está demoliendo sin piedad los prejuicios, las normas, los valores de quienes creyeron inocentemente en la santa eternidad de ese sistema. Da la impresión de que los desconcertados responsables políticos gobiernan a ojo en todas partes. Están superados por la rapidez de la crisis, su profundidad, su complejidad, pero también están paralizados para actuar porque son prisioneros de los esquemas ideológicos dominantes, de conceptos que se han vuelto inoperantes, de los reflejos de autojustificación de la propia responsabilidad en la crisis.

Hay dos tipos de comportamientos. El de aquellos que simplemente no quieren medir las dimensiones de la crisis y prometen la felicidad para el día de mañana. Y el de aquellos otros, más conscientes, que quieren resolver los nuevos problemas con las soluciones del pasado: éstos se han quedado en 1929- 1933. Unos y otros corren el riesgo de llevarse un desengaño. Porque esta crisis es inmensa, anuncia de modo específico el fin del capitalismo, el del modelo anglosajón, o mejor aún, para ser más precisos, el modelo americano-británico. Las características principales de este sistema son conocidas: vínculo social basado en la competencia de todos contra todos, privatización de los bienes públicos, competencia comercial "libre y no falseada", mercantilización de las relaciones sociales, flexibilidad y precariedad del mercado laboral, inversiones especulativas a corto plazo con tasas de rendimiento elevadas. Trasfondo del cuadro: provecho máximo para una minoría, endeudamiento generalizado para la mayoría.

Ahora bien, durante todo el periodo en que imperó este modelo, hasta hoy, también se constituyó una vulgata conceptual que ha sido definida como "pensamiento único". Conocemos, sin embargo, sus líneas maestras: la idea, consustancial a la humanidad secularizada, de un mejor porvenir ha sido desechada por la ridícula ideología del "fin de la historia", el principio de competencia se ha convertido en el prêt-à-penser del conformismo triunfante. El hundimiento del pensamiento crítico, progresista, ante ese modelo de gestión del vínculo social, ha sido impresionante. Palabras como "nacionalización", "proteccionismo", a veces incluso "igualdad", podían convertirse en vergonzosas en boca de dirigentes de la izquierda oficial. De ahí que la derecha y una cierta izquierda se situaran en una misma línea, el blairismo, supuesta tercera vía entre capitalismo y socialismo, convirtiéndose en realidad en la síntesis entre el liberalismo ultraconservador de Margaret Thatcher y el socialismo de balneario de las nuevas élites pequeño burguesas. Es duro de admitir pero ésta es la realidad. La crisis actual implica en efecto una profunda puesta en duda de los conceptos del liberalismo anglo-sajón, hoy hegemónico en todo el mundo. No podemos decir, por ejemplo, que de ahora en adelante se tenga que "regular" y descartar que el Estado vuelva a convertirse en agente central dentro del sistema económico. Porque éste es quien debe equilibrar con su arbitrio, sus subvenciones, sus orientaciones, el juego de la competencia siempre desigual entre el capital y el trabajo. No podemos decir que se tenga que repartir dinero (no sólo a los bancos) y rechazar ideológicamente los déficit públicos que crecerán inevitablemente. No podemos pretender organizar en la OMC, en lugar de un mercado mundial incapaz de autorregularse, la competencia comercial, y no introducir mecanismos de protección en las fronteras de las grandes zonas de intercambio. Estados Unidos lo hará renegociando la NAFTA. El mercado chino está oxidado, y los de India y Japón también, pero Europa está abierta a todos los vientos. Habrá que revisar seriamente, aquí también, las relaciones entre el fundamentalismo librecambista y el proteccionismo.

Podríamos desgranar cien ejemplos más de nociones y conceptos que hay que revisar para afrontar esta crisis mundial. Pero ¿qué dicen las élites políticas? Aun cuando éstas favorecen de hecho el proteccionismo nacional y las nacionalizaciones, siguen defendiendo el librecambismo integral, el Estado débil y la disciplina abstracta de los presupuestos. Y focalizan la atención sobre medidas secundarias, como la lucha contra los "paraísos fiscales" o a favor de la "transparencia financiera", olvidando intencionadamente que éstas no son las causas sino las consecuencias de un sistema que las ha hecho posibles.

Traducción de Martí Sampons.
Fuente: El País http://www.elpais.com/articulo/internacional/elites/crisis/elpepuint/20090307elpepiint_8/Tes

jueves, 5 de marzo de 2009

Budismo y globalizacióN

En el capítulo del Sutra del Loto titulado Kanzeon Bosatsu Fumonbongé se habla de Kanzeon, el bodisatva de la Gran Compasión. El nombre Kanzeon está formado por tres sílabas:

KAN significa observar, contemplar, tomar conciencia.
ZE es el mundo y
ON el sonido.

Kanzeon es aquel que observa, el que contempla, el que toma conciencia del sonido del mundo. Por “sonido” se entiende la voz, el sentir del mundo. En el budismo, la compasión surge de la capacidad de abrirnos al sentir del mundo en el que vivimos. Esto es lo contrario a permanecer encerrado en una burbuja narcisista en la que no vemos ni oímos más allá de las paredes de nuestro egocentrismo.

El estado compasivo es aquel que nos permite reconocer y empatizar con el dolor y el sufrimiento de los seres vivos con los que compartimos la existencia.

El budismo nació precisamente de la constatación de la realidad del sufrimiento por parte del Buda Sakiamuni. Y la Rueda del Dharma se puso en movimiento cuando el Buda hizo el voto inquebrantable de desvelar y erradicar las raíces profundas del sufrimiento, no sólo del suyo propio, sino el de todos los seres vivientes.

Cuando abrimos al mundo de par en par las puertas de nuestro corazón no podemos dejar de oír el lamento clamoroso de la Humanidad actual y no podemos negar la ingente cantidad de sufrimiento, tanto individual como social, que se extiende por doquier. Son tiempos de incertidumbre.

El desarrollo de la tecnología en todos los ámbitos de la vida humana, el apabullante crecimiento económico de algunos países y de algunas capas sociales durante los últimos años, el asombroso desarrollo de las comunicaciones, especialmente en el terreno de la información, no han traído un bienestar y una felicidad reales a la inmensa mayoría de los seres humanos, sino que, por el contrario, han acrecentado las desigualdades tanto entre el llamado primer mundo y el tercer mundo, como dentro mismo del primer mundo, ha provocado una crisis ecológica sin parangón en la Historia y ha alimentado un sistema económico basado en la especulación, en el engaño, en el enriquecimiento de unos pocos a costa del sufrimiento de la mayoría.

El sufrimiento individual, el sufrimiento social y el deterioro de los ciclos de la naturaleza son síntomas del mismo y profundo malestar que aqueja a nuestras sociedades y a los seres humanos que la conforman.

Desde mi punto de vista, los grandes peligros que amenazan la armonía planetaria son:

1. La destrucción sistemática del entorno natural que sustenta la vida.
2. La proliferación de integrismos ideológicos, étnicos y religiosos y la consecuente tensión social.
3. La militarización de los conflictos.

Como personas comprometidas con un vía espiritual deberíamos hacernos las siguientes preguntas:

A. ¿En qué medida somos responsables los líderes religiosos de esta situación?
B. ¿Cuál es nuestra actitud, como líderes religiosos, frente a estos peligros?
C. ¿Qué podemos hacer y qué estamos haciendo los líderes religiosos para disolver estos peligros?

1. La destrucción sistemática del entorno natural que sustenta la vida.

Las causas de esta degradación medio ambiental son múltiples y complejas pero quizá las dos más importantes sean:

➢ La mundialización de un sistema económico basado en la producción y en el consumo desorbitados como principal parámetro de desarrollo humano, llamado Economía de Mercado y que desde mi punto de vista está funcionando como una Nueva Religión (1) .
➢ El crecimiento exponencial de la población.

Con respecto a la Economía de Mercado.
La economía de mercado se basa en una doble estrategia:


- Crea la ilusión de que acumulando beneficios y consumiendo desenfrenadamente vamos a alcanzar esa felicidad que anhelamos, manipulando así la tendencia natural hacia la felicidad inherente a toda vida humana. Esta ilusión actúa mediante un reduccionismo castrador: reduce el anhelo de felicidad a la producción y consumo de bienes materiales.

- Una vez generada esta ilusión, la Religión del Mercado exacerba la avaricia y la codicia de una forma también doble:


• Avaricia de beneficio (a través de la producción).
• Avaricia de objetos y experiencias (a través del consumo).

La avaricia es un "afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas".

La avaricia, que casi todas las religiones tradicionales consideran una actitud perniciosa que debe ser controlada y transformada, es para la Religión del Mercado la principal virtud que sus adeptos deben desarrollar.


A. ¿En qué medida somos responsables los líderes religiosos de esta situación?

Los líderes religiosos no hemos visto este peligro con la suficiente antelación. No hemos denunciado con la suficiente fuerza y claridad este error cognitivo ni este comportamiento perverso, tal vez porque la avaricia ha contaminado (y sigue contaminando) incluso a muchos de nosotros y a nuestras propias instituciones religiosas.

B. ¿Cuál es nuestra actitud, como líderes religiosos, frente a la destrucción del medio ambiente?
Esto debe ser motivo de reflexión de cada uno.

C. ¿Qué podemos hacer y qué estamos haciendo los líderes religiosos para detener la destrucción del medio ambiente?

Como líderes religiosos deberíamos predicar con el ejemplo y despertar a nuestros seguidores sobre las consecuencias desastrosas de la avaricia. Inspirada por los líderes religiosos, la sociedad civil terminaría considerando la avaricia como un crimen contra la Humanidad y contra el Planeta Tierra.
Frente a la avaricia, los líderes religiosos deberíamos fortalecer nuestra voluntad moral, tal y como enseñan las religiones semíticas, y desvelar el enorme error cognitivo (ignorancia) que la alimenta, como enseñan las religiones asiáticas.

➢ Con respecto al crecimiento exponencial de la población humana.
Aunque las causas del crecimiento actual de la población mundial son múltiples y complejas, el hecho es que, de no ralentizarse, el Planeta no podrá mantener la vida de todos los nacidos. Detener y estabilizar el crecimiento es pues una cuestión de supervivencia de la especie.
El uso extendido de métodos anticonceptivos y las campañas de planificación familiar aliviarían enormemente la presión demográfica.

A. ¿En qué medida somos responsables los líderes religiosos del crecimiento exponencial de la población?

Prohibir, por ejemplo, a nuestros seguidores cualquier actividad sexual que no tenga una finalidad reproductiva y obstaculizar el uso de los métodos anticonceptivos nos convierte en co-responsables del peligro que supone un crecimiento desmedido de la población.


B. ¿Cuál es nuestra actitud, como líderes religiosos, frente al crecimiento exponencial de la población?
Dejo la respuesta en el aire.


C. ¿Qué podemos hacer y qué estamos haciendo los líderes religiosos para estabilizar y reducir el crecimiento de la población?
Desde mi punto de vista, deberíamos discernir claramente el acto sexual del acto reproductivo y dignificar no sólo el acto sexual con fines reproductivos sino también el acto sexual como forma de comunicación íntima entre seres humanos y como fuente de placer legítimo per se.


2. La proliferación de integrismos ideológicos, étnicos y religiosos.

A. ¿En qué medida somos responsables los líderes religiosos de la proliferación del integrismo?
Muchos son los que afirman que el integrismo, el fanatismo o el fundamentalismo son consustanciales al hecho religioso, descalificando así el hecho religioso mismo. Y es verdad que la historia de las religiones ha contribuido a ello.
También es cierto que muy a menudo se viste como "religiosas" actitudes fanáticas que son de índole distinta a la estrictamente religiosa.

B. ¿Cuál es nuestra actitud, como líderes religiosos, frente al integrismo?
No basta con señalar la paja en el ojo ajeno. Debemos asumir la responsabilidad de identificar la viga en el nuestro y depurar nuestra práctica e instituciones religiosas de actitudes fundamentalistas.

C. ¿Qué podemos hacer y qué estamos haciendo los líderes religiosos para superar el integrismo?
¿Es posible una vida religiosa no fundamentalista? Deberíamos depurar las actitudes fanáticas y excluyentes. Deberíamos reconducir el sentimiento exclusivo de pertenencia a una religión concreta hacia el sentimiento de pertenencia a la Humanidad y la Vida
Lo que está en juego no es la salvación de una comunidad religiosa particular sino la civilización humana misma.

3. La militarización de los conflictos.

Cualquier opción militar es una chispa que pueda hacer saltar el arsenal de armas que hemos acumulado. No hay conflictos de baja intensidad o inócuos. Hoy día cualquier conflicto afecta inmediatamente a todos, dada la cada vez más intrincada interdependencia de nuestras sociedades.

A. ¿En qué medida somos responsables los líderes religiosos de la militarización de los conflictos?
Ninguna de las grandes religiones enseña que el exterminio de seres humanos sea un camino de salvación.

B. ¿Cuál es nuestra actitud, como líderes religiosos, frente a la militarización de los conflictos?
Cada uno debe reflexionar sobre este tema.

C. ¿Qué podemos hacer y qué estamos haciendo los líderes religiosos en pos de la paz?
Por un lado, no podemos seguir tolerando que la industria armamentista sea uno de los principales motores de la economía. Las armas se fabrican para ser usadas y es hora de abandonar el cínico lema de "si quieres la paz, prepárate para la guerra". Si queremos la paz debemos crear las condiciones apropiadas para la paz. Y el aumento del arsenal armamentístico no es precisamente un estímulo para la paz. Debemos denunciar el creciente presupuesto militar, y abogar por un desarme internacional continuado, especialmente de todas las armas nucleares y del arsenal de armas de destrucción masiva.
Por otro, debemos desmilitarizar nuestras doctrinas y creencias. Nuestros púlpitos, templos, sinagogas, mezquitas y lugares de culto deben ser centros de paz desde los que se irradie la paz.

Propuestas.

1. Tomar conciencia y hacer tomar conciencia a nuestros seguidores de la creciente degradación ecológica, social e individual (ausencia de verdaderos valores).


2. Tomar conciencia y hacer tomar conciencia a nuestros seguidores de que la avaricia y el crecimiento exponencial de la población son dos de las causas principales de esta degradación.

3. Tomar conciencia y hacer tomar conciencia a nuestros seguidores de que los valores de la Economía de Mercado son contrarios a los enseñados por la mayoría de las religiones tradicionales.

4. Tomar conciencia y hacer tomar conciencia a nuestros seguidores del enorme poder destructivo que encierra la avaricia cuando se la considera como motor de progreso y salvación.

5. Identificar, desmontar intelectualmente y desactivar emocionalmente los supuestos ideológicos sobre los que se sustenta la Religión del Mercado, y fortalecer moralmente a nuestros seguidores frente a ella.

6. Asumir un compromiso personal e institucional basado en la simplicidad voluntaria como forma de vida, en su doble vertiente:

1. Reprobar la actividad productiva que no sea ética ecológica, social e individualmente.
2. Reprobar el consumo que no sea ético ecológico, social e individuamente.

Y estimular a nuestros seguidores a adoptar un compromiso.

7. Discernir claramente el acto sexual del acto reproductivo y dignificar no sólo el acto sexual con fines reproductivos sino también el acto sexual como forma de comunicación íntima entre seres humanos y como fuente de placer legítimo per se, estimulando el uso de métodos anticonceptivos, como una de las soluciones para estabilizar el crecimiento demográfico.

8. Depurar nuestras doctrinas de fanatismos y de actitudes exclusivistas, tales como "fuera de mi religión no hay salvación", aceptando que la diversidad no es signo de confusión sino manifestación del exhuberante poder creador de la Unidad.

9. Reprobar y denunciar la militarización de los conflictos. Abogar por un desarme internacional continuado. Denunciar las estrategias encubiertas del lobby armamentista.

10. Contribuir al establecimiento y a la expansión de los principios claramente recogidos en la Carta de la Tierra promulgada por la Comisión Mundial para el Ambiente y Desarrollo de las Naciones Unidas. A saber:

1. Respeto y cuidado de la comunidad de vida.
2. Integridad ecológica.
3. Justicia social y económica.
4. Democracia, no violencia y paz.

Me gustaría terminar con este poema de Ibn Arabi, que por tan conocido no deja de ser inspirador:

"Hubo un tiempo en que yo rechazaba a mi prójimo
si su religión no era como la mía.
Pero ahora mi corazón
se ha convertido en receptáculo de todas las formas religiosas:
es pradera de gacelas y claustro de monjes cristianos,
templo de ídolos y Kaaba de peregrinos,
Tablas de la Ley y Pliegos del Corán.
Porque profeso la religión del Amor
y voy allí donde vaya su cabalgadura.
Porque el Amor es mi credo y mi fe".

Ibn ‘Arabi

(1) Este tema lo desarrollo más ampliamente en "Zen en la plaza del mercado". Aguilar, 2008.

Dokushô Villalba
Marzo 2009

domingo, 1 de marzo de 2009

¿Es la religión enemiga de la civilización?


Por Gianni Vattimo


En el mundo actual, las Iglesias se han convertido en un factor de conflicto y un obstáculo para la "salvación", sea eso lo que sea. Sobreviven porque sus jerarquías quieren conservar el poder y sus privilegios.

Todos recordamos seguramente la famosa frase de Nietzsche sobre la muerte de Dios. Y también su cláusula: Dios seguirá proyectando su sombra en nuestro mundo durante mucho tiempo. ¿Qué pasaría si aplicáramos la frase de Nietzsche también, y sobre todo, a las religiones? En muchos sentidos, es verdad que, en gran parte del mundo contemporáneo, la religión como tal está muerta, pero todavía proyecta sus sombras en numerosos aspectos de nuestra vida privada y colectiva. Por cierto, dejemos claro que el Dios cuya muerte anunció Nietzsche no es necesariamente el Dios en el que muchos de nosotros seguimos creyendo; yo me considero cristiano, pero estoy seguro de que el Dios que estaba muerto en Nietzsche no era el Dios de Jesús. Incluso creo que, precisamente gracias a Jesús, soy ateo. El Dios que murió, como dice el propio Nietzsche en algún lugar de su obra cuando le llama "el Dios moral", es el primer principio de la metafísica clásica, la entidad suprema que se supone que es la causa del universo material y que requiere esa disciplina especial llamada teodicea, una serie de argumentos que tratan de justificar la existencia de ese Dios o esa Diosa frente a los males que vemos constantemente en el mundo.

La tesis que quiero presentar aquí es que las religiones están muertas, y merecen estar muertas, tal como Nietzsche habla de la muerte de Dios. No sólo están muertas las religiones morales, en el sentido más obvio de la palabra: desde dentro de la sociedad cristiana y católica de Europa, es fácil ver que son muy pocos los que observan los mandamientos de la moral cristiana oficial. Lo que está muerto, en un sentido más profundo, son las religiones "morales" como garantía del orden racional del mundo.

La institucionalización de las creencias, que dio origen a las Iglesias, incluyó (no sé si sólo en la práctica o como factor necesario) una reivindicación del poder histórico, en el sentido de que era casi natural y necesario que una religión moral se convirtiera en una institución temporal poderosa. Es lo que parece haber ocurrido con el catolicismo, pero se pueden ver muchos otros fenómenos similares en la historia de otras religiones. Incluso el budismo engendró un Estado, el Tíbet de los lamas, que ahora lucha por sobrevivir frente a China. En todas partes -por ejemplo, en el hinduismo-, el mismo hecho de que exista una diferencia entre clérigos y legos hace que la religión se convierta en una institución, cuyo objetivo principal es siempre su propia supervivencia. Mencionaré de nuevo el ejemplo de la Iglesia católica: si no hubiera sobrevivido a lo largo de los tiempos, yo no habría podido recibir el Evangelio, la buena nueva de la salvación. Una vez más: como en el caso de la muerte de Dios de Nietzsche, la muerte de las religiones institucionalizadas no significa que no tengan legitimidad. Sencillamente, llega un momento en el que ya no son necesarias. Y ese momento es nuestra época, porque, como puede verse en muchos aspectos de la vida actual, las religiones ya no contribuyen a una existencia humana pacífica ni representan ya un medio de salvación. La religión resulta un poderoso factor de conflicto en momentos de intercambio intenso entre mundos culturales diferentes. Por lo menos, eso es lo que ocurre hoy: en Italia, por ejemplo, existe un problema con la construcción de mezquitas, porque la población musulmana ha aumentado de forma espectacular. La hegemonía tradicional de la Iglesia católica está en peligro, pero los católicos no se sienten amenazados en absoluto por esa situación; sólo los obispos y el Papa.

La Iglesia afirma que defiende su poder (y los aspectos económicos de él) para preservar su capacidad de predicar el Evangelio. Sí; pero, como en tantas instituciones, la razón suprema de su existencia se queda muchas veces olvidada a cambio de la mera continuidad del statu quo. Lo que quiero decir es que, en el mundo actual, sobre todo en el Occidente industrial, la religión como institución se ha convertido en un factor de conflicto y un obstáculo para la "salvación", sea eso lo que sea. Quiero subrayar que hablo de la muerte de las religiones en el mismo sentido en el que acepto el anuncio de Nietzsche sobre la muerte de Dios. La religión que está muerta es la religión-institución, que contribuyó enormemente al desarrollo de la civilización pero, al final, se convirtió en un obstáculo.

Hablar de la muerte de las religiones en un sentido relacionado con el anuncio de la muerte de Dios de Nietzsche no significa, desde luego, que la religión nunca haya tenido sentido para la humanidad. Ni siquiera se puede decir que la frase de Nietzsche significa que Dios no existe. Ésa sería de nuevo una afirmación metafísica, que Nietzsche no quería pronunciar, por su rechazo general a cualquier metafísica "descriptiva". La lucha contra la supervivencia de las religiones de la que hablo tiene poco que ver con la negación racionalista de todo significado a los sentimientos religiosos. Incluso se toma muy en serio ese resurgimiento de la necesidad de una relación con la trascendencia que caracteriza numerosos aspectos de la cultura actual. Citaré de nuevo a Nietzsche, que dice que Dios está muerto y ahora queremos que existan muchos Dioses.

Mientras las religiones sigan queriendo ser instituciones temporales poderosas, son un obstáculo para la paz y para el desarrollo de una actitud genuinamente religiosa: pensemos en cuánta gente está abandonando la Iglesia católica por el escándalo que representan las pretensiones del Papa y los obispos de inmiscuirse en las leyes civiles en Italia. Los ámbitos de la ética familiar y la bioética son los más polémicos. En Estados Unidos, el anuncio reciente del presidente Obama sobre su intención de eliminar las restricciones a la libertad de las mujeres para abortar ha suscitado una amplia oposición por parte de los obispos católicos. La oposición contra cualquier forma de libertad de elección en todo lo relacionado con la familia, la sexualidad y la bioética es continua e intensa, sobre todo, en países como Italia y España. Tengamos en cuenta que la Iglesia se opone a leyes que no obligan, sino que sólo permiten la decisión personal en estos asuntos. Deberíamos preguntarnos de qué lado está la civilización.

Hace poco, el Papa repitió su idea constante de que la verdad no es negociable. ¿Ese "fundamentalismo" es sólo característico del catolicismo, o de todo el cristianismo? Quienes hablan de civilizaciones tienen la responsabilidad de tener en cuenta esta condición concreta. No hay más que ver los frecuentes diálogos interreligiones que se celebran en cualquier parte del mundo, en los que los interlocutores suelen ser "dirigentes" de las distintas confesiones. No dialogan para cambiar nada; no es más que una forma de volver a confirmar su autoridad en sus respectivos grupos. ¿Acaso sale de estos frecuentes encuentros algo útil para la paz y la mutua comprensión de los pueblos? Mientras no se elimine el aspecto autoritario y de poder de las religiones, será imposible avanzar hacia el mutuo entendimiento entre las diversas culturas del mundo.

Esta conclusión puede parecer una gran paradoja, dado que, en general, se ha considerado que la religión era un medio de educar a la humanidad hacia la caridad, la piedad y la comprensión. En muchos sentidos, la compasión parece ser la base fundamental de toda experiencia religiosa. Y es cierto, ya sea desde el punto de vista del cristianismo, el budismo, el hinduismo, el islam o el judaísmo. Hasta aquí, nada que objetar. Pero precisamente por eso es por lo que debemos reconocer que ha llegado la hora de que las personas religiosas se alcen contra las religiones. Y que afirmen tajantemente que la era de la religión-institución se ha terminado y su supervivencia sólo se debe a los esfuerzos de las jerarquías religiosas para conservar su poder y sus privilegios. El hecho de que esta tesis parezca inspirarse, en gran parte, en la experiencia cristiana (y católica) europea, no limita su validez para otras culturas. Seguramente, el veneno del universalismo se extendió por el mundo gracias a los conquistadores europeos, que son responsables de la estricta asociación entre conversión (al cristianismo; recuérdese el compelle intrare de San Agustín) e imperialismo. Ahora es el mundo latino el que debe romper esa asociación y separar la salvación de cualquier pretensión de creencia y disciplina universal como condición para alcanzarla. No es una tarea fácil.

Fuente:Tribuna El Pais -1-03-2009